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Heidegger y Lucifer

Por: Juan Sebastián Ohem.

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Nadie elige dónde habrá de nacer, en qué cultura, en qué estrato social, ni en qué momento, llegamos a este mundo del mismo modo que habremos de salir de él, solos, llorando y gritando. Para cuando hemos llegado el mundo ya ha sido formado, y no nos ha esperado (¡qué atrevimiento!). Crecemos y nos desenvolvemos en un mundo o contexto que ya ha sido formado, ya ha sido interpretado, pero ¿interpretado por quién?, ¿quién dictaminó antes que naciese que la sociedad debe actuar de determinada manera, que la cultura de esta parte del mundo debe seguir ciertos patrones, etc.?

La respuesta es contundente, cercana y lejana, todos y nadie, o dicho de otro modo “la humanidad” (que es un concepto prácticamente vacío) antes de nosotros. Si Escipión el africano no hubiese detenido a Aníbal antes de que éste entrase a Roma a saquear y destruir lo que quedaba del imperio, el mundo de hoy sería completamente diferente, sin embargo no sucedió así, y no es obra tan solo de Escipión (de un individuo, o colectivo de héroes y grandes hombres que por si solos han formado y dado sentido al mundo), sino de sus soldados, y de sus padres, y de millones de personas y circunstancias que dieron como resultado la derrota de Aníbal y la historia como la conocemos, que en última instancia desembocó en nuestro nacimiento.

Nosotros no le dimos sentido al mundo, fueron “los otros”, el “uno” anónimo de Heidegger (en el sentido de “uno se comporta así”, “uno dice esto o aquello”), sin embargo, ¿de quién sería responsabilidad de dar forma al mundo en última instancia, quién sería el último “interpretador”, aquel que le da un significado último a la existencia?, ¿quién sino Dios?

Cuando Descartes nació, desde su punto de vista (si pudiésemos regresar en el tiempo y preguntarle), no se sentiría arrojado, ni sentiría la ansiedad de existir en un mundo que ha sido formado por otros, pues para Descartes (como para muchísimos pensadores antes y después de él), el mundo tiene sentido porque Dios existe.

La tarea última de la divinidad es dar sentido, independientemente de si hemos de conceptualizar a “Dios” como un ente que a la vez es tres personas, o una multiplicad de entes trascendentales con subjetividad propia, o si dios son los espíritus que vagan por la tierra, como sea, la noción de una subjetividad trascendente, o simplemente no-humana, esto es, divinidad, le da ya forma al mundo.

La función del dios de los vulgares es, además de hacer de juez post-mortem (que en esto no sería sino el Tiempo y la Historia), darle sentido al mundo. El cristiano puede levantarse por la mañana y pensar “el mundo tiene sentido porque Dios existe, es como es, porque hay un plan divino que comenzó cuando creó el Universo, luego separó a los hebreos para que prepararan el camino para la llegada de Cristo, quien se sacrifica por nuestros pecados, y ahora esperamos la muerte para la salvación y su regreso para la resurrección de los muertos”, aquí Dios da sentido al mundo, pues Dios escribe la Historia, hay detalles que él no escribió (aquí entra el libre albedrío), pero el que interpreta al mundo, el que le da un sentido, un porqué, para qué y a dónde, es la divinidad. Lo divino interpreta a la existencia, pero el dios de los vulgares no es sino la humanidad, por eso tan cierta es aquella frase “la humanidad es la divinidad encarnada”.

Si bien el mundo ya ha sido interpretado por otros, no podemos sino interpretar nosotros mismos, y esto es algo anterior a lo teorético, cada acto, cada pensamiento incluso, es interpretación. Cuando nos sentamos en alguna parte, interpretamos que tal cosa es digna para sentarse, cuando nos lavamos los dientes interpretamos que el cepillo es adecuado (le damos sentido al cepillo). Cada pensamiento es también interpretación, por una razón muy básica, ya que todo pensamiento es “pensamiento-de…”; es decir, cuando pensamos, pensamos alguna cosa, y tal cosa pensada se piensa a partir de algún contexto histórico-cultural-económico-filosófico-etc., es decir, somos humanos, no entes divinos que están más allá del devenir, entonces cuando pensamos en algo, en lo que sea, lo pensamos en virtud de nuestra condición, incluso el pensamiento analítico filosófico es interpretación en tanto que analizamos al objeto en función de ciertas categorías filosóficas que nos son heredadas de una tradición que ha ido modificando su significado.

