MAZAGÓN Y LOS FILISTEOS
Por Julio Izquierdo Labrado
Mazagón, 2004
La
verdad es que preferiría escribir sobre Mazagón y las polacas, como mi buen
amigo Lauro Anaya, pero no me dejan los filisteos. Por el artículo de Pablo
Thorices, publicado en esta revista de fiestas el año pasado, me enteré que
todavía estaba generando comentarios el que escribí yo en 1995 sobre el esclavo
traído a estas tierras desde Mazagán, en la costa marroquí. Debo confesar mi
satisfacción por generar tantas reflexiones, máxime cuando mi único propósito
entonces fue el de constatar la existencia de unos vínculos entre dos lugares
con topónimos similares.
Thorices sigue en lo
fundamental al profesor Ignacio Espina. Ambos, si no me equivoco, filólogos
hispanistas, consideran que parto de un error de base al buscar la etimología
de Mazagón, porque en realidad, el verdadero nombre de esta playa es Marzagón,
cuyo origen –dicen- estaría en el nombre de un arroyo homónimo, así denominado
porque junto a él las mujeres de estos lugares pagaban la “marzaga”, un tributo
que entregaban cada mes de Marzo; una palabra –“marzaga”- que, por cierto,
admiten no haber encontrado nunca en ningún escrito. Lo cual, dicho sea de
paso, no me extraña.
El profesor Gozálvez,
que me inició en este oficio de investigar hace más de dos décadas, con
posterioridad a mi artículo sobre Mazagán, (actualmente El Jadida), nos ilustró
sobre todos los “mazagones” del mundo, desde la India a Brasil, y, advirtiendo
la coincidencia de estos topónimos con el área de expansión de los
descubridores portugueses en los primeros siglos de la Edad Moderna, concluyó,
con la agudeza que le caracteriza, que la etimología de Mazagón era muy
compleja, pero que había que tener en cuenta a Portugal, al menos en su
difusión.
Para Pablo Thorices y
el profesor Espina todo esto da igual, porque esta playa se llama Marzagón, y
no Mazagón, nombre que atribuyen, -muy a la ligera-, a un error en un cartel de
la empresa que urbanizó Ciparsa. Con todos mis respetos para ellos, creo que
sus artículos contienen algunos graves errores que, más que aclarar, están
enredando el tema del nombre de Mazagón, o Marzagón, que tanto da, como trataré
de explicar a continuación.
Para empezar, los
nombres de estas “Playas de Castilla”, según constan en numerosos documentos,
por ejemplo en la delimitación de términos entre Palos y Moguer que se realizó
en 1396, eran de “Julián”, “Morla” y “MAZAGÓN”, la parte más oriental que
recibía su nombre del arroyo, llamado indistintamente Mazagón o Marzagón. Así
que atribuir este topónimo a un error de la empresa que urbanizó Ciparsa es una
frivolidad. El nombre consta por escrito en suficientes documentos desde el
siglo XIV. Sin embargo, es cierto que una buena parte de la población local le
llamaba Marzagón. ¿Por qué?
Si el profesor
Gozálvez, además de habernos ilustrado con todos los Mazagón, Mazagán y Maçagao
del mundo, hubiera hecho lo mismo con todos los Marzagón, Marzagán y Marçagao,
hubiéramos comprobado que tenían una similar distribución en las costas desde
la India al Brasil. Con una diferencia: seguro que en las costas mediterráneas
abundan los “mazagones” más que los “marzagones”. Naturalmente, porque el
topónimo sin la “r” es más antiguo. Un dato (sobre todo para lo de la empresa
de Ciparsa): el Mazagán de la costa marroquí fue fundado hace 28 siglos. Esto
nos lleva más lejos que la empresa de Ciparsa y también que los marinos
portugueses. ¿Verdad?
Pero es más, cerca de
tres milenios, nos dicen que la etimología de Mazagón hay que buscarla más allá
de cuando la loba romana amamantó a los famosos gemelos Rómulo y Remo. Yo
comprendo que los filólogos, -latinistas-, sientan la tentación de explicar el
origen de cualquier vocablo desde el latín, pero, deben saber, que nuestras
ciudades, arroyos y playas, ya existían, ya tenían nombres, cuando Roma aún no
se había fundado. Así que, adivina, adivinanza, ¿qué pueblo de marinos colonizó
esta costa hace casi tres milenios? Efectivamente, fueron los fenicios. Premio.
