Indice General

Revoluciones
del Siglo XX

 

Nahuel Moreno

 

Secretariado Centroamericano —SECA—

Centro Internacional del Trotskismo Ortodoxo —CITO—

http ://www.oocities.org/obreros.geo/

mail : seca_6@yahoo.com

Edición electrónica Diciembre 2001

(Tomado de Cuadernos de Solidaridad, Buenos Aires, 1986)



Indice

Presentación

Las revoluciones del Siglo XX

Estado, régimen y gobierno

El nacimiento del estado

Los distintos estados

El estado obrero o transicional

Los diferentes tipos de estado

Los regímenes políticos

Los gobiernos

El ejemplo argentino

Reforma y revolución

Reforma y revolución

Los cambios en el Estado y en la sociedad

Los cambios en el régimen

Contrarrevolución y reacción

Las épocas y etapas de la lucha de clases

Las grandes épocas revolucionarias

Las etapas de la revolución socialista

Las etapas y situaciones mundiales y nacionales

Las revoluciones democrático-burguesas

La Revolución contra el Estado feudal

La Revolución antifeudal y de Independencia nacional

El bismarkismo

La época de las reformas y las reacciones

La época de la revolución socialista internacional

La revolución rusa

Las otras revoluciones abortadas

La revolución española

Resumen

El régimen leninista

Cuatro características fundamentales

La contrarrevolución: los nuevos regímenes

La lucha contra la contrarrevolución burguesa imperialista

La contrarrevolución stalinista y la revolución política contra ella

Las revoluciones socialistas congeladas en la expropiación de la burguesía

Las guerras revolucionarias

La guerra revolucionaria antes de la toma del poder

El partido-ejército toma el poder

Las revoluciones abortadas

Las revoluciones parecidas a las de febrero.

Los regímenes stalinistas y la revolución política

Los regímenes obreros contemporáneos

El rol contrarrevolucionario del stalinismo

La revolución política contra el régimen burocrático

Las distintas situaciones

La situación no revolucionaria

La situación revolucionaria de octubre

Las nuevas situaciones contrarrevolucionarias

Las nuevas situaciones revolucionarias de la posguerra

¿Ha comenzado la revolución brasileña?

Carta de Nahuel Moreno a la dirección de Alicerce

¿Desde la manifestación de Río se abrió una crisis revolucionaría?

Nueva luz sobre una discusión

Las distintas situaciones

Situación y crisis revolucionaria

La revolución comenzó en Río de Janeiro

Un esquema en lugar de la realidad

El fetichismo de la huelga general

La derrota del gobierno y el triunfo de las masas en el Parlamento

No pongamos fechas a las revoluciones por ahora

Las perspectivas inmediatas

Las consignas y el programa

El nivel de conciencia de las masas

Apéndice

Lenin (1915)

Lenin (1920)

Trotsky (1931)

Trotsky (1940)


Presentación

El texto que estamos publicando con el titulo de Las revoluciones del siglo XX fue un rápido resumen preparado al correr de la pluma por Nahuel Moreno en enero de 1984, para el estudio y discusión de las escuelas de cuadros del partido. Muchos de los temas allí tocados siguen siendo materia de investigación y discusión, y por eso queremos resaltar el carácter de resumen y borrador de este texto.

Para avanzar en el estudio y discusión del proceso de la revolución brasileña publicamos una carta de Nahuel Moreno a la dirección de Alicerce, escrita poco después de las multitudinarias manifestaciones de San Pablo y Río de Janeiro que provocaron la caída de la dictadura militar.

Sobre la situación revolucionaria, queremos ayudar a la discusión publicando algunas de las principales citas de al respecto de Lenin y Trotsky.

Las revoluciones del Siglo XX

Estado, régimen y gobierno

La definición precisa del estado, los regímenes políticos y los gobiernos es de importancia decisiva para el partido marxista revolucionario, porque ése es el terreno de la acción política. El partido quiere lograr una sociedad mundial sin clases ni explotación, para que la humanidad progrese, haya abundancia para todos, no haya guerras y se conquiste una plena libertad. Para conseguirlo, lucha por expropiar al imperialismo y a los grandes ex­plotadores, terminar con las fronteras nacionales y conquistar una econo­mía mundial planificada al servicio de las necesidades y el desarrollo de la especie humana. Pero el partido no actúa directamente sobre las fuerzas productivas: no desarrolla nuevas herramientas, técnicas ni ramas de la pro­ducción. Tampoco puede actuar directamente sobre la estructura social: no expropia por su cuenta a la clase capitalista. El partido actúa en la po­lítica, en la superestructura. Lucha para llegar al gobierno y desde allí destruir el estado capitalista. Es decir, quiere destruir las instituciones del gobierno burgués. Quiere que la clase obrera asuma el poder político e im­plante sus instituciones democráticas. Quiere construir en cada país donde triunfa la revolución un estado obrero fuerte, que ayude a que la revolu­ción triunfe en los demás países. Desde el gobierno de ese estado obrero quiere planificar la economía, federándose con los otros estados obreros, para hacer avanzar las fuerzas productivas. Desde ese estado obrero quiere revolucionar el sistema social, eliminando la propiedad burguesa de los medios de producción a nivel nacional, y ponerlo al servicio de esa tarea a ni­vel mundial. Y sólo después de haber liquidado la resistencia de la clase ca­pitalista en el mundo, esos estados obreros o federaciones de estados obre­ros comenzarán a desaparecer y, con ellos, también desaparecerán el esta­do y el partido. Hasta entonces, los problemas del estado, los regímenes y los gobiernos son cuestiones esenciales de la política del partido marxista revolucionario internacional y nacional, porque es en ese terreno donde se concentra el accionar político del partido revolucionario, y el de sus ene­migos: los partidos burgueses, pequeñoburgueses y burocráticos.

El nacimiento del estado

Hasta la revolución rusa, el estado ha sido el instrumento de la domina­ción política de los explotadores sobre los explotados. No es, como nos en­señan en la escuela, neutral, imparcial, protector de toda la sociedad. El es­tado defiende a la clase o al sector que explota al resto de la sociedad. Por eso, el elemento mas importante, el fundamental, de cualquier estado son las fuerzas armadas. Sin ellas, ninguna clase explotadora, que siempre es minoría, podría imponer su voluntad a las clases o castas explotadas, que siempre son mayoría.

Cuando la sociedad no estaba dividida en explotadores y explotados, no había estado. En el salvajismo y el barbarismo había división de tareas para las funciones o necesidades no directamente productivas. Los brujos admi­nistraban las creencias. Los jefes o caciques dirigían las guerras. Había tam­bién organizaciones específicas, por ejemplo las de los jóvenes o de los adolescentes. En el salvajismo, estas funciones y esta división de tareas eran más fluidos, mientras que en el barbarismo, al superarse la etapa nómade y asentarse en los pueblos, se hicieron más sólidas y permanentes. Pero en ningún caso configuraron instituciones de un estado. No era una división del trabajo dentro de la tribu que trajera privilegios económicos, ni era permanente. No se daba el hecho de que unos se dedicaran exclusivamente y para siempre a trabajar y otros a conducir. Todos trabajaban y todos podían dirigir. Era una división natural del trabajo, determinada por la ca­pacidad individual. El mejor guerrero era el jefe, pero no dejaba por ello de trabajar. Y a ese jefe lo designaba la asamblea de la tribu, que a la vez po­día reemplazarlo en cualquier momento. El jefe no tenía el monopolio de las armas; a las asambleas llevaban sus lanzas todos los hombres de la tribu.

Es que en esta sociedad no había explotación, es decir, la tribu no se dividía en una parte mayoritaria que trabajaba y otra —minoritaria— que no lo hacía y a pesar de ello se llevaba lo mejor. Sí había opresión. Los adultos oprimían a los jóvenes y a los niños, que eran los que más trabajaban. Pero éstos, al crecer, trabajaban mucho menos y oprimían a los nuevos jóvenes y niños. Es opresión y no explotación precisamente por eso: cuando cre­cen se liberan. También, en mucho casos, el hombre oprimía a la mujer y se daba una división natural del trabajo: la mujer criaba los chicos y el hombre guerreaba y cazaba. Por eso las mujeres nunca tenían armas. Pero no había castas, ni mucho menos clases. Es decir, no había un sector de tribu que no trabajara y un sector que sí lo hiciera. Por eso mismo, no exis­tía el estado.

El estado apareció hace seis u ocho mil años, en la sociedad asiática. En cualquier sociedad cuyo modo de producción fundamental sea el riego, aparecen los administradores del agua y sus acólitos armados. Si es muy pe­queña, será un administrador secundado por dos guerreros. Si es muy gran­de, veremos los enormes aparatos de miles y miles de funcionarios o buró­cratas especializados. Pero en cualquier caso, presentan un rasgo definitorio: las armas no están más en manos de toda la sociedad, sino del estado. Y las decisiones no las toma ninguna asamblea de la población, sino el estado.

Esta es, pues, ante todo, la organización que se da una casta que surge por primera vez en el régimen asiático, especializada en la administración, es control y la conducción de la vida social: la burocracia. Surgen grupos de hombres que monopolizan las tareas que antes hacía la tribu democrática­mente. En la tribu se administraba justicia, se enseñaba y se guerreaba en­tre todos. Las armas eran de todos. A partir del surgimiento del estado y de la sociedad asiática, las castas hacen estas tareas. Esas castas organizadas serán las burocracias con sus organizaciones, las instituciones.

En líneas generales, esas instituciones y burocracias han seguido siendo casi las mismas a través de la historia. La burocracia que controla y admi­nistra la fe del pueblo son los curas, organizados en la Iglesia. La que ad­ministra la enseñanza son los maestros y profesores; sus instituciones son las escuelas, los colegios y las universidades. Los burócratas que defienden al estado de los ataques exteriores son los militares, organizados en los ejér­citos. Los que administran la represión interna son los agentes y oficiales, cuya institución es la policía. Los que administran justicia son los jueces y sus empleados. Finalmente, están los que administran el propio estado, co­brando los impuestos y haciendo todas las tareas necesarias para que fun­cione el aparato gubernamental.

En la sociedad esclavista, al aparecer las clases sociales, el estado toma su carácter actual, el definido por Marx: el de instrumento para que la cla­se explotadora imponga su dictadura a las clases explotadas. Sigue siendo un aparato conformado por instituciones que organizan a diferentes bu­rocracias según la función que cumplen. Pero ya se trata de un estado cla­sista, la herramienta de una clase social para conservar fas relaciones de propiedad y de producción, es decir la estructura de clases dada.

Los distintos estados

No se puede definir el estado por el desarrollo de las fuerzas productivas. Sí hablamos de éstas, podemos referirnos al “mundo mediterráneo” (esclavismo), a la “economía de autoconsumo” (feudalismo), al “maquinismo y la gran industria” (capitalismo). Pero esos términos no nos sirven para definir el estado.

Tampoco se lo puede definir por las relaciones de producción existentes o predominantes, aunque las expresa mucho mas directamente que al desa­rrollo de las fuerzas productivas. El capitalismo es la forma de producción dominante desde hace 400 años, pero durante siglos los estados siguieron siendo feudales, con más o menos adaptaciones, porque el poder estaba en manos de la nobleza, que defendía sus propiedades y privilegios amenaza­dos por la burguesía.

El estado se define, entonces, por la casta o la clase que lo utiliza para explotar y oprimir a las demás clases y sectores . Hasta el presente se han dado cinco tipos de estado:

1) El estado asiático, que defendía a la casta burocrática, con sus faraones, y oprimía a los agricultores.

2) El estado esclavista, que defendía a los dueños de los esclavos y oprimía a los esclavos.

3) El estado feudal, que defendía a los señores feudales y las propiedades de la Iglesia, y oprimía a los siervos.

4) El estado burgués, que defiende a los capitalistas y oprime a los obreros.

5) El estado obrero, no capitalista o transicional.

El estado obrero o transicional

Este último estado, que nace a partir de la Revolución Rusa de octubre de 1917, es el primer estado que no sirve a la clase explotadora dominante en el mundo actual, la burguesía. Es provisorio, transicional; o avanza ha­cia el socialismo mundial, lográndose que desaparezca el estado, o se retro­cede nuevamente al capitalismo.

El estado obrero va a existir mientras siga habiendo burguesía en alguna parte del planeta. Pero una vez que triunfe el socialismo en el mundo, que vayan desapareciendo las clases sociales y, con ellas, la explotación, no van a hacer falta fuerzas armadas, policía, jueces, ni gobierno. Es decir, no va a hacer falta que sobreviva el estado, porque será el pueblo en su conjunto el que cumplirá todas las tareas de administración, control y conducción de la sociedad, como durante millones de años lo hicieron las tribus primiti­vas.

Los diferentes tipos de estado

En una misma sociedad, hay sectores de las clases o castas dominantes que monopolizan el estado durante una época, y luego son desplazados por otros sectores. El ejemplo más significativo de este fenómeno es la domina­ción actual de los grandes monopolios capitalistas, que desplazaron a la burguesía no monopolista del siglo pasado. Tanto el estado del siglo XIX como el del siglo XX son estados capitalistas, pero al mismo tiempo ex­presan a diferentes sectores de la burguesía.

Es decir, clasificamos a los tipos de estado por los sectores de clase que dominan en determinada época. Esta clasificación tiene que ver con secto­res sociales, no con las instituciones que gobiernan. Por ejemplo, en una monarquía burguesa puede dominar el estado, durante una etapa, la bur­guesía comercial e industrial de libre competencia, y en otra etapa la bur­guesía monopolista, o se pueden dar diferentes combinaciones.

Desgraciadamente, lo mismo ha empezado a ocurrir con los estados obreros: surgen distintos tipos, según los sectores que los controlan. Si es la mayoría de la clase obrera a través de sus organizaciones democráticas, se trata de un estado obrero. Pero si lo controla la burocracia, que impone un estado totalitario, es un estado obrero burocratizado.

Los regímenes políticos

La definición del carácter del estado sólo nos sirve para empezar a estu­diar el fenómeno. Sólo responde a la pregunta: ¿Qué clase o sectores de clase tiene el poder político? El régimen político es otra categoría que res­ponde a otra pregunta: ¿A través de qué instituciones gobierna esa clase en determinado período o etapa?

Esto es así porque el estado es un complejo de instituciones, pero la cla­se en el poder no las utiliza siempre de la misma forma para gobernar. El régimen político es la diferente combinación o articulación de las institu­ciones estatales que utiliza la clase dominante (o un sector de ella) para go­bernar. Concretamente, para definir un régimen político debemos contes­tar las preguntas: ¿Cuál es la institución fundamental de gobierno? ¿Có­mo se articulan en ella las otras instituciones estatales?

Los cinco tipos de estado que hemos enumerado han pasado, a su vez. por diferentes regímenes políticos.

El estado esclavista, en Roma, cambia tres veces su funcionamiento. Primero es una monarquía, con sus reyes. Después una república, y final­mente un imperio. Pero siempre sigue siendo un estado esclavista. El rey y el emperador defienden la estructura social, que los dueños de los escla­vos sigan siendo dueños de esclavos. La república también, aunque no hay autoridad unipersonal, ese rol lo cumple el Senado, ya que en él votan so­lamente los dueños de esclavos, jamás los esclavos.

El estado burgués ha dado origen a muchos regímenes políticos; mo­narquía absoluta, monarquía parlamentaria, repúblicas federativas y uni­tarias, repúblicas con una sola cámara o con dos (una de diputados y una muy reaccionaria, de senadores), dictaduras bonapartistas, dictaduras fas­cistas, etc. En algunos casos son regímenes con amplia democracia burgue­sa, que hasta permiten que los obreros tengan sus partidos legales y con re­presentación parlamentaria. En otros casos son lo opuesto; no hay ninguna clase de libertades, ni siquiera para los partidos burgueses. Pero a través de todos estos regímenes, el estado sigue siendo burgués, porque sigue en el poder la burguesía, que utiliza el estado para seguir explotando a los obre­ros.

Los gobiernos

Los gobiernos, en cambio, son los hombres de carne y hueso que, en determinado momento, están a la cabeza del estado y de un régimen po­lítico- Esta categoría responde a la pregunta: ¿Quién gobierna?

No es lo mismo que régimen, porque pueden cambiar muchos gobier­nos sin que cambie el régimen, si las instituciones siguen siendo las mismas.

En Estados Unidos, por ejemplo, hace dos siglos que hay un régimen de­mocrático burgués, con su presidente y su parlamento elegidos por el voto, y su Poder Judicial. El Partido Republicano y el Demócrata se alternan en el gobierno. En los últimos años han pasado los gobiernos de Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Cárter y Reagan. Podemos denominarlos así por­que, en el complejo de instituciones que constituyen la democracia burgue­sa yanqui, la más fuerte es la presidencial. A través de todos estos gobiernos, el régimen no cambió; siguió siendo una democracia burguesa presidencialista.

No hay que confundir los distintos regímenes con los distintos tipos de estado. El estado se define, como ya hemos visto, por las clases o sectores de clase que lo dominan los regímenes, por las instituciones.

La Alemania nazi y la URSS stalinista tuvieron regímenes muy pareci­dos: gobierno de un solo partido, sin la más mínima libertad democrática y con una feroz represión. Pero sus tipos de estado son diametralmente opuestos: el nazi es el estado de los monopolios más reaccionarios y guerreristas; la URSS es un estado obrero burocratizado, no capitalista.

Lo mismo ocurre con las monarquías: las hay asiáticas, esclavistas, feu­dales y capitalistas. Como van las cosas, hay gobiernos familiares también en los estados obreros: los Castro en Cuba, los Mao en China, los Tito en Yugoslavia, los Ceausescu en Rumania, el padre con su hija en Bulgaria. . . ¿Llegaremos a ver reinados obreros?

Esto no niega que a veces haya cierta coincidencia, más o rnenos gene­ralizada, entre un tipo de estado y el régimen. Todo estado obrero buro­cratizado tiende a ser totalitario. Los estados de los grandes monopolios tienden también al totalitarismo, que sólo pueden imponer cuando derro­tan con métodos de guerra civil a la clase obrera.

El ejemplo argentino

En la Argentina, el Proceso tuvo tres gobiernos. Podríamos llamarlos de Videla, de Viola y de Galtieri, pero sería más correcto decir que fueron los gobiernos de Videla—Massera—Agosti. Viola—Lambruschini—Graffigna y Galtieri—Anaya—Lami Dozo. Porque la institución fundamental del régi­men, es decir del Proceso, no era el presidente sino la Junta de comandan­tes en jefe. Pero siempre fue el mismo régimen, con las mismas institucio­nes de gobierno (la CAL, el presidente), articuladas alrededor de la institu­ción fundamental, que era la Junta.

En síntesis, el estado es qué gobierna, qué clase social tiene el poder. El régimen es cómo gobierna esa clase en un período dado, a través de qué instituciones, articuladas de qué forma- El gobierno es quién ejerce el po­der en un régimen dado; qué personas, grupos de personas, o partidos, son la cabeza, los que toman las decisiones en las instituciones del régimen y del estado.

Reforma y revolución

Hemos venido asegurando que en Argentina, al igual que en Bolivia y Perú, hubo una revolución. Se nos ha objetado que no es así, con diferen­tes argumentos. Hay quienes sostienen que sólo hay una revolución cuando el movimiento de masas destruye a las fuerzas armadas del estado o de un régimen, como ocurrió en Nicaragua. Otros definen que hay revolución cuando cambia el carácter del estado, es decir, cuando el poder pasa a ma­nos de otra clase, como sucedió en Rusia en octubre de 1917. Finalmente, están quienes aseguran que la revolución se produce cuando se expropia a la clase dominante, como ocurrió, por ejemplo, en Cuba, más de un año después del triunfo castrista.

Son tres concepciones distintas de lo que es una revolución. Lógicamen­te, coincidimos en que a esos tres fenómenos hay que llamarlos revolución. Por supuesto, también aceptamos que ninguno de esos tres fenómenos se dio en la Argentina, en Bolivia o en Perú: no fueron destruidas las fuerzas armadas de la burguesía, ni cambió el carácter del estado —que sigue sien­do burgués—, ni se expropió a la burguesía y al imperialismo.

Pero los cambios ocurridos en Argentina, Bolivia y Perú han sido tan espectaculares que la teoría debe explicarlos y definirlos. Sin hacer una dis­cusión sobre palabras, es imprescindible precisar teóricamente qué ocurrió en estos países. Para hacerlo, comenzaremos por definir qué quiere decir “revolución”, señalaremos cómo se producen los cambios y qué tipos de cambio existen.

Reforma y revolución

Reforma y revolución son fenómenos que se dan en todo lo existente, al menos en todo lo vivo. Reforma, como su nombre lo indica, es mejorar, adaptar algo, para que siga existiendo. Revolución, en cambio, es el fin de lo viejo y el surgimiento de algo completamente nuevo, distinto.

Si tomamos como ejemplo el desarrollo de la aeronáutica, podemos ver que ha pasado por tres revoluciones: la primera, cuando el hombre comien­za a volar, con artefactos más livianos que el aire: los globos; la segunda se da cuando inventa aparatos más pesados que el aire: los aviones con moto­res a explosión; la tercera revolución son los motores de retropropulsión, “a chorro”.

¿Por qué llamamos “revoluciones” a estos tres grandes avances? Porque cada uno de ellos es sustancialmente distinto al anterior, y lo liquida. Los aviones con motor a explosión liquidan a los globos. Los aviones a chorro liquidan a los aviones a explosión. Un avión no tiene nada que ver con un globo y un motor a chorro no tiene nada que ver con un motor a explo­sión.

Pero, entre cada una de estas revoluciones, se dan progresos, mejoras. es decir, reformas. El globo lleno de aire caliente, que volaba para donde lo llevaba el viento y sólo podía transportar a tres o cuatro personas, es mejorado hasta llegar a los grandes “zeppelines” alemanes. Henos de ga­ses más livianos que el aire, con motores que les permiten votar hacia don­de quieran y capaces de transportar a centenares de pasajeros. Eso fue una reforma. Los aviones monomotores biplanos que se usaron en la primera guerra mundial sólo llevaban a una o dos personas, podían subir pocos cen­tenares de metros y tenían escasa autonomía de vuelo; los últimos aviones con motor a explosión fueron los enormes bombarderos cuatrimotores de la segunda guerra mundial, que volaban a miles de metros de altura, lleva­ban toneladas de bombas y tenían gran autonomía o los “Super Constellation”. que transportaban a más de 100 pasajeros atravesando los océanos. También fueron una reforma. Otra es la que va desde los primeros aviones a chorro alemanes, o los Gloster Meteor que usaron los yanquis en la gue­rra de Corea, pequeños y con velocidades subsónicas, hasta los cazas su­persónicos actuales, o el “Concorde”. Todas éstas son reformas, porque un Zeppelin seguía siendo un globo, un Super Constellation es un avión con motor a explosión y un Concorde un avión a chorro, aunque fueran infini­tamente superiores al primer globo, al monomotor de la primera guerra o a los Messerschmicht a chorro alemanes de la segunda guerra.

Como toda definición marxista o científica, revolución y reforma son relativos al segmento de la realidad que estamos estudiando, es decir, al objeto con relación al cual aplicamos estas categorías. SÍ en vez de estu­diar la aeronáutica estudiáramos los medios de transporte en general, todo cambia. Hay varias revoluciones. Antes que nada el hombre camina, después cabalga, es decir utiliza los pies o las patas; después inventa la rueda, que es la más grande revolución hecha hasta la fecha en el transpor­te. Gracias a la rueda se desarrollan muchísimos medios terrestres de trans­porte: los coches tirados a caballo, los trenes, los automóviles. Por otra parte, el hombre navega con distintos medios: el bote, el buque, el trans­atlántico, impulsados por diferentes fuentes de energía. Por último, vuela.

Si tomamos en cuenta el medio por donde el hombre logra transportar­se, hay sólo cuatro revoluciones: tierra, mar, aire y espacio. Todos los otros cambios, con relación a esta clasificación, son reformas: la rueda para la tierra, las canoas o los buques para el agua, los globos y los aviones para el aire, los cohetes para el espacio, Pero si tomamos, por ejemplo, el trans­porte terrestre en sí mismo, todos esos cambios que ya mencionamos son revoluciones.

Estas categorías de reforma y revolución también se dan en el terreno histórico social. Para poder usarlas correctamente, no debemos olvidar nunca su carácter relativo. ¿Revolución con relación a qué? ¿Reforma con relación a qué?

Si nos referimos a la estructura de la sociedad, a las clases sociales, la única revolución posible es la expropiación de la vieja clase dominante por la clase revolucionaría. Esa expropiación cambia totalmente la sociedad, porque hace desaparecer a la clase que hasta ayer dominaba la producción y la distribución, y el papel es asumido por otra clase. Cualquier otro fe­nómeno es una reforma.

