PFITZ
Andrew Crumey
Siruela. Libros del tiempo, 121 |
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Andrew Crumey es escocés, matemático,
apasionado del siglo dieciocho y un admirado lector continuo de Italo
Calvino y Jorge Luis Borges. Su novela Pfitz ejerce las vastas
felicidades que esa biografía promete. Una grieta que se ramifica incesante
por la superficie pulida de un mármol raro o las atónitas muñecas sucesivas
que una hermosa caja rusa va revelando cifran de alguna manera la naturaleza
de sus mecanismos. La novela abunda en estupores metafísicos, en fábulas
prodigiosas y en audacias buenísimas (también formales) que quieren
borrar la línea de sombra que separa la experiencia de leer y la experiencia
de vivir. A la manera de Si
una noche de invierno un viajero... de Italo Calvino. Todo se acumula
y se entrecruza y se confunde pero importa menos su posible aclaración
escrupulosa que sentir el grato vértigo que la suma de sus intenciones
propone. La confusión nunca toca el estilo claro y elegante. La novela
explica cómo el impulso de un príncipe y la abnegación entusiasmada
de sus súbditos imaginan una ciudad ilusoria que perfecciona las aspiraciones
incompletas de la mera ciudad que habitan. La llaman Rreinnstadt. Sus
mapas no ignoran las precisas posiciones de una rosa abandonada o de
una mancha ebria de cerveza volcada. En esa exasperada minuciosidad
y en otras páginas abiertamente irresponsables de esta novela algún
lector sospechará la secreta parodia de ese género literario que se
llama Jorge Luis Borges (en El señor Mee, su siguiente novela,
Andrew Crumey ya declara abiertamente
lo que aquí se dejaba intuir). La sospecha no es injusta pero
la antecede la intensidad desbordante de cada capítulo. Andrew Crumey
vive en Newcastle-upon-Tyne y ese lugar no es menos remoto y falaz que
la ciudad central de esta novela, que acaso es el mundo y una utopía
fantástica.
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