MATILDE URBACH
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Juan Bonilla. Texto de El Arte del Yo-Yo


En una época en la que estaba peor de dinero de lo que estoy ahora, una amiga me propuso entre bromas y veras que me presentara a cierto programa concurso de televisión. El concursante de ese programa elegía un tema del que se confesaba especialista, y el presentador lo sometía a prueba preguntándole decenas de cosas acerca del tema elegido.
Mi especialidad, según aquella amiga, era Borges. Yo deseché la idea por un solo temor: que me preguntaran quién era Matilde Urbach, cosa que aún no había descubierto. En el más breve de los libros que escribió, titulado Museo, Borges incluía un díptico memorable que dice: "Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca / aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach".
Desde que lo leí, una pregunta comenzó a perseguirme: ¿quién era esa Matilde Urbach que le había arrancado a Borges aquellos dos versos que ya nunca serán pasto de la amnesia?
Durante mucho tiempo fatigué bibliografía sobre Borges por conocer la identidad de aquel nombre de mujer. Disqué números de teléfonos de reconocidos borgianos que no pudieron satisfacer mi ignorancia. Hasta que al doblar una esquina cualquiera de la vida, me encontré con Francisco de Balasz, bonaerense por parte de madre y borgiano por prescripción facultativa de su doctor literario privado, Adolfo Bioy Casares. De Francisco de Balasz me hice amigo con la misma facilidad con la que Antonio Gala escribe una cursilería: o sea, de forma natural.
Mi amigo Francisco no sabía quién era Matilde Urbach, pero le resultaba muy divertida mi inquietud acerca de aquella mujer que aparecía poderosa y única en los versos de Borges. Le comenté incluso que el epitafio del hombre que hubiera querido ser Borges, debía decir: "Yo solamente he sido un hombre / aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach".
Mi amigo celebró la ocurrencia y prometió ser mi cómplice en la búsqueda de Matilde Urbach. De vuelta a Buenos Aires, iría a ver a Bioy Casares y le consultaría el enigma. Como regalo por mi borgesfilia incurable, me regaló un tesoro bibliográfico por el que los coleccionistas de joyas me tajarían la aorta: el folleto sobre yogures que Borges y Bioy escribieron a dúo, iniciando una colaboración que depararía obras tan curiosas como los cuentos de Bustos Domecq.
Yo, la verdad, no confiaba mucho en que Bioy Casares me revelaría si Matilde Urbach era un personaje literario, una mujer que de veras existió, o un simple invento de Borges. Pero al mes de marcharse me llamó mi amigo Francisco con nuevas. Bioy sabía algo, poco, escueto, borroso pero bastaba para colocarme en la calle buena del laberinto. A la pregunta ¿quién era Matilde Urbach?, Bioy contestó, como quien no le concede demasiada importancia a la cosa y no puede creerse que alguien esté tan aburrido como para poder concederle importancia a tal minucia:
-Creo que era un personaje de una novela cuya lectura Borges me ponderó. Es probable que Borges le dedicara algún renglón en una sección semanal que por entonces llevaba en la revista "El Hogar". No recuerdo bien, pero es posible que el argumento de la novela tratase de un soldado que moría varias veces en el mismo campo de batalla.
Ni que decir tiene que nada más colgar me puse a repasar las críticas que Borges realizó para "El Hogar" y que están recogidas en un volumen titulado Textos cautivos. Tardé en dar con el título de la novela a la que se refería Bioy, pero como la paciencia es lo último que se pierde, la encontré. La novela tiene por título Man with four Lives (Hombre con cuatro vidas). Su autor fue el ignoto William Joyce Cowen. Su argumento puede resumirse así (he de agradecer la posesión de un ejemplar de esa novela a la perspicacia bibliófila de ese recolector de raros y desconocidos autores ingleses que es Javier Marías): en la guerra del 18, un capitán inglés mata, repetidamente, hasta un número de cuatro veces, a un mismo capitán alemán, que, según explicación que deja entrever el autor, era un soldado desterrado de su Patria que llegaba a proyectar, dado su amor, un fantasma corpóreo que guerreaba hasta las sucesivas muertes que iba dándole el inglés, ya que a su ardor guerrero no lo acompañaba su pericia en la puntería.
En los renglones decisivos del libro, Cowen chafará su afortunada y misteriosa exégesis valiéndose de una explicación muy barata: cuatro hermanos idénticos hasta en la graduación militar suplirán a las proyecciones fantasmales que se nos habían sugerido. La veracidad dudable de esas líneas choca con las virtudes que avalan el resto de la historia. La novela, pues, resulta mediocre, pero tiene un valor que su autor estaba lejos de suponer cuando la escribió: en la novela aparece Matilde Urbach.
Matilde Urbach era la enamorada del militar alemán muerto una y otra vez en el campo de batalla. La única aparición de Matilde Urbach en la novela es la que dará pie a Borges a escribir los dos versos memorables.
La situación es ésta: el capitán alemán visita una noche a su amada para avisarle que al alba partirá hacia la muerte, y por ello desea sosegar sus últimas horas de aliento confundiéndolo con el de su hembra.
Se infiere que se poseen. Al alba, él se despide con estas palabras: "Yo solamente soy un hombre, pero el más dichoso sería sobre la superficie de la Tierra si por nadie más que por mí tú te consumieras de amor cuando yo ya no esté".
Y entonces Matilde Urbach susurra: "Ningún hombre del mundo sabrá nunca el sabor de mis labios, y ningún hombre del mundo podrá conseguir que yo desfallezca por conocer el sabor de los suyos".
Lo cierto es que según el improvisado final de la novela, Matilde Urbach podría haber sido la amante de los cuatro hermanos que ella creía, como el propio lector, un solo hombre inmortal.
Así que ahí estaba el álveo de los dos versos de Borges Él, que tantos hombres sería, que más que un hombre fue toda una literatura, no pudo ser nunca aquel por cuyo amor desfalleciera Matilde Urbach. Esto desmiente por otra parte una frase que Borges repetía mucho, según la cual todo! los hombres somos el mismo hombre (cosa que dijo ya siglos antes Bartolomé de las Casas). Lo único cierto al parecer es que todos seremos el mismo cadáver.
La próxima vez que me vea en apuros económicos ya podré presentarme a ese concurso de televisión. Mi especialidad, naturalmente, Borges. Si me preguntan por Matilde Urbach, sabré qué responder.

© Juan Bonilla

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