La canción del viejo canguro

Rudyard Kipling


No siempre fue el canguro como ahora lo vemos, sino un animal distinto, con cuatro patas cortas. Era gris y lanudo, y le henchía un orgullo realmente desmesurado.

Cierto día fue al encuentro del pequeño dios Nica.
Eran las seis de la mañana cuando se presentó diciendo:
-Hazme diferente de los demás animales hoy mismo, antes de las cinco de la tarde.
Nica brincó del asiento que tenía en la arena y gritó:
-¡Quítate de ahí!

El canguro fue al encuentro del dios Nicong.
-Hazme diferente de los demás animales, hazme popular y veloz antes de las cinco de la tarde.
Brincó Nicong y gritó:
-¡Sí! ¡Voy a hacer lo que me pides!

Nicong llamó a Perro Amarillo, que andaba siempre hambriento y cubierto de polvo bajo el ardiente sol, y le mostró al canguro:
-Mira, Perro Amarillo, este caballero quiere ser popular y que le vayan detrás, pero de veras. Conviértelo en lo que desea ser.

Y Perro Amarillo, con muecas más feas que cubo de carbón, echó a correr en pos del canguro, quien se lanzó también a la carrera, con toda la presteza de sus cuatro patas como un conejillo.

Cruzaron el desierto, cruzaron montañas y lagunas... hasta que al canguro le dolieron terriblemente las patas delanteras.
Pero al pobre no le quedaba más remedio que seguir corriendo.
Perro Amarillo seguía corriendo cada vez más hambriento, y nunca le ganaba ventaja al canguro ni se quedaba rezagado.
Al fin llegaron hasta el río Wollgong.
Pero allí no había puente ni barca de pasaje y el canguro no sabía cómo salvar el río. Se irguió pues sobre sus patas traseras y saltó. Saltó de veras, como un canguro. Dio, primero, un brinco de una vara, luego de tres varas y, al fin, de cinco, y sus piernas se fortalecieron más y más y su longitud aumento a ojos vista. Mantenía alzadas las patas delanteras y brincaba con las posteriores y erguía también la cola detrás del cuerpo para mantener el equilibrio. ¿Qué otro recurso le quedaba?

Pero Perro Amarillo seguía corriendo cada vez más hambriento y confuso, preguntándose qué diablos sería capaz de detener al canguro.
Entonces intervino Nicong y dijo:
-Son las cinco de la tarde.

El pobre perro se sentó en el suelo hambriento y agotado y se sentó también el canguro. Su cola asomaba tras él como un escabel de los que usan para ordeñar las vacas y la forma de su cuerpo había variado, a causa de esa treta endemoniada, hasta ser exactamente como es ahora.


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