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La Voluntad y el Arte

Por: Juan Sebastián Ohem.

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A través de los siglos los parámetros de lo que se considera bello, o de lo que se considera arte, han cambiado drásticamente. La estética, aquella rama de la filosofía que se ocupa de estas nociones, ha cambiado mucho desde la época de los griegos hasta nuestros días. Para el presente ensayo me gustaría resumir, a grandes rasgos, algunas características de la evolución de la estética en Occidente.

Para los griegos, como para los medievales, la obra de arte debía ser comprendida y analizada desde la obra misma, los parámetros de belleza, sobre todo en la edad media, correspondían a dos corrientes concretas y opuestas (hasta cierto punto) entre sí, la estética de la luz, y la estética del número. Tal división de sistemas estéticos se explica por la característica del dios cristiano de ser uno y simple, y a la vez una Trinidad.

En cuanto a la estética de la luz los medievales, en especial los más místicos, concebían que la simpleza era sinónimo de nobleza y pureza, el acercamiento a la experiencia de la Belleza, considerada como única categoría estética, y por supuesto un Trascendental Metafísico derivado de la Naturaleza de Dios, era espontánea, es decir, remite a las características físicas o sensibles de la obra de arte, la figura, el tamaño, el color, etc.

El otro sistema, la estética musical, o del número, deriva de las teorías pitagóricas que influyeron sobre Platón y Plotino, y de ahí a San Agustín. La noción de que el cosmos es un sistema equilibrado de partes, cada una de ellas con una función específica y en perfecta armonía con el todo, una concepción simbolista del Universo (recordemos que para Platón el mundo es reflejo de las Ideas), así como un acercamiento a la experiencia estética de la belleza de tintes intelectuales, en tanto que solo la razón es capaz de comprender el simbolismo y la armonía entre las partes.

Fue durante el renacimiento, y en el período del empirismo inglés, que se concluyó que la obra de arte debe ser analizada, no desde la obra misma, sino desde el público, pues lo característico de la experiencia estética de la belleza, pensaban intelectuales como Hume o Kant, es la evocación, es decir, es más importante lo que no se dice, lo que se evoca, que lo que se encuentra inmediatamente representado en la obra. Tal conclusión derivó por supuesto en interpretaciones cada vez más psicologistas de la Belleza, y no solo eso, sino que la Belleza dejó de ser la única categoría estética para formar parte de un repertorio de categorías, como lo sublime, y más tarde lo pintoresco, lo grotesco, lo siniestro, lo cómico, etc.

Este salto posee una relevancia digna de ser notada, el que se examine la belleza, ya no desde la obra misma, sino desde el interior del espectador, es un salto cualitativo para el arte, en tanto que ahora importa más la subjetividad del público, que la mera exterioridad de la obra como tal.

El arte habría de cambiar por completo, sin embargo, después de Hegel y la muerte del arte. Hegel argumenta que el arte ya no puede representar al Absoluto, que es la esencia del arte, sino que ya es el momento de la filosofía, por lo que el arte, si bien no desaparece, no puede sino volverse lúdico y auto-referencial, darse sentido a si mismo. Sea que el argumento hegeliano de que el arte busca representar al Absoluto es correcto o no, es cierto que la exagerada subjetivización de la idea de Belleza y arte han dado como resultado que ésta rechace continuamente todo parámetro dentro del cual se le intente enmarcar.

El arte contemporáneo, es decir, el arte que llega luego de la “muerte del arte”, ya no puede ser contemplado desde la obra misma, en tanto que, por ejemplo, el arte conceptual es incomprensible sin contexto, y tampoco debe ser analizado desde la subjetividad del espectador, sino desde la intención del autor. Un excelente ejemplo de esto es el arte pop de Warhol, al pintar una lata de Campbell’s desafía al arte, le interroga, pues, en verdad, ¿qué hace que el arte sea arte, si hasta una lata de sopa puede ser arte? La respuesta es sencilla, y a la vez, en cierto sentido, devastadora, el arte es intención, es volición.

Es decir, si la belleza, o el carácter de artístico, no puede ser capturado desde la obra misma, o desde la evocación que suscita en la subjetividad del autor, sino que debe capturarse desde la subjetividad del autor, entonces todo aquello que posea intención será arte, basta con que el lienzo tenga dos o tres rayas de pintura, y una firma, para que ese lienzo sea una obra de arte. La crítica de arte se emparejado con la adivinación y la lectura de mentes, el comprender la intención del artista constituye la experiencia estética, y de este modo regresamos al intelectualismo de la estética medieval cuando Santo Tomás argumentó que “la belleza es preguntarse porqué la obra es bella”.

Esta tendencia a admirar la voluntad de un artista se expande más allá del mundo del arte, en el mundo contemporáneo se busca, se necesita, y se consume, todo cuanto sea “real”. La obsesión por la vida de actores, actrices, cantantes, etc., así como el nacimiento del género “real TV”, demuestran esta constante, que el Hombre contemporáneo busca, y concibe como bello, aquello que realmente nace de la volición de un individuo.

