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UN CABALLERO
ESPAÑOL
Lo de Serafín con las marquesas es auténtica manía. Alguna debió de darle calabazas.
Pero esto no es excusa para gastar ríos de tinta en su retrato, que por otro lado es
oportuno, aunque no nos atrevemos a pronunciarnos sobre su fiabilidad. Lo que hay que
agradecer al dibujante es la alegría, la vacuidad de estas jamonas, el desenfado que
consumen a raudales y su impericia para juzgar al mundo circundante. Mientras tanto se
desdora el abolengo, los campos se venden para enjugar las deudas contraídas por el
marqués, etcétera. No nos extraña que se entreguen al morapio. Nadie tiene la culpa; si
acaso, el mayordomo. _¡A mí no se me replica! ¡He dicho que mañana
hay que arreglar este ascensor, y basta! El vino calienta el corazón y ahuyenta las penas. Y grandes, colosales, serán las que soportan las marquesas, a juzgar por el consumo que hacen del jugo fermentado de la uva y la pericia, el auténtico dominio, el virtuosismo de que hacen gala para ingurgitar el líquido. Será cuestión de práctica, algo así como los que tocan en la orquesta. Los comentarios de esta página corren a cargo del escritor Javier Rey de Sola.
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