EL
TIEMPO PASA; LOS RECUERDOS QUEDAN.
AUTOR:
CARLOS ALBERTO JAQUE ALMENDRAS.
Tendría
yo aproximadamente seis años cuando llegué por primera vez a ese rincón
perdido entre los pocos árboles que lo rodeaban. Se apreciaba un lugar
extraordinariamente colorido y divertido a la vez, veía niños correr en
un costado de ese lugar, como una especie de patio, tras otros niños con
el fin de atraparse para ganar en un extraño juego, el cual yo lo
denominaría “Policías y Ladrones”. En fin, ese era, quizás, uno de
los momentos más importantes de mi vida, pues, por primera vez pisaría
suelo en el “Colegio”.
Como decía
anteriormente, yo llegué un día temprano en la mañana, de la mano de
mis padres. Tocaron el timbre y apareció una señora vestida de verde,
con una piocha blanca en su delantal y que en ese momento no pude leer,
pues simplemente no sabía. Ella me recibió muy cariñosamente, mientras
mis padres me abrazaban y me daban un beso de despedida. Cuando entré al
lugar, veía un par de salas ordenadas geométricamente, una al frente de
la otra. Veía también una par de niños que jugaban dentro de ese
recinto. Sin embargo, jugaban a otra cosa, en el que uno contaba (si es
que sabía contar) y los otros se escondían. Al principio sentí una
sensación de temor hacia esta nueva situación, pero poco a poco éste
temor se fue convirtiendo en un hormigueo en el estómago, por el hecho de
integrarme rápidamente a esos niños, hasta que uno de ellos, de los que
habían sido pillados, se acercó a mi y me preguntó felizmente -¿Quieres
jugar?-. No lo pensé ni un instante y velozmente me metí al juego. Al
poco rato, sentí un ruido, como el de una campana, que nos estaba
avisando que ya era hora para entrar a clases. Dentro de la sala, habían
múltiples objetos, como murales de animales, mesas, sillas y, por sobre
todo, juguetes. Las señoras con delantales verdes resultaron ser nuestras
“Tías” como así las llamábamos, las cuales nos enseñaban a hacer
dibujos, recortar, pegar figuras, pintar objetos con lápices de colores,
hasta incluso cantar, claro que a la primera vez resultaba un ruido agudísimo
las voces de todos nosotros. Luego de una agotadora mañana, llena de
juegos, música y manualidades, sonaba otra vez la campana que nos avisaba
que ya podíamos abandonar ese recinto para irnos a nuestras casas. Tomé
mi mochila y, de la mano de la “Tía”, salí. Al abrir la puerta me
encuentro con mis padres, quienes, después de haber trabajado en la mañana,
venían a buscarme. Creo que esa vez no dejé hablar a nadie de mi casa
sin que escucharan antes las espectaculares aventuras que transcurrieron
toda una mañana. Recuerdo también haberles dicho los nombres de todos
mis nuevos amigos, sin saber yo que en unos años más llegarían a formar
parte importante de mi vida. Ésta rutina de ir al colegio se repetía
todos los días por un año, excepto claro, por los fines de semana, los
cuales yo esperaba ansiosamente que terminaran, para que llegara el lunes
y así ir nuevamente a ese lugar tan entretenido que poseía niños,
juguetes y señoras con delantales verdes.
Luego
de ese divertido y próspero año, llegaron las vacaciones de verano. Esas
donde uno va con su familia a diferentes partes a pasarlo bien, como son,
las playas, los lagos, la cordillera, etc. pero con el mismo sentimiento
de antes, que pasen las vacaciones para volver a ver a los amigos con
quienes uno juega “policías y ladrones” o “escondidas”.
El
verano había terminado, y con ello las ansias de volver a estar con los
compañeros, de contarse sus aventuras estivales o, simplemente, jugar.
Sin embargo, hubo cambios en el “lugar” donde nos habituamos a estar.
