Cuando
Kirchner no puede editar la realidad
Por Jorge Fernández Díaz
Todas las mañanas, alrededor de las 8, el Presidente y su jefe
de Gabinete se sientan a leer juntos los diarios nacionales y extranjeros.
Es un ritual inquietante que suele durar una hora y que está lleno
de comentarios feroces, párrafos recitados en voz alta, intercambio
de elucubraciones, rabietas íntimas y nerviosas llamadas telefónicas
para pedir a un funcionario una explicación o para darle a un ministro
una reprimenda. Néstor Kirchner es temible cuando la realidad publicada
lo contradice. Tiene una habilidad extraordinaria para detectar las fuentes
anónimas echándole un solo vistazo a una nota y posee una
extraña paranoia que convierte la casualidad, el error o el simple
ejercicio de la verdad informativa en fantasiosas conspiraciones.
Luego,
durante el día, exigirá ser informado cada hora de lo que
se escribe en las agencias noticiosas y lo que se dice en la radio y en
la televisión. Trabaja con el televisor encendido y pide estrategias
para instalar tal o cual tema, o para bajarles línea a los periodistas,
y exige que sus colaboradores llamen a los columnistas radiales o televisivos
y les recriminen personalmente algún comentario o la puesta en
el aire de determinada nota. Son llamadas persuasivas. El gobierno nacional
es uno de los más importantes anunciantes de la Argentina y aplica
premios y castigos con la publicidad oficial. La política mediática
es la más eficiente política de Estado de la administración
Kirchner.
El
jefe de ese Estado decidió, desde su debilidad inicial, ser "el
Presidente de la opinión pública". Y lo logró.
Muchos periodistas fueron su polea de transmisión y Kirchner nadó
con olímpica pericia en la realidad virtual de los medios. Fue
una táctica exitosa, y le permitió conectar directamente
con "la gente", acumular poder y estar siempre en la cresta
de la ola.
Hay,
sin embargo, una cierta neurosis en quienes caen en el vicio de la edición
constante. Los viejos editores de revistas empezaban editando fotos, seguían
editando declaraciones, pasaban en algún momento a editar las vidas
verdaderas de los grandes personajes y terminaban editando sus propias
vidas. Partían de un concepto que hoy está de moda en los
manuales de marketing político: hay que "producir" la
realidad. Producir significa escenificar y embellecer, y los políticos
lo hacen ahora con todos los acontecimientos y prácticamente en
tiempo real.
El
problema es que esa operación produce omnipotencia: todo parece
posible desde el laboratorio mediático donde se planifica lo que
sucederá, cómo se actuará y qué discurso se
desparramará sobre el público.
La
cadena de secuestros extorsivos con asesinatos y mutilaciones que sacudió
a la Argentina el año último y la muerte por asfixia de
191 jóvenes en la disco República Cromagnon, que sucedió
estos días, tomó sin embargo por sorpresa a los laboratoristas
del marketing político. Ocurre que el horror de la realidad se
rebela muchas veces contra las planificaciones de salón. La "Operación
Navidad", que el Gobierno había pergeñado para producir
un shock de consumo y una cálida sensación veraniega de
prosperidad económica, fue barrida por el dolor, el fuego y la
indignación.
Tranquilo
porque tenía editado el fin de año, el Presidente quiso
hacer la plancha hasta el canje de la deuda y tuvo entonces un raro eclipse
mediático. No percibió la magnitud del impacto que la tragedia
tenía en la opinión pública y renunció a bajar
al campo de batalla, a arremangarse y a participar personalmente en un
operativo que requería de la presencia –acostumbrada–
del número uno. Hay múltiples ejemplos mundiales sobre cómo
los estadistas abandonan todo para ponerse al mando en una emergencia
nacional, y también del castigo público que debieron soportar
otros presidentes por sus inexcusables ausencias.
Es
sintomático que Kirchner haya aducido, una semana después,
que no había retornado a la escena del dolor para no caer en "shows
mediáticos" ni en "exhibicionismos". La sola mención
de esos argumentos demuestra la enorme preocupación que tiene Kirchner
por la imagen. No era momento para pensar en la imagen, sino para ejercer
públicamente el liderazgo político y espiritual frente a
una catástrofe nacional inédita. Así se lo hicieron
notar algunos de los diarios más prestigiosos del mundo, las principales
cadenas internacionales de televisión y también los deudos
y la gente común, que el Presidente dice siempre representar con
sus gestos. Lyndon B. Johnson decía: "La tarea más
difícil de un presidente no es hacer lo que está bien, sino
saber lo que está bien".
Nunca
Kirchner fue tan inocente de algo como de la tragedia de República
Cromagnon. Culpar a un Presidente por un mal peritaje del cuerpo de Bomberos,
que depende de la Policía Federal y, por lo tanto, del Poder Ejecutivo,
es injusto y sólo explicable por el dolor irracional pero entendible
de los familiares de las víctimas o por la mala fe de sus enemigos
políticos, que lógicamente los tiene y muchas veces son
lamentables.
El
Presidente no tiene ninguna responsabilidad política ni operativa
en este horroroso drama humano. Y, sin embargo, un increíble error
político provocó una bola de nieve y lo colocó inesperadamente
en la galería de los cuestionados. Los carteles y graffiti eran
elocuentes: "Kirchner, ¿dónde estás?",
"Más que un pingüino, éste es un avestruz".
El
gobierno kirchnerista suele ser muy eficaz dentro de su propia agenda
y muy torpe fuera de ella. Para decirlo en términos futboleros,
parece esos equipos que encaran pero no recuperan: si tienen la pelota
pueden ganar sobradamente, pero si la pierden suelen recibir una goleada.
A veces Kirchner es un arquero que ataja penales imposibles, y en ocasiones
se le cuelan por entre los pies pelotas muy sencillas. Es que de vez en
cuando la política resulta, como decía Groucho Marx, "el
arte de buscar problemas, encontrarlos en cualquier parte, diagnosticarlos
incorrectamente y aplicar el remedio equivocado".
La
respuesta a ese error político, lo primero que tuvo para decir
públicamente Kirchner al retomar el mando, fue sorprendente e iracunda:
culpó a los periodistas de tener "una actitud criminal"
por haber registrado su ausencia. Utilizó, en ese discurso, palabras
bélicas como "extorsión", "miedo", "odio"
y "batalla". Dijo que hay diarios que quieren "destruir
lo que estamos construyendo" y se permitió darles permiso
a los periodistas para que "escriban lo que quieran". Kirchner
es incuestionablemente un hombre democrático, pero ese día
se pareció mucho a Hugo Chávez.
Suenan
un tanto extrañas esas torpezas infantiles en alguien que puede
exhibir logros notables. Se trata, para ponerlo en contexto, del mismo
Presidente que consiguió dos años de crecimiento consecutivo
casi al 9 por ciento, lo cual se considera una suerte de milagro económico;
un superávit fiscal récord en cincuenta años, un
drástico freno a la fuga de divisas, la duplicación de las
reservas del Banco Central, una baja pequeña pero significativa
del desempleo, una incuestionable reconstrucción de la autoridad
presidencial, cierta reconciliación de la sociedad con la política
y la oxigenación de la Corte Suprema de Justicia.
Alguien
que obtuvo, por mérito propio, tantos titulares en los diarios
argentinos no debería tener tantos problemas en aceptar que ellos
le señalen los errores que comete. Reconocer los errores también
figura en los manuales de marketing político.
La Nacion, 9 de enero de 2005 |