"Castilla hoy". Miguel Delibes. 1979.
La estampa de
Castilla desertizada, con sus aldeas en ruinas y los últimos habitantes como
testigos de una cultura que irremisiblemente morirá con ellos, puesto que ya no
quedan manos para tomar el relevo, es la que he intentado recoger en mi última
novela, "El diputado voto del señor Cayo", como un lamento, consciente de que se
trata de una situación difícilmente reversible. (..)
Contrasta esta
realidad social castellana con la imagen que durante los últimos lustros ha
circulado por la periferia del país, aceptándose como buena la torpe ecuación
Administración = Madrid y Madrid =Castilla, luego Administración = Castilla. Se
daba así una imagen de Castilla centralista y dominadora, más propia de una
retórica tonante y vacía, anacrónicamente imperialista, que de un hecho real,
fácilmente contrastable. Castilla, región agraria, pese a los incipientes brotes
de industrialización en algunas de sus ciudades, sobre su ya viejo, impenitente
abandono, se ha visto sometida a lo largo de casi medio siglo a la presión del
precio político, eficaz invento para mantener inalterable el precio de la cesta
de la compra y, con él, el orden social de los más a costa del sacrificio
económico de los menos.
Por otro lado, la equivocada política seguida
desde Madrid con las regiones periféricas más desarrolladas, donde, mediante el
halago económico, se pretendió acallar sus anhelos de conservar la identidad
cultural e histórica, aportó sobre la totalidad del país dos consecuencias no
por previsibles menos deplorables: por una parte, se hizo más profunda la
diferencia entre regiones ricas y pobres, con el consiguiente trasvase de
hombres de éstas cada día más depauperadas a aquellas, y, por otra, no cesaron
de exacerbarse los sentimientos secesionistas en algunos pueblos del litoral,
orgullosos de sus raíces y de sus peculiaridades culturales y reacios a dejarse
comprar por un plato de lentejas.
Un suelo pobre, como el nuestro,
dependiente de un cielo veleidoso y poco complaciente, unido a una política
arbitraria que permite subir el precio de la azada pero no el de la patata, y al
recelo proverbial del hacendado castellano, cicatero y corto de iniciativas, que
prefiere por más seguro y rentable, invertir en la industria los menguados
beneficios del campo, han dejado a Castilla sin hombres ni dinero, en tanto la
energía que produce, sin aplicación posible en la region, alimenta a la
industria ajena, para ya, metidos de lleno en un delirante círculo vicioso de
contradicciones, y aprovechando la desertización de algunas de nuestras
provincias y su nula capacidad de protesta, se ha dispuesto la instalación de
centrales nucleares con objeto de continuar sosteniendo el desarrollo del vecino
con el riesgo propio. Aquel viejo dicho de "Castilla hace sus hombres y los
gasta", en el que se pretendió simbolizar la abnegación y el desinterés
castellanos, apenas sí conserva hoy algún sentido, puesto que la Castilla
desangrada de esta hora está resignada a hacer sus hombres para que los gasten
los demás. (...)
A Castilla se le ha ido desangrando, humillando,
desarbolando poco a poco, paulatina, gradualmente, aunque a conciencia. Se
contaba de antemano con su pasividad, su desconexión, la capacidad de encaje de
sus campesinos -en medio siglo no he asistido en mi región a otra explosión de
cólera colectiva que la invasión de carreteras por los tractores en la primavera
del 76-, de tal modo que la operación, aunque prolongada, resultó incruenta,
silenciosa y perfecta.
En este tiempo no han faltado grandes palabras,
desde el «¡Arriba el Campo!» del levantamiento de 1936, al Plan de Redención
Social de la Tierra de Campos, planes de desarrollo industrial, planes de
regadío... ¿En qué ha quedado todo aquello? ¿Qué sucederá aquí, si es que ha de
llegar, el día que Castilla y León se decidan a aprovechar el agua de sus
embalses? ¿De dónde sacar las manos para atender los cultivos de regadío, mucho
más exigentes, si no las hay ya ni para el secano, si en la vieja Castilla, en
su mayor parte, no quedan más que viejos y niños? Si el proceso no se detiene,
para entonces nuestra comarca se habrá quedado sin un hombre, sin un kilovatio,
sin una peseta. Y yo me pregunto, esta situación de atonía, de agonía, ¿es
realmente reversible?
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