Nos llevaron ahora a un edificio mucho más grande. Era inmenso, tenía
salas por doquier y muchos más alumnos. También hubo unos cambios que me
sorprendieron mucho, como por ejemplo, la tía que teníamos antes de
salir de vacaciones de verano no era la misma y, lo más raro, es que ésta
tía ya no usaba delantal verde, sino que usaba uno azul. También el número
de compañeros no era el mismo, algunos se había ido, pero llegaron otros
que completaron los puestos vacíos e, incluso, engrosaron nuestro
“clan” o como se le llama formalmente: “curso”. Era éste el
Primer Año de Enseñanza Básica.
Recuerdo
esos días, sobre todo los soleados, donde la luz de ese gran astro que
está en el cielo nos empapaba las cabezas, haciéndonos, quizá un poco más
inquietos de lo que éramos en ese entonces. Nos divertíamos en las
clases, cuando las Tías nos enseñaban de forma tan didáctica las letras
y los números, pero de una forma más compleja como a las enseñanzas del
Parvulario. Hablando de las Tías, algo me llamó mucho la atención en
ellas. Ya no vestían de verde, sino que ahora usaban un delantal azul. Es claro,
pues a nosotros no se nos escapaba ningún detalle de las cosas que nos
rodeaban.
Volviendo
a lo de las clases didácticas, recuerdo, pegadas en las murallas de la
sala, un sin fin de figuras infantiles, las cuales parecían saludarnos
cada vez que entrábamos a clases. Por ejemplo, arriba del pizarrón había
un tren, con claros rasgos de amor y dedicación por parte de las Tías,
que contenía todas las letras del abecedario, con mayúsculas, minúsculas,
imprentas y manuscritas en cada vagón de éste. También había una
cuncuna que, en su cuerpo, contenía los números del uno al diez, y así
podría enumerar y describir durante toda la historia los adornos que con
tanto esmero fabricaban las Tías, pero la idea es otra, la de seguir
adelante con nuestra historia.
Sonaba
el timbre, todos nos alborotábamos; era la hora de salir a tomar aire
externo, producto de la hora y media que estábamos en clases. Teníamos sólo
quince minutos para distraernos, pero que para nosotros se hacían
interminables. Hacíamos variadas actividades, dependiendo del estado de
ánimo de todos, el cual siempre resultaba ser rebosante de alegría y
buen humor. Jugábamos, por ejemplo, al anteriormente nombrado “Policías
y Ladrones”, pero ésta vez en una zona mucho más abierta. Sin embargo,
y en el caso particular de nosotros, mi curso, el juego por excelencia era
sin duda “la pelota de trapo”. Era un suceso entre nosotros. Consistía
en una maraña de pantis (las cuales eran sacadas del ropero de nuestras
madres), bolsas plásticas (las cuales tenían impresas las palabras
“Casa Rabié”, o “Gigante”, pues esos eran los únicos
Supermercados en los que daban bolsas impresas) y scotch. No recuerdo muy
bien el número de jugadores, pero creo, eso sí, que era variable. La
zona de juego estaba saliendo de la sala, en una especie de desnivel,
donde las bases de los barrotes que sujetan el colegio nos servían de
arcos. Jugábamos durante todo el recreo, sin receso. La única excusa que
servía para dejar de jugar eran dos: debías comerte la colación o,
producto de tanta diversión, ir al baño. Tocaba nuevamente el timbre,
deteníamos nuestra pelota y, sumamente transpirados, entrábamos a esa
sala en donde las figuras parecían hacer una seña de bienvenida. Nos
sentábamos en nuestros puestos, sacábamos nuestro lápiz, goma,
sacapunta, cuaderno y nos disponíamos a escuchar a la Señora vestida de
Azul. Así pasaban las mañanas en el colegio, entre aprender y jugar.
Luego, veíamos el reloj que estaba en la muralla y, aunque la mayoría no
sabía ver la hora (incluso yo en ese entonces), observábamos el palito
grande de éste en el once y el palito chico casi llegando al número uno.
Era la hora de abandonar el colegio e irnos a nuestras casas, con las
interminables “Tareas para la casa”, que casi siempre consistían en
unir puntitos para formar letras y números.
