¿Cómo escribió Martí su Ismaelillo, ese tomito de
tiernos versos dedicados a su hijo, en el cual se refugiaba, ante el espanto de
la vida toda, con febril ansia y fervoroso anhelo de que los riachuelos que habían
pasado por su alma noble y adolorida de las miserias humanas de la tierra
llegaran al corazón de su pequeñuelo, de su “Rey”, “un rey desnudo,
blanco y rollizo”, el único que solo por un inmenso cariño quizás pudo
regir con ternura aquella ÁGUILA BLANCA, siempre rebelde por las injusticias de
la vida?
¿Dónde comenzó a concebir y sentir Martí aquellos versos,
sin duda largo tiempo vivos en su subconsciente, que hubieron de brotar de su
espíritu inquieto y plasmarse en un canto de íntima tragedia, en estrofas que,
para los que sufren, son como flores milagrosas naciendo de esperanzas hechas
jirones?
Fue en Nueva York donde les dio forma, donde su pluma, como
un bisturí, se hundió en su pecho para escribirlos con su sangre generosa,
convirtiéndolos por la magia de su desesperada ternura en rosas de su alma,
libre de espinas, porque de su noble pecho él sacaba “Del dolor, flores”.
Allá en el Norte, nostálgico del ardoroso sol cubano, con
la frialdad de una triste alma inaplacada en su sed de hondos afectos, nacieron
aquellos versos del hombre para el cual el dolor y la ingratitud eran un abono,
quien hubo de afirmar, en notas que él pensó nadie vería: Yo soy como
aquellos llanos de Siberia, que dan fruto abundante en medio del frío.
En Brooklyn, a la sombra del puente colgante de Roebling, tan
admirablemente descrito por su pujante prosa, en el cuarto modesto de un
reducido apartamento, fue donde empezó a realizarse lo que él había anhelado:
Ya me veo jugando contigo. Y para hacerte aprender con gozo,
ya te hago bonetillo de maestro, y te monto espejuelos en tu risueña nariz, y
te siento en la altísima silla, para que te acostumbres a ser en todo alto. ¡Ea,
a escribir! Pero si alguna vez has de mover la pluma en defensa de alguna
injusticia, o en servicio de tu ambición, o de algún malvado -séquese ahora
mismo tu manecita blanca, y quédese tu pluma sobre el papel convertida en
piedra, y vuele de tus labios, como una mariposa avergonzada la palabra de vida.
En la habitación, sin terminar de amueblar, Martí está
sentado ante una mesa barata de pinotea, rodeado de libros, con numerosos
papeles negros de sus garabatos relampagueantes, bajo un curioso pisa papel de
ónix, recuerdo de su grata permanencia en la hospitalaria México, regalo del
poeta y amigo Juan de Dios Peza.
Es de un pobre paño de franela, cubierto de arabescos, el
solo adorno de la mesa; es una compra de pocos centavos en un “departament
store”.
Martí está escribiendo sus versos, esos versos a su “príncipe
enano” de “guedejas rubias” y ojos resplandecientes como dos negras
estrellas palpitantes, porque aún tiene “fe en el mejoramiento humano, en la
vida futura, en la utilidad de la virtud”, en su “caballero”, su
“jinetuelo” que tantas veces “puesto a horcajadas” sobre su pecho,
forjando bridas con los cabellos de su padre, lo espoleaba suavemente con “Sus
pies pequeños, dos pies” que para aquel siempre cabían “¡En solo un
beso!”.
Entra con su alegría y bullicio de chicuelo su Ismaelillo,
y el poeta enternecido hace para su “Rey” un trono de libros, sentando “su
musa traviesa” en lo alto, sobre la mesa.
Suavemente la puerta/ Del cuarto se abre,/ Y éntranse a él
gozosos/ Luz, risas, aire./ Al par da el sol en mi alma/ Y en los cristales:/ ¡Por
la puerta se ha entrado/ Mi diablo ángel!/ ¿Qué fue de aquellos sueños/ De
mi viaje,/ Del papel amarillo,/ Del llanto suave?/ Cual si de mariposas/ Tras
gran combate/ Volaran alas de oro/ Por tierra y por aire,/ Así vuelan las
hojas/ Do cuento el trance, /Hala acá el travesuelo/ Mi paño árabe;/ Allá
monta en el lomo/ de un incunable...
Pero pronto su “diablillo con alas de ángel” se inquieta
e inicia sus travesuras, sin que el padre por eso se enoje, encontrando, al
contrario, en lo que para él han de ser siempre gracias, nueva fuente de
inspiración, y a una pueril lucha, invitación:
Venga, venga, Ismaelillo:/ La mesa asalte,/ Y por los anchos
pliegues/ Del paño árabe/ En rota vergonzosa/ Mis libros lance,/ Y siéntese
magnífico/ Sobre el desastre,/ Y muéstreme riendo,/ Roto el encaje.
Tal es su idea, igual a la que se encuentra anotada en prosa,
en uno de sus cuadernos llenos de íntimos apuntes inéditos, en la cual revela,
una vez más, su hondo amor a la Naturaleza:
Hijo: ¡Pequeñuelo vamos! toma esta y aquella parte de tu
vestido; ríe; siéntete, huye, escóndete, abandónate: ciña tus rizos el
terciopelo azul; el encaje, vamos a vaciar con luz de tarde, nuestra alma en la
de la Naturaleza.
