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La libertad en el ocultismo.

Por: Juan Sebastián Ohem.

Aunque ya he dado algunas palabras al respecto de la ética ocultista me gustaría ahondar en la cuestión de la libertad dentro del ocultismo, más específicamente en el hermetismo. Es importante tener en claro ésta visión dado que el hermetismo es el padre intelectual del ocultismo, algunos dirán que del ocultismo tanto de oriente como de occidente, sin embargo en mi opinión sería mejor proponerle como padre del ocultismo occidental solamente por falta de datos históricos. En el seno de la cuestión de la libertad se oculta la cuestión medular de la ética o la moral, es decir, la libertad es condición necesaria para la existencia de la moral o la ética, ¿es el Hombre libre?

Usualmente se plantea la respuesta en una polarización, es decir, o bien el Hombre es absolutamente libre o absolutamente determinado, la respuesta del hermetismo, y por ende de toda la tradición ocultista, aunque más rescatable en Crowley que en cualquier otro autor, no se coloca en ese ámbito bipolar, antes bien se encuentra en medio de ellos. Es decir, el Hombre, ni es completamente libre, ni completamente determinado, ni soberano ni esclavo, pero el Hombre puede ser absolutamente libre. Es menester tener en cuenta no solo el centro de la decisión, si libre o condicionada, sino el contexto en el cual ésta decisión, aparentemente libre, se toma, el Hombre se encuentra situado en medio de una tempestad de variables que le azotan por todos los flancos, desde su propio ser, sus necesidades, sus gustos, sus experiencias íntimas, a su contexto, las modas, las expectativas, las reglas éticas tácitas de cada sociedad y sus reacciones conducen al Hombre, a algunos a punta de golpes, a otros con suavidad, a dejarse llevar por la deriva ciega de las pasiones ciegas.

El Hombre común, denominémosle homo vulgaris, siendo aquel Hombre superficial y posmoderno que no inquiere sobre sus propósitos, que no se toma el tiempo de reflexionar sobre su propia existencia, su futuro o su pasado, centrado únicamente fuera de si, hacia las modas, los ires y venires de las cultura “Light”, demasiado preocupado por su status social o por lo que los demás piensen de él que es incapaz de conocerse a si mismo, he ahí al homo vulgaris. Este homo vulgaris, como decía, no es libre, no se encuentra absolutamente condicionado por factores desconocidos para él, sean estos internos o externos a él, pero su voluntad no es soberana de si, sino que es dirigida sea por la sociedad de consumo, sus propias pasiones desordenadas, etc., su existencia le es un misterio, la desconoce, y al hacerlo es libre de si mismo y a la vez esclavo.

El kybalion es claro en destacar que los siete principios, o axiomas, aunque en mi particular opinión éstos pueden ser reducidos entre sí, si bien son universales, no tienen porqué condicionar al Hombre, y le dan una dimensión ética al conocimiento cuando afirman que el conocimiento está hecho para liberar, el reconocer los siete principios, el entenderlos en su cabalidad, es una obra liberadora, es poseer la antorcha que Prometeo da a los Hombres. Pero, ¿qué es lo que arrastra al Hombre, en ocasiones sin su consentimiento, en otras sin su conocimiento hacia la mediocridad o hacia la nada? El Hombre es arrastrado por estos siete principios, que son a su vez reducidos por el movimiento dialéctico de la voluntad divina, sobre la cual habré de ahondar en otro momento desde la metafísica, Tesis, antítesis y síntesis, “el cuaternario se convierte en binario y se explica por el ternario”, el Uno se multiplica a si mismo en Dos y se explica por el Tres como dirían los pitagóricos.