Esto es perfectamente comprensible bajo el marco de la globalización y los medios masivos de comunicación, el negocio de la música, el constante bombardeo de publicidad, las estrategias de mercadotecnia aplicadas en cualquier número de productos, y por medio de cualquier medio, son el resultado de nuestro mundo “interconectado”. La música moderna, que se separa en cientos de distintos géneros, es separada, comúnmente, entre “mainstream” y “underground”, el cine también sufre de una dicotomía semejante cuando se habla de un cine “hollywood” y un cine “independiente”.

La comercialización del arte, sea en fotografía, música, teatro, cine, fotografía, etc., ha provocado esta dicotomía, según la cual un objeto, o circunstancia, es más o menos valioso, en un sentido cualitativo, dependiendo de qué tanto ha sobrevivido el mercadeo. Una banda que tocaba en fiestas privadas y ferias, y que un día es contratada por alguna gran corporación para lanzar sus discos a todos los rincones del mundo, queda instantáneamente vetada del mundo del “verdadero arte”.

Es un fenómeno semejante al de la moda, en la cual se intenta ser más “real” al comprar atuendos, en México, que asemejen una vida bohemia, en Estados Unidos, que asemejen a un vendedor de drogas callejero, cabe aclarar que cuando la moda de “contracorriente” es explotada comercialmente a una escala más grande, tal moda forma parte ya de lo que no es “real”, y se busca una nueva contracorriente. En Estados Unidos ocurrió algo semejante con el nacimiento de la moda “Emo” de finales del año dos mil, se trataba de desafiar los parámetros convencionales de la vida suburbana de clase media, esto mediante una actitud que hiciese énfasis en la angustia adolescente (de allí proviene el término “emo”, de “emocional”), una moda que hace énfasis en el negro y una música que enfatiza el suicidio, la depresión y el dolor emocional. Esta moda, a últimas fechas ha dejado de ser “real”, dado que las disqueras invierten millones de dólares en promocionar bandas específicas para este grupo demográfico, las compañías de ropa, e incluso la literatura, se ha especializado para los consumidores “emo”.

Este fenómeno típicamente post-contemporáneo revela la búsqueda por lo “real”, que no es otra cosa sino, y así regresamos a la filosofía del arte contemporáneo, la volición. Lo que el pintor haya querido expresar o lo que el poeta haya deseado expresar, es más significativo, posee mayor valor estético, que lo que realmente se pintó, o la absoluta falta de métrica o talento del poeta. Ahora la capacidad de revelar las pasiones interiores, los verdaderos deseos, en una palabra, la Voluntad, es una habilidad artística.

Sea por televisión, en los “reality shows”, sea mediante la moda de vestir, la pintura o la música, el Hombre post-contemporáneo desea el desear, quiere querer, es decir, busca intensidad, no solo mediante la adrenalina, como lo promocionan los nuevos deportes, o “deportes extremos”, sino una intensidad en la Voluntad. En una palabra, el Hombre desea vida, que es voluntad.

Para Hegel la realidad es Espíritu (idea que se piensa), para Schopenhauer la realidad es manifestación de una voluntad subyacente y universal, y para Nietzsche todo cuanto es, es la Voluntad de Poder, el impulso dionisiaco que lanza al Hombre al frenesí, al éxtasis. Estos tres autores expresan una misma cosa, pues si para Hegel el Espíritu, la realidad, es principalmente cambio, pero no solo es cambio, sino que posee una meta, entonces el Espíritu es, hasta cierto punto, Voluntad.

Esta idea, es decir, que la realidad es Voluntad, o que lo más real, y opuesto a lo artificioso, es la Voluntad, ha llegado hasta el arte contemporáneo. Para Nietzsche, en su período de madurez, el arte revela la voluntad de poder, y por ello el arte es más importante que la verdad, para Schopenhauer ocurre lo mismo, aunque con mayor énfasis en la música como arte que brota directamente de la Voluntad.

Pero, ¿por qué es más real la Voluntad, tanto en el arte como en la filosofía? Es lo más real porque es lo más cercano al Hombre, el Hombre no es únicamente la razón, al estilo cartesiano, sino que antes de pensar, desea. Es por ello que nos es más real un “reality show” que una telenovela, porque en el reality show hemos despojado al individuo de la “forma”, es decir, del guión y, hasta cierto punto, de un contexto previamente establecido, el arte también se ha despojado de la forma, en su caso de la importancia del color, la figura, el orden, la armonía, etc., para dejar únicamente la Voluntad del artista.

Es en este marco donde podemos comprender a la Thelema de Crowley en una nueva dimensión. Si la Voluntad es lo más cercano, lo más real al Hombre, más real y cercano incluso que el “pienso, luego existo”, entonces ¿qué podría ser más real que “hacer tu Voluntad será toda la Ley”?

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