El
Estado ausente
UN
PAIS FUERA DE CONTROL
Desde los entes reguladores hasta la Oficina Anticorrupción, toda
la burocracia de control contemplada por el Estado es ineficiente y no
cumple con su función. Es un país donde el Gobierno quiere
usar el poder sin que nadie lo controle y donde sólo las tragedias
movilizan a cambiar, aunque por poco tiempo
A
las 21.15 del viernes 26 de abril de 1985 el fuego alcanzó los
seis pisos del edificio de la Clínica Saint Emilien, donde había
internadas 410 personas de todas las edades. Hubo 78 víctimas mortales.
La mayoría murió de asfixia. Luego de lo que entonces era
el peor incendio registrado en la Argentina, comenzaron los interrogantes
sobre la seguridad en los centros de salud y los geriátricos. Y
se reforzaron los controles. Por un tiempo, claro.
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A
las 20.54 del martes 31 de agosto de 1999, un Boeing 737 de la empresa
LAPA carreteó sobre la pista del aeroparque Jorge Newbery y terminó
arrasando con el alambrado perimetral de la estación aérea,
cruzó la avenida costanera Rafael Obligado y se estrelló.
Hubo 67 muertos, entre ellos el piloto, que tenía su licencia vencida.
Luego, comenzaron los interrogantes sobre la seguridad aérea. Y
se reforzaron los controles. Otra vez, por un tiempo, claro.
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Después
de que el joven Sebastián Cabello mató con su auto a una
veterinaria y a su hijita de tres años, mientras corría
una picada en la Avenida Cantilo y circulaba a 140 km/h, se reforzaron
los controles de velocidad en las calles y avenidas porteñas. Duró
poco, claro. Llegó después, el año último,
el turno de los cinturones de seguridad, pero la moda oficial de controlar
esa obligación (que debería ser una costumbre aprendida
desde la infancia) también pasó muy pronto. Como ocurre
casi siempre.
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Después
de que 190 personas, la mayoría jóvenes, murieran por el
incendio ocurrido el jueves 30 de diciembre último en el local
República Cromagnon, descubrimos que falla la seguridad en las
discos. Y, otra vez, comienzan los controles.
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¿Por
qué siempre llegan los controles después de las tragedias?
¿Por qué los argentinos casi nos acostumbramos a perder
vidas en tragedias evitables? ¿Por qué los controles estatales
fallan casi siempre?
Habría
que empezar por reconocer el desapego que solemos mostrar muchos argentinos
-tanto funcionarios como particulares- llegado el momento de tener que
acatar las leyes y normas dictadas para regir nuestro comportamiento y
la posibilidad de vivir en sociedad.
"Nadie
debe descuidar su propia responsabilidad dentro del sistema. Tenemos que
cambiar nuestra cultura y trabajar para que todos quieran respetar determinadas
reglas. Si no, el Derecho se convierte en ficción y no hay control
estatal que alcance. Si no asumimos ese compromiso todos, vamos a estar
buscando el camino siempre", reflexiona Carlos Alberti, presidente
del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal.
Según
Alberti, para mejorar las instituciones debemos empezar por someternos
a los organismos de control, con las consecuencias que ello acarree. "Pero
hay que revitalizar esos organismos, que no pueden mirar con un solo ojo
-agrega-. Tienen que ser independientes y autónomos, como marca
la Constitución Nacional".
Para
que el control sea eficaz, explica Julio Comadira, síndico general
de la Nación durante la presidencia de Eduardo Duhalde y profesor
titular de Derecho Administrativo de las universidades de Buenos Aires,
Católica y Austral, "es preciso que concurran, como mínimo,
las siguientes condiciones: por un lado, un diseño normativo del
órgano o ente de control que le otorgue facultades suficientes
para el cumplimiento adecuado de su misión y le brinde, asimismo,
a su titular garantías formales de independencia (exclusión
de poder jerárquico del controlado sobre el controlador, estabilidad
en el cargo de este último, etc.).
"Y,
por otro, es necesario que el controlador tenga idoneidad específica
para el ejercicio de la función (ético-republicana y técnica)
objetiva y formalmente garantizada por un procedimiento de selección
público (concurso)".