Antes de continuar por esta marea dialéctica que arrastra a las almas como la tempestad golpea a la playa y arrastra la arena, recapitulemos la antropología desde el ocultismo. El Hombre es el caduceo de Hermes, una vara y dos serpientes:

Una serpiente es el sol, la otra serpiente es la luna, una es el oro, la otra la plata, una la razón otra la emoción, y la vara es la Thelema, o Voluntad. En ocasiones el simbolismo funciona, más allá de “emoción” como fe, que podría ser parte de las emociones, sea como fuese, el Hombre sin razón es un demente salvaje, el Hombre sin la emoción es un muerto viviente, sin embargo este balance entre un apetito y otro no es universal, hay personas cuya razón es opacada por sus pasiones, y los hay quienes aplacan sus pasiones con la razón, destruyendo el equilibrio, éstos dos casos son precisamente los árboles que son arrancados y llevados por los vientos dialécticos. El caduceo de Hermes separa al Hombre en Tres, una trinidad si se desea, carne, alma y espíritu, pneuma, psyké y thelema, desde los instintos más primitivos hasta la mente más iluminada. La Trinidad, como el lector tendrá oportunidad de percatarse a lo largo de los artículos expuestos en este sitio, es un tema recurrente.

Y si bien ya hemos hablado de la Voluntad en el tema de la gnoseología y la religión, es importante destacarla nuevamente. ¿Qué hace a un Hombre más o menos libre? El Homo vulgaris no es precisamente el caduceo de Hermes, las serpientes se están devorando mutuamente, su mente está plagada de prejuicios emocionales, sus pasiones descontroladas o aplacadas exageradamente por una mente viciosa, su voluntad condicionada por sus pasiones o sus prejuicios, sin embargo, y como ya había dicho, este “condicionamiento” no es absoluto, la libertad le es asequible, no es sencillo, pero es posible. “Si te sujetas a ti mismo, serás libre para siempre” nos dice Frater Perdurabo, Aleister Crowley, las pasiones no son malas en si mismas, la tentación no es un artículo moral, el placer no es pecado, ni siquiera según la fe de Abraham, para judíos, cristianos y musulmanes, por más que los fundamentalistas o radicales quisieran creerlo con todas sus fuerzas, las pasiones son naturales al Hombre, y nada que le sea natural podría ser “malo” en el sentido moral, sin embargo la Biblia misma advierte que sí hay una línea entre las pasiones naturales y las contranaturales, es decir, las desmedidas, que constituyen el pecado. Una cosa es disfrutar un delicioso festín y luego hacer la digestión por horas, otra muy distinta es comer hasta tener que vomitar para seguir comiendo más, como hacían los emperadores romanos. Desechemos pues la primitiva y falsa idea de que las pasiones son perversas.

Entre el Homo vulgaris y el sabio se encuentra una distancia mayor que entre el chimpancé y el Hombre, el primero no tiene decisiones, tiene caprichos. ¿Cuál es la diferencia entre caprichos y decisiones? El capricho es la decisión ignorante, es decir, sin conocimiento de causa, cuando el Homo vulgaris se detiene frente a un comercio y adquiere un artículo que disminuye su cartera por la mitad, el Homo vulgaris desconoce porqué ha adquirido tal pieza, él concibe que la quiere, sus pasiones le mueven hacia ella, sin embargo no es capaz de discernir si obra de acuerdo a su voluntad o si obra de acuerdo a la voluntad de los demás, que de un modo u otro, le invitan u obligan socialmente a adquirir tal pieza sin importar su precio. He ahí el capricho, el homo vulgaris posmoderno no es un ente responsable, él obra de acuerdo a variables desconocidas para él, y por ello en muchas ocasiones los efectos le son desconocidos, y por ende no siente una responsabilidad hacia ellos, no es verdaderamente una causa, sino un efecto que sigue la eterna cadena dialéctica, patético resultado de decisiones ausentes, de la cuna a la tumba una existencia post-mortem. El sabio, o “super-hombre” aunque me encuentro reluctante a abordar a Nietzsche debido al infinidad de posibles interpretaciones, el “Hombre libre” o liberado de los esclavismos de Gabriel López de Rojas obra con pleno conocimiento de causa, sabe porqué hace lo que hace, reconoce las variables que, explícita o implícitamente mueven sus hilos, observa a la vida como un juego, y en vez de ser jugado por aquel tirano invisible, inconciente e idiota de las mareas causales, juega al juego, y de allí proviene la mala reputación de los ocultistas, quienes no tenían problema alguno en hacer uso de las decisiones de otros o de las causas ajenas.