Lo
otro importante que puedo destacar en estos años de infante, fueron
siempre los fabulosos “Cumpleaños” que se suscitaban mes a mes.
Algunas veces eran celebrados en el propio colegio y otros en sus casas.
Como ornamentación de estos días festivos, se encontraba una gran piñata,
con guirnaldas de papel tricolor en las murallas, además de globos y un
cartel en el cual decía “Feliz Cumpleaños”. Habían también un lote
de mesas, las cuales tenían en su superficie un mantel de plástico con
payasos, vasos de cartón y la incomparable “Sorpresa” la que contenía
pastillas, chubis, calugones, chupetes, y un juguete, los que podían ser
autos, muñecas, animales, etc.
Todos
estos acontecimientos fueron repitiéndose en los años venideros, en los
cuales, el afecto y la amistad entre nosotros se fue fortaleciendo cada
vez más, hasta el punto en que uno era invitado a la casa del amigo a
jugar o a pasarlo bien, simplemente.
Bueno,
llegamos a Quinto de Educación Básica. Ya estábamos un poco más
grandes, pues no nos quedábamos atrás con el transcurso de esas horas,
semanas, meses y años. Éste era un año totalmente distinto para
nosotros, pues se acabaron las murallas con trenes que en sus vagones
aparecían las letras del abecedario, sino que éste fue reemplazado por
un gran “Diario Mural”, el cual cambiada a medida que pasaban los
meses. Ya sabíamos leer y escribir, e incluso resolver ejercicios matemáticos,
por lo cual, ya no era necesario una Señora de Verde o Azul, sino que
ahora era un profesor por cada asignatura, el cual nos trajo más de algún
problema de acostumbramiento ese sistema. En mi opinión personal, creo
que este año fue el inicio de lo que se llama “maduración”, aunque
en ese entonces no teníamos ni intenciones de llevar ese título en
nosotros. Volviendo a nuestro recorrido por el colegio, hubo otro
acontecimiento que nos llamó la atención; Ya no había una Señora
vestida de Azul como lo dije anteriormente, sino que ahora, se presentaba
ante nosotros un caballero, un hombre longevo de apariencia externa, pero
internamente, llevaba una lozanía admirable, la cual no muchos pueden
llegar a tener precisamente a su edad, totalmente comparable a la lozanía
que nosotros repartíamos por todos los patios del colegio. En fin, creo
que éste es el inicio de lo que yo llamo una pseudoindependencia. Voy a
referirme a dos hechos que marcaron este período y que están dentro de
mi denominación.
El
primero se refiere a los cumpleaños. Ya no eran como los de años
anteriores. Ya que, por ejemplo, los anteriores comenzaban a las cuatro de
la tarde y terminaban a las siete. Eso se acabó, pues ahora las
celebraciones comenzaban a las ocho de la tarde y terminaban entre las
once y once treinta horas de la noche, toda una odisea para nosotros. Quizá
es aquí donde empezamos a madurar, pues es aquí donde comienza la
denominada “pubertad”, reflejada en nosotros, por ejemplo, lo
indispensable que era el uso del desodorante por los hombres y, en las
mujeres, infaltable era el espejo antes de salir. En fin, volviendo a los
cumpleaños o, mejor dicho, a las fiestas (debido a que ya no era
necesaria la celebración de un cumpleaños, sino que el motivo de éstas
era cualquiera) era infaltable el cassette de “Los Ilegales”, con su música
caribeña, de los cuales no he vuelto a escuchar y, para rematar la noche,
se cambiaba el cassette y era ahora el turno de “Laura Pausinni”, una
italiana que cantaba canciones “Lentas” (Románticas) y en el cual los
hombres bailábamos con las mujeres abrazados. Luego, volvían “Los
Ilegales” y así sucesivamente se rotaban los eternos cassettes.
El
otro hecho particular, es, sin duda el salir de paseo. Anteriormente
nuestros paseos eran por el día y con nuestros padres a cualquier lugar,
por ejemplo, al campo de un apoderado, a una piscina, etc. Ahora los
paseos eran de duración dos días y sin los padres. Era sólo el profesor
jefe (en ese entonces el caballero longevo) con algunos apoderados. Me
acuerdo que el primer paseo fue en el campo de un compañero, que tenía
una casa enorme, con muchas piezas, en las cuales, grupos de cinco o seis
compañeros nos acomodábamos, acorde con nuestras afinidades.
