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Las dos caras de una confrontación que la mayoría mundial repudia | Por: Redacción Huelén Los dirigentes del G-8, que agrupa a los países más poderosos del planeta , admitieron a mediados del año pasado la necesidad de erradicar la injusticia para acabar con la violencia. Un paso adelante en el reconocimiento de que no hay un solo terrorismo, sino diversas manifestaciones de la violencia. Y de que hay quien recurre a ella víctima de cualquier tipo de opresión.En este sentido la injusticia, la miseria y la inequidad forman parte de las razones que lo provocan y mientras ellas prevalezcan, dificil será el camino hacia la concordia entre los pueblos, las culturas y las civilizaciones. Escribe el Periodista Jorge Planelló
El Secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, ha aprobado una estrategia para extender la lucha antiterrorista a cualquier parte del mundo, con lo que se equipara todo acto violento. El Gobierno estadounidense confirma esta política sin preguntarse primero por sus causas. ¿Acaso la opresión no ha hecho que muchos se rebelen contra el poder injusto? Una solución inteligente frente a la violencia es ahondar en sus raíces antes que calificarla de terrorismo. Hay distinción entre la resistencia a la ocupación en Iraq o los atentados de Nueva York, Bali, Madrid o Londres.
Desde los ataques del 11 S, el gobierno estadounidense contempla dos lados desde los que observar el problema: junto a ellos o con los terroristas. Esta reducción de la realidad sólo beneficia a quienes anuncian la existencia de dos frentes. Estados Unidos hace un gran negocio del miedo. La lucha contra el terrorismo está acompañada de una estrecha participación del sector privado y el poder público. Ahí están las empresas que ofrecen servicios de seguridad o las multinacionales del petróleo que en su día se repartieron Iraq. Para el gobierno estadounidense la zona rica en petróleo de Oriente Próximo también es un área estratégica ante el imparable desarrollo de India y China.
Tampoco es de extrañar que Bin Laden aparezca anunciando el “choque de civilizaciones” como un ataque de Occidente a su religión. El Director de la CIA, Porter Goss, reconoció cómo la causa fundamentalista recluta cada vez a más personas a raíz de la invasión de Iraq. El problema no es quién empuña un arma o pone bombas, sino la violencia sembrada que llevará a otros a hacer lo mismo.
Un acto violento no puede ser igual a otro si las causas son diferentes. Por eso primero hay que cerrar el grifo del que no cesa de beneficiarse el terrorismo. En los países islámicos el poder se ha radicalizado. El recurso a las armas no ha traído seguridad porque la paz, indispensable para un mundo más seguro, no es posible donde cabe el sentimiento de víctima.
Antes de la guerra de Iraq, la Administración estadounidense abogó por la solución militar como la mejor para proteger a la población iraquí de la tiranía. El objetivo era llevar la democracia a este país, pero el Iraq de después es caótico. Se ha alentado la frustración y la desesperanza en un país donde mueren cada día decenas de personas. Koffi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas, defiende un concepto más amplio de libertad en el que el desarrollo, la seguridad y los derechos humanos van de la mano.
En la agenda global ha de figurar antes que el terrorismo la necesidad de acabar con la injusticia, igual en forma de opresión política o de pobreza. Es la razón de existir de las naciones. ¿Cómo va a ser el mundo más seguro si un país democrático deslegitima las leyes? Igual de peligrosa es una estrategia que desafía la legalidad al no respetar la soberanía de los países. No se puede acabar con la tiranía a cualquier precio. Se corre el peligro de convertir un Estado en una maquinaria preocupada por su supervivencia a toda costa.
Al fin y al cabo los gobiernos de las naciones más ricas toman decisiones injustas dentro de sus propias fronteras y no se pisa su soberanía. Estados Unidos ha gastado de momento más de 280 mil millones de dólares en la guerra de Iraq. Y contempla otra acción militar si Irán no abandona el enriquecimiento de uranio. Mientras tanto, 13 millones de personas, un 5% de la población estadounidense, está muy por debajo del umbral de la pobreza. |