Si nos referimos al estado, la única revolución posibles es que una cla­se destruya el estado de otra, la expulse del mismo y lo tome en sus manos construyendo un estado distinto. En nuestra época eso es la revolución socialista o social. Todo lo que ocurra con los regímenes y gobiernos son sólo reformas, en tanto no se cambie el carácter de clase del estado.

Pero nosotros sostenemos que esa misma ley se aplica con relación a los regímenes políticos. En los regímenes políticos puede haber reformas y revoluciones. Es decir, dentro de un mismo estado (por ejemplo el esta­do burgués) se producen cambios en el régimen político, que pueden dar­se por dos vías: reformista o revolucionaria. Con relación al estado, da lo mismo: todas son reformas, porque el estado sigue siendo burgués. Pero con relación al régimen no es lo mismo.

Este problema es muy importante para la acción, la política y el progra­ma del partido revolucionario. Porque éste no lucha en abstracto contra el estado burgués. Lucha contra el estado tal cual se da en cada momento; es decir, lucha contra el régimen político, contra las instituciones de gobierno que en cada circunstancia asumen ese estado, y contra el gobierno que las encabeza.

Los cambios en el Estado y en la sociedad

En líneas generales, los marxistas revolucionarios afirmamos que el cambio en el carácter del estado y de la sociedad, en esta época de trán­sito del capitalismo al socialismo, sólo es posible por vías revolucionarias.

Esta cuestión ha dividido al movimiento marxista, precisamente, entre reformistas y revolucionarios.

Los reformistas sostenían que se podía llegar al socialismo gradualmen­te, sin revoluciones, conquistando hoy las ocho horas de trabajo, mañana el voto universal, pasado mañana la legalidad de los partidos obreros y, por último, con la mayoría de esos partidos obreros en el parlamento.

Los revolucionarios, en cambio, sostenían que para construir el socialis­mo había que derrotar a la burguesía haciendo una revolución, es decir, sacándole el poder para que lo asumiera la clase obrera. No negaban la existencia de reformas. Pero sostenían que todas las conquistas que logra­ra la clase obrera sin derrotar política y socialmente a la burguesía, es decir sin quitarle el poder y expropiarla, nunca nos podrían llevar al socialismo. Este no se lograría por ese proceso gradual, paulatino, de suma de conquis­tas que preconizaban los reformistas. Más aún, si no se hacía la revolución social, se retrocedería, se perderían las conquistas adquiridas.

Efectivamente, nacionalizar un banco o un ferrocarril, imponer las ocho horas, llevar representantes obreros al parlamento, son reformas al régi­men capitalista. Sirven para preparar la revolución, pero no cambian el régimen, porque la burguesía sigue dominando el estado y la economía. Y si alguna vez un partido obrero revolucionario ganara mayoritariamente las elecciones, las fuerzas armadas del estado burgués le impedirían asu­mir el gobierno o lo echarían a los pocos días, a menos que hubiera una revolución obrera y socialista que las derrotara.

La primera revolución obrera triunfante, la rusa, nos dio la razón a los revolucionarios. Fue una revolución porque liquidó el estado capitalista en el terreno político y a la burguesía en el terreno económico, expro­piándola y eliminándola como clase social. Los reformistas, en cambio, nunca lograron el socialismo, aunque hubo países que durante años y años estuvieron gobernados por esos partidos obreros reformistas que ganaron las elecciones, como la socialdemocracia sueca o alemana.

Por eso mismo, retrocedieron también en las reformas conquistadas por la clase obrera, o lo están haciendo: bajan los salarios, crece la deso­cupación, se pierden las leyes sociales, etcétera.

Existe, pues, reforma también en el estado y en la sociedad. La legali­zación de los partidos obreros y los sindicatos por el estado burgués es una reforma, ya que introduce en la superestructura elementos de demo­cracia obrera. Lo mismo en el terreno económico. Los bolcheviques, por ejemplo, realizaron a revolución económica cuando expropiaron a la bur­guesía y nacionalizaron las empresas. Pero en el campo aceptaron el repar­to de las tierras en propiedad a tos campesinos mientras preparaban un plan para convencerlos de las ventajas de la nacionalización de la tierra. El proceso de transformación del campesino de pequeño propietario a obrero asalariado en las tierras del estado sería revolucionario con relación al campesino que pasaría de pequeño burgués a obrero. Pero es reformista con relación a la economía del estado: antes y después de ese hecho el estado no es capitalista sino obrero, transicional.

Pero lo indiscutible es que no cambia el carácter del estado y de la so­ciedad si no se da una revolución social y económica que destruya el esta­do burgués, ponga en el poder al proletariado y expropie a los burgueses.

Los cambios en el régimen

Sostenemos que en los regímenes políticos hay también cambios revo­lucionarios y cambios reformistas.

Comparando los procesos argentino, boliviano o peruano con los de Brasil o España, ha surgido una apasionante discusión teórica. ¿Son o no diferentes? Sí son iguales, ¿eso significa que hubo una revolución en el ré­gimen de los cinco países? ¿O no la hubo en ninguno?

Desde un punto de vista superficial, en todos ocurrió algo parecido; cambió el régimen de gobierno, de dictatorial y totalitario a relativamente democrático. Bajo Franco, Videla, Garrastazú Medici y García Meza no había libertades democráticas y se utilizaban métodos de represión físi­ca para aplastar al movimiento obrero y de masas. Bajo el rey Juan Carlos, Geisel, Bignone, Siles Suazo y Belaúnde Terry hay amplias libertades democráticas y sindicales, funcionan los partidos políticos y hay elec­ciones. Sin embargo, nosotros sostenemos que Argentina, Bolivia y Perú son totalmente distintos de Brasil y España. En los primeros hubo una re­volución y en los segundos no. Pero en España y Brasil sí hubo reformas, y tan importantes que cambiaron el carácter del régimen.

En primer lugar, la diferencia más visible entre estos dos procesos es que en Argentina, Bolivia y Perú hubo una crisis revolucionaria, y en Bra­sil y España no. Ya hemos señalado que en Argentina, entre la caída de Galtieri y la asunción de Bignone. hubo un período prácticamente sin gobierno, ni régimen, ni nada. El presidente y la institución fundamental del régimen, la junta militar, no estaban más. Lo mismo ocurrió en Bolivia tras la caída de García Meza. Pasaron semanas enteras antes de que el par­lamento electo en 1980, autoconvocado, se pusiera de acuerdo en quién debía ser el gobierno. De hecho, hasta que asumió Siles, no lo hubo. Otro tanto pasó en Perú cuando la Asamblea Constituyente, convocada por la propia dictadura en crisis total para intentar una salida más o menos con­trolada, les dio la espalda a los militares y durante un tiempo nadie sabía qué constitución había ni que nuevo régimen dirigiría el país.

En Brasil y España, en cambio, en ningún momento se produjo esta crisis revolucionaria, este vacío institucional de poder. Hubo, sí, crisis polí­ticas, pero nunca desaparecieron de la escena las instituciones fundamenta­les de gobierno. Y si no hay crisis revolucionaria, no puede haber revo­lución.

Esa es la primera condición.

La segunda condición para que cambie el régimen por vía revolucionaría es que el anterior desaparezca, que no controle nada, y que el que aparezca después sea absolutamente distinto. Una reforma, en cambio, es un proce­so gradual, en el cual el régimen sufre grandes modificaciones, pero plani­ficadas y dosificadas desde el poder. Surgen incluso regímenes distintos. Evidentemente las libertades, las cortes o parlamentos, la elección directa de las autoridades a nivel provincial, constituyen un régimen diferente al de Franco o al de Médici. La crisis económica y política y la presión del movimiento de masas en ascenso obligan al régimen a adaptarse, a autorreformarse hasta el punto de sufrir cambios cualitativos. Pero siempre mante­niendo un elemento de continuidad: el bonapartismo. En Brasil nadie eli­ge al presidente, mejor dicho lo siguen poniendo los militares. Y en España nadie elige al rey.

En Argentina, a diferencia de Brasil o España, el nuevo régimen es opuesto al anterior.

No hay tal proceso gradual y planificado de reformas del viejo régimen. Todo el mundo sabe que las aperturas democráticas de Brasil y España fue­ron meditadas y preparadas por el viejo régimen , antes incluso de que la crisis económica y política y el ascenso de masas lo obligaran a ponerlas en marcha. El mismo plan tenían los militares en Argentina, y aún lo tie­nen en Uruguay. Pero ese plan no funcionó en nuestro país. A menos que alguien crea que Videla, Massera y compañía planificaran y contro­laran que ellos mismos iban a ir presos, acusados de homicidio y torturas.

En España y Brasil, todos los pasos son previsibles hasta que una revo­lución los liquide. En cambio, tampoco los partidos políticos burgueses argentinos previeron que Galtieri iba a caer ni qué iba a suceder después. Por eso mismo, durante varios meses, bajo Bignone, nadie sabía qué Cons­titución iba a regir ni cómo iban a ser las elecciones. Nadie planificó tampoco que las masas tuvieran la libertad de insultar o pegar impunemente en la calle a los oficiales más importantes de las fuerzas armadas. ¡Que pruebe ahora algún militante revolucionario brasileño o español insultar a los oficiales de las fuerzas armadas, y vamos a ver qué le pasa!

Para terminar de aclarar lo que estamos diciendo, veámoslo desde el punto de vista del programa de nuestro partido. En Brasil y España, el eje político fundamental sigue siendo la lucha contra el bonapartismo. Todo programa revolucionario debe tener como consigna central; ¡Abajo el rey o el presidente militar! ¡Por la república democrática! ¡Por el derecho democrático del pueblo a elegir su gobierno!

No es así en Argentina. No podremos atacar a Alfonsín. a Luder o a quien gane las elecciones porque sea un gobierno o un régimen bonapartista, no elegido libremente por el pueblo. Hasta tal punto ha triunfado la revolución política, democrática, que atacaremos al régimen y al gobier­no porque son capitalistas y proimperialistas. Y luchamos por la revolu­ción político—social, por la toma del poder por el proletariado, por el socialismo.

Esta diferencia en el programa manifiesta la diferencia que hay en la realidad. En España y en Brasil hubo una espectacular reforma que modi­ficó cualitativamente el régimen, haciendo muy importantes concesiones democráticas a las masas. Ya no son bonapartismos fascistas o semifascistas, pero conservan su institución bonapartista central. Es lo que denomi­namos “bismarkismo senil”. No se hizo la revolución democrática que des­truya ese poder bonapartista. En la Argentina, ya se ha revolucionado el poder hasta el máximo posible en un país que no hizo todavía su revolu­ción socialista, única forma de eliminar de cuajo los poderosos elementos de bonapartismo y totalitarismo de todo régimen burgués, incluso del que es producto de una revolución que se mantiene dentro de los márgenes burgueses.

Una última discusión sobre este problema tiene que ver con el hecho de que en la Argentina, como Perú y en Bolivia, el movimiento de masas no destruyó a las fuerzas armadas burguesas, como ocurrió, por ejemplo, en Nicaragua. Ya señalamos que esta diferencia es fundamental y que se trata de dos tipos distintos de revoluciones democráticas. Pero no queremos dis­cutir sobre palabras. Puede ser incorrecto, efectivamente, denominar “re­volución” a un fenómeno como el argentino, el peruano o el boliviano. Po­demos ponerle otro nombre para diferenciarlo, siempre y cuando digamos i que también es totalmente distinto al proceso reformista, gradual, de con­cesiones democrático—burguesas controladas, de España y Brasil. Las libertades democrático—burguesas de la Argentina actual han sido producto de la crisis general del régimen militar y de la burguesía y del colosal ascen­so del movimiento de masas. No fueron concesiones planeadas y controla­das por la burguesía y el régimen militar, sino conquistas arrancadas por la acción de las masas trabajadoras, que originaron un nuevo régimen com­pletamente distinto, en ese aspecto, al anterior. A eso nosotros lo llama­mos revolución democrática. Seguimos en esto a Lenín quien definió co­mo revolución democrática a la revolución de febrero de 1917 en Rusia, y a Trotsky, que caracterizó de igual modo a la revolución española de 1931 (que fue producto de la crisis y de una elección y no de un enfrentamiento en las calles de las masas contra el gobierno).

Contrarrevolución y reacción

El proceso opuesto a la revolución es la contrarrevolución. El opuesto a la reforma es la reacción.

Contrarrevolución y reacción se dan también en los tres campos: econó­mico—social, político—social y político. También la contrarrevolución y la reacción son términos relativos. Puede darse una contrarrevolución política, en el régimen, que en relación con la sociedad y el estado no sea una contrarrevolución sino una reacción. Por ejemplo, el stalinismo hizo una contrarrevolución política: destruyó el régimen de Octubre e implantó un ré­gimen contrarrevolucionario. Incluso cambió el tipo de estado; de estado obrero a estado obrero burocratizado. Pero con relación al carácter del estado no fue una contrarrevolución: no se reinstauró la economía capita­lista ni tomó el poder la burguesía: el estado sigue siendo obrero. El cam­bio del estado soviético como producto de la contrarrevolución política stalinista no es contrarrevolucionario sino reaccionario.

Una reacción en el terreno económico social es, por ejemplo, la polí­tica de la burocracia china de atentar la propiedad privada de las pequeñas industrias. En relación con las ramas de industria que se privaticen. será una contrarrevolución, porque dejarán de ser prioridad estatal para pasar a ser propiedad privada. Pero respecto de la estructura de conjunto de la sociedad y del estado chino, es una reacción; introduce elementos regre­sivos, capitalistas, en una sociedad no capitalista. Eso no significa que sea una contrarrevolución. Lo sería si se volviera a la propiedad privada de los resortes fundamentales de la economía china, porque cambiaría abrupta y totalmente el carácter de la sociedad y, con ella, del estado: volvería a ser un estado burgués, capitalista.

Finalmente, también hay reacción y contrarrevolución con relación a los regímenes del estado burgués. Si se pasa a un régimen fascista o bonapartista que aplasta al movimiento obrero con métodos de guerra civil, se dio una contrarrevolución. Ejemplos: Pinochet, Videla, Hitler. Franco, etc. (Contrarrevolución en relación con el régimen político, no con el estado, que sigue siendo burgués y no retrocede al feudalismo o a otra sociedad más regresiva. En relación con el estado burgués, es una reacción).

Pero si se pasa de un régimen democrático a uno más totalitario, repre­sivo, pero que no aplasta a los trabajadores con métodos de guerra civil, es una reacción, no una contrarrevolución. Ejemplo: Onganía derribó a Illia e instauró el estado de sitio, pero bajo uno y otro régimen funcionó la justicia, y el estado de sitio se aplicó siguiendo la misma Constitución.

Esta diferencia entre contrarrevolución y reacción se manifiesta también en el terreno institucional. Tanto bajo Illia como bajo Onganía, la institu­ción fundamental sobre la que se apoyaba el régimen político eran las fuerzas armadas, Illia subió por elecciones condicionadas por los militares, que proscribieron al partido mayoritario, el peronismo. A Onganía lo pu­sieron en el poder esas mismas fuerzas armadas. Fue un cambio reacciona­rio de régimen.

No así con el golpe de Videla ni con el de Pinochet. Este último aniqui­ló el viejo régimen democrático—burgués, con su parlamento y sus parti­dos, que llevaba décadas de funcionamiento en Chile, e instauró un nuevo régimen, opuesto por el vértice al anterior: su institución fundamental es el bonaparte Pinochet, que se apoya en las fuerzas armadas. Fue una con­trarrevolución.

Estas definiciones nos permiten corregir un error terminológico que co­metimos muchas veces: hablar de contrarrevolución democrática. Hemos denominado así a los procesos en que la burguesía intenta desviar y frenar la revolución ilusionando a las masas con el mecanismo de la democracia burguesa. Es cierto que su objetivo es contrarrevolucionario, pero no se trata de una contrarrevolución, precisamente porque no cambia radical­mente el régimen. Intenta frenar la revolución a través de maniobras, aprovechando las ilusiones democráticas de las masas, y eventualmente re­primiéndolas, pero siempre dentro de la legalidad democrático—burgue­sa. No destruye el régimen democrático—burgués sino que se apoya en él. Por eso no es una contrarrevolución. En adelante lo denominaremos reac­ción democrático—burguesa.

Las épocas y etapas de la lucha de clases

¿Cuándo se producen las revoluciones sociales? ¿Por qué se dan esos cambios bruscos, abruptos y violentos, generalmente sangrientos, en las clases sociales y el estado?

Como ya hemos visto, la ley fundamental que mueve a la especie huma­na es el desarrollo de las fuerzas productivas, es decir el avance de la capa­cidad humana para explotar más y mejor a la naturaleza, a través de las he­rramientas y la tecnología, mejorando en forma sostenida las condiciones de vida de la humanidad. En ese avance, también se van produciendo revo­luciones, basadas en el descubrimiento o la invención de herramientas y técnicas que permiten una explotación más fácil de las materias primas que brinda la naturaleza, e incluso que recursos naturales que no eran materia prima para la producción se conviertan en tales (por ejemplo, el uranio, que antes de los descubrimientos de la física y la tecnología nuclear no servía para producir nada).

Cuando este desarrollo de las fuerzas productivas llega a un punto de­terminado, choca con la estructura social existente (es decir con las clases en que está dividida la sociedad en ese momento y las relaciones que tie­nen entre ellas) y también con la superestructura de esa sociedad, con el es­tado que se encarga de mantener intacta la estructura de clases, sin afectar el dominio de la clase explotadora y la opresión de la clase explotada. Un buen ejemplo es el desarrollo de la producción capitalista en las ciudades independientes de la sociedad feudal. Mientras la producción era limitada, la estructura social feudal no impedía el desarrollo de la producción capi­talista. Pero con el avance de la manufactura, que permitió producir en una escala relativamente amplia, la estructura feudal se convirtió en una traba para que se siguiera desarrollando la producción. Esas pequeñas unidades que consumían poco, en las que el señor feudal establecía una aduana para cobrar impuestos a quien fuera a vender a su feudo, chocó violentamente con esa fuerza productiva. Por eso, la unidad nacional (una nación sin aduanas internas, un gran mercado libre de trabas) fue uno de los grandes objetivos del capitalismo. Para lograrlo, debía destruir a la clase feudal. Y para ello, tuvo que destruir al estado feudal, fundamentalmente a los ejér­citos feudales, que defendían con las armas a esa clase.

También debió destruir a la vieja clase oprimida, los siervos. La produc­ción capitalista necesita trabajadores libres, que produzcan por un salario y se desplacen a donde los capitalistas los necesiten: si hoy ganan mucha plata haciendo sombreros, necesitan obreros para hacer sombreros, pero si mañana ganan más plata haciendo carros, necesitan que los obreros se desplacen a las fábricas de carros. Un siervo, atado a la tierra, que no puede salir de ella, no les sirve para su producción, ni tampoco como comprador de ella, es decir para ampliar cualitativamente el mercado. De allí que otro gran objetivo de la burguesía haya sido la abolición de la servidumbre. Pe­ro para eso debía liquidar a los señores feudales v al estado que los defen­día.

Es decir, para poder avanzar en la producción capitalista, que signifi­caba un tremendo salto revolucionario en el desarrollo de las fuerzas productivas en relación con la producción feudal, la nueva clase progresiva, (la burguesía) debía destruir las clases y relaciones fundamentales del feudalismo e imponer como base de la sociedad a las nuevas clases, la burgue­sía y el proletariado, con sus nuevas relaciones. Si eso no se hubiera logrado, las fuerzas productivas de la humanidad se habrían detenido, estancado, porque nunca se habría llegado a la gran industria sin un gran mercado nacional y una enorme masa de trabajadores libres que pudieran ser su ma­no de obra.

Cuando se produce este choque entre el desarrollo de las fuerzas pro­ductivas y la vieja estructura social se abre para la humanidad una época revolucionaria, es decir, de grandes convulsiones; las nuevas clases progre­sivas luchan contra la vieja clase explotadora, que ya no sirve para nada y frena todo desarrollo. En la historia, no siempre se dan esas épocas re­volucionarias. Hubo sociedades, como el mundo antiguo o esclavista, que frenaron el desarrollo de las fuerzas productivas pero no fueron revo­lucionadas por clases más avanzadas. En esos casos el viejo sistema social decae, degenera y toda la sociedad retrocede.

Entre cada gran época revolucionaria hay otras que no lo son. Mientras la estructura de clases y su superestructura estatal permiten el desarrollo de las fuerzas productivas —aunque siga habiendo contradicciones—, la sociedad vive una época no revolucionaria, de equilibrio reformista.

Bajo el sistema capitalista, por ejemplo, se produjeron tremendos sal­tos o revoluciones en las fuerzas productivas. Se pasó de la energía hi­dráulica para mover las máquinas, o del viento para mover los buques, o de los caballos para mover los carros, al vapor, a la energía eléctrica, al mo­tor a explosión. Pero estos avances en las fuerzas productivas no choca­ban con la estructura social y el estado capitalistas. Por el contrario, el ca­pitalismo los incorporaba instantáneamente y los llevaba a su máximo de­sarrollo y aplicación. Era una época de auge de la sociedad capitalista, de armonía entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la estructura so­cial y su estado.

Cuando se entra en una época revolucionaria, el cambio comienza, co­mo ley general, por la superestructura, por el estado. La nueva clase pro­gresiva lucha para destruir el aparato de poder y de gobierno de la vieja clase, que ya es regresiva. Si no le quita el poder, no puede cambiar hasta el final y totalmente la estructura social anterior. Si la burguesía no des­truía primero los ejércitos feudales y todo el estado feudal, no podía im­poner la unidad (el mercado) nacional, ni liberar a los siervos para que le sirvieran de obreros.

Sólo después de destruir el estado feudal, tomar el poder y construir su propio estado, con su ejército, sus instituciones de gobierno y sus leyes, la burguesía pudo liberar a los siervos, abolir las aduanas internas, eliminar la propiedad terrateniente feudal y convertirla en propiedad terrateniente capitalista, etc. Es decir, sólo después de conquistar la superestructura, el estado, la burguesía pudo llevar hasta el final su objetivo de convertir a toda la sociedad en una sociedad capitalista.

Las grandes épocas revolucionarias

Desde las primeras revoluciones modernas, que nacen en la lucha del capitalismo contra el feudalismo, podemos distinguir tres grandes épocas:

1) La época de la revolución burguesa. Durante aproximadamente 200 años, la burguesía luchó contra el feudalismo, que ya se había convertido en una traba absoluta para el desarrollo de las fuerzas productivas. Esta época, con un jalón fundamental en la revolución de Cronwell en Ingla­terra, culminó con las grandes revoluciones norteamericana y francesa de fines del siglo XVIII.

2) La época de auge del capitalismo. Se entró en una época no revolucio­naria, en la que la estructura social capitalista y su estado no frenaban sino desarrollaban aceleradamente las fuerzas productivas, enriqueciendo a toda la sociedad.

A partir del 1880 se produjo el salto más fantástico (hasta entonces) de las fuerzas productivas. El desarrollo de la producción era colosal. En los países capitalistas avanzados hubo una inmensa acumulación de capitales.

Esta época de auge preparó la decadencia del sistema capitalista. Como producto de esa tremenda acumulación de capitales surgieron los monopo­lios y el imperialismo. Ramas enteras de la producción industrial se con­centraron en muy pocos propietarios, que empezaron a desplazar a la burguesía clásica, con sus centenares de empresas por rama que compe­tían libremente entre ellas. Pasó a ser dominante el capital financiero —que es la fusión del capital bancario con el industrial—. Las fronteras na­cionales les quedaron estrechas a esos enormes monopolios, que se lanza­ron a exportar sus capitales a los países atrasados. El imperialismo, o ca­pitalismo en decadencia, es precisamente eso: el dominio del capital fi­nanciero y monopolista, que invade todo el planeta.

3) La época de la revolución obrera socialista. Comienza con la primera guerra mundial (1914-1918). Ese cataclismo, en el que murieron millo­nes de hombres y fueron destruidas enormes masas de fuerzas producti­vas, fue la manifestación tajante de que el capitalismo había empezado a frenar el desarrollo de las fuerzas productivas,

La aparición de los monopolios ya había demostrado, de manera to­talmente deformada, que la propiedad privada capitalista no funcionaba más. Las fuerzas productivas no podían seguir creciendo debido al caos que provocaban centenares o miles de burgueses compitiendo entre ellos en una misma rama de la producción. Para avanzar había que introducir algo de planificación, por lo menos por rama productiva. La exportación de capitales, por su parte, demostraba que las fronteras nacionales tam­bién asfixiaban a las fuerzas productivas, que ya no avanzaban limitadas a su nación de origen y necesitaban desarrollarse abarcando todo el planeta.