Días después, el niño rompe jugando, sin querer, el pisa
papel de ónix, causándole al padre un profundo dolor por ser un recuerdo tan
preciado del bardo azteca que lo saludaba con afecto en la redacción de La
Revista Universal, para salir luego apresuradamente, “con sus rollos de versos
nuevos saliéndosele del bolsillo, gacho el sombrero, negro el cabello y la
patilla a lo andaluz, risueños los ojos “para acudir a una cita de amor con
alguna ‘china’ o nueva ‘Julieta’, que le dejaría caer, al pasar, una
hoja de magnolia o un jazmín del cabo...”
No estuvo Martí contento hasta ver el pisa papel
fingidamente sano, pegado con una goma especial de un “hardware store”,
siguiendo sin entibiado entusiasmo los versos para su hijo, hasta terminarlos.
No pensaba publicar aquellos versos, riachuelos que surcaron
su agitado corazón, pero cuando al fin se decide, no han de salir impresos
corrientemente, como una obra cualquiera.
Escoge con cuidado el formato, desea un libro pequeño y
fino, que recuerde por su tamaño al pequeñuelo que lo inspiró.
Él, que solía dibujar, al pie de sus versos y algunos de
sus apuntes o trabajos de prosa, la idea simbólica poblando su ancha frente,
puso especial cuidado en ilustrar cada composición con una lámina alegórica.
Encabeza su Príncipe enano con un remanso florido,
con una ave balanceándose sobre una doblada rama; su Sueño despierto
con dos pájaros volando entre los gajos de un árbol frondoso un nido; su Brazos
fragantes con una dama vestida de blanco, abanicándose en una hamaca, con
un castillo medieval al fondo; su Mi caballero con una Rebeca, con un cántaro
de agua sobre la cabeza, caminando por un oasis, con una pirámide y una esfinge
en la arenosa lontananza.
Camellos y minaretes son el dibujo para su Musa traviesa,
como una evocación de los Reyes Magos, de los largos viajes que hace su
imaginación para volver cargado de joyas y damascos espirituales.
Una blanca pareja del venerado Ibis, con una de las aves
sagradas para los egipcios en ascendente vuelo, simboliza su poema Mi
Reyecillo, su deseo de ver su hijo morir ante de amar “el amarillo Rey de
los hombres”, el oro impuro...
Penachos vividos está ilustrada por dos blancos pájaros
de cola larga, reposando bajo los penachos de una palma; Hijo del alma
por un desnudo niño durmiendo sobre una gran hoja; Amor errante, por dos
cisnes en un lago.
Retorna el Ibis, en sereno vuelo, como bello símbolo para su
poema Sobre mi hombro, y para Tábanos fieros una ave posada en
una laguna de intrincada vegetación.
Un niño, saliendo de la cáscara de un gran huevo roto, casi
un Cupido con su flecha, con: Dos alitas blancas/ Que llenas de miedo/
Temblando me llaman, es el dibujo para su verso Tórtola blanca.
En Valle lozano vemos una lira perdida en el monte,
una mariposa en el tallo de una flor.
Para Mi despensero, que resume su tristeza por la
ausencia de su despensero, tiene un Cupido adolorido, terminando el tomito con
su Rosillo nuevo con una bandada de aves.
Es difícil interpretar, al igual que sus versos, el
simbolismo de los dibujos de los mismos; algunos parecen claros, otros inconexos
y menos acertados, pero indudablemente Martí instruyó al grabador de sus
deseos, y nada habría de extraño que hasta le facilitara algunos croquis
hechos de su propia mano.
Imprimió su tomito en la casa de Thompson y Moreau, 51 y 53
Matden Lane, Nueva York, en 1882, regalando los ejemplares con verdadero placer
y cariño a sus amigos.
Muchas cartas se han publicado de Martí, en las cuales
explica brevemente los sentimientos que inspiraron el librito, pero ninguna ha
de ser más interesante que esta, hasta hoy inédita, dirigida en francés a
Charles Dana, del periódico The Sun, de Nueva York.
No solo puntualiza en ella importantes extremos referentes a
su Ismaelillo, sino que recuerda también agradecido la ayuda generosa de
aquel notable periodista norteamericano, que generosamente le dio trabajo en su
diario, en días de penuria y desesperación para Martí.
La traducción de la carta dice así:
Mi estimado amigo:
Acabo de publicar un pequeño libro, no para obtener utilidad
del mismo, sino para regalárselo a aquellos que me aman, en nombre de mi hijo,
que es mi señor: es el romance de mis amores con mi hijo; uno se cansa de leer
tantos romances de amores con mujeres.
Yo le envío este libro, en prenda de grato recuerdo de mi
corazón; hoy que recobro las riendas de mi vida, no olvidaría yo a quien ayudó,
en un momento de prueba, a mantenerlo en alto. Ese no fue mi mérito; fue el
suyo, que me hizo ganarme su amistad.
Porque quería al deber más que a su hijo, no tardó en
otros versos, en sus Versos sencillos, en decir de su Ismaelillo,
lo que el hoy retirado general José Martí y Zayas Bazán, hubo de cumplir, años
después, en los campos de la revolución de 1895:
Bien estará en la pintura
el hijo que amo y bendigo;
¡mejor en la ceja oscura,
cara a cara al enemigo!
PIE DE ILUSTRACIÓN:
1.-Dibujo hecho por Martí para simbolizar unos versos suyos
(inéditos hasta ese momento), que demuestran lo que afirma en este trabajo
sobre las ilustraciones en el tomo original del Ismaelillo
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