Las fotos de Hiroshima
Hace
60 años, exactamente el 6 de agosto de 1945, Yoshito Matsushige
estaba desayunando cuando la explosión, radiante, de inédita
intensidad, “como si el mismo Dios estuviera fotografiando
la tierra”, según sus propias palabras, irrumpió
en su hogar austero de Hiroshima, a tres kilómetros del sitio
mismo en el que cayó la bomba.
Matsushige,
que tenía entonces 32 años, era fotógrafo del
diario más importante de la ciudad; el Chugoku Shimbum. Apenas
cayó la bomba sintió como si miles de agujas se clavaran
en su cuerpo a la vez, según contó mas tarde. Milagrosamente
sólo sufrió heridas leves de algunos cristales que
se incrustaron en su piel.
Cegado
por las lágrimas y una luz “blanca como el magnesio”,
hizo dos cosas. Primero tomó a Sumie, su mujer que estaba
embarazada, apretó su brazo, la llevó consigo y la
dejó a salvo, fuera de los escombros de la casa. Volvió,
tomó su cámara de mano Mamiya, y caminó diez
horas por la ciudad.
Fue
el único que capturó las imágenes de ese horror
ese mismo día, desde el interior hirviente del hongo mismo.
Tenía dos rollos de 24 fotos.
El espanto y los vientos radiactivos, le permitieron disparar siete
veces. Volvió a su casa y confesó que le pedía
perdón a Dios, cada vez que pisaba un cadáver.
Todo estaba derrumbado, pero él quiso revelar los negativos.
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Lavó
las películas en uno de los siete ríos que surcan
Hiroshima para quitarles la radiactividad y los puso a secar en
las ramas de un árbol. Lo logró. De las siete fotos
que tomó sobrevivieron dos.
Pocas
semanas después, el ejército norteamericano confiscó
todas las fotografías publicadas de la bomba y sus efectos.
Pero todas ellas habían sido tomadas después de la
bomba, después del 6 de agosto. Las confiscaron a todas.
Pero
no a los negativos de Matsushige, captados durante los instantes
mismos en los que acontecía el horror.
Logro
que esas dos imágenes fueran conocidas. Las publicó
la Revista Life siete años después, y aparecieron
luego reimpresas en muchos libros y otros medios.
No
se ven cadáveres en ninguna de las dos tomas, aunque es seguro
que la mayoría de los que aparecen allí todavía
vivos, murieron después por los efectos de la bomba.
En una de las fotos que tomó se observa a un grupo de personas
sentadas a lo largo del puente Miyuki. Se adivina que tienen las
piernas flexionadas sobre sus pechos. |
Le
daban la espalda al fotógrafo. Miraban hacia el centro
de esa luz matadora. Habían perdido sus zapatos. En esos
momentos, las heridas de la radiactividad empezaban a agujerar
sus rostros. Simplemente estaban allí, mientras un tifón
de fuego avanzaba hacia los suburbios.
El fotógrafo recordaba siempre lo que pensó entonces:
pensó en lo que estarían pensando los retratados.
“A nosotros nos ha pasado esto, y ésta persona nos
toma fotos y no nos ayuda… No me detuve. Encogí mi
corazón y seguí”. En la otra fotografía
se ve a un policía y a algunas chicas con trajes escolares.
Están de pie.
De
pronto sí, se detuvo y no pudo sacar mas fotos, “todo
era demasiado atroz… Recuerdo el visor empapado por mis
lágrimas” El fotógrafo no estuvo presente
en la conmemoración que tuvo lugar en Hiroshima por los
60 años de la bomba. Murió hace pocos meses, a los
92 años.
Por
Miguel Wiñazki.
Mwinazki@clarin.com
Clarin,
9 de agosto de 2005
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