DESTRUCCIÓN DE LA MAÑANA

José María Fonollosa

 

DVD Ediciones. Poesía

 

En mayo de 1990 apareció Ciudad del Hombre: New York de J.M. Fonollosa y parte de la crítica lo recibió como el gran poeta oscuro y olvidado que nos faltaba en la literatura en español. Contemporáneo del grupo de los 50, lector atento y único de La Vanguardia y de Sade, autoexiliado en Cuba y Nueva York, hombre abandonado, secreto, del que sólo Pere Gimferrer parecía tener noticias desde siempre (a nadie sorprendió que se pensara que ambos eran el mismo sombrero paseando por Barcelona). Poeta urbano, de la ironía desgarrada (Las mujeres que quiero van con otros), de la soledad, de la imposible alegría (Renunciaron al sueño y se adaptaron / a una pequeña dicha y su tristeza / La vida no da más, seguramente). Del fracaso que no se sabe ni se quiere aceptar (Han de cambiar las cosas algún día / La gente de mi barrio, con respeto / me escuchará y vendrá a beber conmigo). Pero también poeta de la forma ajustada, de abundantes sonetos, de rimas consonantes. Todos los dados coincidían, aquella primavera habíamos descubierto de golpe a nuestro escritor olvidado (¿otro Pessoa?) y a nuestro escritor maldito (el propio Vallcorba, editor de ese primer libro, lo emparentó con Baudelaire).

Pero los años pasaron y supimos que era un hombre culto, de amplias bibliotecas. Y con los años pasó algún otro libro, cantautores, la sorpresa, la propia muerte (también irónica y también desgarrada, cuando parecía que por fin se acercaba el reconocimiento). Y este otoño se publica este otro libro, Destrucción de la mañana, y su autor hace ya mucho que dejó de ser secreto.

42 poemas y tres cartas del autor en las que trata de su composición (en 1959, 1962 y 1988). Un único narrador nos conduce hacia su autodestrucción. Primero la extrañeza de uno mismo, sentirse dentro de un cuerpo del que ya no forma parte (Ese desconocido que yo soy / Ese al que los demás se dirigían / al dirigirse a mí, sin yo saberlo / Ese irreconocible ser inmóvil / que inspecciona mis rasgos hoscamente). Más allá del individuo, un paseo por una ciudad fantasmal y sin nombre (De la alta oscuridad baja la lluvia / tropezando en las ráfagas del aire / y se agarra al cabello, manos, traje…/ En bueno caminar en la llovizna / Es bueno andar despacio bajo el agua /Sin rumbo uno asimismo, lluvia y viento, /como agua y soplo, nada, por la calle). La soledad y recuerdo, la pérdida de la juventud y de la posibilidad de seguir esperando (Si me dieran más tiempo con mi cuerpo, /con el otro, el antiguo, el que era mío). Y aplastando cualquier salida, el tema habitual en Fonollosa. La derrota. Los sueños que no se cumplieron, el olvido. Creerse destinado a la gloria y un día convencerse de que no llegará (Me sobrevaloré demencialmente / Confundí vocación con mi deseo / Pugnaba para ser elegido / y ni estaba en el grupo de los llamados). Así se vuelve a casa, se entra en la habitación y se acaba (Dejo correr la sangre de las manos / Acostado en la cama lo examino / Las sábanas la sorben dulcemente / con la avidez de su blancura).

Como vemos, unos temas nada originales. Mucha mala poesía ha empezado así y ha terminado en delirios sentimentales y cursis declaraciones de amor a no sé qué botella. Los lodos de la literatura se nutren de esos desagües cada temporada. Fonollosa no, él sabe pararse. Le salva un estilo muy directo, que no pretende la emoción. Ni el pálpito. Mejor cuanta menos retórica. Endecasílabos para un verso blanco. Como si los temas de Bukowski hubieran sido tratados por Jorge Guillén. Sencillez. La mejor elección. Ella hace que este libro merezca ser leído.

 

Antonio Campoy Martínez

 

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