-
¡Son las doce de la noche!- decíamos al consultar el reloj, pues era
para muchos la primera vez en que se quedaban hasta tan tarde despiertos.
Llegaba el día siguiente, casi siempre un día Domingo. Tomábamos
desayuno y salíamos, por ejemplo a caminar por el campo, o a jugar a la
pelota. A la hora de almuerzo (una y treinta de la tarde, más o menos),
llegaban nuestros padres. Nos abrazaban eufóricamente, llenándonos de
preguntas, tales como -¿Qué hiciste con tus compañeros?; ¿Cómo lo
pasaste?; ¿Hasta qué hora se quedaron despiertos?- y otras preguntas por
el estilo, pero que sin embargo respondíamos con total agrado y cariño.
El paseo siempre terminaba con un “Descomunal” asado para las más de
sesenta personas que se reunían en torno a la parrilla. Nos íbamos del
campo como a las siete de la tarde, porque a esa hora los zancudos se hacían
insoportables y llegábamos a nuestras casa con la insoportable picazón
de éstos indeseables insectos de la noche anterior, pero, eso sí,
con el recuerdo en nuestras mentes que no se borraría jamás.
Pasó
el tiempo, sin avisar, como siempre lo hace y con éste, nosotros, los
cuales fuimos cambiando más y más. Éramos diferentes en muchas cosas,
por ejemplo, las mujeres eran mucho más altas que nosotros, lo cual nos
producía disgusto, pero sin saber que son ellas las que maduran primero,
por lo menos, físicamente.
Recuerdo
que ya era Séptimo de Educación Básica. Estábamos inmersos en la
pubertad, en el que las odiables “espinillas” en la cara y los
abruptos cambios de voz dentro de una conversación se hacían presentes.
También nuestro profesor Jefe cambió, esta vez por otro más joven, pero
igual de amistoso que el anterior, es por eso que más adelante cumplirá
un rol importante entre nosotros. En fin, ese año fue muy sorpresivo para
nosotros, pues era nuestra primera salida de la región (como grupo
curso), y nada menos que a la ciudad de Valparaíso, conociendo el
“Congreso” y otros lugares importantes. En ese entonces nos hospedamos
en unas cabañas, cuyos dueños eran familiares de unos compañeros
presentes allí. En lo personal, lo pasé muy bien, pues conocí más y
mejor a mis amigos de siempre.
Lo
otro que hacía característico a esta edad, en términos generales, era
de las diferencias entre hombres y mujeres, nombrado anteriormente.
Nuestras compañeras no se fijaban en nosotros, sino que siempre mirando
hacia el otro patio, donde se encontraban los alumnos de Educación Media,
mientras que nosotros idolatrábamos a Alumnas de Educación Media, pues
sabíamos que a nosotros no nos iban a tomar en cuenta o, simplemente, mirábamos
a otras menores e incluso a nuestras propias compañeras. Esto es
ratificado en las fiestas intercolegiales, de las cuales no nos perdíamos
ninguna, donde lo pasábamos extremadamente bien, a pesar de la tristeza
que nos producía el que fuéramos ignorados por alguna adolescente, ya
sea en su rechazo para hablar o en su rechazo para bailar con nosotros.
Llegamos
al final de este Ciclo Básico, en el cual vivimos penas y alegrías, pero
que marcaron un hito para todos nosotros, por algunas de las situaciones
descritas anteriormente. Recuerdo, sobre todo, el día de la Licenciatura,
todos ordenados y con nuestro pulcro uniforme. Esa ceremonia fue
importante para mi, porque, además de terminar un ciclo e iniciar otro,
en el que tus méritos, junto con el trabajo en equipo son lo más
importante, me fue asignada la importante misión de leer el “Discurso
de Despedida” para mis compañeros, el cual lo realicé junto con mi
familia, lo más esmerado
posible, y demostrando además, cuánto quiero y estimo a mis compañeros.
