POESÍA I Versos del mar y otros poemas José del Río Sáinz La Veleta
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Capitán de un barco de vapor, atónito biógrafo del
almirante Nelson, redactor de minuciosas monografías literarias para
enciclopedias laterales, lector fiel de ese volumen desvencijado que
todas las noches le depara en el estrecho camarote las canciones de
Espronceda y hombre olvidado al que es grato atribuirle el ocasional
manejo de la anécdota y la nostalgia de los faros extranjeros, José
del Río Sáinz corre el albur un poco espectral de ser confundido con
un personaje secundario de Joseph Conrad. Esta edición de La Veleta,
recopila sus obras completas. Versos del mar y otros poemas data de 1924. Su amigo Gerardo Diego
lo incluyó en su célebre antología y declaró que sus poemas eran parte
de aquel hermoso y lento atardecer rubenista. Es cierto que poemas como
Clara Rosa abundan en aquellas languideces
que Rubén Darío tradujo del francés pero la naturaleza de estos poemas
se aviene mejor con el estricto sentido narrativo y las hipérboles sentimentales
del folletín. Sus endecasílabos comparten su mismo trazo grueso de estampa
o cromo. Recorren descuidadamente las infames variedades del ripio pero
de esa manifiesta irresponsabilidad encantadora lo rescatan las buenas
melancolías entorpecidas por un rancio nacionalismo que las anchas distancias
del mar no justifican, el tratamiento épico con el que presenta los
deberes que ocupan a los hombres del mar, el hondo lirismo de sus geografías
y por encima de toda su rara capacidad para la selección y fijación
de rasgos visuales memorables. En España, el mar empieza una mañana
de San Juan. Aquella mañana de romance en la que el conde Arnaldos sale
a cazar con el brazo decorado de halcón y viento y advierte en la lejanía
la nave en la que viene aquel marinero que le dice las pocas palabras
que mueven el mundo. No digo mi canción sino a quien conmigo va. A ese
principio espléndido no le han faltado sucesores ilustres. Basta recordar
el verso de Fray Luis de León que fulmina las navegaciones portuguesas.
Sin embargo la poesía del mar suele adolecer de unas maneras simbólicas
y hasta místicas que le debilitan la felicidad. Esas maneras, extrañamente,
no corresponden a sus valerosos orígenes, a las empresas azarosas de
Jasón y Ulises. Son una superstición contemporánea. Este libro de José
del Río Sáinz restaura con inocencia esas remotas posibilidades novelescas
del mar para recorrer su entera mitología. Merece algo más que una nota
de Andrés Trapiello. Merece la amistad de los que han fatigado el mar
y sus muchas literaturas hermosas. Maqroll, en alguna de sus noches
centinelas, ha leído estos poemas.
Las tres hijas del capitán Era muy viejo el capitán y viudo Y tres hijas guapísimas tenía; Tres silbatos, a modo de saludo, Les mandaba el vapor cuando salía.
Desde el balcón que sobre el muelle daba Trazaban sus pañuelos mil adioses, Y el viejo capitán disimulaba Su emoción entre gritos y toses.
El capitán murió... Tierra extranjera Cayó sobre su carne aventurera, Festín de las voraces sabandijas...
Y yo sentí un amargo desconsuelo Al pensar que ya nunca las tres hijas Nos dirían adiós con el pañuelo... |
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