LA
DANZA CONTEMPORANEA JAPONESA SUMA ADEPTOS EN BUENOS AIRES La visita de Kazuo Ohno, en el 86, provocó una verdadera conmoción. Ahora, la bailarina argentina Rhea Volij organiza un ciclo y es a la vez creadora de algunas de las piezas que se presentan hasta julio. En una pequeña sala teatral ubicada en los altos de un bar de Palermo Viejo comenzó en estos días un ciclo de danza butoh. La bailarina argentina Rhea Volij organiza la programación y es a la vez creadora e intérprete de algunas de las piezas que se presentarán a lo largo de los meses de junio y julio. Isabel Pinczinger, Nube Alix, Lamberto Arévalo, Alejandro Drube, son bailarines y músicos que participan también en distintas funciones. La idea de programar butoh en Buenos Aires contiene un elemento de audacia. Esta corriente de la danza contemporánea japonesa es poco conocida en Buenos Aires y los principios de los que surge son de una complejidad tal que impone, o debería imponer, la exclusión de cualquier acercamiento superficial. Por otra parte las formas en que se materializa son de una gran diversidad. El butoh carece de un vocabulario establecido, tal como podría comprobarlo alguien que haya visto a Kazuo Ohno — cuyo espectáculo en el Teatro San Martín en el año 86 provocó una verdadera conmoción—, a Eiko y Koma, Akira Kasai, Kim Itoh, los pocos artistas butoh que pasaron fugazmente por Buenos Aires en los últimos quince años. Sin embargo, hay en el butoh ciertos elementos que pueden distinguirse sin demasiada dificultad: algo así como una presencia del bailarín más intensamente perceptible que la mera presencia física, un uso muy peculiar del tiempo escénico y del tiempo de la obra y un concepto extremo de la idea de interpretación.
Algo de todo esto puede verse en las más que interesantes piezas que Rhea Volij mostró el viernes en el bar Océano (Jorge L. Borges 1985). Flor de arena y Bolero inmóvil revelan el modo riguroso en que la bailarina abordó sus propios materiales. La idea de un cuerpo quebrado para la primera obra y de los despojos del amor para la segunda, son datos que aparecen después. La manera en que cobran forma desecha el concepto de inteligibilidad confiando en la verdad del lenguaje del butoh. El nacimiento del butoh —es preciso hacer un poco de historia— puede señalarse con exactitud: Tokio, 1959. El bailarín Tatsumi Hijikata presentó una pieza de apenas cinco minutos basada en un libro de Yukio Mishima. "El butoh es un cadáver que trata desesperadamente de mantenerse en pie", dijo más tarde Hijikata. La idea puede comprenderse: el butoh —como explica la investigadora brasileña Christine Greiner— nació en la posguerra, específicamente después de los horrores de Hiroshima y Nagasaki. El cuerpo japonés, que había conocido las tradiciones medievales del noh y el kabuki y que más tarde, cuando Japón abrió las puertas a Occidente, aprendió las técnicas del ballet clásico y de la danza moderna europea, era ahora un cuerpo destruido. La propuesta de Hijikata era dejar de lado las piezas de ese rompecabezas y comenzar todo de nuevo, a partir del sufrimiento profundo y del descubrimiento de la muerte. Por Laura Falcoff, Clarin, 11.06.2000 |
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