¿Y de qué vamos a
extrañarnos? Ahí tenemos a Huelva, la capital de la provincia, la que fuera Onuba Estuaria de los romanos, cuyos
historiadores admiten no haber bautizado ellos, sino que simplemente
“latinizaron” la antigua Onos Baal de los fenicios, más concretamente de los
filisteos, pues Fenicia era una región donde convivieron diversos pueblos (de
mala manera, más o menos como hoy, pues algunos autores sostienen que en hebreo
filisteo se decía falestin y de ahí derivó a palestinos). En definitiva, que Onuba
en latín no significa nada, pero cuando los filisteos decían Onos Baal todos ellos entendían Fortaleza
de Baal. Tiene sentido. Nos vamos entendiendo. Por lo menos comprendemos
que era la fortaleza de alguien, ¿pero quién era Baal? Pues Baal era "el
Señor de las Moscas" (¿sería también el de los mosquitos?). El dios de la
ciudad de Ekron, adorado por los filisteos, que en su advocación de Baal-Zebub
dio lugar a Beel-Zebub, Belcebú, el antecedente del Satán judeocristiano.
Algunas tradiciones
confieren al lugar la presencia de cultos ancestrales. Hay quien localiza en
este espacio el templo dedicado a Erebea, diosa de las tinieblas, que se
describe en la Ora Marítima de Avieno. Y es que, mucho antes de Cristo,
los fenicios establecieron sus factorías en los esteros del Tinto y el Odiel.
Aquí llegaban barcos de Tiro y Sidón para cargar el precioso mineral de donde
extraían los metales indispensables para su economía. El río Tinto, el Urium de
los romanos, se desangra junto a un cerro cercano, el Rus Baal o Colina de
Baal, La Rábida, conocida como el Monte Erebus o la Puerta del Infierno, que
vio levantar sobre sus lomos un templo en honor de Proserpina y Saturno, todas
divinidades infernales.
¿A qué vienen tan demoníacos nombres? ¿Quiénes eran
estos filisteos? ¿Qué veían en estas tierras para denominarlas con tan tétricos
topónimos?
Mucho nos tememos que
la clave está en que a los filisteos sólo los conocemos a través de sus enemigos.
Son mencionados en los textos egipcios, en el Antiguo Testamento y, más tarde,
en textos asirios y babilónicos. Por ellos nos enteramos que los filisteos
formaban parte de “los pueblos del mar”, la ola invasora que asoló el
Mediterráneo oriental hacia el 1200 antes de Cristo. El imperio hitita y la
ciudad de Ugarit, entre otros, fueron sus víctimas. Un grupo de esta avalancha,
los filisteos, se instalaron en la costa cananea y en las llanuras
circundantes. Los asentamientos filisteos más importantes constituían una
asociación de cinco ciudades: Gaza, Ascalón, Asdod, Gat y Ekron. Cada una de
ellas se administraba de forma autónoma, siendo gobernadas por
"seranim". Poco se sabe de su lengua, salvo que no era semítica y que
parece emparentarse con otras de las regiones del Mar Egeo.
Guerrero
filisteo
Con respecto a su religión, los pocos datos que
poseemos muestran que adoptaron las religiones semitas de Canaán, como lo
atestiguan los dioses venerados: Dagón, Astarté, Baal. Este dato es importante,
ya que indica cierta asimilación con las poblaciones locales, aunque la
dirección política y militar habría estado, sin duda alguna, en manos de los
filisteos. Y ahí es donde chocan con el irreductible ultranacionalismo de los
judíos, el “pueblo elegido” de Dios, el único, excluyente y celoso Yahvé.
Pero
el poder militar filisteo estaba reforzado por la calidad de su organización y
por el armamento de que disponían. Los primeros restos de elaboración de hierro
en Canaán pertenecen a la ocupación filistea. Los filisteos introdujeron la
técnica de fundición de dicho metal, adquiriendo de esta forma una superioridad
indiscutible por la calidad de sus armas. Si a esto se añadía que poseían
carros de guerra, no es difícil imaginar el peligro que corrían los israelitas
frente a ellos. La Biblia reconoce los sufrimientos de las tropas de Saúl, el
propio Yahvé debía guiar sus ejércitos para que no perecieran, como guió la
piedra de la honda del pastorcillo David hasta la cabeza del gigante Goliat, el
campeón filisteo.
