|
Martí, el periodista
Diputado
(Revista
Universal, México, 9 de julio de 1875. Obras Completas, Edición
Crítica, Centro
de Estudios Martianos y Casa de las Américas,
La Habana 1983, T
II, Pág. 116-117) |
Hombre
encargado por el pueblo para que estudie su situación, para que examine sus
males, para que los remedie en cuanto pueda, para que esté siempre imaginando
la manera de remediarlos.
La silla curul es la misión: no es la recompensa de un talento inútil, no es
el premio de una elocuencia incipiente, no es la satisfacción de una soberbia
prematura.
Se viene a ella por el mérito propio, por el esfuerzo constante, por el valer
real; por lo que se ha hecho antes, no por lo que se promete hacer.
Los privilegios mueren en todas partes, y mueren para alcanzar una diputación.
No es que las curules se deban de derecho a los inteligentes: es que el pueblo
las da a quien se ocupa de él y le hace bien.
De abajo a arriba: no de arriba a abajo.
El ingenio no merece nada por serlo; merece por lo que produce y por lo que se
aplica.
Debemos el ingenio a la naturaleza: no es un mérito, es una circunstancia de
azar: el orgullo es necio, porque nuestro mérito no es propio. Nada hicimos
para lograrlo: lo logramos porque así encarnó en nosotros.
¿Es la inteligencia adquirida casualmente, título para la admiración y el señorío?
Diputado es el que merece serlo por obra posterior y concienzuda; no el que por
méritos del azar se mira inteligente y se ve dueño.
El talento no es más que la obligación de aplicarlo. Antes es vil que
meritorio el que lo deja vagar, porque tuvo en sí mismo el instrumento del
bien, y pasó por la vida sin utilizarlo ni educarlo.
El talento es respetable cuando es productivo: no debe ser nunca esperanza única
de los que aspiran a altos puestos. Diputado es imagen del pueblo: óbrese para
él, estúdiese, propáguese, remédiese, muéstrese afecto vivo, sea el afecto
verdad. El talento no es una reminiscencia del feudalismo: tiene el deber de
hacer práctica la libertad.
No se arrastra para alzarse: vive siempre alto, para que nada pueda contra él.
Se enseña y se trabaja: luego se pide el premio.
Se habla, se propaga, se remedia, se escribe; luego se pide la comisión a los
comitentes a quienes se hizo el beneficio.
El beneficio no es aquí más que el deber: todavía se llama al deber bien que
se hace.
La diputación no se incuba en el pensamiento ambicioso: se produce por el
asentimiento general.
Todos creen útil a uno: uno es nombrado por todos: nombrado realmente por el
bien hecho, por la confianza inspirada, por la doctrina propagada, por la
esperanza en lo que hará.
El hombre útil tiene más derecho a la diputación que el hombre inteligente.
El inteligente puede ser azote: el útil hace siempre bien.
Se cree que es el talento mérito nuestro, y que él da derecho de esperarlo
todo: él impone la obligación de aprovecharlo: cuando se busca la comisión
ajena, ajeno ha de haber sido el provecho.
La inteligencia no es la facultad de imponerse; es el deber de ser útil a los
demás.
|
|