Okazaki,
nominado al Oscar el año pasado en la categoría de
mejor cortometraje, logra plasmar las opiniones de los dos bandos
y huye de críticas y análisis históricos.
"El
film no es un vehículo para exponer mi opinión. Me
limité a exponer las historias de las víctimas para
que el público saque sus propias conclusiones", aseguró
a la agencia de noticias DPA el director estadounidense de origen
japonés.
La
cinta, que recoge testimonios e imágenes inéditas
que provocan pavor a muchos espectadores, coincidirá con
el 62 aniversario de la primera masacre que puso fin a un conflicto
que ya duraba cinco años. En aquel entonces una guerra nuclear
era algo inconcebible.
Durante
la Segunda Guerra Mundial nadie se imaginó las secuelas que
dejarían las bombas atómicas lanzadas por Estados
Unidos sobre ambas ciudades niponas. Más de seis décadas
después y con una escalada de conflictos internacionales,
lo impensable vuelve a ser posible para Okazaki. "Antes del
11 de septiembre había conflictos políticos seguidos
por la guerra. Pero ahora la posibilidad de que Corea del Norte
e Irán usen armas nucleares plantea un panorama distinto.
En el pasado era un asunto del que se hablaba de forma teórica,
pero ahora se trata de un temor real", afirma Okazaki.
Por
eso a través de dramáticas imágenes e historias
nunca antes contadas de primera mano por los sobrevivientes, el
director crea conciencia sobre el problema. En su documental contrastan
las cicatrices descomunales que recorren el rostro y los brazos
de Shigeko Sasamori y su estremecedora historia de supervivencia,
con las declaraciones de Theodore "Dutch" Van Kirk, uno
de los pilotos del Enola Gay, el avión que transportó
la primera bomba, y que justifica su lanzamiento dadas las circunstancias
de la guerra.
Van
Kirk dice que nunca tuvo pesadillas y que "esa bomba ayudó
a salvar muchas vidas". Son declaraciones difíciles
de digerir después de la descripción detallada que
Okazaki hace del terreno destruido, de los 9.000 grados Fahrenheit
que se alcanzaron en la zona cero de Hiroshima y de los 140.000
que murieron en el acto al estallar la bomba atómica. "Hay
imágenes que son difíciles de ver. De hecho, cuando
estaba editando la película las dejé de lado porque
me imaginé que el público se saldría de la
sala de cine. La gente de HBO me empujó a no autocensurame",
señala el productor radicado en San Francisco.
También
resulta asombroso descubrir que los tripulantes del B29, cuyas entrañas
llevaban a "Little Boy" (la primera bomba atómica),
desconocían la repercusión que tendría. Algunos
relataron con cara de circunstancias el horror que acababan de protagonizar
por orden del presidente Harry S. Truman. " Al escucharlos
(a los pilotos) me di cuenta que por su propia salud mental no podían
cargar con el peso de la culpa de haber matado a tantas personas.
Ningún ser humano puede soportar eso", asegura Okazaki.
Al
director le sorprendió la ignorancia de los militares sobre
el número de víctimas y el efecto radiactivo y las
enfermedades posteriores. Sin embargo, le reconforta el hecho de
que al final todos manifestaron un fuerte rechazo sobre la guerra
y las armas nucleares. "Esto indica que, a pesar de proteger
su teoría sobre el lanzamiento de la bomba, han aprendido
algo", manifiesta. |