Siglos de lucha por la supervivencia
con estos filisteos hicieron que los israelitas los describieran en el Antiguo
Testamento como hombres terribles, que navegaban y guerreaban como diablos,
adoradores de ídolos a los que sacrificaban seres humanos. Hombres... y
mujeres. Cómo olvidarnos de la hermosa filistea Dalila, que sedujo con su
belleza y lascivia al poderoso Sansón, dejándole sin fuerzas –dicen- que por un
corte de pelos.
En definitiva, cuando estos filisteos
llegaron a nuestras costas, a pesar de que sabían que estaban en los confines
del mundo, asomándose a un impresionante océano, y a pesar de que las aguas
rojas del Tinto les evocaba la sangre de sus cruentos sacrificios, simplemente
les pusieron los nombres de sus dioses. Lo que ocurre es que, como hemos visto,
para los judíos, y sus herederos los cristianos, estos dioses eran los
abominables dioses de los ejércitos enemigos, y con ellos nutrieron el panteón
de sus deidades infernales. Finalmente, Roma venció a la fenicia Cartago, y
Yahvé, a través de su unigénito Cristo, conquistó Roma. Y la Historia la
escriben los vencedores. Nada más. Aunque esto iniciara una historia negra de
estos lugares, vinculándolos a oscuras sectas y rituales nigrománticos de
cultos órficos y herméticos para iniciados. Tal vez un día os la cuente... o
tal vez no. A veces conviene no seguir el consejo del insigne poeta Juan Ramón
Jiménez, ya saben, cuando decía eso de “intelijencia dame el nombre exacto de
las cosas”, y, en cambio, hacer caso del no menos insigne, aunque no Nobel,
Miguel de Cervantes, que nos habla de un lugar “de cuyo nombre no puedo
acordarme”.
Por ahora, lo que nos interesa es
subrayar que fueron los filisteos quienes pusieron los primeros nombres
conocidos a estos lugares de la costa onubense, y que dichos nombres sólo
tienen sentido y significado en su lengua. Puesto que, como ya he dicho, los
filisteos acostumbraban a bautizar los lugares que “descubrían” con los nombres
de sus dioses, –igual que hicimos nosotros con nuestros santos-, comencé a
buscar un dios filisteo cuyo nombre se asemejara a nuestro Mazagón. Entonces,
recordando mis juveniles lecturas de la Biblia, vino a mi mente el nombre de Dagón, que “suena” bastante parecido
al de nuestra playa. Nada sabía del tal Dagón, aunque vagamente mi memoria me
traía imágenes de un templo dedicado a este dios; el que Sansón, cegado y atado
a sus columnas, derribó sobre su cabeza y la de todos los filisteos presentes
que se mofaban de él.
Busqué datos sobre Dagón, y cual no sería mi sorpresa
al descubrir que era un tritón, mitad humano mitad pez, el precursor del
Poseidón griego y del Neptuno romano. Una de las divinidades más veneradas de
los filisteos, los cuales le habían erigido en Gaza un templo magnífico. Se
representaba medio hombre, medio pez. Esto ha hecho derivar su nombre de la
palabra dac que significa pescado.
El Dios del Mar de uno de los Pueblos del Mar. Otra vez... premio. Las piezas
van encajando. Todo tiene sentido.
Dagón, dios del mar
Claro que éste es Dagón, no Zagón. ¿Pero acaso hay
alguna palabra más conocida que aquella con la que llamamos a Dios? ¿Y acaso
nuestro Dios, nuestro Deus, no es una evolución del dios padre griego Zeus? ¿No
pone de manifiesto esta evolución la ambivalencia fonética de la D y la Z? Y
hasta de la T, que nos lleva del romanizado Zeus –Júpiter- al vocablo griego
Theo, con palabras como teocracia, teología y, sorprendentemente, pudiera ser
que hasta teocali.
Así pues, se consolida nuestra hipótesis de que Mazagón
es un topónimo filisteo dedicado al dios del mar Dagón. Ahora bien, nos queda
el prefijo “Ma”, o más correctamente, la letra M, pues los filisteos no
utilizaban vocales. Todos sabemos que los fenicios fueron los grandes
simplificadores y difusores del alfabeto, del que procede el nuestro. Pero
ellos lo tomaron de varias fuentes, la más importante el egipcio. Pues bien,
nuestra M, heredera de la romana, de la griega y de la filistea, se inspiró en
un jeroglífico egipcio consistente en una línea quebrada, más o menos así
/\/\/\, que representaba, cómo no, al MAR.
