ðHwww.oocities.org/es/nekolmo/pagina10.htmwww.oocities.org/es/nekolmo/pagina10.htm.delayedxÈ_ÕJÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÈ !_eOKtext/html€(¹y,_eÿÿÿÿb‰.HFri, 20 Feb 2004 08:36:34 GMT Mozilla/4.5 (compatible; HTTrack 3.0x; Windows 98)en, *È_ÕJ_e Prosa historica

Prosa historica
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Fernán Pérez de Guzmán

Fernán Pérez de Guzmán fue hijo de Pedro Suárez de Guzmán y de Elvira Álvarez (o de Ayala), hermana del canciller Pero López de Ayala (Fernández de Navarrete 336). Nació probablemente entre 1377 y 1379 (Amador de los Ríos VI, 212 n. 2, Foulché-Delbosc 26, Barrio Sánchez 11 n. 2), o sea, a fines del reinado de Enrique II o en los inicios del de Juan I. Y murió, según nos informa el manuscrito de Santo Domingo, el 2 de octubre de 1460 después de haber vivido más de cuarenta años de turbulencia política bajo los Trastámara.  De las conspiraciones y guerras civiles ocurridas durante el reinado de Juan II (1406-1454) y el gobierno de su favorito, Álvaro de Luna, “tienpo tan confuso e tan suelto que quien más tomava de las cosas, más avía dellas”, nos da precisa cuenta en sus Generaciones y semblanzas (1450-1455).Perteneció a una familia ilustre, pues fue sobrino de Pero López de Ayala; tío de Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana (Vilches Vivancos 57, 59), y será bisabuelo de Garcilaso de la Vega. Parece ser que en su juventud, alrededor de 1394 ó 1395, viajó a Aviñón acompañando a su tío el canciller Ayala (Menéndez y Pelayo 76, Nader 108). En aquella localidad francesa el aragonés Benedicto XIII (Pedro de Luna) mantenía su corte papal y en ella una gran biblioteca (trasladada a Peñíscola en 1406 tras la resolución del cisma). Aviñón había pasado a ser por entonces una urbe cosmopolita y centro de expansión de las nuevas corrientes intelectuales, principalmente del humanismo italiano. Y además no solo en aquella ciudad pontificia había residido Petrarca, como es bien sabido, sino que también, durante la estancia del papa Luna en ella, la urbe constituyó un lugar clave para el alumbramiento de la conciencia prehumanista de los españoles, que allí acudieron en gran número (Di Camillo 20-21). Pues bien, no se puede dudar que Fernán Pérez estuvo en Aviñón y que conoció al Pontífice, según comprobamos en sus Loores de los claros varones, donde el propio Guzmán afirma haber visto en persona a Benedicto XIII, siendo “yo muy niño en Aviñón, / en aquella turbaçión / que fue çisma en el papado” (Barrio Sánchez 12 y n. 5).

 

Hasta ahora en los principales estudios dedicados a Fernán Pérez se aseguraba que el historiador había estado casado dos veces: una con doña Marquesa de Avellaneda, y otra--acaso en un primer matrimonio--con doña Leonor de los Paños. El nombre de esta última señora se extraía del Cancionero de Baena, ya que en él se encontraban dos poemas dirigidos a una dama con tal nombre (vol. 3, 1109 núm 551, 1137 núm. 570) y un tercero compuesto "en loores de su muger” (vol. 3, 1136 núm. 569). De ahí la sospecha de Domínguez Bordona y otros de que Leonor de los Paños quizás hubiera sido la primera mujer del escritor En cambio, como ya bien señalaba Fernández de Navarrete (146, 147, 279) basándose en antiguas genealogías, y ahora comprobamos en el ms de Santo Domingo, el señor de Batres, aunque en efecto matrimonió dos veces, en ninguna de ellas lo hizo con Leonor de los Paños, sino, primeramente, con doña Marquesa de Avellaneda, y más tarde, en un segundo matrimonio, con Catalina Álvarez de Galdames.Con doña Marquesa el escritor tuvo los siguientes siete hijos: Elvira ¿de Guzmán?, Leonor ¿de Guzmán? (lo más probable ambas hacía años casadas y no presentes en la redacción del documento toledano), María Ramírez de Guzmán (abadesa del monasterio de Santa Clara en Toledo, lugar en que se escribe el documento), Pedro de Guzmán (hijo varón primogénito y heredero del mayorazgo, que será cuarto señor de Batres), Marquesa de Guzmán (monja en el monasterio de Santo Domingo el Real, donde se ha conservado el ms), Sancha de Guzmán y Manuel de Guzmán. De su matrimonio con su segunda esposa, Catalina Álvarez de Galdames, le nacieron al escritor sus dos últimos hijos llamados Ramiro de Guzmán y Alfonso de Guzmán (Vaquero Serrano 334, 336). Cuando se redacta el aprecio y reparto de los bienes de Fernán Pérez de Guzmán el 7 de julio de 1463 en el monasterio de Santa Clara de Toledo, allí se encuentran presentes: María Ramírez (la abadesa), Pedro, Manuel, Ramiro y Alfonso. Todos ellos y Marquesa, la monja de Santo Domingo, han pedido hacer tal apreciación y repartimiento de los bienes familiares. Casi sin duda, esta es la segunda y última adjudicación de las propiedades de Fernán Pérez de Guzmán, pues, según señaló Amador de los Ríos, el 29 de enero de 1461, esto es, dos años y medio antes, el hermano mayor, Pedro de Guzmán, ya había tomado posesión de los bienes del señorío, de acuerdo con el testamento de su padre de 10 de septiembre de 1455 (VI, 213-214 n. 2).