El
presidente Néstor Kirchner, desde que llegó al poder, planteó
la necesidad de mejorar la calidad institucional del país y los
controles del Estado y acusó al menemismo por su deterioro. Sin
embargo, al menos en el plano de los controles, Kirchner no hizo otra
cosa que recorrer el camino que públicamente critica.
El
Presidente, lejos de elegir a personas reconocidas por su trayectoria
e insospechadas de parcialidad, optó por allegados políticos
al jefe de gabinete o por ex funcionarios patagónicos sin experiencia
para comandar los organismos de control.
Ocurre
en la Sindicatura General de la Nación (Sigen), el órgano
de control interno del Poder Ejecutivo Nacional, que está a cargo
de Claudio Moroni, un ex compañero de Alberto Fernández
en la Superintendencia de Seguros y cuya síndica general adjunta,
Alejandra Minnicelli, es esposa del ministro de Planificación,
Julio de Vido.
Desde
el mes último, pasa también en la Oficina Anticorrupción
(OA), un organismo que funciona en la órbita del Ministerio de
Justicia y que creó Fernando de la Rúa en diciembre de 1999
para suplir la poca efectividad que tenía la Fiscalía Nacional
de Investigaciones Administrativas (FNIA), que no depende del Gobierno
sino del Ministerio Público Fiscal. A cargo de la OA fue designado
Abel Fleitas Ortiz de Rozas, reconocido especialista en Derecho de Familia
y ex socio político y viceministro de Gustavo Beliz.
Fleitas
Ortiz de Rozas no tiene ninguna experiencia en materia de control de corrupción
y, ni bien llegó al cargo, le pidió la renuncia al director
de Transparencia, Nicolás Raigorosky, para nombrar a su mano derecha
Osvaldo Pitrau, que debe 63 cheques librados sin fondos, carga con nueve
juicios ejecutorios en su contra y fue declarado deudor incobrable por
el Banco Central de la República Argentina (BCRA).
"La
OA atraviesa su peor momento. Hasta ahora siempre había estado
a cargo de personas con mucha trayectoria que venían de la Justicia
penal y no tenían experiencia en la rosca política. Con
su independencia se fue construyendo un organismo respetado ante la sociedad,
aun en el momento del que se vayan todos. Ahora, todo parece haber cambiado",
dice, molesto, un funcionario que trabaja desde la creación del
organismo y pide reserva de su nombre.
La
FNIA, donde a fines de 2003 llegó por concurso Manuel Garrido,
ex director de Investigaciones de la OA, también está lejos
de ejercer un control efectivo sobre el Estado. "La Fiscalía
está mejor que cuando llegué, porque venía de muchos
años de inactividad, pero está a años luz de lo que
debe ser", admite Garrido en diálogo con LA NACION.
De
hecho, su principal trabajo del año fue preparar un diagnóstico
para proponer cambios organizacionales y reformas normativas al procurador
general de la Nación, Esteban Righi, y al Congreso, y sólo
se presentaron siete denuncias judiciales en todo 2004.
Uno
de los proyectos de ley preparados por Garrido busca que todos los organismos
del Poder Ejecutivo acepten someterse plenamente al control de la FNIA.
En la actualidad, según un informe interno, eso no ocurre en la
Jefatura de Gabinete y los ministerios del Interior, Justicia, Educación
y Defensa, ni en algunas secretarías de Estado, como la de Turismo,
Legal y Técnica y Agricultura, Ganadería y Pesca, entre
otras.
El
otro organismo de control, la Auditoría General de la Nación,
que depende del Congreso, sigue a cargo de Leandro Despouy, un hombre
designado por el radicalismo que venía de la Cancillería.
"La propia lógica de la Auditoría, en la que el PJ
y la UCR, como partidos gobernante y principal de la oposición,
se reparten el poder, hace que el organismo no sea demasiado eficiente",
reconoce uno de sus principales funcionarios.
Hace
casi un año, la Auditoría y la Corte Suprema de Justicia
firmaron un convenio para que el organismo de control ayudara al Poder
Judicial a mejorar en materia de transparencia. "Todavía no
han hecho nada, absolutamente nada", dice el directivo de una ONG
que sigue de cerca los cambios en la Justicia y pide no ser identificado.