En definitiva, que Mazagón, o como escribiría un
filisteo M’DCN –o algo así-, significaría Mar de Dagón, entendido mar como
“aguas”, que, teniendo en cuenta la naturaleza pisciforme de la deidad, me
atrevería a traducir muy libremente como “Morada de Dagón”. Por eso todos los
mazagones y marzagones están ubicados en las costas, o en las riberas de ríos o
arroyos. Y por eso también se difundió tanto este topónimo entre los pueblos de
navegantes, los “pueblos del mar” –fenicios, filisteos o griegos de la
Antigüedad- y los portugueses o españoles de la era de los “descubrimientos”.
Esta gran difusión sí tiene sentido, como que se están
refiriendo al Dios del Mar. La hipótesis de “marzaga”, en cambio, no lo tiene.
¿Pero a cuento de qué se iba a extender tanto el nombre de un triste arroyuelo
de nuestra costa por el prosaico y simple hecho de que unas mujeres pagaran
allí un tributo? Por cierto, no existe este vocablo, lo más parecido es
“marzazgo”, si no recuerdo mal un impuesto medieval que se pagaba por el mes de
marzo, pero sobre gallinas y productos agrícolas. Esto no encaja, ¿por qué se
iban a reunir unas señoras para pagar un impuesto sobre pollos a la orilla de
un arroyo? Lo único que ahí parece haber de cierto es la participación de las
mujeres ante el monumento del dios, generalmente una columna con su efigie y un
altar, pero ellas no pagaban el tributo, sino que el tributo se pagaba con
ellas, ellas “eran” el tributo...
sacrificadas a Dagón.
A Lovecraft le debemos el relato Dagón, que nos permite evocar el
sentimiento de estas víctimas de la divinidad, “entonces, de repente, lo
vi. Tras una leve agitación que delataba
su ascensión a la superficie, el ser surgió a la vista sobre las aguas oscuras. Inmenso, repugnante, aquella especie de
Polifemo saltó hacia el monolito como un monstruo formidable y pesadillesco, y
lo rodeó con sus brazos enormes y escamosos, al tiempo que inclinaba la cabeza
y profería ciertos gritos acompasados.
Creo que enloquecí entonces”. Al parecer, incluso los famosos Beatles se sintieron subyugados por
esta deidad, y una de las pocas películas que produjeron fue Dagón, la secta del Mar, secta que
por cierto subsiste actualmente modificada como del Mal. Pero eso ya no nos concierne.
A nosotros nos basta con saber que, muy probablemente,
el nombre de nuestra playa tiene casi tres mil años, y que estuvo dedicada por
los filisteos al Dios del Mar, la morada de Dagón. Luego los romanos, que no
conocían a esa deidad y con las olas ante sus ojos, vulgarizaron el Mazagón en
Mar Zagón, y en los siglos XV y XVI divulgaron ambos nombres por todo el mundo
los navegantes ibéricos, convertidos además por los portugueses en “Mazagao” y
“Marzagao”.
Miles de años, mucha historia, muchas culturas, muchas
vidas. Si de algo nos debería servir el conocimiento sería para respetar.
Disfrutar, por supuesto, de la maravillosa costa que la naturaleza nos brinda,
como lo hicieron nuestros antepasados. Pero, al mismo tiempo, respetarla y cuidarla
para las futuras generaciones, pues de lo contrario acabará llamándose
Marcagón, y no hará falta que nadie nos explique su etimología.
P.D.: Hace unos días, unos científicos alemanes que
analizaban fotos de satélite afirmaron que, hundidas en las marismas de
Hinojos, se observaban unas estructuras rectangulares rodeadas de anillos concéntricos
que afirmaron podría tratarse del templo de Poseidón ubicado en la antigua
capital de la Atlántida, el legendario continente cuya destrucción, tras un día
de cataclismo en el 9792 a C., nos relató Platón inspirado en antiguas
historias de sacerdotes egipcios. Ojalá sea cierto. Muy lejos no debe de estar.
Pero, en cualquier caso, sirva esta actualísima noticia como referencia a lo
antiquísimo que es y lo extendido que estuvo en esta costa el culto al Dios del
Mar.