 

VIDA POLÍTICA

Sabemos de las actividades políticas de Fernán Pérez entre 1418 y 1432 a través de varios cronistas (Crónica de Juan II, Crónica del halconero de Juan II, etc. v. Silió 120-122, Tate 1965, x nn. 6 y 7) y, por supuesto,  también gracias a sus propios escritos. Perteneció a una de las familias de la vieja nobleza que gozaron de gran prosperidad con los primeros Trastámara. Pero su apuesta por don Fernando de Antequera y su asociación con Enrique, uno de los infantes de Aragón, especialmente durante la minoría de Juan II, le costarán a él y a otros nobles de la viejas familias graves perjuicios. Nuestro personaje aparece en las crónicas actuando como negociador entre el infante Enrique y Juan II, o como emisario real de este último, y también realizando acciones heroicas en las guerras contra los musulmanes, como en la batalla de Higueruela de 1431 (Menéndez y Pelayo 55, Domínguez Bordona 1924, xiv-xv).Sin duda, el período culminante de su carrera política fue durante la regencia de Fernando de Antequera (Tate 1985, 32), aunque nunca consiguió aumentar las posesiones que había heredado ni ocupó cargos públicos de relevancia, ni llegó a formar un ejército privado (Vilches Vivancos 60-65, Nader 108). Guzmán—junto con algunos de sus parientes: su sobrino, el marqués de Santillana; su primo Gutierre de Toledo, obispo de Palencia, y el sobrino de éste, Fernán Álvarez de Toledo, futuro conde de Alba--fue parte importante de la oposición a don Álvaro de Luna, lo que le costó ocho meses de encarcelamiento en 1432 (Tate 1965, x, Vilches Vivancos 63-64). Es a partir de su puesta en libertad cuando las crónicas cesan de hablar de él y cuando parece que se retiró definitivamente a su señorío de Batres (en la actual provincia de Madrid, lindando con la de Toledo) para entregarse de lleno al estudio. A pesar de este apartamiento, no dejó de relacionarse con hombres eruditos, como Álvar García de Santa María, Vasco Ramírez de Guzmán, Alonso de Cartagena o fray Gonzalo de Ocaña, ya para comunicarles sus propias obras, ya para encomendarles traducciones o proponerle trabajos originales (Domínguez Bordona 1924, xvi-xvii).

