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Opinión
La
muerte de la política
Por Horacio Rosatti
La
Segunda Guerra Mundial comenzó enfrentando a países
europeos, emparentados culturalmente, que rivalizaban por el predominio
en el continente; terminó enfrentando hasta el exterminio
a países de todos los continentes con improntas culturales
heterogéneas.
El
choque entre Estados Unidos y Japón es paradigmático;
librado en un escenario alejado del teatro originario de las operaciones
(una escenografía descentralizada con respecto de París,
Londres o Munich) se convirtió en otra guerra dentro de la
guerra. Finalmente, la suerte de la guerra central iniciada en los
países europeos y por ellos se definiría en islas
remotas entre países no europeos.
En
los momentos decisivos, Estados Unidos apostó a la destrucción
anónima y masiva que proviene de la bomba nuclear (arrojarla
sobre el enemigo supone "matar sin morir"); Japón
apeló a la inmolación personalista de los kamikazes
(arrojarse sobre el enemigo supone "morir para matar").
La
bomba nuclear dominó la estrategia bélica de la segunda
mitad del siglo XX (guerra caliente si se la utiliza; guerra fría
si, teniéndola, no se la utiliza); pero -contra todos los
pronósticos- su victoria sobre el kamikaze no fue definitiva.
El kamikaze está dominando la estrategia bélica de
los primeros años del siglo XXI. |
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En
agosto de 1955 el gobierno japonés construyó el Museo
de la Paz de Hiroshima. Kenzo Tange fue el arquitecto responsable
de esta estructura organizada en dos áreas: el edificio Este,
destinado a contar la historia de la ciudad antes y después
de la catástrofe; el edificio Oeste, que exhibe las pertenencias
de las víctimas, fotografías y otros documentos.
Actos
durante el 60º homenaje a las victimas de Hiroshima (AP) |
Horas
antes de subir al bombardero B-29 desde el cual se arrojó
la bomba atómica sobre Hiroshima, su comandante, el oficial
norteamericano Paul Tibbets, pintó sobre la trompa del avión
de la muerte el nombre de la mujer que le dio la vida: "Enola
Gay".
Una
falla mecánica primero y la abrupta finalización de
la guerra luego salvó a Riokichi Kataoka de morir en combate,
estrellado contra un barco norteamericano, como hubiera sido su
deseo. El encarna un extraño caso, una contradicción
humana: es un kamikaze vivo.
Al
regresar de su frustrada misión, aquella que debió
interrumpir por un desperfecto en su avión, confesó
a uno de sus superiores, Fuyu Hayashi, que al partir no pudo despedirse
del emperador -como marca la tradición- porque sólo
tuvo en mente la imagen de su madre.
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Próximo
al Museo de la Paz de Hiroshima se encuentra el Parque de la Memoria,
que cubre cerca de 122.100 metros cuadrados. Esa zona fue el lugar
donde cayó la bomba. "Se estima que en ese momento
unas 6500 personas vivían en el distrito -indica la página
web del museo-. Además, cientos de voluntarios y estudiantes
se habían movilizado a esa área para realizar tareas
colectivas. Todas esas vidas y el distrito desaparecieron instantáneamente".
Una
imagen escalofriante del horror: la vida cotidiana, el movimiento,
el color, el tiempo... el instante en que todo desaparece
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La
figura de la madre
Han pasado sesenta años desde que Tibbets y Kataoka volaron
el cielo de agosto sobre el Pacífico deseando, aun sin
conocerse, la muerte del otro, con lo que demostraron que en toda
guerra los combatientes se alejan en un sentido existencial (la
vida se suprime casi sin pensar y el anonimato alimenta la crueldad)
y -a la vez- se acercan en un sentido ontológico.
Por
eso puede entenderse que Tibbets y Kataoka, siendo tan diferentes,
eligieran la figura de la madre como fuente de sentido en medio
de la sinrazón y la muerte. Hay que imaginar a las madres
de los combatientes deseando larga vida a sus hijos mientras la
bomba, curiosamente bautizada "Little Boy" (´Pequeño
Niño´), desciende sobre Hiroshima.
El
sargento George Caron, apostado en la cola del B-29, fue la primera
persona que vio elevarse la columna de fuego y humo de 14.000
metros sobre la ciudad impactada. El eco de sus palabras ("Dios
mío, ¿qué hemos hecho?") no fue escuchado.
Es
que la lógica de la guerra, de toda guerra, es siempre
-más tarde o más temprano y más allá
de la intención inicial de los contrincantes- el exterminio.
La guerra no es -como sostuvo Von Clausewitz- "la continuación
de la política por otros medios", sino la muerte de
la política.
El
autor es ex ministro de Justicia de la Argentina.
Por
Horacio Rosatti, La Nacion, Sábado 6 de agosto de 2005
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