Cuando
lo sólido se desvanece en el aire En Japón conviven el pasado misterioso de las sombras y el presente efímero de las luces y los brillos, pero es en las ciudades más importantes como Tokio, Osaka, Hiroshima, Nagasaki y Kyoto, por ejemplo, donde se experimenta con mayor fuerza la fusión entre Oriente y Occidente, entre un pasado místico y religioso y un presente espontáneo, efímero y audaz. La arquitectura tradicional japonesa es la expresión de un pensamiento de inmensa sutileza y sensibilidad. Sus templos, castillos, pagodas, casas de té y viviendas son construcciones de madera maciza con encastres sin clavos ni adhesivos, que han perdurado durante cientos de años pese a las guerras y los sismos. El uso de la piedra y la madera otorgan la sensación de solidez, seguridad (reflejan con la idea del peso el valor de la institución como base social), y están usados al natural para que el tiempo deje su huella, justamente porque el peso de los años también es una cualidad asociada con la sabiduría y la memoria.
Los vínculos entre lo que se ve y lo que se percibe crean sorpresas en la sociedad actual, en la que la comunicación juega un papel muy importante. Detrás de las sombras se destacan los brillos que dialogan con un desorden armónico: el templo y el celular, los parques y las luces de neón, el quimono y el tren bala. Dentro del escenario urbano se conjuga la más sofisticada vanguardia de metales y vidrios que, en la constante repetición de transparencias y en la velocidad, con una imponente frialdad aseguran una estética rigurosa de trabajo, consumo y jovialidad. La ciudad es un complejo tejido laberíntico de signos trazados en una realidad subjetiva y de efectos sensoriales, sobre un soporte que puede recorrerse no como realidad objetiva, sino como representación digital cargada de significados temporales. En las calles, la exageración de carteles y la repetición constante de luces, anuncios y gigantes objetos computadorizados aparecen como autómatas o arquitecturas extravagantes, todo sirve para llamar la atención de la gente para que se acerque y, con un poco de suerte, que se quede en el lugar. Constanza Grünhaut La Nacion, Miércoles 30 de Marzo de 2005 |
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