La guerra de 1914—18 fue una guerra de rapiña entre los monopolios imperialistas, para controlar el mercado mundial. Fue la demostración más clara de que la humanidad no podía avanzar más, no podía desarrollar más sus fuerzas productivas, si no rompía el chaleco de fuerza de la propiedad privada y las fronteras nacionales e instauraba una economía mundial planificada. Pero la burguesía no puede hacerlo porque significaría des­truirse a sí misma, terminando con lo que la caracteriza como clase social: ser propietaria de los bienes de producción y basarse en la existencia de naciones con fronteras y estados bien definidos.

Esta época es la de la revolución obrera socialista porque la guerra  (que se convertirá en un fenómeno permanente) y la miseria de las masas (provocada por el freno al desarrollo de las fuerzas productivas) hacen entrar en acción revolucionaria a la nueva clase progresiva, la clase obrera, que lleva a cabo su primera revolución, en Rusia, en 1917. Se pone en ac­ción la clase social que puede cumplir con las dos grandes tareas imprescin­dibles para que las fuerzas productivas sigan avanzando: terminar con la propiedad privada y con las fronteras nacionales, para instaurar una economía mundial planificada. Esto es así porque la clase obrera es inter­nacional, es igual en todos los países, y no puede transformarse un una nueva clase propietaria que explote a otras, por una sencilla razón: junto con los demás sectores explotados es la amplia mayoría de la sociedad. En ambos aspectos es totalmente diferente a las clases que cumplieron antes un rol revolucionario. La burguesía, por ejemplo, fue una clase minori­taria y explotadora desde que nació. La revolución obrera socialista es, por primera vez en la historia, la revolución de la mayoría de la población, dirigida por una clase internacional, contra la explotación capitalista y con­tra toda explotación. Precisamente por eso puede lograr la economía mun­dial planificada.

Podemos decir que después de la Revolución Francesa empezó a ser dominante, a nivel mundial, el estado capitalista (ya no la producción capi­talista, que predominaba desde hacía 300 años).

A partir de la revolución rusa de 1917, y hasta el presente, estamos, pues, en la época de la revolución socialista, obrera e internacional contra el sistema social y el estado capitalista.

Las etapas de la revolución socialista

Toda época tiene sus etapas. Estas son períodos prolongados en que se mantiene constante la relación de fuerzas entre las clases en lucha. El he­cho de que vivamos una época revolucionaria a nivel mundial desde 1917 no significa que en estos 66 años el proletariado haya estado siempre en una ofensiva revolucionaria. Como en toda lucha, hay períodos en que el enemigo contraataca y retoma la ofensiva. En tal caso, se da una etapa de ofensiva o contraataque contrarrevolucionario burgués, dentro de la época de la revolución obrera socialista.

Desde la revolución rusa hemos pasado por tres grandes etapas:

1} La etapa de la ofensiva revolucionaria de la clase obrera. Se inicia con la revolución rusa y se extiende con sucesivas revoluciones: la alemana, la húngara, la china, la turca, etc. La única que logra triunfar es la rusa.

2) La etapa de la contrarrevolución burguesa. Se insinúa con el primer triunfo contrarrevolucionario burgués: el fascismo italiano; se consolida claramente con la victoria del hitlerismo en Alemania, que aplasta al pro­letariado más organizado del mundo, y culmina con la derrota de la revo­lución española y con la ofensiva militar del nazismo en la segunda guerra mundial, exitosa hasta 1943.

La otra cara de esta etapa contrarrevolucionaria es la victoria de la contrarrevolución burocrática stalinista en la URSS.

3) La nueva etapa revolucionaria, que se inicia con la derrota en Stalingrado del ejército nazi y abre un período de revoluciones triunfantes que se extiende hasta el presente. La primera de ellas es la yugoslava; pa­sa por su máxima expresión con la revolución china, y ha tenido su última victoria (en el sentido de que se expropió a la burguesía y se construyó un estado obrero), hasta ahora, en Vietnam (1974).

A esta etapa la hemos denominado de la “revolución inminente”, por­que, a diferencia de la etapa abierta por la revolución rusa, que redujo sus efectos a algunos países de Europa y Oriente, en ésta la revolución estalla, y en ocasiones triunfa, en cualquier parte del globo: los países semicoloniales o coloniales (China, Vietnam, Cuba, Irán, Angola, etc.), los propios países imperialistas (aunque todavía sólo en los más débiles, como Portu­gal) y en los estados obreros (Hungría, Polonia).

Las etapas y situaciones mundiales y nacionales

Como todos los términos o categorías que utilizamos los marxistas, época, etapa y situación son relativos a qué estamos definiendo. Ya hemos visto que hubo una etapa contrarrevolucionaria dentro de la época revolu­cionaria a nivel mundial. Pero la revolución es un fenómeno internacional que se plasma en revoluciones nacionales. Eso implica que puede haber y hay contradicciones entre la etapa que se vive a nivel mundial y las etapas por las que atraviesan los diferentes países. Por ejemplo, en esta etapa de revolución inminente que vivimos a nivel mundial desde 1943, mucho pa­íses atravesaron o atraviesan por etapas contrarrevolucionarias a nivel na­cional (Indonesia, el Cono Sur latinoamericano, la URSS, etc.). Otros pa­íses se mantuvieron en etapas de poca lucha de clases, de equilibrio en la relación de fuerzas entre el proletariado y la burguesía, es decir en etapas no revolucionarias (casi todos los países imperialistas y muchas semicolonias). Y otros que ya mencionamos son los que marcan la dinámica, el signo de la etapa; atravesaron por etapas revolucionarias, que llevaron al triunfo de la revolución, a que quedara abortada o congelada o a que fue­ra derrotada.

De la misma forma, dentro de una etapa se pueden dar distintos tipos de situaciones. Una etapa revolucionaria no puede dejar de serlo si la bur­guesía no derrota duramente, en la lucha, en las calles, al movimiento obre­ro. Pero la burguesía, si tiene márgenes, puede maniobrar, convencer al movimiento obrero de que deje de luchar. Se abriría así una situación no revolucionaria, pero la etapa seguiría siendo revolucionaria porque el movimiento obrero no fue derrotado. Incluso, la burguesía puede repri­mir al movimiento obrero sin llegar a los métodos de guerra civil y ases­tarle derrotas parciales que lo hagan retroceder, abriendo una situación reaccionaria, pero que seguiría estando dentro de la etapa revolucionaria. Por ejemplo, el gobierno de Gil Robles, que se dio en medio de la revolu­ción española iniciada en 1931, fue un gobierno reaccionario que repri­mió duramente al proletariado y creó una situación reaccionaria . Pero al no ser derrotado de conjunto el movimiento obrero español, la etapa si­guió siendo revolucionaria. La mejor prueba de ello es que pocos años des­pués estalló la guerra civil.

Las revoluciones democrático-burguesas

Empezaremos con las grandes revoluciones democrático—burguesas de los siglos XVIII y XIX. Es la época en que la burguesía, oprimida por los estados feudales o por una situación colonial, utiliza la movilización po­pular revolucionaria contra el feudalismo para imponer su dominio polí­tico y adecuar el estado, sus instituciones y sus leyes a su ya desarrollado dominio económico. En esta época podemos distinguir dos tipos de revo­luciones; la revolución democrático-burguesa contra el estado feudal, la nobleza y la iglesia terrateniente, y la revolución democrático—burguesa de las colonias para independizarse de los imperios capitalistas o semicapitalistas.

La Revolución contra el Estado feudal

El modelo clásico del primer tipo de revoluciones es la revolución fran­cesa de 1789. La burguesía se apoyó en la movilización del pueblo, derro­có al rey, expropió a la nobleza y al clero terrateniente, instauró un nuevo régimen político asentado en instituciones democrático—burguesas —la Convención y la Comuna de París—, y modeló a su servicio un estado, eliminando las diferencias de sangre e instaurando como principio básico de organización social la propiedad privada capitalista.

El Partido Jacobino dirigió todo este proceso, cuando la revolución llegó a su punto culminante. Era el partido de la pequeña burguesía radicalizada, que no pudo lograr un estado a su imagen y semejanza, es de­cir, pequeño burgués, ya que quien dominaba la economía era la burgue­sía. La clase obrera era muy débil como para ser una alternativa econó­mica —imponiendo la economía nacionalizada dirigida por ella— o polí­tica. Sectores jacobinos se hicieron burgueses vendiéndoles provisiones al ejército, debilitando así la dirección pequeñoburguesa. Esta fue revolu­cionaria mientras enfrentó la contrarrevolución feudal, pero fue reaccio­naria al aplicarle el terror a su izquierda plebeya, mucho más revolucio­naria que los Jacobinos. Estos fueron derrocados por la burguesía, que ins­tauró un régimen capitalista contrarrevolucionario, dictatorial.

La contrarrevolución burguesa aplastó al pueblo revolucionario para ins­taurar un régimen estable. Este nuevo régimen fue el bonapartismo, un régimen totalitario, en el que un individuo. Napoleón Bonaparte, se puso por encima de las clases y sectores, arbitrando entre ellos, apoyándose en el aparato estatal, fundamentalmente en el ejército. Este régimen es reaccio­nario con relación a la revolución, fue progresivo en relación con la época, ya que enfrentó la contrarrevolución feudal, consolidando y tratando de extender al resto de Europa el régimen burgués.

La Revolución antifeudal y de Independencia nacional

Antes de la revolución francesa, se dio en Norteamérica el segundo tipo de revolución que señalamos: democrático—burguesa y de independencia nacional. En los Estados Unidos, una gran revolución derrotó al imperio, colonialista inglés, capitalista, conquistó la independencia e instauró un régimen democrático—burgués, el primero que se dio plenamente en la historia de la humanidad, aunque llevaba en si la tremenda contradicción del esclavismo. Dicho de otra manera, la revolución norteamericana liberó al país de la dominación colonial, instauró un régimen de libertades; democrático—burguesas de una amplitud desconocida, pero no liberó a los esclavos de los estados del sur.

Ya esta revolución, aunque dirigida y controlada por la burguesía nor­teamericana, presenta elementos anticapitalistas: el enemigo que enfrenta no es un imperio esclavista o feudal, sino la potencia capitalista más po­derosa de la época: Inglaterra. Pero no es una revolución anticapitalista, sino una revolución burguesa para sacarse de encima la opresión de otra burguesía y poder desarrollar plenamente el capitalismo.

En el siglo XIX se dieron otras revoluciones europeas —como la alemana y la italiana—, similares a la francesa, cuyo objetivo era lograr la unidad nacional. Las colonias centro y sudamericanas pasaron por un proceso se­mejante al norteamericano, enfrentaron a un imperio colonial semicapitalista —el español— o a un imperio decadente —el portugués—.

El bismarkismo

A lo largo del siglo XIX se siguieron dando revoluciones democrático— burguesas, como la alemana de 1848. Pero la burguesía era cada vez me­nos revolucionaria. Temerosa de la movilización popular, intenta cambiar el carácter de la sociedad y del estado por vías cada vez más reformistas;

ya no se apoya en la movilización del pueblo, sino que pacta esa transfor­mación con las clases feudales. Nace así en Alemania un nuevo régimen: el de Bismark. Este régimen, también con un arbitro individual, hace pac­tos entre la burguesía alemana y los príncipes feudales, los “junkers”. Concede a uno y otro lado, pero siempre dentro de una línea de lograr una Alemania unificada y capitalista. No busca liquidar física y políticamente a los nobles, como hizo la revolución francesa, sino convertirlos en gran­des capitalistas. Para frenar algunos ímpetus exagerados de sectores bur­gueses, el bismarkismo hace concesiones y pactos incluso con la clase obrera y sus partidos, a quienes utiliza como contrapeso a esos ímpetus. Esa es la diferencia fundamental con el bonapartismo. Mientras éste es muy totalitario y no hace concesiones de ningún tipo a los trabajado­res, el bismarkismo se basa precisamente en las concesiones a diestra y siniestra para hacer una transformación reformista de la sociedad y el es­tado.

Cabe aclarar, por último, que esta transición bismarkista o reformista de una sociedad y un estado feudales a una sociedad y un estado capitalis­tas se puede dar porque tanto los nobles como la burguesía son clases ex­plotadoras. Un noble puede convertirse en burgués perdiendo algunos pri­vilegios de sangre, pero puede llegar a ser mucho más rico como burgués que como noble. Bismark se encargó de convencerlos pacíficamente de ello. El reformismo no es viable, en cambio, en el tránsito de la sociedad capitalista a la socialista porque significa la pérdida de todo privilegio y toda fortuna para la burguesía, la cual de ninguna manera puede aceptarlo pacíficamente.

La época de las reformas y las reacciones

A partir de 1880, se abre una época de auge impresionante de la econo­mía capitalista. Surgen los monopolios, el imperialismo y el capital finan­ciero. Este gran desarrollo enriquece a la burguesía y también al conjunto de la sociedad. Aunque la burguesía no regala nada al proletariado, éste, a través de duras luchas, le puede arrancar conquistas y mejoras considera­bles: la jornada de ocho horas, mejores salarios, legalidad para sus parti­dos y sindicatos, etc. El proletariado no se ve ante el dilema de hacer la revolución socialista para no morir de hambre. La burguesía logra evitar el estallido de luchas revolucionarias, apaciguando a los trabajadores con esas mejoras o reformas.

La época de las revoluciones democrático—burguesas contra el feuda­lismo quedó atrás. Pero todavía no se abrió la de las revoluciones obreras contra el capitalismo. Hubo un anticipo previo incluso a la época refor­mista, en 1871, cuando se dio la primera revolución obrera, la Comuna de París, que comenzó luchando contra la invasión alemana y terminó lu­chando contra la burguesía, hasta ser aplastada con métodos contrarrevolucionarios por la burguesía francesa.

En esta época ya el punto de referencia es la lucha del proletariado contra la burguesía. Pero esa lucha tenía un carácter reformista. El prole­tariado peleaba por conquistas parciales y lograba reformas. La burguesía las otorgaba pero también, en muchas oportunidades, las atacó con métodos reaccionarios, represivos. Esas reacciones no fueron contrarrevolucio­nes, en general no se utilizaron contra el movimiento obrero métodos de guerra civil ni se instauraron regímenes contrarrevolucionarios asentados en esos métodos.

Hubo revoluciones y contrarrevoluciones. En 1905 estalló en Rusia una revolución contra el zar, que no triunfó. En 1910 se dio la gran revolución mexicana, de tipo campesino, que impuso la reforma agraria. A principios del siglo XX cayó la monarquía china.

Sin embargo, estas revoluciones son excepciones dentro de esta época, en la que predominó la reforma y la reacción. Fueron revoluciones que preanunciaron la época de las revoluciones proletarias, pero no cambia­ron el carácter reformista y reaccionario de la época.

Precisamente por esto, durante toda esta época los regímenes burgue­ses no perdieron su carácter democrático, que puede ser amplio o retacea­do (como el del bonapartismo francés). La única excepción entre las gran­des potencias fue Rusia, donde existía un régimen totalitario, el del zar, sustentado en la nobleza terrateniente. Aunque combinaba importantes elementos de estado y régimen capitalista, el régimen del zar seguía siendo la contrarrevolución feudal.

La época de la revolución socialista internacional

Con la guerra interimperialista de 1914 a 1918 quedó de manifiesto que había terminado la época progresiva, de desarrollo y enriquecimiento de la sociedad bajo el sistema capitalista. A partir de entonces entramos en la época histórica presente: decadencia y empobrecimiento cada vez mayo­res de la sociedad humana, guerras terribles que destruyen masivamente hombres y fuerzas productivas, y al mismo tiempo, un gran desarrollo de la técnica.

Llega a su fin la época anterior, reformista. De aquí en más, el proleta­riado y todos los explotados necesitan hacer revoluciones y guerras civiles para terminar con el sistema capitalista en descomposición, es decir con el imperialismo.

Comienza la época de las revoluciones anticapitalistas, obreras o socia­listas, que es también la época de las contrarrevoluciones burguesas. La primera revolución obrera triunfante, que inaugura esta nueva época, es la rusa de 1917. Con ella comienza la revolución socialista internacional. Esto significa que por primera vez en la historia no se trata de una suma de revoluciones sino de un solo proceso de enfrentamiento de la revolu­ción y la contrarrevolución a escala de todo el planeta. Las revoluciones na­cionales son episodios importantes de este enfrentamiento mundial.

Estudiando el desarrollo del octubre ruso, el marxismo revolucionario definió lo que se dio en llamar una revolución “clásica”. Eso nos obliga a detenernos en definir a grandes rasgos sus distintas etapas y los fenóme­nos que en ella se dieron, para después tomarlos como puntos de referen­cia, comparándolos con los de otras revoluciones que se han dado más tarde y que tuvieron características distintas.

La revolución rusa

La revolución rusa presenta distintos fenómenos. Entre ellos, en los acontecimientos de febrero se combinan características de fundamental importancia.

a) La revolución de febrero:

Sintetizando, la revolución de febrero se caracteriza por lo siguiente:

Primero, es una movilización obrera y popular urbana, de carácter in­surreccional, sin dirección política partidaria, aunque los obreros de van­guardia, en especial los educados por los bolcheviques, cumplen un rol de dirección.

Segundo, esta movilización urbana no derrota a las fuerzas armadas sino que solamente provoca una profunda crisis en su seno.

Tercero, por su objetivo inmediato, por la tarea histórica que cumple, es una revolución democrático—burguesa, ya que derroca al zar para ins­taurar un régimen democrático burgués.

Cuarto, esta revolución democrático-burguesa es parte de la revolución socialista internacional, más concretamente, es parte fundamental de la lu­cha del proletariado mundial por transformar la guerra imperialista en gue­rra civil.

Quinto, también es parte de la revolución socialista en la propia Rusia, ya que el poder del zar no era sólo el de los terratenientes sino en gran me­dida era el poder de la propia burguesía, que había pactado con la monar­quía.

Sexto, asimismo es parte de la revolución socialista en Rusia porque al zar lo derrotó la clase obrera como caudilla del pueblo, principalmente de los soldados.

Séptimo, también porque los trabajadores y el pueblo sólo podían solu­cionar los problemas que los agobiaban si enfrentaban en forma inmediata a los terratenientes y capitalistas, que al caer el zar se habían transformado en los enemigos inmediatos y directos del proletariado.

Octavo, todo lo anterior significaba que la revolución de febrero ponía a la orden del día, como tarea estratégica, hacer una revolución socialista. nacional e internacional, en la medida en que los explotados seguirían en la misma condición si el proceso revolucionario se detenía en las fronteras na­cionales, es decir si seguía existiendo un poder burgués.

Noveno, los trabajadores no son conscientes de que la revolución que han llevado a cabo es socialista en los aspectos que hemos señalado y de que por lo tanto les exige avanzar hacia la toma del poder. Después de fe­brero creen que no es necesario hacer otra revolución. Por eso hemos lla­mado revolución inconsciente a la de febrero, como lo hizo Trotsky.

Décimo, los partidos reformistas que dirigen al movimiento obrero y de masas, no conformes con defender el régimen burgués y deformar un go­bierno con la burguesía, inculcan en el movimiento de masas el respeto a ese régimen y se oponen duramente a la lucha por llevar a cabo la revolu­ción socialista, con el pretexto de que sólo cuando Rusia sea un gran país capitalista se podrá hablar de

socialismo; por lo tanto, la primera tarea era, para ellos, desarrollar el capitalismo.

b) El poder dual :

Como producto del triunfo de la revolución de febrero surge un régi­men absolutamente distinto del zarista, de amplísimas libertades democráti­cas, asentado en un ejército en crisis y fundamentalmente en los partidos pequeñoburgueses que dirigen al movimiento de masas. Desaparece la mo­narquía zarista y pasan a tener un rol central como instituciones de gobier­no los partidos obreros y populares dirigidos por la pequeña burguesía. De­bido al ascenso revolucionario, este régimen es extremadamente débil. La III Internacional lo definió como un régimen kerenskista, por haber sido Kerensky quien simbolizó sus distintas etapas.

Esta profunda revolución en el régimen político no se reflejó en el ca­rácter del estado, que seguía siendo un instrumento de la burguesía y los terratenientes. No se produjo un cambio en las clases que detentaban el po­der del estado.

Pero de cualquier manera, se dio una situación extremadamente crítica con respecto al estado. Esta ya se había dado en otras oportunidades, pero en Rusia, después de febrero de 1917, adquirió un carácter dramático. Se abrió una etapa de subsistencia del estado burgués, pero en crisis completa. Esta crisis fue consecuencia de que el movimiento obrero y de masas, a tra­vés de sus propias instituciones, tenía sobre muchos sectores de la sociedad un poder tanto o más efectivo que el del estado burgués. Los órganos de lucha y de poder del movimiento de masas fueron los soviets de obreros, campesinos y soldados, los sindicatos, los comités de fábrica. Los soviets eran organismos de poder “de hecho”. En algunos lugares, el pueblo hacía lo que ordenaba el soviet, no lo que ordenaba el gobierno. En otros sitios, era al revés. Por eso se lo denominó poder dual. Este era dinámico, cambiaba. Pero de conjunto, el poder más fuerte, casi el dominante, eran los so­viets, no el gobierno capitalista.

El poder soviético se asentaba en la crisis del estado burgués, fundamen­talmente la muy profunda de las fuerzas armadas, ya que los soldados no acataban las órdenes y desertaban masivamente del frente. Ante ese estado semidestruido el poder dominante era obrero, campesino y de los soldados

Definimos el kerenskismo y el poder dual como un régimen, porque son una combinación, aunque muy inestable, de distintas instituciones; el go­bierno. la cúpula militar y los partidos burgueses y pequeñoburgueses por un lado; por el otro. los soviets y otras organizaciones obreras y populares.

El poder de la burguesía venía también de los propios soviets, pero en forma indirecta, a través de su dirección. Los socialistas revolucionarios y los mencheviques eran mayoría en los soviets y convencían a los obreros, campesinos y soldados de que tenían que apoyar al gobierno burgués.

c) El golpe de Kornilov

En el transcurso de la revolución rusa se da, por primera vez en la his­toria (con la única excepción de la represión a la Comuna de París), un golpe contrarrevolucionario de tipo burgués, capitalista. Hubo quienes opi­naron que el golpe de Kornilov era prozarista, al servicio de los terratenien­tes feudales. Trotsky polemizó contra ellos insistiendo en que era un golpe claramente procapitalista y contrarrevolucionario, no profeudal. Este gol­pe, que no triunfó, anunciaba futuros golpes de la contrarrevolución bur­guesa que más tarde, desgraciadamente, si' triunfaron: los de Mussolini, Chiang Kai Shek, Hitler y Franco.

Con Kornilov surge, pues. un nuevo tipo de contrarrevolución: la con­trarrevolución fascista, burguesa, no feudal.

El golpe de Kornilov es derrotado por la movilización de la clase obrera y de los partidos que se reclamaban de los trabajadores, que se unieron pa­ra enfrentarlo- Los bolcheviques cambiaron su táctica. Hasta entonces ve­nían centrando todos sus ataques en Kerensky y planteando que debía ser derrocado y que los soviets debían tomar el poder. Pero cuando Kornilov ataca, definen que ese golpe es el gran peligro contrarrevolucionario y lla­man a la unidad de todos los partidos obreros y populares, en primer lugar al propio Kerensky, para combatir armas en mano la contrarrevolución de Kornilov. Pasan a un segundo plano el ataque a Kerensky, dejan de plan­tear su derrocamiento inmediato como lo habían hecho hasta entonces. Pa­san a denunciar a Kerensky por ser incapaz de librar una lucha revoluciona­ria consecuente, apelando a medidas anticapitalistas audaces, transicionales, para derrotar a Kornilov.

d) El gobierno obrero y campesino

Para esa etapa de la revolución Lenín y Trotsky levantaron una posibi­lidad política y una consigna: que los partidos reformistas (socialistas re­volucionarios y mencheviques) tomaran el poder, ya que eran la dirección indiscutida de los soviets. Se trataba de hacer una revolución que cambiara el carácter del estado, construyendo uno nuevo sobre la base de las institu­ciones soviéticas. Si los partidos reformistas aceptaban la propuesta de Le­nin, esa revolución sería pacífica. Al mismo tiempo, si los reformistas lo hacían, los bolcheviques se comprometían a no apelar a la lucha violenta para derrotarlos, sino a la lucha pacífica dentro de los soviets para tratar de conquistar la mayoría, y convertirse así en el partido gobernante de ese nuevo estado, el estado obrero soviético. Esta política de Lenín y Trotsky fue rechazada por los partidos reformistas, que se negaron a llevar a los so­viets al poder.