Luego de la Ceremonia, recuerdo que fuimos a un restaurante junto a
nuestros padres y compañeros.
-
¡Tanto tiempo!; ¿Cómo estás?; ¿Qué hiciste en las vacaciones?- Eran
las típicas interrogantes que nos hacíamos mutuamente al llegar a la
sala nuestro primer día de clases, y nada más ni nada menos que en
Primer Año de Educación Media. . Rostros nuevos aparecieron en nuestro
“Clan” por cierto, los cuales rápidamente fueron integrándose. Hubo
cambios, como siempre. Por ejemplo, nuestro profesor fue reemplazado
ahora, por una Señora, la cual me recuerda a las “Tías” que
anteriormente tuve, por su trato con nosotros, su abundante alegría y su
interminable positivismo. En lo que respecta a nosotros, creo que por
primera vez nos sentimos apocados frente a tanta gente que nos sobrepasaba
en años y en experiencia, pero que de a poco fue desapareciendo.
Al
empezar las clases, nos dieron a conocer las reglas del colegio un señor,
un poco longevo, que inspiraba miedo y respeto, pero el cual, con el pasar
de los años, hemos aprendido a conocerlo. Nos hablaba, por sobre todas
las cosas, del uniforme completo y el pero cortado, además de andar
afeitado siempre, lo que en otras palabras significaba presentación
personal intachable. Lo otro importante de este nuevo ciclo, es, sin duda,
el empeño que le debes poner para obtener buenas calificaciones y que te
servirán en el futuro, al elegir lo que uno quiera seguir. En fin, éste
fue un muy buen año, porque nos conocimos mucho mejor, lo pasábamos
bien, salíamos casi todos los fines de semana (el famoso “Carrete”),
ya fuese a alguna casa o a alguna fiesta intercolegial, pues eso todavía
estaba de moda, eso sí, ahora ya teníamos mayores oportunidades de
conquistar a alguien y quizá nosotros podríamos ser ahora quienes ignoráramos.
En fin, fue un período de cambio, sobre todo en los carrete, pues se
posicionaba entre nosotros la famosa “piscola” o la “cerveza” en
la que más de algún caso le trajo dolores de cabeza a alguien, que hasta
el día de hoy permanece latente, pero de una forma mucho más mesurada.
Es
quizás aquí, en estos años, donde conocimos nuestros primeros fracasos,
en lo que el sector académico se trata. Hicimos y afianzamos amistades
como quien tira papeles al aire, fácilmente, con los cuales se pasamos
momentos difíciles, pero saliendo siempre adelante. Es aquí también
cuando uno valora más que nada a los amigos, sobre todo, y como lo
vivimos todos, en ausencia de uno. A fines de Primero, tuvimos nuestro
paseo de curso, al campo de otro compañero, distinto al que fuimos en
quinto. Estuvimos tres días, los cuales notamos claramente el nuevo vicio
de un neófito descontrolado, el alcohol. Así y todo lo pasamos muy bien.
El paseo concluyó con nuestros padres, quienes ya no nos llenaban de
preguntas, sino que descifraban en nuestra mirada el cómo lo habíamos
pasado, o qué habíamos hecho. Con esto terminamos el Primer año de Enseñanza
Media.
Llegó
el Segundo año. Quizás no sea necesario explicar tan detalladamente lo
que pasó allí, porque básicamente fue algo similar a lo que vivimos en
primero. Los únicos hechos que marcaron la diferencia fueron la enormidad
de tests que nos aplicaban con el fin de saber nuestros intereses para el
futuro y, el más importante (en ese entonces) fue la “Gira de
Estudios”. El suceso por el cual todo el curso hablaba, cada instante en
el que se nos ocurría. -¿Dónde podríamos ir?; ¿Qué haremos allá?;
¿Cuánto te van a dar a ti?- interrogantes típicas entre nosotros. Los
apoderados, entretanto, al barajar una serie de posibilidades de viaje,
optaron por Brasil, acompañados, eso sí, de la profesora jefe y nuestro
ex profesor jefe de octavo básico.. -¡Oohhhh, Bacán!, decían algunos,
y otros simplemente gritaban eufóricos de felicidad. Y así fue, estaba
todo listo, los primeros días de enero partiríamos a este viaje
espectacular, rumbo a lo desconocido. Llegó el día, estábamos todos
listos, con las maletas arregladas desde el día anterior y con un sabor
amargo a sueño, producto del insomnio nocturno, derivado del nerviosismo.
