LA MIRADA VACIA
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Ella había perdido todas las ganas de vivir, estaba sentada en su silla
mirando por la ventana, por la que sólo se veía un mar de tejados, de un color gris
rojizo que no decía nada.
La luz, que como una ladrona entraba e iluminaba débilmente su cara, era de un tono mortecino, y le daba un aspecto triste, como si estuviera totalmente entregada a un destino para nada incierto. Siempre de espaldas a las personas, con la cara casi pegada a un cristal que no dejaba ver otra cosa que tejas y antenas, no entablaba ninguna conversación, estaba perdida en su silencio, totalmente absorta en unos pensamientos indescifrables para todo aquel que la mirase. Yo totalmente afectado por su estado no hacia más que intentar animarla, pero todo era inutil; jamás la volví a ver reír, y nada de lo que había en la casa inspiraba alegría, felicidad, era como si todo hubiese perdido su color, como si todo fuese gris. No entendía porque estaba así, después del accidente nada había sido igual, no había vuelto a hablar con ella desde entonces, no podía más. Una mańana, en la que el sol brillaba como hacía semanas no había brillado entré en su habitación y me acerqué jobial, hablando y aparentando ser la persona más feliz del mundo, tomé el respaldo de su silla y la giré, entonces comprendí todo, lloré como nunca lo había hecho, caí en su regazo y tardé al menos dos horas en levantarme, creo que hasta perdí la consciencia por unos minutos. Salí de la habitación con el alma muerta, ella, a sus 23 ańos, se había quedado ciega. |