CULTURA NOBILIARIA

Pérez de Guzmán pertenece a una pequeña elite secular de intelectuales típica del siglo XV español, la cual, aunque todavía influida por las enseñanzas escolásticas del medievo, apunta ya hacia una transformación cultural de carácter humanista. En la primera mitad del siglo XV, a medida que reyes y nobles se fueron interesando en actividades intelectuales, tradicionalmente limitadas a la clerecía, algunos focos de investigación y estudio se desplazaron, de las escuelas y monasterios, al ambiente mundano de las cortes y bibliotecas señoriales (Di Camillo 113). Del siglo XV nos han llegado amplias noticias de magníficas colecciones bibliográficas señoriales, la mayoría de ellas de uso personal, formadas a imitación de las bibliotecas regias y diferentes de las monásticas, catedralicias y conventuales. Las bibliotecas privadas castellanas de este siglo son más reducidas que las francesas, italianas, aragonesas e incluso inglesas, si bien se constata un marcado cambio en el período que va de la muerte de Pero López de Ayala (1407) a la de su sobrino-nieto y alumno el marqués de Santillana (1458) (Lawrance 82-83). Será, pues, en el reinado de Juan II cuando la cultura de los nobles castellanos y la cantidad y calidad de sus colecciones de libros empiecen a destellar. El propio Juan II tuvo una espléndida biblioteca que herederará su hija, la futura reina Isabel. Del interés personal de este monarca  por la lectura nos informa Fernán Pérez de Guzmán, que dice así del soberano: “leía muy bien, plazíanle mucho libros y estorias” (Generaciones 39). Ahora bien, yo me inclino a creer que la biblioteca del señor de Batres no trataba de imitar las reales de su tiempo, sino las de otros intelectuales conocidos suyos, como la de su tío Pero López de Ayala, de quien comenta: “Amó mucho la çiençia, dióse mucho a los libros e estorias... grant parte del tiempo ocupava en el ler e estudiar, non obras de derecho sinon filosofía e estorias” (Generaciones 15). El canciller fue un gran amante de los libros, y sus gustos revelan la influencia de dos de sus grandes amigos bibliófilos franceses: Carlos V de Francia, y su hermano, el duque de Berry. Nos consta además que en el país vecino Ayala  adquirió diferentes obras, entre ellas algunas traducciones de los clásicos (Lawrance 81). Según parece, las bibliotecas privadas de la época, como las del canciller, estaban más abiertas a las producciones en romance y a las nuevas influencias humanistas. Todavía en una ocasión más, Fernán Pérez nos informa sobre la labor bibliófila de su tío don Pero López de Ayala. Escribe nuestro personaje: “Por causa dél son conoçidos algunos libros en Castilla que antes non lo eran, ansí como el Titu Libio, que es la más notable estoria romana, los Casos de los Prínçipes, los Morales de sant Grigorio, Esidro de Sumo Bono, el Boeçio, la Estoria de Troya” (Generaciones 15). Es muy posible también que la referida visita de Pérez de Guzmán con su tío a Aviñón le dejase profunda huella, pues la ciudad pontificia gala no solo era un destacado centro de compra y venta de libros, sino también el lugar donde el papa Luna, a quien seguramente conoció nuestro autor como arriba dijimos, acumuló una biblioteca de 2.500 códices (Carreras y Artau y Carreras y Artau 85).

 

Sin duda, los libros constituían una marca de clase social, dado que, por una parte, representaban una considerable inversión de dinero, y, por otra, distinguían a aquellos que habían sido educados y disponían del tiempo y la capacidad para dedicarse a los estudios. Benedicto XIII, por ejemplo, antes de ser elegido Sumo Pontífice, ya poseía una biblioteca particular de 196 volúmenes y, cuando se trasladó a Peñíscola, contaba con más de un millar de códices, muchos de los cuales seguramente provenían de los fondos papales de Aviñón (Carreras y Artau y Carreras y Artau 85). Entre las más relevantes bibliotecas regias hispanas del Medievo podemos enumerar: la de la Casa real aragonesa, que en el reinado de Martín I constaba de 300 códices;  la de los reyes de Navarra, a la muerte de don Carlos, príncipe de Viana, con un centenar de volúmenes; y la del soberano de Castilla Juan II, heredada -según quedó dicho- por Isabel la Católica,  con 393 asientos conforme inventario de 1503 (Carreras y Artau y Carreras y Artau 85-92, Hernández González 379-380).

 

Entre las bibliotecas señoriales españolas de la Baja Edad Media sobresalía la de Enrique de Villena (1384-1434), que desafortunadamente fue en gran parte destruida o “expurgada” por órdenes de Juan II (Silió 60, Lawrance 83 y n. 20). En la Castilla del siglo XV, las colecciones bibliográficas nobiliares ejercieron, sin duda, mayor influencia que las reales en el desarrollo de la cultura hispana. La más rica de todas ellas fue la que el sobrino de Pérez de Guzmán, Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, reunió en Guadalajara. La constituían libros escritos expresamente para él en España, Italia y Francia y algunos otros antes pertenecientes a bibliófilos insignes, como los de don Juan Fernández de Heredia (Domínguez Bordona 1929, 118, Lawrance 83). Asimismo destacaron en el siglo final del Medievo las colecciones de Rodrigo Alfonso de Pimentel, conde de Benavente (Carreras y Artau y Carreras y Artau 96-97); la de don Álvaro de Zúñiga, conde de Béjar; y la de don Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro (Domínguez Bordona 1929, 116-117).

 

Si comparamos la biblioteca de nuestro personaje --inventariada en el ms toledano y en el de la Biblioteca Nacional-- con las de algunos contemporáneos suyos, veremos cómo su total de 85 asientos entre los dos listados es equiparable al de cualquiera de ellas. Y si bien, por un lado, supera a las reunidas por don Pedro y don Álvaro de Stúñiga (la primera con 11 volúmenes en el año 1454, y la segunda con 25 en el año 1468) (Ladero Quesada y Quintanilla Raso 49); por otro, resulta inferior a la del conde de Benavente con 126 libros en torno a 1450 (Ladero Quesada y Quintanilla Raso 50-51).

