El velo alzado

George Eliot

Traducción de José Luis López Muñoz

Alba Editorial   

Antes de ensayar el género de la novela perfecta George Eliot ensayó el género fantástico con este cuento lateral que narra, en aquel incómodo dialecto romántico que no renuncia a las vanas jerarquías del yo, los movimientos de la pasión y los místicos panoramas suizos, las desdichas de un hombre al que la naturaleza ha distinguido con la capacidad de ver el futuro de las personas y, memorable rasgo que deja una serie de revelaciones de entera poesía, los lugares. En un párrafo arrebatado que otras sensibilidades habrían dilatado hasta la pesadilla, ese hombre acosado por las visiones, contempla  llanuras arenosas, ruinas gigantescas, cielos de medianoche en los que brillan extrañas constelaciones y desfiladeros entre montañas. En otro párrafo, que cifra su primera visión, recorre los anchos puentes negros y monótonos palacios horizontales de una ciudad fatigada en la que le inquieta la luz de un farol en forma de estrella. Esa ciudad anticipada resulta ser Praga. Su evocación no es inferior a los ejemplos más hermosos que registra la historia de la literatura: los versos de Apollinaire sobre el reloj inverso de la sinagoga judía, el afantasmado gueto de Meyrink, el mágico ballet renacentista de Angela Carter. Es conmovedor que el nombre de Praga, escuchado al azar en un discurso por el protagonista, sea la antesala de los sueños. Este cuento, prescindiendo de las insensatas páginas finales que quieren aproximarse a las maneras más alarmantes y efusivas de la novela gótica, puede leerse como una reedición del mito de Fausto sobre la vacía fatalidad del conocimiento, como una metáfora de la poesía y los que la ejercen y, más cerca de la verdad, como una falsa ficción que secretamente expone una decidida discusión de las posibilidades que ofrecía una nueva forma narrativa que George Eliot empezaba a sentir como válida pero que sólo llegaría a organizar plenamente uno de sus sucesores, Henry James, en la serie de novelas que le ganaron la mera gloria silenciosa de las estanterías intocadas: la narración psicológica. El angustioso monólogo incial y el opresivo final no desmerecen las mejores perturbaciones de Edgar Allan Poe.

 

Marcos González Mut