LA
CARRERA NUCLEAR EN ASIA: PROTESTAS EN JAPON POR LOS ENSAYOS DE INDIA Y
PAKISTAN Clarín
estuvo en la ciudad arrasada por la primera bomba atómica en 1945
Por OSCAR RAUL CARDOSO. Enviado especial en Hiroshima En un espléndido domingo de primavera, Miyoko Watanabe, una pequeña mujer de 68 años que parece tener la sonrisa tallada en el rostro, golpeó las manos un par de veces y dio algunas órdenes con voz tersa al grupo de niños y adultos que la acompañaban para que desplegaran pancartas de tela. Así comenzó ayer su protesta contra los ensayos nucleares en la India y Pakistán. Frente a cámaras fotográficas y de televisión leyó un texto condenando los ensayos e invitó a los primeros ministros de esos países a venir hasta Hiroshima, esta ciudad japonesa que, para Watanabe, es uno, apenas, de dos únicos sitios en el mundo, el otro es Nagasaki, que permiten comprender la dimensión del mal que encierra la energía atómica. Los que ordenan las explosiones -dijo- sólo saben de la bomba por imágenes y palabras, jamás la sintieron en sus cuerpos, y si la gente baila y canta en la India y Pakistán es porque están siendo engañados por sus dirigentes como nosotros (los japoneses) fuimos engañados por los nuestros hace más de 50 años, agregó la oradora, en clara alusión a la clase militar que entonces empujó al país hasta el lado de la derrota de la Segunda Guerra Mundial. Nadie discutió la premisa. Periodistas y unos pocos curiosos reunidos en el parque de cerezos del Memorial de la Paz grabaron, filmaron o escucharon respetuosamente la breve pieza de Watanabe y aguardaron a que agradeciera a sus compañeros con pronunciadas inclinaciones de reverencia, antes de hacerle preguntas o expresarle su aprobación. Hasta las protestas están aquí impregnadas por la veta ceremoniosa de la cultura japonesa.Watanabe, portavoz de la Asociación de Cintas de la Paz de Hiroshima, tiene una dolorosa y cada vez menos común autoridad para promover su causa; el 6 de agosto de 1945 se convirtió en uno de los pocos habitantes de esta ciudad, fundada en el siglo XVI, que atravesó la primera explosión de un artefacto bélico atómico y sobrevivió para contar el horror y para bregar para que no se repita.No lo hizo sin costo.
Su padre, un trabajador de cuadrilla de demolición, resultó calcinado en los primeros segundos posteriores a la explosión, y su hermano desarrolló leucemia poco tiempo después, sumándose a las 140.000 víctimas que la bomba y la radiación dejaron tras de sí durante el primer año. Desde que se repitió en la India y en Pakistán, tengo tanta ira que no puedo dormir; más que las explosiones, no puedo entender la celebración de la gente en esos lugares, insistió Watanabe ante Clarín después del acto. De su padre no recuperó más que un reloj de bolsillo, cuyas agujas se detuvieron, como las de tantos otros, a las 8.15 de la mañana, hora en que la bomba explotó a 600 metros de altura sobre la ciudad. La hija donó luego la pieza al Museo de la Paz que, ubicado en el mismo predio del acto de ayer, intenta conservar memoria y enseñanza de aquella tragedia. La estimación más aceptada es que no menos de 200.000 muertes fueron consecuencia del muchachito (little boy), como los norteamericanos bautizaron esa bomba antes de descargarla sobre Hiroshima, o pika-don (la palabra rayo y la onomatopeya del terrible sonido de su explosión), gráfica denominación que le otorgaron los sobrevivientes, quienes no supieron ni qué era lo que los había golpeado sino hasta varios años después. La diferencia de contenido de uno y otro nombre no deja duda sobre quiénes fueron victimarios y quiénes víctimas. El mundo tuvo más suerte que los pobladores de esta ciudad y quizá fue así porque éstos no la tuvieron. Tres
días después de la destrucción de Hiroshima, un segundo
artefacto nuclear cayó sobre la ciudad de Nagasaki que, aunque
más poderoso que el primero, causó menos daño por
las características de urbanización de esa ciudad. Desde entonces ningún otro artefacto nuclear ha sido empleado con fines bélicos, aunque varias veces durante la Guerra Fría y aun después la posibilidad se insinuó, deliberadamente o por error. Ese nuevo poder había transformado a la guerra en un lujo que sólo las naciones pequeñas pueden darse, como sintetizó con lucidez poco después Hannah Arendt. La bomba era entonces patrimonio exclusivo de los grandes. Se podría decir que la India y Pakistán son ahora dos de los nuevos grandes. ¿Pero, cuál es el criterio de grandeza para una nación? ¿Lo es la potencia demográfica, su extensión territorial y sus arsenales nucleares y misilísticos, aunque contrasten con la miseria y la inestabilidad política sistemática? O son aquellos indicadores engañosos, como aseguran Watanabe y otros muchos que en Hiroshima, en Nagasaki, en Tokio y otras ciudades protestaron, apelando para ello al grito de la memoria colectiva más dolorosa que guarda este país. Clarin, 1 de junio de 1998 |
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