Este planteo ha quedado como una hipótesis teórica llena de perspecti­vas para el futuro de las luchas revolucionarias, aunque creemos que ha llevado a algunas confusiones sobre el desarrollo y el carácter de dicha po­lítica y del tipo de estado que surgiría si tuviera éxito.

e) La revolución de octubre

Fue una insurrección dirigida y organizada por el partido obrero marxista revolucionario, los bolcheviques. Ganaron la mayoría de los soviets y los condujeron a hacer una revolución contra Kerensky, es decir contra el régimen de febrero y su gobierno e hicieron que los soviets tomaran el poder. Fue definida por Trotsky como una revolución consciente. De esta forma, cambiaron el carácter del estado. A diferencia de la de febrero, con esta revolución no cambió sólo el régimen político, sino el estado: deja de ser un estado al servicio de la burguesía y nace un estado de la clase obrera apoyada en los campesinos y los soldados. No es como febrero una revolución solamente política, sino una revolución social.

Como toda revolución social, la de octubre también es una revolución política, porque inaugura un nuevo tipo de régimen, es decir cambia ra­dicalmente las instituciones que gobiernan. Hasta octubre gobernaban los partidos burgueses y pequeñoburgueses reformistas, apoyándose en el ejér­cito burgués en crisis- A partir de octubre, desaparecen el ejército y la policía de la burguesía y dejan de gobernar los partidos burgueses y pequeño­burgueses reformistas y comienza a dirigir el estado una institución ultra-democrática y que organizaba al conjunto de los explotados: los soviets de obreros, campesinos y soldados. Y al frente de estos nuevos organismos o instituciones de estado se pone el partido bolchevique, que era un parti­do revolucionario, internacionalista y también profundamente democrático, donde todo se discutía a través de tendencias, fracciones o individual­mente y prácticamente nada se votaba por unanimidad.

f) La revolución económica social

Un año después de la revolución de octubre aproximadamente se reali­za la expropiación de la burguesía. Fue una medida defensiva del régimen soviétivo frente al sabotaje económico de los propietarios de las empresas industriales. Si bien la expropiación no es producto de ningún cambio en el carácter del estado y del régimen político, que sigue siendo el poder de la clase obrera y el pueblo (estado) dirigido por soviets acaudillados por el partido bolchevique (régimen), es la gran revolución, porque transforma abruptamente las relaciones sociales de producción. A partir de la expro­piación y estatización de las industrias, desaparece la burguesía como cla­se social y se instaura la economía nacionalizada, planificada y obrera. Esta revolución, la más importante de todas aunque no se da en la esfera política sino en la económica, se denomina revolución económica social. Es el cambio total del carácter de la economía.

g) La guerra civil

Es el enfrentamiento. armado, entre el proletariado y la burguesía. Esta, en unidad con el imperialismo mundial, intenta hacer una contra­rrevolución para reinstaurar a los burgueses y terratenientes en la propie­dad y en el poder del estado y es derrotada. Durante meses y meses se enfrentan un conjunto de ejércitos reaccionarios, contrarrevolucionarios, ligados a los distintos imperialismos y la intervención de hecho de 21 paí­ses capitalistas, contra el Ejército Rojo. La guerra civil es la expresión de la lucha de clases como enfrenta miento entre territorios y ejércitos ene­migos, que reflejan a clases distintas. Sólo después del triunfo de la guerra civil se puede decir que surge un gobierno unitario para toda la URSS.

Las otras revoluciones abortadas

Desde la revolución rusa hasta la década del 30, estallan revoluciones similares en distintos países: Alemania, Hungría, las dos primeras revolu­ciones chinas y la revolución española. En todas ellas, a excepción de Es­paña, surgen soviets y actúan partidos revolucionarios internacionalistas de la III Internacional y se producen elementos de guerra civil, es decir en­cuentros armados entre los partidos de la burguesía y del proletariado. A pesar de estos enfrentamientos armados, que indicaban la madurez de las condiciones objetivas para la toma revolucionaria del poder por el pro­letariado, estas revoluciones abortaron. Una razón es que en esos países los revolucionarios eran muy débiles o incapaces. Pero la razón principal recae en los partidos reformistas en Alemania y Hungría y el stalinismo en China, que conscientemente se niegan a profundizar el proceso, negándose a hacer la revolución socialista al frente de las organizaciones revoluciona­rias del movimiento de masas.

La revolución española

Algo parecido va a ocurrir con la revolución española, que se inicia después del cierre de la etapa 1917-23, pero que tiene muchos elementos parecidos a la revolución rusa, aunque también tiene grandes diferencias y es mucho más pacífica. El comienzo de la revolución española, su revolu­ción democrática burguesa no es el producto inmediato de grandes enfren­tamientos del movimiento obrero y popular con el gobierno y las fuerzas armadas del régimen. Por el contrario, el triunfo de la revolución se da como consecuencia de la crisis del régimen monárquico y de un gran triun­fo electoral de la clase obrera y el pueblo, que votan por la república en contra de la monarquía. Esto obliga al monarca a renunciar sin que se lle­gue a graves enfrentamientos con las fuerzas armadas. Esto originará una revolución del régimen político: de monárquico, sin libertades democrá­ticas, a un régimen democrático burgués parlamentario con amplias liber­tades democráticas.

A diferencia de las otras revoluciones, que eran socialistas aunque tu­vieran el aspecto de democráticas en su primera fase, o eran directamente socialistas desde el principio como la alemana, la revolución española deja indemne, íntegra, sin crisis a las fuerzas armadas. Esto la distingue cualita­tivamente de las otras que hemos enumerado.

Resumen

Resumiendo, la revolución rusa del 17 es la síntesis de cuatro grandes revoluciones:

1) La revolución política de febrero. Democrática burguesa en cuanto a su forma, socialista en su contenido. Es una revolución inconsciente por parte de las masas que la llevaron a cabo.

La llamamos una revolución política en cuanto a los resultados objeti­vos inmediatos porque sólo se revolucionó el régimen político, de zarista a democrático burgués.

2) La revolución político-social del 17. Conscientemente el partido bolchevique dirigiendo los soviets derrota al gobierno burgués, cambiando el carácter del estado, de burgués a proletario. No se cambia la economía que sigue siendo burguesa.

3) La revolución económico-social del 18. Se expropia a la burguesía cambiando el sistema económico de burgués a transicional, obrero.

4) La revolución militar-social. Se derrota en forma total y absoluta a las fuerzas armadas de la burguesía y el imperialismo, construyéndose unas nuevas fuerzas armadas de un nuevo carácter de clase.

El régimen leninista

Todo este curso insiste en definir los regímenes, por una razón funda­mental; esquematizando, podemos decir que todo nuestro programa se sin­tetiza en el objetivo de imponer un régimen leninista. Esto significa que somos enemigos irreconciliables de los regímenes obreros actuales, a los que definimos por la negativa como antileninistas. Lo que caracteriza a nuestro programa con respecto a todas las organizaciones obreras, inclusive los actuales estados obreros que se reclaman del socialismo es que noso­tros queremos llevar a cabo una revolución política que cambie su régimen actual por uno leninista. Por eso es importante precisar las caracterís­ticas esenciales del régimen de Lenín y Trotsky en sus primeros años. Algu­nas fueron abolidas por el mismo régimen en circunstancias excepcionales, como la guerra civil o el hambre. Pero estas excepciones no anulan la regla, ya que tanto Lenín como Trotsky siempre insistieron en que su abolición era momentánea y en que el régimen debía ser como en sus primeros años.

Cuatro características fundamentales

I. Socialmente, la clase obrera domina con sus organizaciones el aparato de estado.

En el régimen soviético la estructura básica del estado son los soviets de obreros y campesinos. Dado el abrumador peso numérico de los campesi­nos, se impone un tipo de representación que garantice la mayoría obrera y su control del aparato del estado.

II. El régimen político es de democracia obrera irrestricta.

a) Nadie puede coartar la más absoluta libertad para todos los obreros que forman parte del soviet. Todos los trabajadores tienen derecho a for­mar parte de sus organizaciones (sindicatos, comités de fábrica y soviets). Ningún obrero puede ser expulsado ni se le puede negar el uso de la pala­bra o de cualquiera de las libertades individuales, aunque políticamente sea conservador.

b) Pluripartidista. Dentro de los soviets no son legales solamente los partidos revolucionarios que están en al gobierno (bolcheviques y socialis­tas revolucionarios de izquierda) sino todos los partidos reformistas (los mencheviques y socialistas revolucionarios de derecha) y aún los partidos burgueses (siempre que haya obreros o campesinos que los apoyen y cons­tituyan fracciones).

c) Mucho mayores libertades que bajo el régimen democrático-burgués. Se abre la etapa de mayores libertades políticas, culturales, artísticas, cien­tíficas, de reunión, prensa e información que jamás haya conocido la hu­manidad. Todos los partidos tienen papel y facilidades para publicar sus opiniones. Los artistas y científicos gozan de la más absoluta libertad de expresión e investigación. El gobierno pone a disposición de todo el pueblo salones gratis para cuando quieran reunirse o hacer asambleas. No hay nin­gún tipo de censura. El régimen no tiene arte, ni ciencia oficiales ya que no se mete para nada con ellas, sólo las protege para que se expresen todas las corrientes.

d) Independencia de los sindicatos respecto del estado. Después que se ganó la guerra civil, la URSS de Lenín legisló que los sindicatos fueran abso­lutamente independientes del estado, para que pudieran expresar la volun­tad de los trabajadores: si éstos querían hacer huelgas tenían todo el dere­cho de hacerlas, al igual que de reunirse en asambleas para votarlas.

III. Un régimen revolucionario para la lucha permanente.

Es un régimen votado mayoritariamente, en forma democrática, por los obreros en los so­viets. Esa votación tiene un significado: las organizaciones obreras votan la dirección y la política revolucionaria del Partido Bolchevique. Esa es la ra­zón de que el régimen soviético impulsara la movilización revolucionaria permanente de la clase obrera y el campesinado para avanzar cada vez más en la revolución interna e internacional. Es un régimen para la lucha per­manente de los obreros rusos y del mundo. Los soviets son órganos de lu­cha y gubernamentales. Bajo Lenín y Trotsky jamás perdieron su carácter de órganos de lucha para transformarse en meros órganos administrativo del estado.

 

IV. Un partido obrero, democrático, revolucionario e internacionalista.

El partido que dirige el régimen soviético, el Partido Bolchevique, tiene con­centradas y mucho más elevadas, conscientes, todas esas características-

a) Obrero.- El Partido Bolchevique siempre fue obrero por su ideología, su actividad (incluida la de sus dirigentes), sus militantes y sus cuadros. Ganaba las elecciones, por ejemplo, sólo en las barriadas obreras más con­centradas.

b) Democrático.- En el Partido Bolchevique todo se resolvía por discu­sión y votación. Prácticamente no hay ninguna resolución importante que haya sido adoptada por unanimidad. Después que se tomó el poder, esta democracia y libertad absolutas para los militantes se amplió mucho más. Las más grandes discusiones ?e hacían públicamente en las páginas de los periódicos oficiales del partido. Ningún dirigente fue expulsado jamás por sus opiniones o sus discusiones con la dirección.

c) Revolucionario,- El partido alentaba permanentemente la moviliza­ción revolucionaria de las masas. Comenzó a levantar a escala nacional e in­ternacional un programa de transición, de movilización permanente de las masas. Consideraba que la toma del poder era una razón fundamental para acelerar la movilización revolucionaria, no sólo a nivel nacional sino tam­bién internacional. El centro de toda su política pasaba por lograr desarro­llar la movilización del proletariado mundial y de las masas oprimidas para hacer triunfar la revolución socialista internacional. Sin esto no había nin­guna posibilidad de triunfo definitivo en la misma URSS.

d) Su logro más importante fue la III Internacional.- Su internacionalis­mo se concretó en la fundación de la III Internacional para dirigir la revo­lución socialista. El propio Partido Bolchevique resolvió supeditarse a la In­ternacional, ya que la revolución rusa era sólo una parte decisiva de la revo­lución mundial, pero parte al fin. Dejó de ser un partido ruso para transfor­marse en una sección de la III Internacional. Los dirigentes del partido pre­gonaron a los cuatro vientos que su internacionalismo llegaba hasta pro­pugnar que, si era necesario, estaban dispuestos a hundir la revolución rusa para que triunfase la alemana, mucho más importante para la revolución mundial.

La III Internacional fue como el Partido Bolchevique, esencialmente obrera, democrática, revolucionaria. Fue el partido mundial de \a revolu­ción socialista, de la lucha permanente hasta el triunfo del socialismo en el mundo.

La contrarrevolución: los nuevos regímenes

Tras la primera oleada revolucionaria, inaugurada por la revolución rusa y que duró aproximadamente hasta 1923, la burguesía y el imperialismo lanzan su contraofensiva política. Incapaces de detener la revolución en di­versos países a través de la democracia burguesa, por métodos pacíficos, la burguesía apela a los métodos de guerra civil para derrotar a la clase obrera. Donde logra capturar el gobierno, aparece un nuevo tipo de régimen po­lítico, antes inexistente: el fascismo en Italia y el nazismo en Alemania.

El fascismo o régimen contrarrevolucionario burgués imperialista se caracteriza por utilizar métodos de guerra civil contra la clase obrera, las masas y su vanguardia. Para hacerlo, forma un movimiento popular con­trarrevolucionario amplio, con base en la clase medía y los desclasados, a quienes moviliza y arma contra el proletariado. Cuando llega al poder eli­mina las libertades políticas y las instituciones de la democracia bur­guesa. Su objetivo central es aniquilar la democracia obrera y sus organis­mos: sindicatos, partidos obreros de masas. Pero sólo lo puede lograr ter­minando también con el conjunto de los derechos e instituciones democrá­tico burgueses: parlamento, partidos políticos, libertad de prensa, etc.

En un sentido, se parece a los viejos regímenes monárquicos. Es absolu­tamente totalitario y reprime despiadadamente toda oposición y toda li­bertad. Pero no es lo mismo. Esos viejos regímenes expresaban el pasado feudal. El fascismo no tiene nada de feudal. Expresa el presente capitalista- imperialista. Es una dictadura bárbara, pero no de los nobles ni del rey, si­no de lo más moderno y concentrado del capitalismo: los monopolios im­perialistas. No busca reinstaurar el feudalismo, sino defender el capitalismo imperialista aplastando con métodos de guerra civil la revolución obrera. Es la primera y monstruosa expresión de la inexorable marcha del capitalis­mo hacia la barbarie si no triunfa el socialismo.

Ese es el contenido fundamental de los regímenes fascistas que triunfan con Mussolini en Italia, Chiang Kai Shek en China, Hitler en Alemania, Salazar en Portugal y Franco en España.

Igual carácter tienen los regímenes coloniales como el de Francia en In­dochina y Argelia: una represión terrible a las masas para defender el impe­rio capitalista francés. Y otro tanto podemos decir de las brutales dictadu­ras proimperialistas y sostenidas por el imperialismo yanqui en sus semicolonias, como fueron las de Batista, Trujillo, Somoza y compañía, en Amé­rica Latina, o más recientemente, las de Pinochet y los militares brasileños, uruguayos y argentinos.

Esas dictaduras semifascistas no están defendiendo viejas estructuras feudales, como tanto ha insistido el stalinismo, sino las modernas relacio­nes semicoloniales, absolutamente capitalistas, entre las naciones atrasadas y las potencias imperialistas.

La lucha contra la contrarrevolución burguesa imperialista

La aparición del fascismo, primero como partido o movimiento y des­pués, cuando triunfa, como un régimen político contrarrevolucionario, le plantea al marxismo dos graves problemas políticos que se pueden sinteti­zar en uno solo: ¿Cómo enfrentar al fascismo como partido cuando lucha por llegar al poder, y como régimen cuando ya llegó a él?

El trotskismo se conformó como una corriente real del proletariado mundial, entre otras razones fundamentales porque era necesario lograr un frente de los partidos obreros para impedir, por métodos físicos, el triunfo del fascismo en cualquier país. Ante el peligro del triunfo fascista había que practicar una política muy parecida -a grandes rasgos idéntica- a la que los bolcheviques aplicaron frente a Kornilov. En vez de luchar como objetivo inmediato por tomar el poder y derrotar a la burguesía, no se tenía la fuerza para hacerlo, era necesario pelear en forma inmediata para evitar que el fascismo tomara el poder, haciendo cualquier clase de acuerdo obrero y popular para ir a la lucha física, en las calles, con el fascismo, y derrotarlo en su terreno.

La guerra civil española fue la máxima expresión de esa lucha para im­pedir el triunfo franquista, aunque las direcciones de las masas no la enca­raron con un criterio marxista revolucionario, Esas direcciones (los burgueses republicanos, con el Partido Socialista y el stalinista) quisieron circuns­cribir la lucha sólo al enfrentamiento entre el régimen democrático-burgués y el fascista. Y eso dentro de los cánones de la burguesía, respetando la propiedad privada y apoyándose en la policía y el ejército burgueses. Los marxistas revolucionarios, en cambio, planteábamos que era indispensable derrotar al fascismo a través de la unidad de todos los que estuvieran dis­puestos a pelear contra él. Pero, al mismo tiempo, por la movilización del movimiento obrero y de masas, liquidar a los terratenientes y a la burgue­sía, poniendo bajo control de los trabajadores al aparato productivo, cam­biando el carácter de clase del estado. Esta sería la única forma de lograr una adhesión cada día mayor de los obreros y campesinos a la lucha contra el franquismo. Decíamos, en síntesis, que había que transformar la lucha en defensa del régimen burgués democrático en una lucha permanente por el socialismo.

De cualquier manera, la guerra civil española demostró hasta qué grado el régimen democrático burgués era antagónico con el fascismo, no sólo la clase obrera y sus organizaciones.

La II Guerra Mundial presenta, como mínimo, elementos similares. Sin desarrollar el tema, creemos que hay que estudiar seriamente si no fue el intento de extender la contrarrevolución fascista imperialista a todo el mundo, derrotando principalmente a la Unión Soviética, pero también a los regímenes democrático-burgueses europeos y norteamericano. Esto no quiere decir que la Segunda Guerra Mundial no haya tenido también un profundo contenido de lucha interimperialista. Lo que decimos es que hay que precisar bien, al igual que en la guerra civil española, cuál fue el factor determinante. ¿Fue la lucha del régimen fascista esencialmente contra la URSS pero también contra la democracia burguesa? ¿O fue el factor eco­nómico, la pelea entre imperialismos por el control del mercado mundial?

La guerra civil española fue nada más que la expresión más espectacular de un fenómeno que se generalizaba: la resistencia armada, la guerra civil contra los regímenes fascistas. En China, en 1928. después de la traición stalinista que permitió a Chiang Kai Shek dar su golpe contrarrevoluciona­rio, se abrió un proceso guerrillero de lucha armada del PC chino —e inclu­sive en determinados momentos de otras corrientes del ejército nacionalis­ta— contra el régimen fascista de Chiang Kai Shek, y después contra la inva­sión japonesa. Esta guerra civil o nacional, que se expresó como guerra de guerrillas, se desarrolló con altibajos hasta la derrota de Chiang Kai Shek a manos de la guerrilla de Mao Tse Tung.

Algo parecido ocurrió tras el triunfo militar de Alemania y Japón. Es­tallaron movimientos de resistencia armada y de guerrilla en Europa del Es­te y del Oeste, especialmente en Francia e Italia. Este movimiento antinazi en las naciones ocupadas fue apoyado por los marxistas revoluciónanos, o debió haberlo sido, ya que hubo algunos compañeros que, por su extrema­da juventud, no vieron la magnitud del problema. Por la misma razón consideramos como una de las grandes gestas del proletariado mundial la lucha del ghetto de Varsovia contra los nazis.

De todos los procesos, el que adquirió un carácter más obrero y campe­sino fue la resistencia guerrillera en los países de los Balcanes: Yugoslavia y Grecia.

La guerrilla china y luego la guerra civil española comienzan, pues, un proceso de guerra civil, de resistencia armada a los regímenes fascistas. Fue un nuevo fenómeno en el cual generalmente la guerrilla cumplió un rol fundamental.

La contrarrevolución stalinista y la revolución política contra ella

Los 20 años de avance de la contrarrevolución en el mundo, de 1923 a 1943, van a tener también su expresión en el propio estado obrero, la Unión Soviética. Asi como el fascismo significó un cambio contrarrevolu­cionario de régimen en los países burgueses, algo parecido ocurrió en la URSS. El régimen de Lenín y Trotsky, de democracia obrera y partidaria, fue liquidado por el stalinismo, que logró imponer a partir de 1928, uno muy parecido al fascismo que culminó con las grandes purgas de 1936. El stalinismo emplea primero métodos reaccionarios y finalmente métodos de guerra civil. Lleva a centenares de miles de militantes comunistas o a sec­tores de vanguardia de la población a los campos de concentración, los ase­sina casi en su totalidad y suprime cualquier atisbo de libertad, no sólo en el terreno político, sino en el artístico, el cultural y el científico. Las insti­tuciones tradicionales del estado burgués, su ejército centralizado, su poli­cía y sus servicios secretos pasan a ser base de sustentación del régimen stalinista, que se apoya en esas instituciones burguesas para gobernar. El régi­men adquiere un carácter totalitario, sin ninguna libertad, con una persecu­ción implacable a los opositores políticos, con un sístema unipartidarío y con control total por el gobierno de los sindicatos y todas las organizacio­nes populares. Como ya dijimos, un régimen político muy parecido al nazismo.

Pero así como el fascismo cambia el régimen pero no el carácter del es­tado, que sigue siendo burgués, el stalinismo cambia el régimen de obrero democrático a burocrático, totalitario y contrarrevolucionario, pero no cambia el carácter del estado, que sigue siendo obrero, no capitalista. Esa es la diferencia fundamental entre el nazismo y el stalinismo: el carácter del país. Alemania sigue siendo un país capitalista dominado por los mono­polios y la Unión Soviética sigue siendo un país no capitalista.

De la misma manera en que el cambio de régimen, de democrático-burgués a fascista exigió, en algunos países capitalistas, una nueva política, el cambio de régimen en la URSS también planteó la necesidad de una nueva política para seguir adelante con la revolución dentro del estado obrero.

Había que luchar contra el stalinismo como expresión de la contrarrevolu­ción en el estado obrero. El marxismo revolucionario luchó por defender el régimen de la democracia obrera. Y cuando el stalinismo triunfó, se plan­teó recuperarlo por la acción del movimiento de masas y el enfrentamiento a la burocracia gobernante.

Trotsky, a principios de la década del 30, llegó a la conclusión de que no se podía lograr la democracia obrera sin una revolución contra el apara­to de gobierno stalinista, es decir el aparato de estado de la burocracia. Ha­bía que barrer a los oficiales del ejército y la policía, que eran el brazo ar­mado de la burocracia. Llamó a esto una revolución política, porque se trataba de un cambio de régimen y no de un cambio en las relaciones de producción y en las sociales, es decir en el carácter del país y del estado. Para nosotros es fundamental que siga habiendo un estado bajo el cual no existe la burguesía. Por eso no se trata de hacer una revolución económico-social, sino sólo una revolucionen el régimen político: de burocrático tota­litario a obrero democrático.

Lo que Trotsky no planteó, pese a que hizo el paralelo entre el stalinis­mo y el fascismo, fue que también en los países capitalistas era necesario hacer una revolución en el régimen político: destruir al fascismo para re­conquistar las libertades de la democracia burguesa, aunque fuera en el te­rreno de los regímenes políticos de la burguesía, del estado burgués. Con­cretamente, no planteó que era necesaria una revolución democrática que liquidara al régimen totalitario fascista, como parte o primer paso del pro­ceso hacia la revolución socialista, y dejó pendiente este grave problema teórico.

Las revoluciones socialistas congeladas en la expropiación de la burguesía

Desde el fin de la II Guerra vivimos la etapa más revolucionaria de los últimos siglos. Por primera vez estallaron revoluciones en todos los conti­nentes y en cualquier momento. Es lo que llamamos revolución inminente generalizada. Contra los teóricos guerrilleristas que sostienen que las úni­cas revoluciones que se han dado en esta posguerra fueron solamente pro­ducto de la guerra de guerrillas, nosotros creemos que se han dado también diversos tipos de revoluciones urbanas, insurreccionales.

Podemos dividir las revoluciones de este siglo en dos tipos: las urbanas y las llevadas a cabo a través de guerrillas. Ya en las primeras décadas del si­glo se dieron dos grandes revoluciones que preanunciaron estos dos tipos: la revolución rusa (urbana) y la mexicana (guerra de guerrillas).

A partir del '17, por influencia de la revolución rusa y por el rol prota­gonice del proletariado mundial, las revoluciones más importantes fueron urbanas, incluida la revolución china hasta 1927. que tuvo un componente campesino de primer orden, pero cuyo centro revolucionario pasaba por sus grandes ciudades y por la clase obrera.

