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Hiroshima
Una
memoria de consuelo, sombras y piedra
"No
has visto nada en Hiroshima", sentencia el arquitecto japonés.
Aunque su amante francesa diga lo contrario, y enumere las pruebas
de que realmente vio.
Ella
visitó cuatro veces el Museo de la Paz, erigido en las proximidades
de lo que fue el epicentro de la bomba. Recorrió, uno por
uno, los pasillos de esa institución.
Contempló las fotos de los cuerpos carbonizados, los jirones
de ropa, los anteojos calcinados, los restos de metal quemado.
Sin embargo, él insiste: "No has visto nada en Hiroshima".
La
película, claro, es "Hiroshima mon amour".
El director francés Alain Resnais la realizó en 1959,
con impecable guión de Marguerite Duras.
Tres años antes había filmado "Noche y niebla",
un crudísimo documental sobre los campos de exterminio nazis.
Con ambos films, el realizador había logrado abordar los
dos grandes traumas del siglo XX. |
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"140.000
muertos ese mismo día; 180.000 al cabo de unos años.
Apuntar que, dos días después, fue el turno de Nagasaki.
Allí murieron 70.000 personas inicialmente, 140.000 luego
de un tiempo..."
Monjes
budistas ruegan en Hiroshima durante el 60º aniversario de
la tragedia (imagen de Reuters) |
Posiblemente,
los dos hechos por los cuales la humanidad perdió la inocencia,
de una vez y para siempre. En parte documental y en parte ficción,
"Hiroshima..." le permitió a Resnais destacar la
fragilidad de los destinos individuales frente a las catástrofes
históricas.
También, realizar uno de los más bellos testimonios
fílmicos sobre el doloroso ejercicio de la memoria. Y poner
sobre el tapete una cuestión crucial, que merece ser traída
al presente: ¿qué sería, hoy, a sesenta años
de la explosión de la primera bomba atómica, ver Hiroshima?
Quizás, recordar el momento exacto de la detonación:
las 8.15 del 6 de agosto de 1945.
O
volver a consultar las cifras de las víctimas: 140.000 muertos
ese mismo día; 180.000 al cabo de unos años. Apuntar
que, dos días después, fue el turno de Nagasaki. Allí
murieron 70.000 personas inicialmente, 140.000 luego de un tiempo.
En
agosto de 1955 el gobierno japonés construyó el Museo
de la Paz de Hiroshima. Kenzo Tange fue el arquitecto responsable
de esta estructura organizada en dos áreas: el edificio Este,
destinado a contar la historia de la ciudad antes y después
de la catástrofe; el edificio Oeste, que exhibe las pertenencias
de las víctimas, fotografías y otros documentos.
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"Se
calcula que un millón de personas visita el Parque de la
Memoria cada año. Allí se enteran de que los cuerpos
de aquellos que estaban en el epicentro de la explosión quedaron
en tal estado de deterioro que fue imposible identificarlos..." |
Próximo
a este edificio, se encuentra el Parque de la Memoria, que cubre
cerca de 122.100 metros cuadrados. Esa zona fue el lugar donde cayó
la bomba. "Se estima que en ese momento unas 6500 personas
vivían en el distrito --indica la página web del museo--.
A
demás, cientos de voluntarios y estudiantes se habían
movilizado a esa área para realizar tareas colectivas. Todas
esas vidas y el distrito desaparecieron instantáneamente".
Se
calcula que un millón de personas visita ese memorial cada
año. Allí se enteran de que los cuerpos de aquellos
que estaban en el epicentro de la explosión quedaron en
tal estado de deterioro que fue imposible identificarlos.
Leen
los escalofriantes relatos: "La onda de calor llegó
hasta tres mil grados centígrados. La detonación
creó una bola de fuego que brillaba como un pequeño
sol y alcanzó un diámetro de 280 metros en un segundo.
El calor y la radiación se expandieron en todas las direcciones,
destruyendo y quemando todo". Observan los restos carbonizados
de prendas, relojes y otras pequeñas pertenencias que portaban
las víctimas. Se informan sobre los efectos devastadores
de la radiación.
