Mis amigos saben cómo se
me salieron estos versos del corazón. Fue aquel invierno de angustia, en
que por ignorancia, o por fe fanática, o por miedo, o por cortesía, se
reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos
hispanoamericanos. ¿Cuál de nosotros ha olvidado aquel escudo, el escudo
en que el águila de Monterrey y de Chapultepec, el águila de López y de
Walker, apretaba en sus garras los pabellones todos de la América? Y la
agonía en que viví, hasta que pude confirmar la cautela y el brío de
nuestros pueblos; y el horror y vergüenza en que me tuvo el temor legítimo
de que pudiéramos los cubanos, con manos parricidas, ayudar el plan
insensato de apartar a Cuba, para bien único de un nuevo amo disimulado,
de la patria que la reclama y en ella se completa, de la patria
hispanoamericana, me quitaron las fuerzas mermadas por dolores injustos.
Me echó el médico al monte: corrían arroyos, y se cerraban las nubes:
escribí versos. A veces ruge el mar, y revienta la ola, en la noche
negra, contra las rocas del castillo ensangrentado: a veces susurra la
abeja, merodeando entre las flores.
José Martí, 1891