En 1928 apareció un nuevo fenómeno político: la guerra de guerrillas del campesinado para enfrentar a un régimen capitalista fascista, el de Chiang Kai Shek. Esta guerra de guerrillas se transformó de civil en nacio­nal cuando los japoneses invadieron China en 1935. Una vez derrotados los japoneses, se volvió a la guerra civil.

En España ocurrió algo parecido con la guerra civil, aunque no fue una guerra de guerrillas. La base social de la guerra civil, del lado republicano, fue el proletariado, y su defensa armada contra el putch fascista arrancó de una insurrección armada que destruyó de hecho el estado burgués, y en las grandes ciudades al ejército fascista.

La II Guerra Mundial fue, como ya lo hemos dicho, una guerra revolu­cionaria del Ejército Rojo contra el ejército contrarrevolucionario de Hitler. Hay que precisar si los ejércitos aliados, a pesar de ellos, no cumplieron también un rol progresivo, ya que la derrota de Hitler fue el más colosal triunfo revolucionario de toda la historia de la humanidad.

Durante la II Guerra se popularizó la guerra de guerrillas para enfrentar a los fascistas y a los ejércitos nazis de ocupación. En la inmediata posgue­rra reaparecieron, jugando un rol de preponderante importancia, las luchas urbanas y el proletariado. Así, comenzaron de nuevo las revoluciones ur­banas, pero ninguna llegó a expropiar a la burguesía. Por el contrario, si lo hicieron muchas revoluciones provocadas por las guerras civiles o naciona­les. Podemos clasificar las revoluciones posteriores a la II Guerra en las que expropiaron a la burguesía y las que no la expropiaron. Aclaramos que creemos que la realidad nos dará otros tipos de revoluciones y que nuestra clasificación es sumaria, esquemática, para facilitar una primera compren­sión del tema.

Las guerras revolucionarias

En la II Guerra Mundial, y en la posguerra, el hecho más descollante y novedoso fue el estallido de guerras revolucionarias. Los marxistas revolu­cionarios habían definido la época como de guerras y revoluciones, sin li­gar estrechamente ambos conceptos. (Esto no quiere decir que en esta eta­pa no hayamos visto otros tipos de revoluciones). Entre estas guerras revolu­cionarias tenemos que distinguir dos tipos claramente diferenciados:

El primero es la guerra de un ejército nacional contra otro. La más colo­sal de estas guerras, quizá la más importante, fue la propia II Guerra Mun­dial, específicamente la del Ejército Rojo contra el nazi. El triunfo del Ejército Rojo es el más importante triunfo revolucionario de la etapa, el que abre la revolución inminente y generalizada. Una guerra parecida es la que llevó a cabo el ejército guerrillero de Mao contra los ocupantes japo­neses, que culminó en la guerra civil contra Chian Kai Shek.

El segundo tipo es la guerra de guerrillas. La revolución más importante de esta etapa fue la china, una guerra civil en la que se empleó la táctica guerrillera. La revolución Yugoslava fue quizás la más heroica, muy pareci­da a la China, aunque su centro de gravedad no fue la guerra civil que libra­ron contra los “ustachi” sino la resistencia a los ocupantes nazi-fascistas. Estas guerrillas triunfantes se dieron en países campesinos. Fue el tipo de guerra revolucionaria que, en muchos casos, llegó a la expropiación de la burguesía.

La guerra revolucionaria antes de la toma del poder

Los tipos de revoluciones a que nos referimos tienen en común haber si­do producto de una guerra, dirigida férreamente por un ejército. Este fue guerrillero (China, Cuba), o profesional nacional (ejército rojo contra el ejército nazi de ocupación), o guerrillero nacional (guerras contra el régi­men colonial, como la de Argelia). Aunque se combinan de distintas mane­ras, todas estas guerras presentan, antes del triunfo y la toma del poder, los siguientes rasgos comunes:

1. Comienzan como guerras defensivas contra estados totalitarios colonia­les o fascistas, o contra ejércitos de ocupación.

En todas las guerras conocidas hubo que enfrentar una situación difícil, trágica, de triunfo del fascismo o de los ocupantes. Las guerras coloniales son un tanto distintas, ya que la guerrilla comienza contra un poder estable­cido y no contra un fenómeno nuevo como el fascismo y la ocupación de un país. Pero de cualquier forma se lucha para remontar una derrota histó­rica, la colonización del propio país, mientras en los otros casos se lucha contra un fenómeno inmediato. Esto no debe hacernos confundir sobre el carácter defensivo del comienzo de la lucha armada.

2. Una férrea conducción centralizada, con una poderosa falsa ideología re­volucionaria.

Al revés de las revoluciones rusas de 1905 y 1917, estas guerras revolu­cionarias tienen una fuerte y centralizada dirección. El grupo o ejército guerrillero no puede desarrollarse si no cuenta con una férrea disciplina y unidad de mando. Lo mismo ocurre con su ideología. La guerrilla contra los ocupantes o los regímenes totalitarios o la guerra de la URSS contra los nazis es llevada a cabo conscientemente, con todo vigor. En ese sentido es una guerra conscientemente revolucionaria por parte de la dirección. Esto es lo que ha llevado a tantos marxistas a la confusión. La guerra que llevan a cabo las masas y la dirección es justa; se plantea, por lo tanto, que la di­rección es revolucionaria, o empíricamente revolucionaria. Esto es relativa­mente correcto si le agregamos que la política de conjunto de la dirección durante la misma guerra y para el futuro de la revolución en marcha, es contrarrevolucionaria. El hecho de que Galtieri o Vargas, en determinados momentos, puedan defender a sus países de la invasión imperialista no los hace revolucionarios empíricos, aunque se vean obligados por las circuns­tancias a cumplir históricamente ese objetivo. La dirección guerrillera está a años luz de un Galtieri o un Vargas: son grandes luchadores, revoluciona­rios democráticos o anticoloniales, son luchadores permanentes de una justa causa, mientras Vargas o Galtieri lo son por un solo momento o en de­terminadas circunstancias y están dispuestos a traicionar también en cual­quier momento. Los guerrilleros generalmente han combatido durante años hasta lograr su objetivo revolucionario de derrotar al régimen o al ejército contrarrevolucionario. De ahí” que tengan una clara ideología y un programa revolucionario, pero falso. Plantean siempre que una vez derrota­do el régimen contrarrevolucionario hay que colaborar con la burguesía para dedicarse a la construcción de un estado burgués o “de sexo indefini­do”, de democracia popular u otra variante por el estilo, lo que significa lo mismo. Por otra parte, ven su revolución como una revolución nacional y no como parte indisoluble de la revolución mundial, que necesita una in­ternacional. De ahí lo falso de su ideología y de su programa, etapista y no permanente a escala nacional o internacional.

3. Régimen político autoritario de un partido-ejército

Es normal que el partido-ejército tenga una estricta disciplina y centra­lización, ya que sin ellos es imposible ganar una guerra moderna. Pero todas las guerrillas —no hablemos del ejército rojo— transforman esta disciplina militar en disciplina política. Dentro de estos ejércitos no hay la menor de­mocracia para discutir de política. Las orientaciones políticas se dan desde la dirección, y nadie tiene derecho a discutirlas. Todo lo contrario, una dis­cusión de las mismas es considerada una transgresión a la disciplina militar.

4. Base social de tos ejércitos, la dirección y la base

Hasta la fecha la base social de las direcciones de estos ejércitos ha sido burocrática o pequeñoburguesa. Jamás obrera. La de la guerra de la URSS y las guerrillas dirigidas por los partidos stalinistas fue burocrática. La del FLN argelino, las guerrillas coloniales y la de Fidel Castro, pequeñoburguesas urbanas.

La base de estos ejércitos es campesina, pequeñoburguesa, de las villas 'miserias de las urbes coloniales y excepcionalmente popular obrera, como la del ejército rojo. En general, salvo excepciones, el sector predominante no es la clase obrera, y mucho menos la industrial. Pero un análisis de este tipo sería mecánico: todo ejército cambia en gran medida el carácter de clase de sus soldados, para transformarlos en eso, en soldados; aparece un nuevo fenómeno social, el de los combatientes. Esto vale tanto para un obrero como para un pequeñoburgués acomodado; al entrar en la guerrilla pasan a ser esencialmente guerrilleros, es decir, luchadores subordinados a una dirección política que no es revolucionaria consecuente. Entonces, cuando hay una guerra prolongada el soldado pierde en gran medida su ca­rácter de clase previo a su incorporación, para pasar a ser parte del pueblo. La dirección pequeñoburguesa o burocrática que dirige estos ejércitos tie­ne una política consciente en ese sentido, de transformarlos en combatien­tes (la teoría del nuevo hombre de Guevara) y desarraigarlos como clase obrera, para facilitar el carácter autoritario del partido-ejército, de su direc­ción, y para justificar la teoría de una revolución nacional, popular y no socialista.

Nos hemos detenido en las características previas a la toma del poder por los ejércitos a través de una guerra para subrayar las profundas diferen­cias con el proceso previo a las revoluciones rusas de 1905 y de febrero. En ese país todos los antecedentes de la revolución giran alrededor de las lu­chas normales de la clase obrera y los campesinos, y de las luchas políticas entre los partidos que se reclamaban de la clase obrera y del pueblo (socia­listas revolucionarios, mencheviques, bolcheviques) y con los partidos bur­gueses de Rusia y de las otras nacionalidades. Es decir, es diametralmente opuesta a la guerra-revolución: la revolución se prepara a través de institu­ciones obreras de masas, de los sindicatos a los soviets o los partidos, por medio de la más amplia democracia. La revolución no tiene ninguna direc­ción centralizada, es insurreccional y “espontánea”, por lo tanto.

El partido-ejército toma el poder

Una vez triunfantes, estas guerras-revoluciones tienen en común los si­guientes rasgos que las caracterizan:

1. Destrucción del aparato de estado burgués

Una de las ideologías del guerrillerismo es que lo que se tiende a des­truir es el aparato de estado del régimen totalitario y no el del estado bur­gués. Pero el resultado es el opuesto al que querían llegar; al destruir el es­tado totalitario, principalmente la policía y el ejército, cae en ruinas, desa­parece, el aparato de estado burgués. El triunfo de la guerra de guerrillas o del ejército rojo significa directamente la caída de aquél. En ese sentido, se parece a la revolución de octubre, que también destruyó el aparato de es­tado burgués, principalmente el ejército y la policía. Pero los resultados son diferentes.

2. Régimen bonapartista fuerte con la suma del poder para el partido-ejército

El gobierno cae en manos de un partido-ejército guerrillero (o rojo en el este de Europa). Como ya no existe policía o ejército de la burguesía no existe un doble poder, sino uno solo. el del partido-ejército. Al revés de la revolución rusa, el poder no va a instituciones democráticas del movi­miento obrero, sino al partido-ejército y sólo a él. que domina la escena política como quiere, arbitrando entre las clases como un bonapartismo fuerte, poderoso.

3. Las insoportables contradicciones del gobierno y la pequeña burguesía.

El carácter popular pequeñoburgués o burocrático de los partido-ejérci­tos que toman el poder hace que se produzcan contradicciones insalvables, que llevan obligadamente a un gobierno fuerte, de tipo bonapartista. Esas contradicciones son dos: primero, la imposibilidad de que esos partido-ejércitos construyan un aparato de estado pequeñoburgués, como sería su intención. En eso se parecen a los jacobinos, que trataron de hacer lo mis­mo y fracasaron. La pequeña burguesía no puede hacer un país o un esta­do a su imagen y semejanza, porque en ningún país del mundo puede ser dominante la pequeña producción de pequeños propietarios. En la revolu­ción francesa, con un proletariado inexistente, la alternativa a la que su­cumbieron los Jacobinos fue que sólo podía haber un estado capitalista. Por eso fueron arrojados del poder por la propia burguesía para imponer el primer régimen bonapartista.

La segunda contradicción es muy grave y caracteriza el primer período después de la toma del poder. El partido-ejército tiene el poder en sus ma­nos, con un estado burgués en ruinas, no en crisis. Debe restaurar entonces el estado. Su política es traidora, hasta ahora siempre tendieron a restaurar e) estado burgués: jamás han llamado a las organizaciones obreras a que de­mocráticamente tomen el poder. Siempre es un estado que se moldea de acuerdo con el carácter del propio ejército guerrillero, sin ninguna demo­cracia interna ni externa. Es decir, el aparato del estado está condenado a ser autoritario y no democrático obrero.

Pero la pequeña burguesía, en esta época, no tiene sólo la perspectiva de transformarse en dirigente de un estado burgués. Tanto desde el punto de vista político como económico, tiene en la actualidad dos perspectivas: la obrera y la capitalista. Todo pequeñoburgués está condenado, tarde o tem­prano, a una de esas dos alternativas. Lo mismo ocurre con el estado que puede surgir en esta etapa de transición de un gobierno fuerte en manos de un partido-ejército y con un estado en ruinas. Por otra parte, el país o esta­do en el sentido más amplio de la palabra sigue siendo burgués.

4. Gobierno frentepopulista con los partidos burgueses

La ideología y la política proburguesa de los partidos-ejército se mani­fiestan en la combinación que se autoimponen; gobernar con la burguesía, a pesar de que la suma del poder político y estatal, todas las fuerzas arma­das, son suyas. En todos o casi todos los países donde triunfaron el ejérci­to rojo o los ejércitos guerrilleros, las direcciones oportunistas pequeñoburguesas o burocráticas impusieron, en un primer momento, que se gobernara con los partidos burgueses o con personalidades del mismo signo. Tome­mos ejemplos cercanos: Cuba y Nicaragua. En los dos se produjo el mismo fenómeno. Fidel Castro puso de presidente de la República a Urrutia, un importante agente político de la burguesía y el imperialismo. Lo mismo hizo el FSLN nicaragüense con Violeta Chamorro y Róbelo, en un princi­pio con los representantes de la burguesía en el actual gobierno. Lógica­mente. si el actual gobierno nicaragüense es frente populista no puede ser obrero y campesino ni haber expropiado a la burguesía.

5. Los gobiernos obreros y campesinos

Lenín y Trotsky planteaban que las organizaciones obreras y campesi­nas, los soviets, dirigidos por partidos oportunistas, tomaran el poder, rompiendo con la burguesía, sobre la base de la democracia obrera. Los go­biernos obreros y campesinos (populares para nosotros cuando el país es urbano) que hemos visto en esta posguerra no han sido de organizaciones obreras democráticas sino de partidos-ejército. De cualquier forma, son go­biernos obreros y campesinos porque han roto con la burguesía. Cuba es un buen ejemplo (cuando Fidel echa del gobierno a Urrutia, agente de la ofensiva imperialista, como toda la burguesía cubana).

Aunque Castro quería seguir manteniendo buenas relaciones con el im­perialismo y la burguesía (por eso nombró como presidente a Urrutia), se vio enfrentado a una terrible ofensiva para que diera marcha atrás en una serie de medidas que afectaban al imperialismo. Todos estos gobiernos sur­gieron siempre por la misma razón: el imperialismo le declara la guerra al gobierno del partido-ejército que colabora con la burguesía, por las conce­siones que se ve obligado a hacerle al movimiento de masas. Como medida defensiva, nunca hasta ahora por propia iniciativa, rompen con la burgue­sía.

6. La revolución económico-social

Tal cual lo había previsto Trotsky cuando definió a los gobiernos obre­ros y campesinos como una etapa inmediatamente anterior a la dictadura del proletariado, éstos se vieron obligados a expropiar a la burguesía, agen­te incondicional del imperialismo. Se dio así la revolución económico-so­cial, es decir, la expropiación de la burguesía que en la URSS se había dado después de la toma de poder por los soviets y el partido bolchevique, y en estos casos se da después de la toma del poder por los ejércitos auto­ritarios. Apenas expropian a la burguesía, los gobiernos obreros y campe­sinos se transforman en dictaduras del proletariado, ya que la burguesía deja de existir y todo el país se transforma en un país obrero, no capitalista. Si ya no hay burguesía en el país no puede haber un estado capitalista, aunque haya aparatos capitalistas o iguales a los capitalistas como la poli­cía o el ejército —guerrillero o stalinista—. Nos encontramos entonces con un estado obrero, o país obrero, que tiene un tipo de estado burocrático des­de el comienzo, por el régimen autoritario del partido-ejército.

Las revoluciones abortadas

Todas las grandes revoluciones que estudiamos en el capítulo anterior llegaron a convertirse en socialistas en el terreno económico, pero sin que existiese un régimen obrero revolucionario como el de Lenín y Trotsky, si­no un régimen burocrático. Al hecho de que ese régimen de democracia obrera revolucionara, que sería el que se impondría si continuase el proce­so, no se abra paso, lo hemos llamado revolución congelada; otros la lla­man deformada. Ambos términos, con mayor o menor propiedad, quieren señalar el fenómeno de que a partir de la expropiación de la burguesía no se produjo un avance cualitativo de la revolución. Para nosotros eso es congelar la revolución, para otros esa revolución ya triunfó deformada por­que los partidos que la dirigieron no practicaban la democracia obrera.

En este agregado nos ocuparemos de las revoluciones que abortaron, que no alcanzaron ningún logro socialista y se estancaron en una revolu­ción política, que solo dio lugar a un nuevo régimen democrático-burgués, en lugar del anterior totalitario, invasor o colonial. Aparentemente, sólo son revoluciones democráticas, nacionales, que triunfaron. Pero no es así, porque, como ya hemos explicado largamente, debajo de ese proceso lo que está en curso es una revolución socialista, aunque se exprese en una primera etapa como una revolución democrática o colonial. Quienes abor­taron estas revoluciones impidiendo que lleguen a su consumación, que completen su recorrido, para impedir que triunfe la revolución socialista, son las direcciones del movimiento de masas, principalmente el stalinismo mundial.

Justamente porque es la etapa más revolucionaria de la historia se han dado múltiples formas de revoluciones “democráticas” socialistas, o “co­loniales” socialistas triunfantes. Decimos esto porque se ha sacralizado la palabra revolución. Antes de la segunda guerra mundial sólo eran revolu­ciones las insurreccionales como la rusa. En esta posguerra se ña endiosado solamente a las revoluciones hechas por las guerrillas que llegaron a expro­piar a la burguesía. Pero hay muchas otras formas de revoluciones. A vuelo de pájaro, clasificaremos algunas de esas revoluciones triunfantes que abortaron, pero no por eso dejaron de darse.

Los regímenes obreros y campesinos guerrilleros que reconstruyeron el es­tado burgués.

No todos los regímenes obreros y campesinos expropian a la burguesía. El FLN argelino, por ejemplo, desde su posición de gobierno obrero y cam­pesino retrocedió a la reconstrucción del estado burgués. Argelia era una colonia del imperialismo francés que gracias a la guerra de guerrillas logró liberarse. El gobierno del FLN se transformó en obrero y campesino con­tra su voluntad expresa, ya que no fue él quien rompió con la burguesía y sus partidos, sino la burguesía con él. Casi la totalidad de la burguesía, que era francesa o blanca, huyó de Argelia aterrorizada por el triunfo árabe y se negó a volver, dejando solo al FLN, sin partido ni clase burguesa para hacer un gobierno frentepopulista, como era su intención. El imperialismo fran­cés (y mundial) maniobró con habilidad, haciéndole toda clase de conce­siones al nuevo régimen obrero y campesino, Esta política le dio un resul­tado extraordinario, ya que logró que el FLN reconstruyera un estado bur­gués semicolonial, dependiente del imperialismo francés y norteamericano, en lugar del estado colonial anterior.

Creemos que algo parecido ha ocurrido en otros países coloniales, aun­que no estamos seguros de que la reconstrucción del estado burgués se hi­ciera desde un régimen obrero y campesino.

Los triunfos guerrilleros que reconstruyeron el estado burgués: los regíme­nes stalinistas burgueses.

Hubo triunfos de las guerras anticoloniales en África que no llegaron a un régimen obrero y campesino, es decir, los nuevos gobiernos no llegaron a romper con la burguesía, o —en aquellos países donde no existía una bur­guesía negra relativamente fuerte— con el imperialismo. Los gobiernos de las guerrillas triunfantes en las ex colonias portuguesas en África —Angola y Mozambique—, aunque tuvieron fuertes roces con el imperialismo yan­qui, siguieron teniendo relaciones estrechas y semicoloniales con el débil imperialismo portugués, y por esa vía con todo el imperialismo mundial.

Y con el paso del tiempo incluso los profundos roces con el imperialismo yanqui han ido disminuyendo, al punto de que hoy día Rockefeller es un fanático defensor de Angola. Los llamamos regímenes stalinistas burgueses porque estas colonias están gobernadas por partidos nacionalistas stalinis­tas que, a pesar de los roces, choques y enfrentamientos con el imperialis­mo yanqui —incluso armados, con su agente África del Sur—, reconstruyen rápidamente el estado burgués semicolonial.

Estos gobiernos de un solo partido se han dado por la imposibilidad de encontrar un partido burgués que quiera colaborar. A pesar de que no hay ningún partido burgués en el poder, no lo llamamos obrero y campesino, porque el partido nacionalista-stalinista no rompe con el imperialismo ni con el régimen burgués.

Hay que estudiar si ésta no es la situación del régimen sandinista, que no ha roto con la burguesía y va hacia la reconstrucción del estado bur­gués, o hacia un gobierno obrero y campesino.

Las revoluciones parecidas a las de febrero.

En esta posguerra se dieron distintos tipos de revoluciones urbanas so­cialistas que se expresaron como un gran triunfo democrático. Al decir pa­recidas a febrero aludimos al hecho de que fueron revoluciones socialistas que empezaron con un gran triunfo democrático. De todos modos, casi to­das ellas se distinguen de la de febrero en que no fueron espontáneas, sin dirección, sino que tuvieron direcciones fuertes, que impulsaban y dirigían la lucha revolucionaria urbana. Entre estas revoluciones tenemos que dis­tinguir las siguientes:

a) Las de Francia e Italia en la inmediata posguerra

Como consecuencia de la guerra de tos aliados con los nazis, combinada con una guerrilla popular, se logró destrozar a los regímenes fascistas o semifascistas de Italia y Francia y barrer al ocupante nazi. Pero estas dos gue­rras se combinaron y fueron rebasadas por la entrada en escena del movi­miento obrero a través de sus organizaciones tradicionales. El estado bur­gués es destruido por los tres factores que ya hemos mencionado. Surge un poder dual. El stalinismo se une a la derecha burguesa. De Gaulle en Fran­cia y Badoglio-DeGasperi en Italia, para reconstruir el estado burgués. Pasa­rá a la historia de las máximas traiciones del stalinismo la consigna de Thorez “un solo ejército y una sola policía” llamando a que las masas en­treguen las armas al ejército burgués en reconstrucción. Rápidamente, de­bido a esta política del stalinismo. se reconstruye el ejército y el estado burgués.

Para nosotros, con la derrota del eje se inicia bajo una forma democráti­ca, la revolución socialista en Occidente, concretamente en Italia y Fran­cia. Esta revolución fue abortada en un mero régimen democrático bur­gués, en lugar de socialista, por el stalinismo.

b) La que derrota a las fuerzas armadas y destruye el estado burgués

El ejemplo clásico de esta revolución es la boliviana de 1952, aunque la portuguesa de 1974, y la iraní de 1979 tienen algunos elementos sin llegar a su nivel. En Bolivia una insurrección obrera y popular, codirigida por los trotskistas, destruye al ejército burgués, y como consecuencia de ello el estado burgués queda hecho trizas. Surge un poder dual donde casi el po­der burgués no existe. El poder dominante es obrero y democrático: los sin­dicatos y sus milicias armadas dominan el país. Sus direcciones le dan el poder a la burguesía y a la pequeña burguesía. La revolución aborta de obrera y socialista a un régimen democrático burgués. Después de diez años es liquidada ya que triunfa la contrarrevolución.

c) Grandes movilizaciones de masas desarmadas que provocan la crisis so­cial de las fuerzas armadas, los soldados dejan de obedecer a la oficialidad.

Los ejemplos típicos de este tipo de revolución son la portuguesa, en 1974 y la iraní, en 1979. El inicio de la revolución portuguesa en 1974 fue producto de la derrota del ejército portugués en Angola y Mozambique, de un putch militar y de una gigantesca movilización obrera y popular contra el régimen fascista. No hay enfrentamiento con las fuerzas armadas pero éstas quedan destrozadas por el ascenso revolucionario del movimiento de masas. Surgen comités de obreros, soldados, campesinos e inquilinos. Se ocupan todas las propiedades. Surge un poder dual de los comités obreros y populares y del gobierno burgués apoyado por los partidos obreros y la jefatura de las fuerzas armadas. Estas dan un golpe contra los comités pa­ra imponer un régimen democrático burgués y, de acuerdo con el partido socialista, abortar la revolución.