Esto quiere decir que, por un lado el mundo (las cosas, contextos, circunstancias, “los Otros”) nos interpreta a nosotros, la sociedad ya tenía ciertas reglas y normas antes de que nosotros existiéramos, y las cumplimos, estudiamos licenciaturas en vez de cabalgar como caballero andante rescatando damas y matando bellacos, eso nos delimita. Pero a la vez nosotros interpretamos el mundo, lo juzgamos y hacemos uso de él, nos sumergimos en el mundo y a veces aceptamos más una parte de él que otra, pero el dar sentido es algo que se da en una relación simbiótica entre el Hombre y el mundo, y el mundo y el Hombre.

Desde la teoría podemos decir que, en la Edad Media por dar un ejemplo, un campesino ordinario nace a un mundo que ya ha sido dispuesto, organizado, ha nacido en una pirámide social dictada por Dios, en un planeta que se centra en el cosmos, por gracia divina, es capaz de pensar y sentir, pues está hecho a imagen y semejanza de Dios, es parte de una jerarquía de entes que brotan de Dios a todos los ángeles, los Hombres, los animales, los vegetales, minerales y los demonios. Ya todo está ordenado, es un mundo esquematizado. Para cuando nace Tomás de Aquino el cosmos es una enorme pirámide en la que hasta arriba está Dios, su existencia ya tiene sentido desde el momento en que nace, adorar al Dios cristiano y promover su palabra, haciendo valer su Voluntad.

Pero esto es en la teoría, porque antes de la teoría existe la praxis, antes de que el Hombre sea capaz de teorizar sobre el cosmos, su destino, cómo conoce (o cómo es posible que conozca), etc., ya está viviendo, y en cada acto, en cada decisión que toma, cada pensamiento, está ya interpretando, se encuentra haciendo una hermenéutica de la existencia y del mundo. Ahora bien, dependiendo de los grados de aceptación del sujeto frente al “Uno”, es decir, frente al mundo ya interpretado antes que él, es el nivel o modo de su existencia, que puede ser indiferenciada, inauténtica o auténtica.

Dado que no podemos “escapar del mundo”, ya que vivimos en sociedades ya predeterminadas por “los Otros” anónimos y omnipresentes, podemos pasar la vida sin contemplar la idea del sentido de la existencia, sin preguntarnos porqué vivimos, para qué estamos aquí, sin cuestionar jamás el sentido de la existencia, ésta es la existencia inauténtica. El campesino que nació en plena edad media, que nació a un mundo ya organizado y esquematizado, y que no cuestionó nunca el sentido de ese mundo, el sentido de “su” mundo (es decir, su porqué hace lo que hace, su porqué es campesino y su propia vida), vivió una existencia indiferenciada. Esto es universal a todos los seres humanos de todas las épocas, todos existimos indiferenciadamente en un momento u otro de nuestras vidas, y es más, los modos de existencia nos son apartamentos distantes entre sí, sino que muchas veces pasamos de un modo de existencia a otro.

Si frente al mundo nos damos cuentas que “yo no soy yo”, es decir, que la sociedad en la que hemos nacido, bajo las posibilidades económicas que tenemos, dentro de nuestro contexto histórico, con la familia que nos ha tocado (y educado), todo esto que nos han ido moldeando casi por entero (que nos ha dado un sentido “a priori”), no son sino coincidencias, y hasta cierto punto arbitrariedades, podemos dejar la existencia indiferenciada.

La vida a la que ingresamos al momento de nacer nos es dada por “el Uno”, por “los Otros”, al darnos cuenta de eso podemos vivir una existencia inauténtica o una auténtica. La existencia inauténtica es cuando ese campesino de la edad media deja de ser campesino y se une a la milicia creyendo que ese es él, pero sustituye una vida hecha por “el Uno”, por el “mundo”, por otra, aunque cambia del “mundo de lo campesino” al “mundo de lo militar”, sus acciones son todavía parte del Uno, del colectivo anónimo. Han cambiado los contenidos de su mundo, pero su forma de vida, ser parte del Uno, permanece igual.

