FORO 2:
Elementos de la Regionalización y la influencia de la Planificación
Subtema 4: Planificación Estratégica y Núcleo de Desarrollo Endógeno
Una de las características distintivas de nuestro tiempo es la representada por los cambios
producidos en el ámbito económico, social y cultural. Caen los muros entre los países, al mismo tiempo
que se amplía la brecha en el grado de desarrollo humano al que acceden los distintos pueblos.
La magnitud de esa brecha se pone de manifiesto a partir de las siguientes
cifras:
· Más de dos mil millones de personas del Tercer Mundo (incluyendo a cuatro de
cada cinco que viven en las zonas rurales), no tienen acceso al agua limpia.
Según la UNESCO, mil millones están crónicamente mal alimentados.
· A pesar de los avances efectuados en la alfabetización, en las zonas rurales aún
siguen siendo elevados los porcentajes de analfabetismo.
· En el año 2000, sólo en el Tercer Mundo había más de mil millones de personas
buscando empleo.
· Unos ochocientos millones de personas del Tercer Mundo viven en la más
absoluta pobreza, con ingresos inferiores a los doscientos dólares al año.
· Actualmente cerca del ochenta por ciento de la población mundial vive en el
Tercer Mundo.
· Se dispone de una superficie del suelo menor para la producción de alimentos,
debido a distintos usos irracionales.
Se avanza hacia un proceso de globalización económica y cultural y como corolario de ello, se
hace necesario afianzar las individualidades y potencialidades locales, regionales y nacionales. En este
marco se crearon condiciones que beneficiaron los aspectos financieros sobre los netamente productivos,
que son, en definitiva, los generadores del desarrollo de las zonas postergadas.
Este fenómeno transnacional exige un abordaje interdisciplinario para
analizarlo, según nuestro enfoque, desde tres aproximaciones fundamentales:
1- HUMANISMO GLOBAL.
2- ECONOMIA POLITICA.
3- GEOGRAFIA DE LA PERCEPCION Y EL COMPORTAMIENTO.
El Humanismo Global abarca una serie de valores y normas humanas, que permite
examinar las políticas nacionales, las ideologías, las fuerzas sociales y las instituciones
desde el punto de vista de las necesidades e intereses del planeta, considerado como una
comunidad humana y como un sistema ecológico, que intenta ofrecer pautas políticas y
éticas que se puedan aplicar de modo consistente para evaluar la política en todos los
sistemas sociales.
Para la región objeto de estudio, aparece como una perspectiva alternativa que
pretende contemplar las necesidades humanas globales. A menos que pronto se
transforme la crisis de necesidades humanas insatisfechas, se puede esperar que la
política mundial se caracterice por levantamientos violentos y catástrofes ambientales.
Se requiere desarrollar un sentido de “responsabilidad global” en los líderes estatales.
La crisis global terminará, desde la posición humanista, cuando la conciencia de la
condición humana, la voluntad política de los líderes nacionales, la apertura a un
aumento de la confianza y nuevas estructuras globales configuren un conjunto de
programas político-económicos con apoyo popular.
La Economía Polìtica centra su atención en las formas en que ciertos sistemas
(capitalismo e imperialismo mundiales), y estructuras (corporaciones
Transnacionales) influyen decisivamente en la distribución de la riqueza y el poder,
tanto dentro de las naciones como entre ellas; permitiendo identificar y explicar la
característica distintiva de nuestro tiempo: la desigualdad.
El creciente peso de la doctrina neoliberal y las prescripciones para el equilibrio macroeconómico son
comprensibles en un mundo donde los países necesitan atraer capitales para crecer, pero son
paradojalmente vulnerables si no hay una imagen de solvencia provista por la estabilidad monetaria.
Históricamente se puede comprobar que un crecimiento sostenido exige estabilidad y que el recurso a la
devaluación sólo provee ventajas transitorias y fácilmente se “dispara” a la inflación.
La Geografía de la Percepción y del Comportamiento es un sistema que parte del paisaje mismo,
captando imágenes y traduciéndolas en acciones diversas. Este proceso está condicionado por las
características culturales, demográficas, económicas y psicológicas de las personas; todo ello se
manifiesta en distintos comportamientos. Por lo que puede afirmarse que la percepción que cada
individuo o grupo tiene del paisaje del cual forma parte, incluye elementos del marco físico, social y
cultural.