Irán es un caso parecido: el movimiento de masas enfrenta durante se­manas y semanas al ejército del Sha hasta lograr ponerlo en una crisis sin sa­lida que lo obliga a huir. Es un colosal triunfo revolucionario que abre una etapa de poder dual muy parecido al de la revolución rusa de febrero, es, decir, con forma soviética.

d) Revoluciones como la española de 1931, sin grandes movilizaciones, que choquen con el ejército, sin crisis social de las fuerzas armadas y sin poder dual

Muchas revoluciones han sido como la española, provocadas por la crisis del régimen burgués y de la burguesía como clase y el ascenso del movi­miento de masas, que hace saltar por los aires al régimen monárquico en España, o los modernos regímenes fascistas o semifascistas. En Latinoamé­rica se han dado varias revoluciones de este tipo, que no crean un poder dual debido a la fortaleza relativa del estado burgués y de sus fuerzas arma­das.

La otra cara de esta relativa fuerza de la burguesía se refleja en la debi­lidad o inexistencia de órganos de poder. Hay crisis política de las fuerzas armadas, la oficialidad entra en crisis, no sabe qué hacer, pero no hay crisis social, de enfrentamiento de los soldados con la oficialidad.

El hecho de que no haya enfrentamientos sangrientos en las calles o que el ejército no entre en una crisis social (aunque refleje la crisis burguesa), es decir, que los soldados se organicen independientemente y rompan la disci­plina, ha hecho que muchos marxistas no consideren estas revoluciones co­mo tales. Nosotros creemos que al igual que las otras revoluciones produce una etapa democrática de vacío de poder burgués v aborta como un cam­bio espectacular de régimen político burgués. Por esta razón creemos que es una revolución, aunque es la más débil de todas las que estamos descri­biendo.

Ninguna de estas revoluciones llegó a la fase del régimen obrero y cam­pesino. Ha habido otras revoluciones de una importancia fundamental, las revoluciones políticas contra el régimen totalitario burocrático, que fueron derrotadas como la húngara y la checoslovaca o que todavía no ha dicho su última palabra, como la polaca. Las dos primeras fueron salvajemente re­primidas por el ejército rojo. La tercera lo ha sido por el ejército polaco pe­ro en un grado sensiblemente menor, es decir, sin que haya logrado triun­far la contrarrevolución burocrática. Son revoluciones derrotadas pero de un carácter sintomático fundamental para el desarrollo de la revolución mundial. Del carácter de estas revoluciones políticas y del régimen que enfrentan nos ocuparemos en el próximo capítulo.

Los regímenes stalinistas y la revolución política

Aunque son producto de procesos diferentes, casi antagónicos, todos los regímenes de los estados obreros son esencialmente iguales. La URSS stalinista fue producto de una contrarrevolución política. Gracias a una contrarrevolución violenta el stalinismo logró liquidar el régimen leninista. Para ello encarceló, torturó y sobre todo asesinó a centenares de miles de obreros, campesinos y revolucionarios. Los regímenes de los estados obre­ros de esta posguerra son consecuencia de una guerra revolucionaria y no de una contrarrevolución, pero el régimen imperante es igual al stalinista. Esto se debe a que el régimen político del partido que dirigió la guerra re­volucionaria fue autocrático, totalitario, tal cual explicamos anteriormen­te. Otra razón es el carácter de clase de las direcciones de esos partidos ejércitos. El resultado es el mismo. En un caso se retrocedió debido a la contrarrevolución stalinista de un régimen democrático obrero revolucio­nario a un régimen totalitario. En el otro caso no hubo necesidad de hacer una contrarrevolución para imponer el régimen totalitario, ya que éste era el régimen del partido-ejército que dirigió la guerra revolucionaria.

Para que no se diga que exageramos haremos una descripción de todos los regímenes actuales de los estados obreros, sin distinguirlos por su géne­sis, y veremos que son iguales.

Los regímenes obreros contemporáneos

Comparándolos con el de Lenín (que analizamos anteriormente), y en­tre ellos, nos encontramos con las siguientes características, todas opues­tas al leninismo:

1. El poder absoluto está en manos del partido-ejército que hizo la revo­lución

Las organizaciones obreras le están totalmente supeditadas. Estos parti­dos-ejércitos son pequeñoburgueses y burocráticos, no obreros. El régimen leninista es obrero por donde se lo mira.

2. El régimen político es totalitario

a) No hay ninguna libertad para los obreros afiliados a sus sindicatos o a sus otras organizaciones.-

Pueden ser perseguidos y hasta encarcelados. Si un obrero en cualquier organización cubana o de cualquier otro país obrero dijera que es trotskista o que cree que Estados Unidos es más democrático que Cuba, iría in­mediatamente preso. Bajo el leninismo ocurriría lo contrario.

b) Unipartidismo

Sólo se permite la existencia de un partido o de un falso frente oficial, gobernante. Ningún partido tiene legalidad. El leninista es pluripartidista antes de la guerra civil.

c) Absolutamente ninguna libertad

Nadie puede escribir, pensar, investigar, crear obras de arte, enseñar, publicar periódicos si no son autorizados por el gobierno. Todas las publi­caciones sin excepción son estatales, gubernamentales, desde los periódi­cos hasta los libros. Lo mismo ocurre con la televisión, el teatro y las películas cinematográficas.

d) Los sindicatos son órganos del estado.

No hay ninguna libertad o independencia de los sindicatos y todas las otras organizaciones obreras, en relación al estado. Todas son organizacio­nes estatales. Bajo Lenin, los sindicatos son independientes del estado.

3. Un régimen para construir el socialismo en un solo país.

Es un régimen que nadie votó y que sólo en oportunidades muy raras, muy excepcionales, impone una política de movilización, que será retacea­da, supercontrolada y no permanente. Su política de todos los días es di­rectamente contrarrevolucionaria, represora de toda movilización obrera y popular. Mucho menos es un régimen que apoye la movilización permanen­te de los trabajadores del mundo entero. Fidel Castro apoyó al ejército ro­jo en Checoeslovaquia y a Jaruzelsky en Polonia. No apoyó, por lo tanto, a los trabajadores polacos o checoeslovacos sino a sus verdugos.

A escala mundial defienden la teoría y el programa de la revolución por etapas o un socialismo agrario, popular, de tipo reaccionario.

4. Un partido pequeñoburgués, burocrático, totalitario y nacionalista

Todas las características del régimen las tiene e) partido gobernante. como no podía ser de otra manera.

a) Pequeñoburgués, burocrático.- Ninguna de sus direcciones se hizo en las luchas obreras y en sus organizaciones, sino en organizaciones burocrá­ticas o pequeñoburguesas, Sólo los dirigentes bolcheviques que se volvieron stalinistas rompen esta norma. Pero los stalinistas puros que no venían del partido bolchevique de antes de tomar el poder se hicieron dirigentes en puestos burocráticos. Malenkov, por ejemplo, hizo su carrera, que lo llevó al gobierno de la URSS, como dactilógrafo secretario de Molotov. Fidel Castro, según Guevara explica en una carta, era igual a un dirigente radical de la Argentina. Su formación política era pequeñoburguesa.

b) Burocrático, totalitario.- En ninguno de los partidos que gobiernan los estados obreros hay discusiones públicas, tendencias, votaciones tras­cendentes o congresos que voten por mayoría o minoría. Todo, absoluta­mente todo se vota por unanimidad. No hay por lo tanto ninguna democra­cia interna. La burocracia dirigente impone su opinión y voluntad a la base del partido como lo hacía antes de la toma del poder.

c) Partido reformista, etapista. Que practica la coexistencia pacífica po­lítica con sectores de la burguesía y el imperialismo.- Siempre estos parti­dos gobernantes enseñan a las masas que hay sectores explotadores, bur­gueses o imperialistas, en los que se debe creer y apoyar. Fidel Castro hoy día nos dice que hay que confiar en la ultrarreaccionaria burguesía de Con­tadora. Nos dice que hay que tenerle confianza a la democracia secreta de esa canalla explotadora, las de los partidos conservadores de Colombia y Venezuela. Antes nos había dicho que Cárter era progresivo. Lo mismo dice del gobierno mexicano, agente prostituido del imperialismo yanqui.

El partido chino llama a apoyar los regímenes más reaccionarios de la tierra con el argumento de que están contra el hegemonismo ruso. No ha­blemos de los stalinistas de cuna, los más abyectos contrarrevolucionarios incrustados en el movimiento obrero que hayamos conocido, que han apo­yado a Hitler como progresivo en un momento de su historia.

d) Ninguno de los partidos ha llamado a construir una nueva internacio­nal.- Todos estos partidos huyen como de la peste al llamado a construir una internacional revolucionaria para enfrentar al imperialismo y a los ex­plotadores nacionales. Se niegan a la política de construir una internacio­nal porque esa organización impediría concretar su política estrechamente nacionalista, reformista, de alianzas o confianza en la burguesía. La otra cara de esta negativa a tener una política y organización internacionalista es la negativa a federarse con los otros estados obreros. Ninguno de los par­tidos gobernantes ha levantado esta consigna que aceleraría en forma colo­sal el desarrollo económico de los países obreros.

El rol contrarrevolucionario del stalinismo

Hay muchas razones para que las revoluciones de esta guerra se conge­len o aborten. De esas razones la más importante, el factor objetivo, deci­sivo, es la existencia de) stalinismo contrarrevolucionario. El carácter con­trarrevolucionario de los partidos stalinistas y del gobierno ruso. frenan la perspectiva de que las revoluciones apunten a volver a repetir la experien­cia de nuevas revoluciones de octubre triunfantes. Los partidos pequeño-burgueses coloniales o semicoloniales que han triunfado con una guerra de guerrillas, sin ser stalinistas en un comienzo, se ven influidos objetiva­mente por el rol de la URSS y de los partidos stalinistas. Lo mismo ocu­rre con el movimiento obrero, se lo convence de que su rol no es hacer la revolución socialista de octubre, sino hacer pactos con los explotadores, para lograr gobiernos frentepopulistas. A lo que más llegan es a luchar por guerras de guerrillas populares. El stalinismo es enemigo jurado de las re­voluciones de octubre, del régimen obrero leninista y actúa en consecuencia.

Se discute mucho por qué una revolución como la castrista llegó a te­ner un régimen igual al de la URSS, totalitario y unipartidario. Nosotros creemos que esto no se debe a que la URSS los asimila a sus regímenes si­no al carácter totalitario de todos los partidos ejército. Ya antes de tomar el poder son totalitarios. Al tomarlo siguen siendo lo que ya eran, más bien se fortifican. Por eso después de tomarlo se hacen stalinistas. Lo mis­mo ocurre con todo gobierno de un partido ejército que tome el poder sin expropiar a la burguesía: si es totalitario unipartidario se hará “marxista leninista” o sea stalinista. Son los gobiernos stalinistas burgueses que ya hemos definido.

La revolución política contra el régimen burocrático

El trotskismo es la única corriente del movimiento obrero que plantea la necesidad de llevar a cabo una revolución política, no social, contra el régimen totalitario de los estados obreros burocráticos. Esta revolución política es la opuesta en cuanto a su significado revolucionario a las revo­luciones políticas burguesas que congelan o abortan las revoluciones so­cialistas en curso hacia su triunfo. La revolución política en los estados obreros totalitarios es el próximo paso en la revolución si ésta vuelve a de­sarrollarse. Por el contrario, la revolución política burguesa es el freno que los partidos obreros contrarrevolucionarios ponen al movimiento obrero y de masas para impedir lo que más temen: una revolución de octubre triun­fante. El análisis trotskista se ha visto confirmado por la realidad. Ya se han dado tres revoluciones políticas: la húngara del 56, la checoslovaca del 68 y la actual revolución polaca. Todas ellas fueron urbanas, obreras, enca­bezadas por la clase obrera con sus organizaciones. Todas ellas en su prime­ra etapa, la que todavía no han logrado superar triunfando, son democrá­ticas, populares, contra el régimen totalitario. Pero esta revolución demo­crática abrirá paso inmediatamente, ni bien triunfe, a la necesidad de imponer un régimen como el de Lenin. Como hipótesis es muy factible que tengamos también dos revoluciones políticas: una democrática, de derro­ta del régimen totalitario, y después de toma del poder por las organiza­ciones obreras revolucionarias.

El trotskismo se caracteriza fundamentalmente, entre otros puntos programáticos, por llevar el programa-teoría de la revolución permanente hasta sus últimas consecuencias; la revolución política obrera al régimen totalitario stalinista en todos tos países obreros contemporáneos. Las gran­des revoluciones políticas que ya hemos presenciado demuestran palma­riamente que se dan y que triunfarán, ya que son sólo ensayos de las que vendrán. Lo que distingue tajantemente hoy día al trotskismo es que es el único partido internacional que está por implantar en todas las organiza­ciones obreras el régimen leninista.

La revolución polaca abre la perspectiva de un nuevo tipo de revolución política, la de que tomen el poder, como lo proponía Lenin, las grandes or­ganizaciones obreras democráticas, como Solidaridad, aunque su direc­ción no sea revolucionaria. Sería una dictadura obrera democrática, pero no revolucionaria, no un régimen de octubre. Aun en el caso de que se die­ra esta variante altamente progresiva, seguiríamos igualmente luchando por el régimen de Lenin, es decir., por un régimen revolucionario.

Las distintas situaciones

Las definiciones que hemos dado sobre revoluciones nos permiten preci­sar las situaciones de la lucha de clases. Es decir, qué condiciones tienen que darse en la realidad para que estas revoluciones se produzcan.

La situación no revolucionaria

Como ya hemos señalado, hasta la primera guerra mundial y el estallido de la revolución rusa de 1917, la época es reformista, no revolucionaria. La burguesía era cada día más rica, pero al mismo tiempo toda la sociedad era más rica, tanto en los países capitalistas avanzados como en algunas semicolonias privilegiadas como la Argentina.

Aunque la burguesía no regalaba nada a los trabajadores, cuando éstos salían a la lucha podían ir conquistando lo que necesitaban: la jornada de 8 horas, mejores salarios, organizaciones sindicales y partidos obreros po­derosos y legales. Hubo luchas, y muy duras, para lograr esas conquistas. Pero el hecho de que pudieran lograrlas, de que la burguesía pudiera con­cederlas, alejaba a los trabajadores de la lucha por el poder. ¿Para qué lu­char contra un sistema que, en última instancia, permitía que los trabaja­dores vivieran cada vez mejor?

Esa situación reformista, no revolucionaria, es la que predomina en esta época. Los Trabajadores no recurrían a los métodos revolucionarios ni luchaban contra el estado capitalista. Y la burguesía no necesitaba aplastar a la clase obrera con métodos de guerra civil: frenaba sus luchas con gran­des concesiones antes de que éstas pusieran en peligro el sistema capitalis­ta y su estado, o con medidas reaccionarias.

Situación no revolucionaria es, pues, cuando las clases sociales no están enfrentadas en una lucha a muerte. Es una situación estable, de equilibrio. Sólo se puede dar en forma prolongada si hay una buena situación econó­mica que permite hacer concesiones a las masas. Por eso el régimen burgués clásico de estas situaciones es la democracia burguesa, donde los conflictos se dirimen pacíficamente en el parlamento.

En la actual época y etapa revolucionarias siguen existiendo situaciones no revolucionarias, pero que sólo son estables en la mayoría de los países imperialistas que no han sido todavía convulsionados hasta los cimientos por la crisis económica. También fueron estables durante muchos años en algunas semicolonias privilegiadas, como Argentina o Uruguay. De cual­quier forma, la tendencia de esta época de enfrentamientos agudos entre la revolución y la contrarrevolución es a que desaparezcan las situaciones no revolucionarias y, cuando se produzcan, sean cada vez más breves.

La situación revolucionaria de octubre

Estudiando la primer revolución obrera triunfante, la rusa, Trotsky de­finió cuatro condiciones para que hubiera una situación revolucionaria:

1) La crisis total, económica y política de la burguesía y su estado- La burguesía en Rusia no sabía qué hacer. ¿Cómo continuar la guerra con un ejército donde los soldados desertaban o metían presos a los generales? ¿Qué hacer con la economía, que estaba en ruinas? ¿Para qué servía el go­bierno, si nadie le hacía caso? Era una hecatombe. La burguesía no podía gobernar. Esta es la primera condición, porque si no hay crisis económica, política y de todo tipo en la burguesía, no hay situación revolucionaria aunque la clase obrera sea muy combativa.

2) La izquierdización de la pequeña burguesía o clase media. Es un fac­tor tanto o más importante que el anterior y está ligado a él. Si no hay cri­sis económica y política, la clase media vive bien y goza del 'orden' necesa­rio para vivir bien: apoya al régimen burgués, y si el régimen burgués tiene apoyo de masas es casi Imposible que sea derrotado por la revolución obre­ra. La revolución sólo triunfa si el proletariado es apoyado por un sector masivo de la pequeña burguesía, es decir, si la mayoría de la población quiere hacer la revolución. El partido Bolchevique no hizo la revolución solo. Lo hizo unido a los socialistas revolucionarios de izquierda, que se di­vidieron de los de derecha precisamente porque un amplio sector del campesinado -que era la base del partido SR- iba hacia posiciones revoluciona­rias.

3) La voluntad revolucionaria de la clase obrera. Esto es que los obreros ya están convencidos de que tienen que hacer una revolución; quieren ha­cerla. A veces, es mucho más que voluntad revolucionaría; ya han construi­do sus propias organizaciones para tomar el poder: los soviets en Rusia, la COB en Bolivia en 1952, etc.

4) La existencia de un partido marxista revolucionario que tenga in­fluencia de masas, quiera tomar el poder y pelee con todo para hacerlo, di­rigiendo a la clase obrera.

A partir de esta definición de la situación revolucionaria o de las condi­ciones para que la revolución triunfe, Trotsky definió la situación prerrevolucionaria muy sencillamente. La revolución ya estaba preparada o pre­parándose cuando se daban las tres primeras condiciones, pero todavía faltaba la última, el partido. O sea, si bien había crisis burguesa, viraje a la izquierda de la clase media y voluntad revolucionaria del proletariado, ya estaba el terreno dispuesto para parir una revolución. Pero, si el partido re­volucionario no existía o era débil, faltaba la partera.

Situación prerrevolucionaria era, pues, una situación de transición. To­da la sociedad caminaba hacia la revolución, pero era un tren sin maquinis­ta. Y si el maquinista no aparecía, se iba a detener antes de llegar a la esta­ción terminal: el triunfo de la revolución.

Las nuevas situaciones contrarrevolucionarias

Como ya hemos visto, el fascismo triunfante es la contrarrevolución burguesa. Para que la contrarrevolución tenga éxito también es necesario que se den una serie de condiciones, una situación contrarrevolucionaria. Ellas son:

1) Que haya habido previamente un ascenso revolucionario de la clase obrera, provocado por la crisis económica y política de la burguesía, que amenace al estado y al régimen burgués.

2) Que ese ascenso haya aterrorizado a la burguesía hasta volcar a secto­res decisivos de la misma a favor del empleo de métodos de guerra civil pa­ra terminar con ese peligro.

3) Que grandes sectores de la pequeña burguesía se inclinen hacia el bando burgués y se enfrenten al proletariado. En líneas generales, pode­mos decir que este fenómeno se produce porque el proletariado está dirigi­do por partidos reformistas, que se niegan a luchar por el poder y a ani­quilar al peligro fascista o golpista en las calles y con las armas. Como clase vacilante que es, la pequeña burguesía, hundida por la crisis, si no ve un curso enérgico y claramente dirigido del proletariado, se inclina a buscar una salida a la crisis a través de la contrarrevolución.

4) Que, precisamente por culpa de sus direcciones reformistas contrarre­volucionarias, el proletariado esté confundido y desorientado.

Estas situaciones contrarrevolucionarias son parecidas, en sus rasgos ge­nerales. antes y después de la segunda guerra mundial. Pero varían funda­mentalmente en cuanto al rol que cumple la pequeña burguesía en la con­trarrevolución- Antes de la segunda Guerra mundial, en la contrarrevo­lución fascista, la pequeña burguesía, junto a los desclasados, era organiza­da, movilizada y armada por los monopolios en un gran movimiento que atacaba y aplastaba al proletariado con métodos de guerra civil. Después de la derrota aplastante del fascismo y el nazismo en la segunda guerra mundial, las nuevas contrarrevoluciones son fundamentalmente golpes militares. Son precedidas de ataques terroristas contra la vanguardia del movimiento obrero, de tipo “guerrillero”, ejecutados por pequeñas bandas parapoliciales y paramilitares. Una vez que el golpe triunfa, se aplican métodos de terrorismo de estado selectivo, que, aniquilan a la vanguardia obrera y popular, ejecutados directamente por las fuerzas armadas y poli­ciales. La pequeña burguesía cumple un papel muy importante como base social de apoyo de esos golpes contrarrevolucionarios, pero es más bien pasivo: no se moviliza ni se arma masivamente para derrotar en las calles a la clase obrera.

 

Las nuevas situaciones revolucionarias de la posguerra

Las revoluciones que se han dado en esta posguerra hasta el presente, no han cumplido con las cuatro condiciones que Trotsky definió para el triun­fo revolucionario de octubre:

Las que lograron expropiar a la burguesía y construir un estado obrero, no tuvieron como clase revolucionaria decisiva y de vanguardia al proleta­riado urbano o industrial. Fueron revoluciones que se desarrollaron en el campo, movilizando al campesinado y/o al proletariado rural y, después de una larga guerra de guerrillas, conquistaron las ciudades.

A su frente no hubo un partido obrero marxista revolucionario, sino partidos pequeñoburgueses o pequeñoburgueses burocráticos.

Es decir, las dos últimas condiciones definidas por Trotsky, el proleta­riado con voluntad revolucionaria y su partido marxista revolucionario, es­tuvieron ausentes en estas revoluciones triunfantes.

En cambio, se desarrollaron enormemente las dos primeras condiciones: la crisis del régimen capitalista, económica y política, y el vuelco a la iz­quierda, hacia las acciones revolucionarias de lucha contra el régimen del pueblo en general.

Esto se dio porque en esta época la crisis de la burguesía ya no es aguda pero de corto plazo, como en el pasado. Ahora la crisis de la burguesía es aguda pero también crónica, permanente, sin salida. Esa crisis, en el terre­no político es crisis crónica y sin salida del régimen y el estado burgués. Y en el terreno económico provoca una catástrofe que se extiende durante años y años, obligando a los explotados en general a luchar desesperada­mente si no quieren morir físicamente de hambre.

De allí que estas revoluciones triunfen y lleguen hasta la expropiación de la burguesía, hasta el momento, en los países semicoloniales más débi­les, que ya no tienen ninguna salida.

Como ya hemos definido, son revoluciones socialistas inconscientes, de febrero. Entran dentro de la definición leninista, más amplia que la de Trotsky: hay situación revolucionaria cuando los de arriba no pueden se­guir gobernando como hasta entonces y los de abajo no quieren que sigan gobernando como hasta entonces.

Estas revoluciones de febrero triunfantes presentan una diferencia im­portante en relación al febrero ruso. En éste, la revolución de febrero fue encabezada y dirigida por el proletariado, lo que no ocurrió en las que es­tamos definiendo.

Junto a las dos condiciones ya señaladas, cabría agregar una tercera y cuarta condición para que estas revoluciones triunfen, siempre en el sen­tido de expropiar a la burguesía.

La tercera condición es que las masas populares movilizadas contra el régimen destruyan, en el curso de esa movilización, a las fuerzas armadas burguesas y, con ellas, al estado burgués. Si esta condición no se da, no puede haber expropiación de la burguesía.

La cuarta condición es que la situación sin salida se prolongue después del triunfo sobre el viejo régimen. Concretamente que el imperialismo agre­da de nuevo al régimen hasta forzar a la dirección pequeñoburguesa de la revolución a expropiar a la burguesía como medida defensiva para no ser aniquilada.

Se han dado también, como hemos visto, situaciones revolucionarias que presentan las tres primeras condiciones definidas por Trotsky, pero no la cuarta. El mejor ejemplo es la revolución boliviana de 1952, donde se da:

1) Crisis de la burguesía y su régimen.

2) Radicalización de la pequeña burguesía, en este caso fundamental­mente el campesinado.

3) Acciones y voluntad revolucionaria de la clase obrera, que se organi­za en un sindicato revolucionario que es también organismo de poder, la COB. Y llega aun más allá: se arma formando sus propias milicias y destru­ye al ejército por una vía insurreccional.

Pero no se da la cuarta condición, porque no hay partido marxista revo­lucionario a la cabeza de la clase obrera.

Hasta el momento, este tipo de revoluciones sólo se ha dado en Bolivia, aunque habría que estudiar si no es parecida, aunque no llega tan lejos, la de Irán o la de Portugal. Triunfaron sobre el régimen contrarrevoluciona­rio, pero hasta ahora no triunfaron nunca sobre la burguesía (no la expro­piaron) ni sobre su estado (no hicieron un estado obrero).