Este discurso sobre la libertad invariablemente nos lleva a los terrenos morales, y es acertado por cierto, y muy contrario a la opinión popular el mismo Crowley era un ente moral pleno y conciente, pero ¿qué es “ente moral”, acaso no todos los Hombres son “entes morales”? Sí y no, pero de nuevo, el terreno de la respuesta no es la bipolaridad común que veíamos anteriormente, entre absolutamente libre y absolutamente esclavo, en cierto sentido todos los Hombres son entes morales, pero los hay más morales que otros. La moral depende de la libertad, la libertad es relativa a la introspección del sujeto, y así como al noctámbulo no se le acusa de homicidio cuando actúa inconcientemente, el homo vulgaris es apenas responsable de sus actos, a duras penas un ente moral. El iniciado en cambio es un ente moral pleno, absolutamente responsable de sus actos debido que posee conciencia absoluta de los mismos, al conocer las causas de sus acciones, incluso si se trata de impulsos de su inconsciente, reconoce sus efectos, y es por ende responsable en plenitud. Los caprichos no son decisiones éticas o morales en su cabalidad, pero las decisiones reales, es decir, con conocimiento pleno de sus causas, son artículos morales plenos. Crowley fue, debido a esto, un Hombre moral, e incluso un moralista, que sostenía que para combatir el desorden había que convertirse en él, para destruirse y recrearse por completo llegando a ser completa y absolutamente libre, ésta vía, que es el camino de Daath, la sephira que no es sephira, el desierto de Seth es muy drástica y en lo personal no lo recomendaría.

Aún así, el proyecto de Crowley es tan tentador hoy como el día que fue concebido por este genio de la filosofía oculta. Crowley denomina a los verdaderamente libres como “causas divinas” y con razón, pues son causas incausadas, y no efectos de otras causas. El yugo causal de la visión hermética es casi total, no hay causas contingentes, todo cuanto ocurre en el mundo natural, excluyendo las decisiones y obras humanas, ocurre de ese modo necesariamente, no hay azar en la Naturaleza, el azar es el nombre que le damos a las causas que nos son desconocidas, por ello el ocultismo coloca al cosmos como un símbolo, pero sobre ello ahondaré en otro momento. La tendencia contemporánea denominada “Chaos Magick”, que no es, por todo cuanto he podido observar y estudiar, otra cosa que psicología experimental, retoma esta idea de Crowley y se propone lo que Crowley ya había propuesto, aunque no en su totalidad, se trata de la metamorfosis, ser capaz de conocer el inconsciente, y más aún, de domarlo, a esto se le llama en algunas tendencias, “domar al diablo”, pues en el ocultismo renacentista el inconsciente era llamado “infierno”, cuando Jesús ha sido tentado en el desierto por el diablo, Jesús no le destruye, como se supone hubiese podido siendo Dios y todo ello, sin embargo no cede ante las tentaciones, es el simbolismo más acorde a esta cuestión, de reconocer, enfrentar al inconsciente, en ocasiones oscuro y cruel, y ser capaz de dominarle, en vez de ser dominados por él. La Metamorfosis, que ya Crowley había descrito en su “Jugorum”, y que propone la “Chaos Magick” es dominar el inconsciente de modo tal que podamos cambiar la personalidad como queramos, ser capaces de prestar atención en mayor medida, recordar cosas con mayor facilidad, debido que el inconsciente se alimenta de la memoria, y liberarse del diablo, que por ello es llamado “príncipe de este mundo”.

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