Un símbolo del horror como pieza de museo El tenebroso avión B-29, que el 6 de agosto de 1945 arrojó la primera bomba atómica sobre Hiroshima, Japón, es desde ayer una pieza de museo. Bautizada por su comandante, el coronel Paul Tibbetts, como Enola Gay en tributo a su madre, la aeronave podrá verse a partir de diciembre, cuando abra sus puertas una nueva sede del Museo Smithsoniano, en Washington. "Little Boy", la primera bomba atómica, calcinó en cuestión de segundos a 200.000 seres humanos, cifra que aumentó significativamente en los días sucesivos. Tras salir de servicio, el avión permaneció durante años al aire libre y finalmente fue desmantelado en 1960. En 1984, el Instituto Smithsoniano inició una ardua tarea de reconstrucción, para la cual hubo que fabricar los instrumentos y piezas que faltaban, pues poco aportaron los manuales de su época. El avión fue ubicado en un hangar del Museo aeroespacial de Washington, próximo al aeropuerto de Dulles, Virginia. Pese a que no trascendió el monto de la restauración efectuada por el Instituto del que forman parte los museos federales de Estados Unidos, se supo que es la obra más comprometida que ha encarado la institución. Era una bella mañana de verano en Hiroshima cuando, a las 8.15 de aquel 6 de agosto fatídico para la humanidad, el Enola Gay se tiró en picada, abrió sus compuertas y "Little Boy" estalló 43 segundos después. Las crónicas de la época cuentan que el copiloto Robert Lewis, al ver los estragos inmediatos, dijo: "¡Dios mío!, ¿qué hemos hecho?"
Algo de todo esto puede verse en las más que interesantes piezas que Rhea Volij mostró el viernes en el bar Océano (Jorge L. Borges 1985). Flor de arena y Bolero inmóvil revelan el modo riguroso en que la bailarina abordó sus propios materiales. La idea de un cuerpo quebrado para la primera obra y de los despojos del amor para la segunda, son datos que aparecen después. La manera en que cobran forma desecha el concepto de inteligibilidad confiando en la verdad del lenguaje del butoh. El nacimiento del butoh —es preciso hacer un poco de historia— puede señalarse con exactitud: Tokio, 1959. El bailarín Tatsumi Hijikata presentó una pieza de apenas cinco minutos basada en un libro de Yukio Mishima. "El butoh es un cadáver que trata desesperadamente de mantenerse en pie", dijo más tarde Hijikata. La idea puede comprenderse: el butoh —como explica la investigadora brasileña Christine Greiner— nació en la posguerra, específicamente después de los horrores de Hiroshima y Nagasaki. El cuerpo japonés, que había conocido las tradiciones medievales del noh y el kabuki y que más tarde, cuando Japón abrió las puertas a Occidente, aprendió las técnicas del ballet clásico y de la danza moderna europea, era ahora un cuerpo destruido. La propuesta de Hijikata era dejar de lado las piezas de ese rompecabezas y comenzar todo de nuevo, a partir del sufrimiento profundo y del descubrimiento de la muerte. Por Laura Falcoff, Clarin, 11.06.2000 |
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