Finalmente, están las revoluciones que derriban a un régimen contrarre­volucionario pero sin destruir a las fuerzas armadas ni al estado burgués. como la argentina, boliviana, peruana o española de 1931, que se dan con las dos condiciones que son comunes a todas estas revoluciones de febrero:

crisis crónica del régimen y la economía burguesa y movilización revolucio­naria de las masas populares Al no haber destruido a las fuerzas armadas, estas situaciones revolucionarías no pueden conducir, de ninguna manera, a la expropiación de fa burguesía, es decir, al triunfo de la revolución so­cialista.

Estas situaciones revolucionarias de febrero son precedidas por situacio­nes prerrevolucionarias, que podríamos denominar “prefebrero”. Estas si­tuaciones prerrevolucionarias se dan cuando el régimen burgués entra en crisis y el pueblo rompe con él dejándolo sin ningún apoyo social. Son prerrevolucionarias porque aún no está planteado el problema del poder, pero ya están maduras las condiciones para que se plantee. Se convierten en re­volucionarias cuando las masas populares logran unificar su odio al régimen en una gran movilización unificada a escala nacional, provocando que la crisis del régimen se convierta en total y absoluta.

Finalmente, cabe señalar que el hecho de que se hayan dado este tipo de situaciones y de revoluciones no niega la definición de Trotsky, La pre­cisa, como situación prerrevolucionaria y revolucionaria de octubre. En última instancia, estas nuevas situaciones y revoluciones siguen siendo pasos hacia los octubres que inevitablemente se volverán a dar. Es decir, a las re­voluciones hechas por la clase obrera industrial y urbana como caudillo de las masas explotadas y dirigida por un partido marxista revolucionario internacionalista.

¿Ha comenzado la revolución brasileña?

Carta de Nahuel Moreno a la dirección de Alicerce

Buenos Aires, 11 de mayo de 1984

A la dirección de ALICERCE

Estimados camaradas:

Impactados por los acontecimientos que conmueven a vuestro país hemos resuelto seguir a diario la situación y leer, ni bien arriben, vuestros documentos. Pensamos así colaborar con ustedes, aún más de lo que estábamos haciendo, en la elaboración de vuestra política.

Hemos leído los siguientes materiales: los dos últimos periódicos, el documento del 28 de abril y el Boletín Interno Nro. 17 del 3 de mayo. Creemos que vuestro análisis de la situación puede sintetizarse esquemáticamente en tres puntos (ustedes dirán si estamos equivocados):

Primero, definen la situación como revolucionaria a partir de “el gigantesco mitin de un millón de personas en Río de Janeiro por la campaña de las directas”. Completan y precisan esta definición con otra: No hubo crisis revolucionaria. Esta crisis, al igual que la caída del gobierno, el triunfo de la enmienda en el Parlamento y la huelga general, estuvieron a centímetros de darse, pudieron haberse concretado, pero no se dieron debido a que las direcciones traicionaron la huelga general.

Segundo, para ustedes, el que salió triunfante de la votación en el parlamento, desgastado, en crisis pero triunfante, fue el gobierno (“fue una victoria del gobierno a costa de un desgaste brutal y sin poder revertir la etapa revolucionaria”. P á g. 2 doc. 28/4/84). La conclusión es obvia: en esta confrontación salió derrotado el movimiento de masas. No fue una derrota histórica, no cambió la situación revolucionaria, pero una derrota coyuntural es una derrota.

Tercero, la derrota de las masas y el triunfo del gobierno no tienen mayor importancia, porque los trabajadores y el pueblo dieron un colosal salto en su conciencia política, como lo demuestra la silbatina a Brizola. No se olviden de que estoy esquematizando y que hay cierta imprecisión y confusión en vuestros documentos, plenamente justificadas porque hace poco tiempo que acaban de producirse los acontecimientos.

Esta carta tiene el objetivo de plantearles nuestras dudas, principalmente en cuanto a estas tres caracterizaciones. Vayamos en orden.

¿Desde la manifestación de Río se abrió una crisis revolucionaría?

Nuestra primera duda está sintetizada en el subtítulo. Ustedes definen la situación como revolucionaria; nosotros sospechamos que desde la manifestación de Río hasta la votación en el Parlamento se abrió una crisis revolucionaria. Ustedes definen lo que ocurrió de la siguiente manera: “el gobierno perdió completamente el control de la situación, una figura característica de una etapa revolucionaria”. (Doc. ya citado, pág. 1). Justamente para nosotros lo que caracteriza una crisis revolucionaria es que el gobierno de turno pierde “... completamente el control de la situación”. Nuestra hipótesis es que las elecciones estaduales del 82 en las que fue derrotado el gobierno, abrieron la crisis de éste, que se combinó con la crisis económica para inaugurar una situación revolucionaria. Esta, a partir de la colosal e histórica manifestación de Río, dio un salto a crisis revolucionaria. La votación en el Parlamento cerró esta crisis con una colosal derrota del gobierno, no con su triunfo, con una victoria histórica del movimiento de masas, no con su derrota.

Nueva luz sobre una discusión

Con los compañeros de dirección de vuestro partido que nos visitaron tuvimos una discusión más de forma que de fondo. Los compañeros sostenían que la situación del año pasado, y de hecho a principios de este año, era prerrevolucionaria; nosotros que era revolucionaria. Logramos una fórmula de acuerdo: se estaba pasando de prerrevolucionaria a revolucionaria. Ustedes en el documento dicen que lo que ha ocurrido demuestra que esa definición fue correcta, porque recién en las últimas semanas, desde Río, hemos pasado a situación revolucionaria.

Tenemos la sospecha de que, tanto en la discusión anterior como en la que se está abriendo ahora entre nosotros, sobre la caracterización de la situación actual, hay más que una discusión de forma. Posiblemente el nudo de la cuestión pasa por no haber precisado bien las definiciones de situación y crisis revolucionaria. Si así fuera, las discusiones del año pasado sobre si la situación ya era revolucionaria o no, adquieren nueva luz. Es lo que vamos a tratar de comprobar.

Las distintas situaciones

Todo lo que digamos sobre crisis y situación revolucionaria y prerrevolucionaria es tentativo, ya que son conceptos que estamos elaborando y reelaborando. Tienen que ver con muchos fenómenos que se han dado en esta postguerra (y posiblemente en la propia guerra mundial), sobre todo con las revoluciones democráticas y/o de febrero triunfantes.

Teníamos, para arrancar, dos definiciones de situación revolucionaria. La de Lenin: “Los de arriba no pueden y los de abajo no quieren”. La de Trotsky, que da cuatro condiciones que la caracterizan: primero , una crisis muy aguda de la burguesía; segundo, un vuelco masivo de la pequeñoburguesía contra el régimen; tercero, voluntad y organización revolucionaria del movimiento obrero; cuarto, la existencia de un fuerte partido marxista revolucionario que dirija a las masas y esté firmemente dispuesto a tomar el poder (me limito a resumir la definición de Trotsky, sin repetir citas que ya hemos dado en otras oportunidades). Situación prerrevolucionaria fue definida por Trotsky siguiendo el mismo método y partiendo de su definición de revolucionaria. Para él la situación prerrevolucionaria era igual a la de revolucionaria menos el cuarto factor, que era la de la existencia de “un fuerte partido marxista revolucionario que dirija a las masas y esté firmemente dispuesto a tomar el poder”, según resumíamos en las líneas anteriores. La caracterización de situación prerrevolucionaria era cuando se daban las tres primeras condiciones de la definición de situación revolucionaria: “primero, una crisis muy aguda de la burguesía; segundo, un vuelco masivo de la pequeñoburguesía contra el régimen; tercero, voluntad de organización revolucionaria del movimiento obrero”.

Pero como hemos dicho muchas veces, en esta posguerra triunfaron muchas revoluciones sin que se dieran las condiciones que, según Trotsky, eran necesarias para tener una situación revolucionaria. Es así como ha habido triunfo de revoluciones, no sólo situaciones revolucionarias, sin mayor influencia de la clase obrera y sin que ésta acaudille como clase el proceso revolucionario (la tercera condición de Trotsky). Tampoco se ha dado ningún triunfo revolucionario que haya sido dirigido por un partido marxista revolucionario (la cuarta condición de Trotsky). Quienes fueron los sectores sociales más dinámicos de casi todas las revoluciones triunfantes en las últimas décadas, empezando por la china, fue el campesinado o sectores urbanos no proletarios, por un lado. Por otro los partidos que dirigieron fueron pequeñoburgueses y/o burocráticos, desde Fidel Castro hasta Mao Tse Tung.

Estos hechos nos vienen llevando, desde hace años, a plantearnos la necesidad de encontrar otras definiciones de las situaciones revolucionarias y prerrevolucionarias. Creemos estar cerca de la solución del problema: las dos primeras condiciones de Trotsky (la crisis burguesa y el vuelco de la pequeñoburguesía contra el régimen dominante) algunas veces han sido suficientes para originar situaciones revolucionarias, unas traicionadas por sus direcciones y otras, a pesar de ésta, que llevaron al triunfo de la revolución.

Si tuviéramos que sintetizar esta nueva definición nos encontraríamos con la vieja fórmula leninista: “hay situación revolucionaria cuando los de arriba no pueden y los de abajo no quieren”.

Si esta definición es correcta replantea la necesidad de dar una nueva de situación prerrevolucionaria, por una razón de peso: las condiciones de la situación revolucionaria tal cual venimos de definirla tiene un condicionamiento menos que la vieja definición de Trotsky de prerrevolucionaria, ya que no ha sido imprescindible que la clase obrera sea la vanguardia y dirección para el triunfo de la revolución. ¿Cómo definir entonces las situaciones prerrevolucionarias que se dieron en esta posguerra, las que antecedieron a las situaciones o a los triunfos revolucionarios?

Un primer elemento para lograr avanzar en la definición es que tiene que ser con menos condicionamientos que los dos que hemos dado para definir la situación revolucionaria. Dicho de otro modo, tiene que ser menos que “una tremenda crisis del régimen y un vuelco masivo de la pequeñoburguesía contra el régimen”. Partiendo de este razonamiento creemos que podemos dar dos definiciones provisorias (insisto en lo de provisoria, porque acá estamos elaborando todos los días): una genética, es el paso intermedio de una situación contrarrevolucionaria o no revolucionaria a revolucionaria; otra estructural, una colosal crisis política, económica del régimen. Quizás también cabría la de un vuelco masivo a la revolución de la pequeñoburguesía, aunque no haya una colosal crisis del régimen.

Volviendo a Lenin diríamos, es “cuando los de arriba ya no pueden, y si pueden los de abajo no quieren”.

Situación y crisis revolucionaria

Es nuestra opinión generalizada que en Brasil hace ya alrededor de un año que “los de arriba no pueden y los de abajo no quieren”. Desde entonces Figueiredo no controla la situación, sino que viene navegando al garete. Concretamente, hace más de un año que el régimen de Figueiredo está en crisis política y el régimen capitalista brasileño está en crisis económica. Ambas crisis han sido cada vez más agudas y, al mismo tiempo, hay un vuelco cada vez más masivo de la población hacia la oposición y enfrentamiento al régimen de Figueiredo. Por último hemos definido la situación como revolucionaria, porque si sólo hubiera una crisis del régimen sería prerrevolucionaria.

Ustedes definen situación revolucionaria “cuando el gobierno pierde completamente el control de la situación”. Si ocurre, como ocurrió este último año en Brasil, que hay una crisis brutal del régimen y la población se vuelva masivamente contra él, pero el gobierno no ha perdido aún el control total de los acontecimientos, para ustedes no hay situación revolucionaria. Para nosotros sí.

Esta diferencia se traslada a la cuestión de la crisis revolucionaria.

Para nosotros, cuando “se pierde el control de la situación” no estamos simplemente ante una situación revolucionaria, sino ante una crisis revolucionaria. Y eso es lo que ocurrió desde la manifestación de Río de Janeiro.

Según la descripción que hacen ustedes, después de la votación en el Parlamento, el gobierno salió mucho peor que antes de la votación, y que antes de la movilización. Si fueran consecuentes, deberían escribir que el gobierno “sigue perdiendo el control de la situación”. Pero si a todo el proceso que va desde la manifestación de Río hasta el presente lo definen como “situación revolucionaria”, nunca van a encontrar nada que se pueda definir como crisis revolucionaria. Porque precisamente crisis revolucionaría es cuando se pierde totalmente el control de la situación. Justamente por eso no puede perdurar mucho tiempo, semanas o, a lo sumo, dos o tres meses. Aunque es posible que también tengamos que modificar esta afirmación y que haya crisis revolucionarias muy prolongadas, quizás como lo que está pasando en Bolivia.

La revolución comenzó en Río de Janeiro

Opinamos que a partir de la gran manifestación en Río hubo en Brasil una crisis revolucionaria. Ese día, para emplear la famosa frase de Trotsky referida a la huelga general con ocupaciones de fábrica de Francia, “comenzó la revolución brasileña”. Como ustedes pueden ver, encontramos un gran paralelismo entre Brasil y Argentina, aunque con un ritmo mucho más veloz en vuestro país.

A partir de la manifestación de Río, comienza la derrota del gobierno. Este sufre una serie de contrastes —incluyendo la propia votación parlamentaria, a la cual nos referiremos más adelante— que lo dejan destrozado.

No sé si ya se puede hablar de que el gobierno ha sido derrotado, aunque sospecho que así fue. Usando una fórmula muy precavida, que para mí se queda corta en relación a la realidad, como mínimo tenemos que decir que la revolución ya comenzó. Como máximo, podemos decir que la revolución triunfó en la votación parlamentaria.

Lo que ustedes mismos describen apunta en ese sentido. Si situación revolucionaria es que se pierde completamente el control de la situación, si esa situación se abrió a partir de la manifestación de Río; si después de la votación parlamentaria esa situación es cada vez peor para el gobierno... eso significa que el gobierno perdió el control de la situación en forma completa, absoluta, impresionante. ¿Qué nombre le damos a ese proceso?

Un esquema en lugar de la realidad

Ustedes aplican un esquema a la realidad y, como ese esquema no se da, niegan la realidad. Para ustedes, crisis revolucionaria y triunfo de la revolución era: huelga general, triunfo de las directas en el Parlamento y caída de Figueiredo. No hubo huelga general, no triunfaron las directas en el Parlamento y no cayó Figueiredo. Por lo tanto, para ustedes no hubo crisis revolucionaria ni triunfo de la revolución, sino triunfo del gobierno.

Claro está que lo ideal hubiera sido que se diera de esa manera. Pero esa secuencia óptima es justamente lo que no se dio. Lo cual no significa que, porque no se dio nuestro esquema haya sucedido exactamente lo contrario: triunfó el gobierno y las masas fueron derrotadas.

Una vez más les doy el ejemplo que tanto nos gusta del match de box. Lo ideal, lo óptimo, sería que nuestro boxeador ganara en el primer round, en el primer minuto de la pelea, por destrucción física y knock out del adversario. Nuestro boxeador tiene todas las condiciones para lograr ese triunfo categórico, pero el director técnico, vendido al adversario, evita con sus instrucciones traidoras el triunfo en el primer round, pero no puede impedir que le dé una paliza. Por lo tanto lo óptimo no se dio, pero es muy bueno y saludable que nuestro boxeador consiga imponer otro esquema: 1er. round, le da una gran paliza al contrario; segundo round, le hincha un ojo y le saca sangre de la nariz; tercer round, le rompe una costilla; cuarto round, lo deja groggy.

¿Qué definición haríamos de la situación al finalizar el cuarto round? Si son esquemáticos, diremos que el boxeador enemigo triunfa, porque el nuestro no consiguió, por culpa del director técnico, ganar por knock out en el primer minuto del primer round. Pero la realidad sería la opuesta: el contrario está cobrando una paliza de órdago y el nuestro está robando la pelea.

Esta comparación sirve para aclarar las contradicciones que hay entre la descripción que ustedes hacen de la situación y la definición a la que llegan. Ustedes mismos dicen que Figueiredo sale de su aparente triunfo maltrecho, destruido, con una crisis cada vez más aguda. Y agregan que las masas avanzaron muchísimo subjetivamente: cada vez odian más al gobierno y al Congreso, silbaron a Brizola, etc., es decir salen con un gran resto. La pintura que ustedes mismos hacen es la de un boxeador, Figueiredo, que ha recibido una colosal paliza, y otro boxeador que se siente cada vez más fuerte y confiado, el movimiento de masas. Pero esa pintura o descripción sólo puede explicarse si este último boxeador, aunque no destruyó a su enemigo en el primer round, le viene ganando y le sigue ganando contundentemente un round tras otro.

Es muy peligroso pretender aplicar esquemas a la realidad, en lugar de arrancar de un estudio objetivo de la propia realidad para ver de qué forma específica se dan en ella nuestras definiciones. En la Argentina, por ejemplo, hubo una gran discusión porque muchos compañeros opinaban que, como seguía gobernando un general, no había pasado nada, no había habido crisis revolucionaria ni había situación revolucionaria. Con lo que aprendimos de Argentina, posiblemente si Figueiredo hubiera caído, aún sin huelga general, ustedes hubieran acertado en definir la situación y la crisis. Pero como tampoco se dio el “esquema argentino”, como sigue Figueiredo y no otro militar, existe el peligro de que ustedes confundan todo: no hubo crisis revolucionaria, Figueiredo no perdió sino que ganó, etcétera.

Para nosotros es evidente que perdió. Que salió destruido de cada choque con el movimiento de masas. Y que la discusión es si solamente está groggy o, como es nuestra impresión, ya sus segundos tiraron la esponja o el arbitro paró la pelea, es decir ya perdió, pero no por knock out sino por knock out técnico o por abandono.

El fetichismo de la huelga general

Nos parece que ustedes hacen un fetiche de la huelga general. De vuestro análisis se desprende aparentemente que las directas no fueron votadas y Figueiredo no cayó porque las direcciones traidoras frenaron la huelga general.

Es verdad que con una huelga general casi seguro caía Figueiredo y se votaba la enmienda. Pero la relación no puede ser mecánica, no podemos decir que fuera absolutamente seguro. Lo que sí es seguro es que con una huelga general el gobierno habría quedado mucho más débil y el proceso revolucionario mucho más fuerte, el proceso revolucionario habría pegado un salto y, si obteníamos el triunfo, ese triunfo sería hoy mucho más categórico. También es verdad que la huelga general plantea en forma inmediata el problema del poder.

Pero hacer un fetiche de la huelga general, como hacen los sindicalistas revolucionarios, es muy peligroso. La huelga general es una herramienta colosal del proceso revolucionario, pero éste no comienza ni termina con ella. La huelga general es un método y una consigna más, de enorme importancia, por supuesto, del proceso revolucionario.

En Brasil, como en muchos otros países, en lugar de huelga general hubo algo igualmente importante: una manifestación de un millón en Río y otra de un millón y medio en Sao Paulo. Las dos manifestaciones fueron colosales palancas de la lucha de clases. Lo que hay que discutir es si esas dos manifestaciones derrotaron al gobierno, aunque debido a las direcciones burguesas y burocráticas del movimiento obrero, esos triunfos aparecen mediados, distorsionados.

No entendemos por qué ustedes hacen una diferencia tan absoluta entre huelga general y movilización en las calles; si hay huelga general, todo cambia; si no hay huelga general, aunque haya grandes manifestaciones que cambian la situación, el gobierno sigue triunfando. A veces las manifestaciones tienen un éxito igual o superior al de la huelga general. Por otra parte, la huelga general puede fracasar porque no está bien preparada, o triunfar y ser traicionada. El Sha de Irán cayó fundamentalmente por las movilizaciones callejeras, que se combinaron con la huelga, pero siendo el elemento determinante las manifestaciones masivas cada vez más imponentes. En Estados Unidos no hubo ninguna huelga general, pero las grandes manifestaciones provocaron uno de los vuelcos más espectaculares de la lucha de clases cuando obligaron al imperialismo yanqui a retirarse de Vietnam, sufriendo la primera derrota militar de su historia.

Creemos que las manifestaciones de Río y Sao Paulo —y las restantes ciudades acompañando- tuvieron el efecto de una huelga general triunfante. Que significaron el comienzo de la derrota del gobierno y una victoria colosal del movimiento de masas. Y que esa derrota y esa victoria se manifestaron en las propias votaciones parlamentarias.

La derrota del gobierno y el triunfo de las masas en el Parlamento

En relación con la votación de la enmienda, creemos que ustedes vuelven a aplicar un esquema simplista y por principio de identidad: aprobación de la enmienda es igual a triunfo de las masas y derrota del gobierno; no votación de la enmienda es igual a derrota de las masas y triunfo del gobierno. Pero la primera verdad no implica que puede ser verdad su opuesta; ya que si bien es cierto que la aprobación de la enmienda era un triunfo de las masas completo y evidente, no lo es que si no se la aprobaba era necesariamente una derrota de las masas y un triunfo del gobierno.

Este análisis simplista y por principio de identidad (si A es igual a B, no A es igual a no B), les impidió ver qué había ocurrido en la realidad con esa mecánica electoral concreta. No se dieron cuenta de que esa mecánica electoral expresó distorsionadamente el colosal triunfo del movimiento de masas y la derrota del gobierno.

Si hay, por ejemplo, una votación en el Senado, donde la tercera parte es biónica, y para ganar se necesitan dos tercios de los votos, y “sólo” se saca el 60 por ciento... ¿quién ganó y quién perdió? Según ustedes, ganó el gobierno, porque no se obtuvieron los dos tercios de los votos. Pero un análisis concreto, marxista, indicaría que es una derrota total del gobierno —aunque no haya triunfado la moción de la oposición— porque ese 60 por ciento, si restamos los biónicos, expresa que como mínimo un 85 por ciento de la población está en su contra, lo cual se demuestra muy distorsionadamente en el hecho de que cerca de un 90 por ciento de los senadores elegidos, no biónicos, votaron en contra del gobierno.

Algo así ocurrió en Diputados. La enmienda no fue aprobada, no porque una gran cantidad de diputados votara a favor del gobierno, sino a pesar de que ocurrió lo contrario: sólo una pequeña minoría de los diputados votó a favor del gobierno, mientras una mayoría abrumadora votaba en contra.

El hecho espectacular que ustedes no calibran en toda su importancia es que la votación divide dos épocas en la política brasileña. Antes de la votación había dos bloques políticos en el país. Después de la votación se rompió para siempre el bipartid i smo. En Diputados no hubo dos bloques, sino tres: uno opositor al gobierno, ampliamente mayoritario; otro que sigue alineado junto al gobierno abrumadoramente minoritario; y un tercer bloque, constituido por un alto número de diputados, que se fugó de la cámara para no votar ni a favor ni en contra.

La aparición de este bloque centrista es un elemento determinante de nuestro análisis de la votación. Porque era gubernamental y ha dejado de serlo. Aunque no llegó a votar con la oposición contra el gobierno; ésa es su dinámica. Precisamente por eso, la enmienda, aunque obtuvo una amplísima mayoría en las cámaras, no logró los dos tercios que podrían darle el triunfo. Pero que tantos seguidores del gobierno hayan roto con él es la expresión superestructura! de que está totalmente en crisis.

La votación ha dejado al gobierno completamente en el aire. Quedó demostrado que ha perdido casi todo el apoyo que aún tenía en las últimas elecciones y que se refleja en que el bloque gubernamental en diputados es, hoy día, el tercer bloque en cuanto a influencia. Ahora su destino depende de hacia dónde va el nuevo sector centrista que, si se junta con la oposición, le puede dar jaque mate. Y eso lo obliga a negociar en forma inmedia ta, sin ninguna garantía de que pueda imponer nada en esas negociaciones. La votación, al dejarlo en abrumadora minoría y provocar la ruptura de su bloque, de hecho liquidó al gobierno, expresando en la superestructura y distorsionadamente el triunfo que había logrado en las calles el movimiento de masas.

No pongamos fechas a las revoluciones por ahora

Este método de tratar de aplicar esquemas a la realidad llega en ustedes a extremos un poco graves. Dicen, por ejemplo, que “la forma asumida, de votación de la enmienda, marcaron una fecha para la revolución de Brasil, al contrario de Argentina y Bolivia” (Documento del 28 de abril, página 2). Tememos que, para ustedes, la revolución sólo podía estallar en una fecha fija, que era la de la votación de la enmienda. De todo lo que dicen se desprende, también, que era una fecha fija para la huelga general.

Dicho de otra forma, para ustedes la revolución sólo se podía dar el día de la votación de la enmienda y con una huelga general. Como eso no ocurrió, la revolución no se dio.

Les alerto sobre este método errado. Eso de imponer fechas y normas a la revolución expresa una aspiración, un deseo: noquear al adversario por demolición en el primer round. Pero no sirve. Nos impide ver la realidad, el ritmo propio de la lucha de clases y, por lo tanto, adecuar a él nuestras consignas y políticas.