En el bus, desde Chillán al Aeropuerto Capitalino, fuimos toda la
noche hablando, gritando, cantando, etc. Pues, era obvio, nos íbamos de
gira; ¿Qué mejor regalo?. Llegamos al Aeropuerto, todos sacando fotos,
gritando, dándonos a conocer en ese lugar. Llegó la hora de abordar el
avión, con destino a Iguazú, en Brasil, y con escala en Buenos Aires,
Argentina. Luego de unas cuántas horas de viaje, llegamos por fin a ese
lugar, que tantas noches nos había quitado el sueño, o que tantas veces
nos había hecho hostigar a nuestros padres. En fin, llegamos a un hotel
inmenso. El calor junto a la humedad se hacía insoportable, así que,
apenas fuimos distribuidos en las habitaciones, nos pusimos trajes de baño
y nos fuimos a la piscina. Para colmo de males, el agua de ésta estaba
tibia, pero eso no era excusa ni impedimento para que, de todas formas,
nos refrescáramos y lo pasáramos excelentemente bien. Ese día, algunos
se durmieron temprano, producto del cansancio del viaje, otros, se
desvelaron toda la noche, conociendo a gente del hotel o, simplemente,
conversando entre ellos. Al otro día conocimos “Ciudad del Este” una
ciudad paraguaya, con precios bajos y con productos por doquier. Creo que
en este sitio un par de compañeros gastaron todo, o la mayoría de su
dinero en artículos, sin guardar siquiera un poco para lo que vendría
después; “Balneario Camboriú”. El equilibrio perfecto entre
ciudad comercial y playa, todo al alcance de la mano. Viajamos
desde Iguazú a Camboriú durante toda la noche. Llegamos al lugar. Para
muchos era un lugar soñado y, como dijera el chileno “Bueno, bonito y
muy barato”, eso era Camboriú. Nos acomodamos en el Hotel, un edificio
muy bien cuidado y en pleno centro, quedando además, a pocas cuadras de
la playa. Nuestra estadía allá fue espectacular, íbamos a la playa, salíamos
a comprar recuerdos para la familia y, por sobre todo, a uno mismo. También
fuimos a la Discotheque del lugar. Para muchos, era la primera vez que
iban a un lugar para bailar. Esa noche fue inolvidable, bailamos toda la
noche, o por lo menos, casi toda, pues nos fuimos a las cuatro. En fin, lo
único que no queríamos era irnos de ahí, era como estar en el paraíso.
Conocimos otras ciudades también, como Florianópolis y Curitiba. En fin,
llegó el momento, nos teníamos que ir de Camboriú y volver a Iguazú,
para volver a Chile, pero sin antes visitar las Cataratas que llevan el
mismo nombre. Un lugar precioso, con unas caídas de agua impresionantes.
Volvimos al hotel nombrado anteriormente, arreglamos todo, estuvimos un
rato en la noche conversando y sería todo. A la mañana siguiente sacamos
las maletas de las habitaciones, tomamos el avión que nos traería de
vuelta a Chile y, posteriormente el bus que nos traería a Chillán. En el
bus había un tremendo silencio, con la sensación de “gusto a poco”.
Algunos hablando de temas variados, otros durmiendo y otros todavía pasándose
por la cabeza sus aventuras brasileñas. Llegamos a Chillán, nuestros
padres nos fueron a buscar como a las seis de la mañana, la mayoría de
nosotros tristes y felices a la vez, ya que si bien se cumplió el sueño
que tanto anhelábamos, éste debía tener su fin. Y así fue, pasó el
verano, nos juntábamos algunas ocasiones para comentar la Gira, o para
intercambiar fotos y eso. Eso fue nuestro verano, con un poco de melancolía
eso sí, pero felices, como dije anteriormente.