El problema aquí es que se da cuenta que existe indiferenciadamente, esto es, que ha aceptado ciegamente la interpretación de los otros de lo que la vida es, de lo que la existencia es, de lo que se debe hacer, pero existe inauténticamente si al rechazar esa interpretación previa de lo que debe hacer, acepta ciegamente otra interpretación. Para ilustrar mejor esta idea, una mujer devota judía se da cuenta un día que el hecho que ella sea judía, no se debe realmente a una decisión suya, sino que ella está “arrojada al mundo”, que toda su vida ha sido interpretada por “los otros anónimos”, entonces decide abandonar la existencia indiferenciada, abandona su judaísmo pero se convierte ahora en testigo de Jehová, aceptando ciegamente la interpretación que ese “mundo de testigos de jehová” hacen de la existencia y de la vida, la existencia de esa mujer es inauténtica.

Los modos de existencia indiferenciada e inauténtica no son sino un sometimiento a un “sentido a priori”, a un significado o interpretación ya hecha por el mundo. Se trata de la peor de las dictaduras porque el “Uno”, el colectivo anónimo de “los otros” no puede conocerse, entonces el sujeto se somete a algo que no puede conocer, y cuya voluntad (devenir) le resulta completamente misteriosa (la analogía con el Islam no es coincidencia, y es aplicable a cualquier credo por revelación monoteísta).

La existencia auténtica sucede tras la ansiedad existencial, cuando el sujeto toma conciencia de que todo lo que puede hacer ya ha sido definido por el “Uno” y de que con el tiempo volverá a la Nada, ante este enfrentamiento a la posibilidad de la Nada puede caer de regreso a una existencia indiferenciada, ignorando la cuestión, o puede comenzar una existencia auténtica.

Frente a la posibilidad de la Nada se convierte el sujeto en un ser-para-la-muerte, es decir, es conciente de su propia mortalidad, se da cuenta que tal y como nació un día, en mundo que no decidió, con un sentido que le es ajeno, en soledad, gritando por dentro (y por fuera), así también algún día morirá en soledad y gritando por dentro, una gota más en un inmenso mar de colectividad anónima. Esta experiencia del ser-para-la-muerte, o provoca “la caída”, es decir, regresar a la comodidad de la existencia indiferenciada, o bien el sujeto toma conciencia que debe asumir responsabilidad por su vida (en vez de dejar que el Uno la tome por él), que él, y sólo él puede buscar dentro de sí el sentido de su propia existencia en relación con el mundo (en vez de dejar que el mundo lo interprete a él y le ordene lo que debe hacer).

Vamos a llevar estas elementales ideas de Heidegger a un plano alegórico y espiritual. El dador de sentido es el dador del Ser, es Dios, el Uno es Dios, y el individuo que desee estar en una existencia auténtica debe rebelarse contra Dios y darse su propio sentido en relación a éste. Estamos hablando ya de luciferanismo, del ancestral culto de Set (que sobreponían al individuo por sobre los estándares de la sociedad), y que más tarde pasaría a ser parte de la colección mitológica de los hebreos en la Biblia, como la rebelión que Lucifer toma contra Dios.

Adán y Eva, quienes vivían indeferenciadamente, son liberados por la serpiente al darles el fruto del conocimiento, el sentir vergüenza por su desnudez es esa experiencia de la nada, ese hacerse ser-para-la-muerte, pero en vez de darse su propio sentido, en lugar de aceptar su desnudez (su carencia de sentido, esto es, de seguridad) y explorar y buscar su propio sentido, sufren tras ser desterrados.

La humanidad ha caído en la existencia indiferenciada, se congratuló en ella mediante la imposición forzada de los cultos monoteístas revelados (al ser revelados implica un texto, que implica una interpretación divina de la realidad), todos los esfuerzos hechos por la filosofía son “luciféricos” en cuanto que buscan su propio sentido, Descartes se salió del “mundo de la escolástica” como el campesino del ejemplo se salió del “mundo de lo campesino”, pero Descartes siguió utilizando las categorías escolásticas, y simplemente cambió a otro mundo ya también determinado por el Uno, como el campesino cambió a “el mundo militar”.

Es Nietzsche quien primero da el grito de batalla “¡Dios ha muerto!”, pero todo lo que la filosofía es, desde Ockham incluso, es más cercano a Lucifer que a un ente omnipresente que da un sentido a priori e inapelable a la existencia. Heidegger consumó lo que Nietzsche había comenzado, Heidegger sería en ese sentido como Lucifer, seguidor del ancestral culto de Set.

Lucifer, portador de la Aurora Dorada, estrella de plata, hermoso luxferre, que no es Dios del Hombre sino que es el Hombre y el chivo de mendes (Baphomet), verdadero padre de la razón, el amante del crepúsculo. ¡Oh Lucifer, has ganado la batalla, Dios ha muerto!

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