Cada persona percibe, a través de los caracteres de su sicología individual, de la cultura
aprendida, de rasgos sociales, culturales y económicos, sumado a la experiencia vivida y a códigos
de comunicación, un medio que le es propio. Esta imagen, a partir de la cual se expresa el
comportamiento espacial de los habitantes, es una mezcla de elementos reales y de ideas falsas, pues
ellas expresan contenidos subjetivos y afectivos.
El individuo, luego de haber transformado la información con arreglo a su personalidad y a las
tensiones y motivaciones a las que está sujeto, toma decisiones que llevan al comportamiento; de
este modo los mensajes se transforman en acciones.
Al planificador no le basta únicamente con la contemplación de las realidades visibles, aunque
ésta sea indispensable, porque por sí sola permite organizar los elementos constitutivos del paisaje,
por ello recurre a otro tipo de acciones.
Mediante la puesta en práctica del diálogo fluido con los vecinos del lugar, a través de encuestas
directas hacia la obtención de datos específicos abarcativos de todo tipo de temáticas, de frecuentes
reuniones con entidades representativas de la zona y del riguroso seguimiento de la evolución de las
tendencias a través del tiempo y la simulación de modelos de desarrollo posibles, se obtiene una
valiosa información que permite ir transformando las necesidades locales en propuestas de acción.
Esta metodología se constituyó en elemento esencial de la propuesta que hoy
nos ocupa.
Al profundizarse hoy la crisis de los postulados del neoliberalismo, el desarrollo local está siendo considerado una vía posible de salida a las crisis regionales, y de aquellos territorios y sociedades urbanas más castigados o “rezagados” en la lógica de la globalización económica. Con mayor o menor claridad, la cuestión se halla instalada, significando una oportunidad para trabajar en una redefinición del desarrollo. Las propuestas que parten de una concepción del desarrollo “de abajo hacia arriba”, incorporan visiones más integrales de desarrollo endógeno, que tienen como características comunes, que parten de las identificaciones socioculturales de cada sociedad con su territorio, se apoyan en las asociaciones comunitarias e institucionales, promueven el desarrollo de sus esferas productivas, y tienen como fin, alcanzar una mejora constante de las condiciones de vida en forma equilibrada en el ambiente (natural y construido).
La conceptualización del desarrollo local ha ido evolucionando desde un enfoque fundamentalmente económico hacia una perspectiva territorial del desarrollo. Inicialmente el desarrollo
local se concebía como la dimensión local del desarrollo endógeno, siendo los
objetivos y los instrumentos equivalentes a los que configuraban los modelos de desarrollo
regional en un contexto dominado por reajuste del sistema productivo. Se definía así como la
respuesta local al proceso de reestructuración productiva que caracterizó la década de los
ochenta (Stöhr, 1990). De ahí que muchas veces el desarrollo local fuera identificado como
una política orientada a la dinamización de las áreas en crisis o incluso de las áreas marginales
(espacios rurales, pequeñas ciudades en declive, etc.). En este contexto el desarrollo local
adquirió un contenido primordialmente económico, centrado en la puesta en marcha de políticas
locales de empleo, mediante la formación de los recursos humanos locales y la difusión
de la cultura emprendedora y la innovación en espacios locales, llegando a un momento en
que ya no era fácil diferenciar los objetivos estratégicos y los instrumentos propios del desarrollo
local de los del desarrollo regional. Simultáneamente algunos autores fueron introduciendo
la territorialidad como factor de desarrollo e innovación (Garofoli, 1987, Aydalot,
1986), e incluso la identidad cultural de un territorio como base del desarrollo local (Guajardo,
1988). Al mismo tiempo, algunos autores consideraron el desarrollo local como un proceso social solidario basado en la iniciativa individual como factor de dinamización de la
fuerza o potencial endógeno de un territorio (Vachon, 1993). En esta trayectoria, el concepto
inicial de desarrollo local, enfocado hacia los sistemas productivos locales como una dimensión
microeconómica de la política regional (Alburquerque, 1999), ha ido evolucionando
hacia un papel creciente del territorio como factor activo del desarrollo.
Los planificadores regionales establecen que los objetivos fundamentales que debían perseguir los programas territoriales
de desarrollo local eran, en orden de importancia: el desarrollo del potencial endógeno,
la reducción de los desequilibrios entre las diferentes zonas y la mejora de la
calidad de vida en las áreas deprimidas.
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