Llegamos
a Tercero de Enseñanza Media, acercándonos a la recta final. Ya no nos
preguntábamos qué habíamos hecho en verano, pues todos sabían, ya que
nos juntábamos periódicamente.
En
lo que respecta a lo académico, la mayoría del curso sabía “Para
donde iba el tren” o, en otras palabras, lo que quería estudiar en un
futuro no muy lejano, es por eso que ahora nos dividieron, según nuestros
intereses en distintas áreas, eso sí, no definitivamente, sólo cuando
tuviéramos esas asignaturas. En fin, este año fue característico la
madurez en nosotros, reflejada, tal vez, en las amistades que se fueron
fortaleciendo mucho más. Las cosas siguieron iguales, pero ya con la
punta del pié puesto en la Universidad.
Aquí
siguen los carretes, y ese “neófito descontrolado” pasa a ser un
“avezado prudente”, en lo que respecta al tema del alcohol. Las
fiestas se intensificaron y los horizontes sociales se fueron abriendo.
Eso fue lo más trascendental de este año.
Llegando
casi al término de nuestro recorrido por la vida de nuestro curso, nos
encontramos ahora en Cuarto de Enseñanza Media. Este año es muy
importante y triste para nosotros, pues dejamos de marchar juntos por el
sendero de la vida, para que cada uno siga por el camino que más le
convenga y que decidirá su futuro.
Partió
el año desde ya con un aire de tristeza, por lo nombrado anteriormente.
Caracterizado, como siempre, por la amistad mutua y por el apoyo
permanente entre nosotros, lo que nos hace crecer cada día.
En
estos instantes estamos preocupados de salir adelante con lo que respecta
a nuestro ingreso a la Educación Superior. Es por esto que nos estamos
preparando para la Prueba de Aptitud Académica, algunos por cuenta
propia, otros, en Preuniversitario, con el fin de obtener buenos
resultados.
Como
hecho puntual, lo que más me llena de recuerdos, fue el “Aniversario
del Colegio”, en el cual, éramos jefes de una alianza. Eso era de mucha
responsabilidad, pues nos acompañaban cuatro cursos más. Cómo no
recordar cuando nos juntábamos casi todos los días, a ensayar las
coreografías, o hacer las escenografías y, más que todo eso, el trabajo
en equipo. Pienso en que esto del Aniversario es una situación el la cual
uno debe poner en práctica muchas de las virtudes que nos fueron
inculcadas, partiendo desde las Señoras de verde, hasta la Señora
rebosante de alegría. Amistad, compañerismo, solidaridad y otras cosas más
que supimos combinar fueron necesarias para lograr el triunfo por sobre
las otras alianzas o, más que eso, el triunfo de saber que fuimos, somos
y seremos un curso unido por lo que nos resta de nuestras vidas, y,
aunque no estemos juntos físicamente, serán los recuerdos los que
nos mantendrán unidos y comunicados.
En
lo personal, no pensé que este momento llegaría tan rápido, pero como
dije antes, el tiempo no avisa ni cuándo ni cómo va a llegar, sino que sólo
llega, avanza, y junto a él, avanzamos todos nosotros. Todos los momentos
relatados aquí, los llevaré guardados siempre en mi corazón, pues
forman parte de él.
Para
finalizar, creo que la vida recorrida en este colegio fue de lo mejor,
pues en él aprendí todas virtudes y atributos aquí relatados. Creo además,
que es como un ciclo, pues, así como entré en ese pequeño rincón
escondido entre esos pocos árboles de la mano de mis padres, saldré de
este gran edificio también de la mano de mis padres, acompañado además,
por ese estrepitoso sonido del timbre del colegio, porque así como tocó
para que yo entrara a clases y me diera la oportunidad de conocer
a todos mis amigos, también tocará para que yo salga y me despida
de los mismos amigos, compañeros y hermanos, mis hermanos.