Inteligencia emocional y empresa
competitiva
Abundan los profesionales
y ejecutivos dotados de alto CI, con estudios de posgrado, pero que
hacen de su convivencia con el resto una experiencia
miserable.
¿Cómo son las empresas que hoy cosechan
éxitos incluso en períodos difíciles?
Algunas prosperan al amparo de
protecciones explícitas o encubiertas o mediante la explotación de
imperfecciones graves del respectivo mercado, que les permiten
apropiaciones indebidas de rentas. Otras lo hacen merced a la
explotación inmisericorde de recursos naturales. Las hay, también,
que resultan competitivas porque pagan salarios muy bajos o porque
reducen costos por la vía del descuido del manejo del impacto
ambiental de sus operaciones.
En un entorno crecientemente competitivo,
ninguna de ellas sobrevivirá en el largo plazo.
¿Cómo es, entonces, la empresa que se
proyectará al futuro?
Es aquella que va camino de transformarse
en una organización de aprendizaje. En una sociedad que es capaz de
estar en constante adquisición de nuevo conocimiento, para
procesarlo, adaptarlo y expandirlo.
Aquí no hay límites para
el incremento de la competitividad, para la creación de bienes y
servicios afines con los gustos y necesidades de los
clientes.
¿Habrá en estas empresas transformadas en
sociedades de conocimiento y aprendizaje, espacio sólo para los muy
inteligentes, para aquellos cuyo CI sobrepasa el rango de lo
considerado normal?
La propia acumulación de conocimiento
está llevando a comprender las limitaciones que envuelve el concepto
tradicional de inteligencia. Por largo tiempo se lo asimiló a quien
es capaz de manejar lo simbólico, es decir de abstraer de lo
particular a lo general. Ahora se descubre que ella consiste también
en la capacidad de manejo interpersonal, de habilidades sociales, lo
que se relaciona fuertemente con el aspecto emocional.
El tema se puso de moda a propósito del
éxito de ventas del libro La inteligencia emocional, de Daniel
Goleman, periodista científico del New York Times y doctorado en
sicología en la Universidad de Harvard.
Abundan los profesionales y ejecutivos
dotados de alto CI, con estudios de posgrado a cuestas, pero que
hacen de su convivencia con el resto y con ellos mismos una
experiencia miserable.
Inteligencia unidimensional Es
el error que inadvertidamente cometió el filósofo francés Descartes.
Su famosa frase "pienso, luego existo" abrió paso a una era
caracterizada por el culto a la razón y la inteligencia, pero que
descuidó gravemente las emociones.
Con razón el psiquiatra y académico
Fernando Lolas sostiene que para vivir en sociedad no basta con
resolver teoremas. Es necesario saber manejar las relaciones
sociales, familiares o de trabajo, teniendo un autoconocimiento de
las propias motivaciones.
La inteligencia no se agota en los
aspectos cognitivos, sino que incluye el adecuado procesamiento de
estímulos y el manejo creativo de los sentimientos y de toda la
complejidad del yo de cada uno.
"A lo que nos referimos con inteligencia
emocional es a la capacidad que tiene la gente, en menor o mayor
grado, de reconocer sus sentimientos y utilizar esas emociones para
entender sus relaciones con otras personas y con su entorno",
explica uno de los especialistas que acuñaron el concepto. "También
incluye la habilidad de regular esas emociones para que sean
congruentes con el contexto de la situación y de tener empatía, es
decir, reconocer las expresiones de emociones en otra
gente".
Una de las manifestaciones cruciales de
esa inteligencia es la capacidad de los individuos de manejar sus
estados de ánimo. Una persona emocionalmente inteligente se da
cuenta cuando está ansiosa por tener que cumplir con un trabajo en
poco tiempo, y, por ende, es capaz de calmarse. En el caso opuesto,
el individuo no logra controlar esa emoción y ésta termina por
dominarlo, dejándolo paralizado e impidiéndole realizar sus
labores.
Otra manifestación la constituye un
razonable optimismo. "Una persona pesimista no responde bien frente
a los contratiempos o derrotas, ya que pierde la esperanza muy
luego. El optimista, en cambio, continua adelante y no deja de
perseguir sus metas", dice Goleman.
Lo que es válido para las personas en
tanto individuos, lo es para ellas como integrantes de una
empresa.
A ningún ejecutivo con visión de futuro
le pasará inadvertida la trascendente importancia de promover la
inteligencia emocional al interior de su empresa.
Para que ella fortalezca su
competitividad requiere personas capaces de abrirse a los aportes
potenciales de los otros, aun los menos calificados; dispuestas a
revisar hábitos y criterios, a discutir sin cortapisas, a dejar
espacio a la creatividad y la innovación. Personas equilibradas, que
sepan conjugar el quehacer cotidiano con el desarrollo personal, ya
que en caso contrario son altos los riesgos de que los individuos
sucumban al stress, las drogas u otras formas de
destrucción.
Las personas dotadas de inteligencia
emocional pueden hacer un aporte insustituible a la creación de un
clima más amable, optimista y humano al interior de la empresa,
factor clave para un incremento sostenido de la eficiencia y la
competitividad. (25/09/00)
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