"Este
Gobierno mostró algunas señales positivas, pero la vocación
de transparencia debe ser permanente y los nombramientos sospechados en
varios organismos de control no ayudan para nada a esa línea",
subraya Alberti. Con él coincide Horacio Bersten, secretario de
la Unión de Usuarios y Consumidores y profesor de la Facultad de
Derecho de la Universidad de Buenos Aires: "No quiero ser terrible
con este gobierno, porque en cuanto a las tarifas no ha estado mal. Pero
desde el punto de vista de los organismos de control no ha hecho nada,
absolutamente nada".
Cuando
se privatizaron los servicios públicos en la década del
noventa, se creó un sistema de entes reguladores cuya función
es la de velar por el cumplimiento de las obligaciones asumidas por las
empresas y defender a los usuarios. Dos de ellos fueron creados por ley
-el de la electricidad y el de gas- y los demás, por decreto.
En
la actualidad, ninguno está regularizado y todos se encuentran
a cargo de interventores designados por el Presidente y cuestionados por
las asociaciones de consumidores por su falta de experiencia e idoneidad.
El
ente regulador de las empresas del gas, Enargas, está a cargo del
contador Fulvio Madero, que fue designado por decreto y no pasó
por el concurso que dispone la ley ni cuenta con ratificación parlamentaria.
El directorio cuenta con sólo tres de los cinco directores que
establece la norma y uno de ellos no posee título universitario,
uno de los requisitos. Es un maestro mayor de obras, un oficio muy respetable
por cierto, aunque no idóneo para esta función.
La
situación no es mejor en el ENRE, que se encarga del sector eléctrico.
El organismo no tiene presidente desde hace más de dos años
porque se congeló el concurso público para seleccionar a
los directores. La conducción la ejerce el vicepresidente, Ricardo
Martínez Leone, que ingresó en el ente en representación
de las provincias. Según un informe de la Unión de Usuarios
y Consumidores, el ENRE no reclama a las empresas multas millonarias destinadas
a los usuarios y excluidas de la Resolución 308 del Ministerio
de Economía, que dispuso que las multas destinadas a los entes
no deben ser cobradas sino que pasan a engrosar la negociación
con las privatizadas. El organismo, según la Unión, está
en condiciones de cobrarle ya 14 millones de pesos a Edesur, 7 millones
a Edelap y 43 millones a Edenor. Pero no lo hace.
La
Comisión Nacional de Comunicaciones (CNC), que se ocupa de verificar
el funcionamiento de las empresas de telefonía, está intervenida
desde hace casi tres años y, el 30 de diciembre último,
el Gobierno extendió la intervención hasta fines de 2005
y ratificó la designación del interventor Ceferino Namuncurá,
que ejerce en forma unipersonal todas las funciones del directorio del
organismo.
En
la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT),
que se ocupa del control de los camiones, ómnibus y colectivos,
ocurre algo similar. Tiene como interventor a Pedro Ochoa, que también
concentra todas las funciones. Y el Orsna, organismo que regula los aeropuertos,
quedó en manos del brigadier Horacio Orefice, que igualmente llegó
sin concurso.
Los
demás organismos, la Administración General de Puertos y
los organismos de control del agua y los concesionarios viales, Occovi,
no están mucho mejor, aunque este último es el único
que cobra las multas a las empresas porque quedó excluido de la
Resolución 308 del ministro Roberto Lavagna.
A
mediados del año último, el Gobierno envió al Congreso
un proyecto de ley para dictar un nuevo marco regulatorio para los servicios
públicos, que preveía la revalorización de los organismos
de control. Pero la puja con las privatizadas y el FMI hizo que luego
perdiera interés en la aprobación de esa iniciativa.
"El
Gobierno quiere ejercer el poder sin compartirlo y sin controles. Ninguno
de estos personajes sabe nada sobre la materia que debe controlar ni sobre
controles en general -opina Bersten-. Desde la Presidencia trataron de
poner a personas de confianza, sin ninguna experiencia, para tener controlada
el área y no sufrir contratiempos."
Por
Laura Zommer
La Nacion, Domingo 9 de enero de 2005 |