 

El caso de Fernán Pérez de Guzmán es representativo de la clase nobiliaria intelectual de su momento. Él, como otros miembros de la nobleza contemporáneos suyos, lo que hizo fue no solo comprar libros, sino tratarse con personas instruidas, capaces de traducir y transcribir textos y conversar con ellas sobre literatura, historia, filosofía o religión. Así, por ejemplo, a su primo Vasco Ramírez de Guzmán, arcediano de Toledo y “hombre muy notable y gran letrado”, le encargó traducciones de la Guerra de Yugurta y La conjuración de Catilina de Salustio (Menéndez y Pelayo 57, Vilches Vivancos 68, Barrio Sánchez 26-27), versiones incluidas tanto en el ms de la BN, “Salustio en romance dirigido a Hernán Pérez de Guzmán” (entrada 19, Tate 1965, 100-101), como en el toledano, “Otro libro verde escrito en papel que se llama Yuburta [sic] ochenta maravedís. LXXX” (entrada 11),  y “Otro libro colorado de Yugurta ciento cincuenta maravedís. C L” (entrada 37). Igualmente --y es otro ejemplo de su continuo trato con hombres cultos-- solicitó a fray Gonzalo de Ocaña, prior del toledano monasterio de la Sisla, que le vertiera al castellano los Diálogos de San Gregorio (Domínguez Bordona 1924, xxvi)Y de la misma manera, según afirman ciertos investigadores, a Pérez de Guzmán se le deben también las primeras traducciones castellanas de algunas epístolas de Séneca (Nader 109, Barrio Sánchez 26 y n. 50).

 

Pero el mayor erudito con quien mantuvo correspondencia nuestro personaje fue, sin duda, Alonso de Cartagena. De familia conversa, obispo de Burgos y uno de los hombres más ilustrados de su época era considerado maestro suyo por Pérez de Guzmán, quien a su muerte le escribió las coplas que comienzan: “Aquel Séneca espiró  / a quien yo era Lucilo” (Domínguez Bordona 1924, xvii). En el otoño de 1441, el señor de Batres le envió a Cartagena un cuestionario con 12 preguntas, a las que el sabio prelado no se demoró en contestar. El obispo le remitía sus respuestas conforme las iba completando y este fue el origen del Duodenarium, libro escrito en latín, de contenido político, donde Cartagena realiza una elaboración doctrinal sobre el ejercicio de la gracia y la política fiscal (Fernández Gallardo 336-338, 406-407). Mas la obra quedó incompleta, pues don Alonso sólo respondió a cuatro preguntas (Fernández Gallardo 242). Las cuestiones planteadas por Pérez de Guzmán mostraban las inquietudes intelectuales de un noble ilustrado de su tiempo: qué prelación debía existir entre las dignidades imperial y real; cómo fueron las lenguas surgidas de la confusión babélica; qué príncipe hispano era considerado el más virtuoso; quién sea mejor, el hombre bueno o la mujer buena (Fernández Gallardo 242). El obispo de Burgos también le dedicó a su amigo Fernán Pérez el Oracional (c. 1454), libro de contenido devoto en el que se ponen de relieve los méritos y la excelencia de la oración desinteresada. El señor de Batres le había pedido a Cartagena la obra con el fin de edificarse religiosamente (Menéndez y Pelayo 57, Di Camillo 156-157). Por último, entre los amigos de nuestro personaje, se contó Alvar García de Santa María (Tate 1965, xi). Conforme al ms de la BN, este escritor le envió un “Tratado en declaración de Brivia”, que posiblemente, según el investigador británico que reeditó el inventario, se trate de las Siete edades del mundo de Pablo de Santa María (Tate 1965, xi, 99 núm. 13, 101 n. 13).

 

Hernando del Pulgar


Humanista e historiador. Es el historiador más importante del Reino de los Reyes Católicos, el verdadero cronista oficial de estos años. Participó también en la vida política, siendo secretario y embajador. En su 'Crónica' se reflejan los hechos históricos que se produjeron en su tiempo y de muchos de los cuales fue testigo ocular. Su obra más celebrada, sin embargo, es 'Claros varones de Castilla', impresa en Toledo en 1486, y que reúne 24 semblanzas de personajes influyentes de las Cortes de Juan II y Enrique IV, entre los que destacan los mismos reyes, el marqués de Santillana, Rodrigo Manrique, el duque de Alba, el arzobispo Carrillo, el almirante don Fadrique, el duque del Infantado, etc. No todos los retratos tienen el mismo valor literario y psicológico, pero sí posee un sentido muy moderno del análisis de las personalidades, a las que procura describir su mundo interno de creencias, sentimientos y pasiones. Otros escritos interesantes son sus 'Letras', dirigidas a altos personajes de la corte, en las que descuellan el humor, la agudeza de ingenio, la perspicacia, y la severidad y serenidad que tenían ciertos grandes hombres de aquella corte y época.