Un
Premio Nobel Fermi creó el primer reactor en el que se hizo un experimento de reacción controlada de la fisión en cadena del uranio, un aparato gigantesco construido en la Universidad de Chicago, donde era profesor el gran físico italiano. Era la primera vez en la historia que se lograba controlar la fisión y el éxito de Enrico Fermi dio un notable impulso al Proyecto Manhattan. Oppenheimer conocía un lugar apartado, desértico, que le gustaba para crear la ciudad secreta de la bomba atómica. Estaba cerca de Santa Fe, Nuevo México. Allí había un colegio de pupilos en una meseta, bautizada de inmediato La Colina por los científicos. Groves puso a trabajar al cuerpo de ingenieros militares y en pocos meses, a principios de 1943, comenzaron a llegar los científicos y sus colaboradores a los laboratorios de Los Alamos. La Universidad de Harvard donó un reactor experimental construido en el extremo sur de la meseta a 2.200 metros de altura donde estaba Trinity, como era llamada en código la ciudad secreta que llegó a tener cuatro mil habitantes.
Los Alamos es un nombre admirado y maldecido, porque es el principal escenario en el que fue creada la bomba atómica. Sigue siendo un centro importante de las investigaciones nucleares de EE.UU. Fue impresionante la velocidad con que se quemaron las etapas del Proyecto Manhattan, que costó la fantástica cifra para la época de dos mil millones de dólares. En tres lugares secretos en otros tantos Estados norteamericanos fueron creadas ciudades plenas de gente, fábricas y laboratorios para producir el uranio 235 y el plutonio –unos pocos kilos–, imprescindibles para hacer estallar la bomba de fisión nuclear. Los militares y los servicios secretos lograron ocultar a la opinión pública y, sobre todo, a los enemigos militares los avances que, en medio de enormes dificultades y fracasos, lograron que decenas de físicos teóricos, químicos y matemáticos, junto con ingenieros, técnicos y obreros, descubrieran cómo hacer la bomba atómica. Los controles de seguridad eran muy estrictos y el 90% de los que allí trabajaban no sabían cuál era el objetivo de tantas investigaciones, tantos gastos y tantas máquinas e instalaciones exóticas que se construían. Finalmente, todo estuvo listo en julio de 1945. Hitler se había suicidado y Alemania se había rendido a principios de mayo. Leo Szilard y otros científicos quedaron horrorizados cuando supieron que la bomba iba a ser destinada a los japoneses porque era necesario acortar la guerra para evitar que medio millón de soldados estadounidenses murieran durante la ocupación del territorio japonés. Pero la campaña para evitar la sentencia de muerte a Japón no tuvo éxito, aunque el principal militar norteamericano, el general Dwight Eisenhower, comandante supremo en Europa, se pronunció contra las inminentes masacres de Hiroshima y Nagasaki. Clarin, 17 de julio de 2005 |
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