Y, sin embargo, probablemente no vean Hiroshima. Porque es difícil
verla si se piensa esa tragedia como algo estrictamente ajeno,
que sólo les pasó 60 años atrás a
las personas que vivían en esa ciudad.
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"En
Hiroshima se cometió un mal en nombre de un bien al que
seguimos aspirando: la paz y la democracia. Sólo es, nos
dicen, el medio, tal vez lamentable pero inevitable, puesto al
servicio de un fin que sigue siendo noble".
Tzvetan Todorov, lingüista y filósofo francés
de origen búlgaro
Homenaje
a las victimas de Hiroshima (agosto 6 de 2005)
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Además
de biólogo, Eduardo Wolovelsky es un apasionado --y crítico--
estudioso de las relaciones entre ciencia, tecnología y
sociedad. Integra el proyecto Nautilus del Centro Cultural Ricardo
Rojas, donde se dedica a la comunicación y reflexión
sobre la ciencia. Para él, Hiroshima constituye --junto
con Auschwitz-- un hecho clave para entender "el fin de las
esperanzas del siglo XX y de la Ilustración, aquella ilusión
de un mundo progresivamente más justo, creado sobre los
cimientos del conocimiento científico-técnico".
Entre otras cosas, Wolovelsky descree de los museos como espacios
eficaces para promover la memoria. "Considero que los museos
o las referencias escolares a este tipo de hechos son necesarios,
pero no suficientes --indica--. El problema es que no logran darle
relevancia en el presente. No habría que discutir Hiroshima
sólo el 6 de agosto, porque varios de los factores que
lo hicieron posible siguen teniendo vigencia hoy".
En
esta línea de pensamiento se ubica también el lingüista
y filósofo francés de origen búlgaro Tzvetan
Todorov. En el libro Memoria del mal, tentación del bien
analiza diversos momentos en los que, durante el siglo XX, se
llevaron a cabo hechos atroces en nombre del "bien de la
humanidad". Dice este estudioso: "En Hiroshima se cometió
un mal en nombre de un bien al que seguimos aspirando: la paz
y la democracia. Sólo es, nos dicen, el medio, tal vez
lamentable pero inevitable, puesto al servicio de un fin que sigue
siendo noble".
Por
otro lado, este autor sostiene que lo que se buscaba en aquellos
aciagos días de 1945 no era únicamente la finalización
de la guerra sino la puesta a punto de un "artefacto"
que, aunque ya no era estrictamente necesario (se sabía
que Alemania ya no estaba desarrollando una bomba similar y que
la derrota de Japón era inminente), seguía siendo
técnicamente seductor. Para Todorov, el ejercicio de este
tipo de pensamiento, que olvida coordinar medios y fines es la
gran amenaza que oscurece nuestro presente.
En
sintonía, Wolovelsky afirma: "El problema de la razón
instrumental actual es que lo tecnológico se convierte
en un fin en sí mismo; habría que preguntarse más
seguido por el sentido o posible aplicación de ciertos
desarrollos científicos y técnicos. Antes de arrojar
la bomba atómica sobre la población civil de Hiroshima,
se barajó la posibilidad de hacer una demostración
frente a las autoridades de Japón. Pero la idea fue rechazada.
Y no por los militares, sino por los físicos que participaban
en el proyecto".
Frente
a la crueldad de ciertos sucesos, cobra sentido la frase que Emmanuelle
Riva, la actriz de "Hiroshima mon amour" le susurra
a Eiji Okada, su colega japonés: "He deseado una memoria
de consuelo, de sombras y de piedra". Más de cuatro
décadas después, bien podría responderle
otra mujer, la escritora Susan Sontag, que, siempre lúcida,
en su libro Ante el dolor de los demás escribió:
"Quizá se le atribuye demasiado valor a la memoria
y no el suficiente a la reflexión."
Por
Diana Fernández Irusta, La Nacion, Domingo 31 de julio
de 2005
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