Las perspectivas inmediatas

Estos cambios de puntos de vista sobre la definición de la situación brasileña no son ociosos: de ellos surgen los pronósticos sobre la perspectiva inmediata.

De la caracterización que hacen, ustedes sacan un pronóstico correcto: casi seguro va a seguir la crisis del gobierno. Pero, agregan, no está descartado aunque es la perspectiva menos probable, que se dé una situación como la chilena, con un Pinochet que resiste aglutinando a su alrededor a los sectores más duros y reprimiendo violentamente al movimiento de masas.

De nuestro análisis, en cambio, surge claramente que no puede darse en Brasil nada parecido a lo de Chile. Pinochet resiste violentamente porque todavía no fue derrotado. La situación brasileña ha superado ampliamente a la chilena por el avance de la revolución. Para nosotros la dictadura ya ha sido derrotada o va en camino de serlo inexorablemente a partir de las manifestaciones y la votación parlamentaria.

Dejemos de lado, por el momento, si esto significa que ya cayó. Estas dos derrotas han hecho que al gobierno se le escape totalmente de las manos la situación y se vea obligado a negociar. Por eso, en la conversación telefónica con Edu, insistimos en que la situación era igual a la de Argentina, pero mucho más dinámica. La actual etapa en Brasil es similar a la de Argentina cuando entró en crisis Galtieri y se discutía la sucesión. Los militares están negociando con los partidos burgueses y la burocracia para ver cómo asimilan la derrota del gobierno para evitar que el movimiento revolucionario de las masas se siga desarrollando. Estamos en la etapa de negociación con la Multipartidaria. Por eso creemos que va a primar la negociación, y con un objetivo bien preciso: arreglar cómo se dosifica la derrota del gobierno.

Esta discusión, si tenemos razón, tiene mucho que ver también con la moral de la clase obrera. Es distinto decirle que salió derrotada que decirle que consiguió mucho, inclusive la derrota del gobierno, si esto último es verdad, ya que lo feo sería mentirle. Si se arregla que suba un presidente negociado para que llame a directas dentro de uno o dos años, hay que decirle a los trabajadores que ésa es una conquista colosal que ellos obtuvieron con sus movilizaciones callejeras. Y, al mismo tiempo, que están tratando de robarles o administrarles ese gran triunfo utilizando para ello la traición de la burocracia sindical y los partidos burgueses.

Debemos explicar a las masas que con esta conquista revolucionaria han hecho volar por los aires todos los planes de la dictadura, que pretendía seguir seis años más (un año que le falta a Figueiredo más cinco años de un nuevo mandato). Y que el gobierno no controla absolutamente nada.

Las consignas y el programa

Esta discusión no es ociosa ya que tiene importancia para precisar nuestra política. Si no me equivoco ustedes a partir de la votación en el parlamento han incorporado varias nuevas consignas a vuestro programa: no a la negociación-traición; no a la postergación de la huelga general para cuando se discuta la enmienda Figueiredo; huelga general ahora para derrocar al gobierno y conseguir las directas. Estas consignas son la expresión de vuestra política actual: atacan con virulencia a los partidos burgueses opositores por querer negociar con el gobierno una salida y no seguir luchando por las directas; a la burocracia sindical la denuncian por seguir a los partidos burgueses y por postergar el llamado a huelga general para una fecha indefinida, el día de la votación en el parlamento. Le exigen a la burocracia que fije una fecha inmediata para la huelga general.

Por estar inmersos en los acontecimientos no han tenido tiempo de ver cómo se ligan vuestras consignas con el análisis de la situación. Tenemos la impresión de que han caído un tanto en el empirismo levantando consignas sin clarificar suficientemente la situación y los resultados de la votación en el Parlamento.

Vemos una contradicción entre vuestro análisis de la situación y vuestra actual política y consignas. La clave de nuestro programa y consignas debe arrancar de la respuesta a una pregunta sencilla: ¿desde la elección parlamentaria cambió la etapa o no? Para nosotros sí, de situación revolucionaria pre triunfo a post triunfo. Para ustedes no, ya que todo sigue igual o peor Con el triunfo pírrico del gobierno.

Es aquí donde aparecen graves contradicciones entre vuestros análisis, vuestra definición implícita de que no hay una nueva etapa superior provocada por un triunfo del movimiento de masas, y vuestra política y consignas. Estas son para una etapa distinta y no para la misma etapa cuando hacen centro en la denuncia de las negociaciones, la traición de las direcciones, planteando huelga general ya para directas ya. Esto significa que no hubo ninguna derrota sino un colosal triunfo o que ustedes son unos irresponsables que plantean huelga general en forma inmediata después de un triunfo gubernamental. Se trata de saber si ustedes están contra unas negociaciones que se hacen para profundizar una derrota (entonces no cabe ¡Huelga general ya!) o para dosificar el triunfo (entonces sí cabe la huelga general al otro día).

Porque si como Uds. dicen el gobierno triunfó en el Parlamento tiene razón la burocracia en postergar el enfrentamiento con aquél para una fecha más lejana y es muy acertada su línea de derrotar primero la contraofensiva de Figueiredo. Si hubo triunfo del gobierno hay inevitablemente una contraofensiva del mismo. Justamente ésa debe ser la explicación de la burguesía opositora y la burocracia: hicimos lo que pudimos para triunfar en la votación, pero, desgraciadamente, el gobierno logró derrotarnos, pero moralmente triunfó el pueblo. Aprovechemos ese triunfo moral para pactar con el gobierno. La burocracia puede emplear argumentos más sofisticados, la traición de la oposición y variantes por el estilo, para llegar a la misma conclusión: “enseguida no se puede hacer nada”. Un buen marxista trata de ver la realidad tal cual es. Si en la elección parlamentaria hubo un traspié objetivo del movimiento de masas la gran tarea es frenar al gobierno y recuperarnos del mismo. Si así fuera la burocracia con sus métodos equivocados está en lo cierto y no podemos denunciarla por traidora sino por una conducción burocrática de una posición correcta: postergar la huelga general.

Nosotros creemos que las consignas que levantan hoy día son un golazo pero sólo tienen base de sustentación en nuestro análisis: las masas con su movilización han obtenido victoria tras victoria, la última fue la votación en el parlamento, lo que cambió la etapa. Hay que seguir la movilización y no detenerla para negociar. Un empujoncito más y no quedan ni rastros de la dictadura militar.

Si nuestra definición que ya comenzó la revolución en Brasil o que ya triunfó la revolución democrática es correcta. Si el gobierno ya fue derrotado o ya ha comenzado su derrota, se plantean nuevas políticas, programa y consignas. En forma empírica ustedes reflejan esta necesidad al levantar esas nuevas consignas que ya les hemos comentado. Pero eso no es suficiente. Una nueva etapa requiere un nuevo programa.

Para nosotros el programa para esta nueva etapa tiene varios ejes. El primero y fundamental es que deja de ser o comienza a dejar de ser eje de nuestro programa el ¡Abajo la dictadura! y ¡Directas ya! Comienzan a tener mucho mayor peso las consignas directamente transicionales de tipo económico y político. Estamos a caballo de dos políticas que hay que combinar pero superando la vieja. El mayor peso en nuestro programa actual pasa a ser nuestro planteo positivo de gobierno. Y esa consigna central no puede ser otra que gobierno del PT y de las dos centrales obreras. Hasta la votación en el parlamento nuestro planteo era huelga general para lograr las directas y echar al gobierno. Ahora hay que cambiar radicalmente y el llamado a la huelga general hay que hacerlo como táctica para lograr la gran consigna estratégica del gobierno del PT y las centrales.

Como siempre toda nueva definición y programa las formulamos en base a nuestro método de tratar de prever la posible perspectiva de los futuros acontecimientos. Así como el año pasado les insistimos en que había que dejar en un segundo plano la consigna frontal de ¡Abajo el gobierno! por la de directas ya, que por esta última consigna iba a pasar la lucha y las movilizaciones de tas masas contra el gobierno, hoy día debemos hacer un pronóstico parecido. Las masas van a ir abandonando o ya están en vías de abandonar la lucha por las directas. Lo mismo va a comenzar a ocurrir con la lucha por voltear a Figueiredo. Esto se debe a dos razones: la primera, que cambió la etapa con la derrota total del gobierno; la segunda, la traición de las direcciones que van a inculcarles a las masas que con lo que se consiguió es suficiente, queja dictadura está liquidada a plazo fijo, que a dos o tres años habrá elección directa para presidente y no a seis años como quería la dictadura. Que el próximo presidente se comprometió a un interregno democrático. Las masas, a regañadientes o no, van a aceptar esta situación. Porque un factor decisivo de la multitudinaria movilización por las directas fue el hecho de que todas las direcciones burguesas y obreras opositoras terminaron llamando a la movilización. Sin ese llamado la movilización hubiera sido mucho más débil y difícilmente se hubiera derrotado al gobierno. Hoy día las direcciones se conforman con el triunfo alcanzado, les parece suficiente y ahora van a llamar a la tranquilidad. Este también es un nuevo hecho de la realidad de importancia decisiva. Por eso llaman a una huelga general para las calendas parlamentarias. Debido a esto nuestra consigna central de gobierno del PT se vuelve ultrapropagandística, ya que no se nos abre una combinación de circunstancias tan favora ble, como en la etapa anterior, que nos permita definir una consigna movilizadora de carácter nacional.

Tenemos que llevar a un primer plano la lucha contra la crisis económica, los despidos y la miseria. Debemos centrar el ataque en el régimen político y económico, priorizando nuestro viejo programa transicional. Y todo esto unirlo a la consigna de gobierno del PT y las centrales obreras y a una política de llamado y presión a las direcciones políticas y sindicales de la clase obrera.

La otra consigna central de la etapa sigue siendo la de huelga general engarzada con pocas consignas. En esta etapa creemos que con las económicas o contra el FMI y el no pago de la deuda.

Hay que estudiar cómo se combinan estas consignas de gobierno obrero con la de Asamblea Constituyente. También hay que ver (no conozco la legislación brasileña) si no hay que plantear: ¡Fuera los biónicos del Senado! ¡Renuncia inmediata de los biónicos! ¡Elecciones directas, sin biónicos! Esta podría ser una consigna intermedia entre Asamblea Constituyente y Directas para Presidente, ya que sería ¡Elecciones Directas para todos los Senadores! Sería una consigna separada de la Constituyente y de aplicación inmediata, de gran importancia y muy sencilla de explicar al movimiento de masas. Podría adquirir relevancia si, como yo creo, la burguesía va arreglando lo de las directas poniéndoles fecha fija a dos años o algo por el estilo.

El nivel de conciencia de las masas

Me da la impresión de que ustedes, así como disminuyen los éxitos objetivos del movimiento de masas y la derrota del gobierno, son demasiado optimistas en el terreno subjetivo, en cuanto al avance de su conciencia. Ustedes creen que las masas ya odian al congreso y a los dirigentes burgueses opositores. Subrayan, por ejemplo, que las masas silbaron a Brizola porque no estaba por la huelga general.

Estamos completamente de acuerdo en que las masas no creen más en el gobierno. Es un avance cuantitativo, porque ya antes no creían en él. Pero, aunque ustedes no lo dicen, se desprende que opinan que ha habido un avance cualitativo en la conciencia de las masas en relación con los organismos y partidos burgueses; repudian al congreso, un millón de personas silban a Brizola; rompen de hecho con las instituciones y direcciones burguesas “democráticas”; y siguen avanzando hacia un gran partido de masas, de tipo clasista. En el documento, dicen: “el PT y la CUT tienen influencia de masas (o están en vías de transformarse)” (página 5). En el Boletín Interno posterior avanzan más: “Es bastante probable que el PT pase a tener un peso de masas espectacular, a partir de ahí (ya es de masas en estos momentos y ampliará cualitativamente su influencia)”. El hecho de que hayan avanzado prácticamente hasta el final en unos pocos días indica que vuestra posición es cada vez más coherente.

Nosotros tenemos algunas dudas de que el salto en la conciencia de las masas sea tan espectacular. Creemos que sí han dado un salto importa n te, pero no hasta el grado de repudiar masivamente a los partidos e instituciones de la democracia burguesa [... ].

Bueno, camaradas, espero les sirvan para algo nuestras observaciones, y nos demuestren si no los convencemos de que quienes estamos equivocados somos nosotros. Mientras tanto sepan que seguimos vuestra intervención, desarrollo y lucha por construir un gran partido con influencia de masas; con admiración.

Saludos fraternales trotskistas.

Nahuel

Apéndice

Lenin (1915)

“Para un marxista resulta indudable que la revolución es imposible si no se da una situación revolucionaria, pero no toda situación revolucionaria conduce a la revolución. ¿Cuáles son, en términos generales, los signos distintivos de una situación revolucionaria? Estamos seguros de no equivocarnos al señalar estos tres signos principales: 1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener su dominio en forma inmutable; tal o cual crisis en las “alturas”, una crisis de la política de la clase dominante, abre una grieta por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no basta que “los de abajo no quieran” vivir como antes, sino que hace falta también que “los de arriba no puedan vivir” como hasta entonces. 2) Una agravación, superior a la habitual, de la miseria y las penalidades de las clases oprimidas. 3) Una intensificación considerable, por las razones antes indicadas, de la actividad de las masas, que en tiempos “pacíficos” se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por la situación de crisis en conjunto como por las “alturas” mismas, a una acción histórica independiente.

“Sin estos cambios objetivos, independientes no sólo de la voluntad de tales o cuales grupos y partidos, sino también de la voluntad de estas o aquellas clases, la revolución es, por regla general, imposible. El conjunto de estos cambios objetivos es precisamente lo que se llama situación revolucionaria. Esta situación se dio en Rusia en 1905 y en todas las épocas revolucionarias en Occidente; pero también existió en la década del 60 del siglo pasado en Alemania, en 1859-1861 y en 1879 en Rusia, sin que hubiera revoluciones en esos casos. ¿Por qué? Porque la revolución no surge de toda situación revolucionaria, sino sólo de una situación en la que a los cambios objetivos antes enumerados viene a sumarse un cambio subjetivo, a saber: la capacidad de la clase revolucionaria para llevar a cabo acciones revolucionarias de masas lo bastante fuerte como para destruir (o quebrantar) al viejo gobierno, que jamás “caerá”, ni siquiera en las épocas de crisis, si no se lo “hace caer”.

“Tales son los puntos de vista marxistas sobre la revolución, puntos de vista desarrollados infinidad de veces y reconocidos como indiscutibles por todos los marxistas, y que para nosotros, los rusos, tuvieron una confirmación clarísima en la experiencia de 1905. (... )

“(... ) En una palabra, la situación revolucionaria es ya un hecho en la •mayor parte de los países avanzados y de las grandes potencias de Europa. (... )

“(... ) ¿Se prolongará mucho tiempo esta situación? ¿Hasta qué punto se agravará aun más? ¿Desembocará en una revolución? No lo sabemos ni podemos saberlo. Sólo la experiencia del desarrollo del espíritu revolucionario de la clase avanzada, del proletariado, y de su paso a la acción revolucionaria nos dará la respuesta a esas preguntas. Aquí ya no cabe hablar siquiera de “ilusiones” en general, ni del derrumbamiento de ellas, pues ningún socialista ha garantizado nunca ni en parte alguna que la revolución deba ser engendrada precisamente por la guerra actual (y no por la siguiente), por la situación revolucionaria de hoy (y no por la de mañana). De lo que se trata aquí es del deber más indiscutible y esencial de todos los socialistas: el deber de revelar a las masas la existencia de una situación revolucionaria, de explicar su amplitud y su profundidad, de despertar la conciencia y la decisión revolucionaria del proletariado, de ayudarlo a pasar a las acciones revolucionarias y a crear organizaciones que respondan a la situación revolucionaria y sirvan para trabajar en esa dirección. “

“La bancarrota d e la II Internacional”, Obras Completas, Tomo XXI,
pág. 211, Cartago, Buenos Aires, 1960.

Lenin (1920)

“La ley fundamental de la revolución, confirmada por todas las revoluciones, y en particular por las tres revoluciones rusas del siglo XX, consiste en lo siguiente: para la revolución no basta con que las masas explotadas y oprimidas tengan conciencia de la imposibilidad de seguir viviendo como viven y exijan cambios; para la revolución es necesario que los explotadores no puedan seguir viviendo y gobernando como viven y gobiernan. Sólo cuando los “de abajo” no quieren y los “de arriba” no pueden seguir viviendo a la antigua, sólo entonces pueden triunfar la revolución. En otras palabras, esta verdad se expresa del modo siguiente: la revolución es imposible sin una crisis nacional general (que afecte a explotados y explotadores). Por consiguiente, para hacer la revolución hay que conseguir, en primer lugar, que la mayoría de los obreros (o en todo caso la mayoría de los obreros conscientes, reflexivos, políticamente activos) comprenda a fondo la necesidad de la revolución y esté dispuesta a sacrificar la vida por ella; en segundo lugar, es preciso que las clases dirigentes atraviesen una crisis gubernamental que arrastre a la política incluso a las masas más atrasadas (el síntoma de toda revolución verdadera es la decuplicación o centuplicación del número de hombres aptos para la lucha política pertenecientes a la masa trabajadora y oprimida, antes apática), que reduzca a la impotencia al gobierno y haga posible su rápido derrocamiento por los revolucionarios.”

La enfermedad infantil del “izquierdismo”. Obras Completas,
Tomo XXXI, página 80, Cartago, Buenos Aires, 1960.

Trotsky (1931)

1) Para analizar una situación desde un punto de vista revolucionario, es necesario distinguir entre las condiciones económicas y sociales de una situación revolucionaria y la situación revolucionaria misma.

2) Las condiciones económicas y sociales de una situación revolucionaria se dan, hablando en general, cuando las fuerzas productivas de un país están en decadencia, cuando disminuye sistemáticamente el peso del país capitalista en el mercado mundial y los ingresos de las clases también se reducen sistemáticamente, cuando el desempleo ya no es simplemente la consecuencia de una fluctuación coyuntural sino un mal social permanente con tendencia a incrementarse. Estas son las características de la situación de Inglaterra; podemos decir que allí se dan y se profundizan diariamente las condiciones económicas y sociales de una situación revolucionaria. Pero no debemos olvidar que a la situación revolucionaria la definimos políticamente, no sólo sociológicamente, y aquí entra el factor subjetivo. Y éste no consiste solamente en el problema del partido del proletariado. Es una cuestión de conciencia de todas las clases, por supuesto fundamentalmente del proletariado y su partido.

3) La situación revolucionaria se da recién cuando las condiciones económicas y sociales que permiten la revolución provocan cambios bruscos en la conciencia de la sociedad y de sus diferentes clases.

¿Qué cambios?

a) Para nuestro análisis tenemos que tener en cuenta las tres clases sociales: la capitalista, la clase media, el proletariado. Son muy diferentes los cambios de mentalidad necesarios en cada una de estas clases.

b) El proletariado británico sabe muy bien, mucho mejor que todos los teóricos, que la situación económica es muy grave. Pero la situación revolucionaria se desarrolla sólo cuando el proletariado comienza a buscar una salida, no sobre los carriles de la vieja sociedad sino por el camino de la insurrección revolucionaria contra el orden existente. Esta es la condición subjetiva más importante de una situación revolucionaria. La intensidad de los sentimientos revolucionarios de las masas es uno de los índices más importantes de la madurez de la situación revolucionaria.

c) Pero la etapa siguiente a la situación revolucionaria es la que permite al proletariado convertirse en la fuerza dominante de la sociedad, y esto depende hasta cierto punto (aunque menos en Inglaterra que en otros países) de las ideas y sentimientos políticos de la clase media, de su desconfianza en todos los partidos tradicionales (incluyendo el Partido Laborista que es reformista, vale decir conservador) y de que deposite sus esperanzas en un cambio radical, revolucionario de la sociedad (y no en un cambio contrarrevolucionario, o sea fascista).

d) Los cambios en el estado de ánimo de la clase media y del proletariado se corresponden y son paralelos con los cambios en el estado de ánimo de la clase dominante, cuando ésta ve que es incapaz de salvar su sistema, pierde confianza en sí misma, comienza a desintegrarse, se divide en fracciones y camarillas.

4) No se puede saber por adelantado ni indicar con exactitud matemática en qué momento de estos procesos está madura la situación revolucionaria. El partido revolucionario sólo puede descubrirlo por medio de la lucha, por el crecimiento de sus fuerzas e influencia sobre las masas, sobre los campesinos y la pequeña burguesía de las ciudades, etcétera, y por el debilitamiento de la resistencia de las clases dominantes.

5) Si aplicamos estos criterios a la situación de Gran Bretaña, vemos:

a) Las condiciones económicas y sociales existen y se vuelven urticantes y agudas.

b) Sin embargo, todavía las condiciones económicas no provocaron una respuesta sicológica. No hace falta un cambio en las condiciones económicas, ya intolerables, sino un cambio en la actitud de las distintas clases hacia esta intolerable y catastrófica situación que vive Inglaterra.

6) El desarrollo económico de la sociedad es un proceso muy gradual, que se mide en siglos y décadas. Pero cuando se alteran radicalmente las condiciones económicas, la respuesta psicológica, ya demorada, puede aparecer muy rápido. Ya suceda rápida o lentamente, esos cambios inevitablemente deberán alterar el estado de ánimo de las clases. Recién entonces tenemos una situación revolucionaria.

7) En términos políticos, esto significa:

a) Que el proletariado debe perder su confianza no sólo en los conservadores y en los liberales sino también en el Partido Laborista. Tiene que concentrar su voluntad y su coraje en los objetivos y métodos revolucionarios.

b) Que la clase media debe perder su confianza en la gran burguesía, en los lores, y volver los ojos hacia el proletariado revolucionario.

c) Que las clases poseedoras, las camarillas gobernantes, rechazadas por las masas, pierden confianza en sí mismas.

8) Estas tendencias inevitablemente se desarrollarán, pero todavía no existen. Pueden desarrollarse en un lapso breve debido a la agudeza de la crisis. Este proceso puede llevar dos o tres años, incluso un año. Pero hoy es una perspectiva, no un hecho. Tenemos que basar nuestra política en los hechos de hoy, no en los de mañana.

9) Las condiciones políticas de una situación revolucionaria se desarrollan simultánea y más o menos paralelamente, pero esto no significa que madurarán todas al mismo tiempo; éste es el peligro que nos amenaza. De las condiciones políticas en sazón, la más inmadura es el partido revolucionario del proletariado. No está excluida la posibilidad de que la transformación revolucionaria del proletariado y de la clase media y la desintegración de la clase dominante se desarrollen más rápidamente que la maduración del Partido Comunista. Esto significa que podría darse una verdadera situación revolucionaria sin un partido revolucionario adecuado. En cierta medida se repetiría lo que sucedió en Alemania en 1923. Pero es un error absoluto considerar que ésta es hoy la situación de Inglaterra.

10) Decimos que no está excluida la posibilidad de que el partido pueda quedar retrasado respecto a los demás elementos de la situación revolucionaria, pero no es inevitable. No podemos hacer un pronóstico exacto, pero aquí no es un problema de pronósticos. Se trata de nuestra actividad.

11) ¿Cuánto tiempo necesitará en esta coyuntura el proletariado británico para romper sus ligazones con los tres partidos burgueses? Es muy posible que, con una política correcta, el Partido Comunista crezca proporcionalmente a la bancarrota y desintegración de los demás partidos. Nuestro objetivo y nuestro deber es concretar esa posibilidad.

Conclusiones: esto explica suficientemente por qué es totalmente erróneo plantear que en Inglaterra el conflicto político se da entre la democracia o el fascismo. La era fascista comienza en serio después de una victoria importante, y por una etapa decisiva, de la burguesía sobre la clase obrera. Pero en Inglaterra las grandes luchas todavía no se libraron. Como ya señalamos.

“Que es una situación revolucionaria” (14/11/31) Escritos Tomo II, vol. 2.
Editorial Pluma Bogotá 1977, p
á g. 510

Trotsky (1940)

La experiencia histórica estableció las condiciones básicas para el triunfo de la revolución proletaria, que fueron aclaradas teóricamente: 1) el impasse de la burguesía y la consecuente confusión de la clase dominante; 2) la aguda insatisfacción y el anhelo de cambios decisivos en las filas de la pequeña burguesía, sin cuyo apoyo la gran burguesía no puede mantenerse; 3) la conciencia de lo intolerable de la situación y la disposición para las acciones revolucionarias en las filas del proletariado; 4} un programa claro y una dirección firme de la vanguardia proletaria. Estas son las cuatro condiciones para el triunfo de la revolución proletaria.

Manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial (mayo de 1940).
En Escritos Vol. XI, Tomo 2. Editorial Pluma Bogotá.

 



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