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La Trinidad como proposición ontológica.

Por: Juan Sebastián Ohem.

Introducción:

La pregunta de los presocráticos es tan actual como ninguna otra, la pregunta por el ser, por el fundamento y sentido de la realidad sigue preocupando a la filosofía, se busca siempre una estructura ontológica que pueda dar razón y fundamento a la realidad. ¿Los entes se autofundamentan?, ¿los entes son fundamentados por otros?, estas preguntas nos llevarán invariablemente a dos posibilidades, la natural y la sobrenatural, ésta última parece evocarnos a cuestiones religiosas y, por cuestiones meramente de contexto, el lector suele anteponer sus prejuicios contra lo inefable y trascendente. Si bien soy incapaz de refutar a la posibilidad de que el ser, (entendiendo “ser” como fundamento y razón de ser de los entes) sea natural, aún así daré por supuesto que tal cosa es imposible.

Comenzando ya en este breve discurso nos topamos con una primera dificultad, y es que no se puede demostrar, en otras palabras fundamentar, que el ser, entendido desde el punto de vista sobrenatural, sea fundamento último de toda la realidad, debido a que haría falta un fundamento anterior al fundamento último, de esta dificultad se deriva la imposibilidad de demostrar la existencia de Dios, que es, características más, características menos, el ser. Es por ello que desde una cierta óptica la metafísica es una suerte de proto-teología, aún sin dar los supuestos de la voluntad y razón que caracterizan a un Dios personal, se dedica al estudio de la relación entre el ser con los entes y por ende con la realidad. La ontología, si fuese meramente el estudio de los entes, no podría prescindir de la metafísica, más específicamente, para evitar ambigüedades del lenguaje, la ontología supone ya al ser, y ciertas nociones fundamentales del mismo, que varían de autor en autor. Es por ello que antes de abordar las cuestiones ontológicas de la existencia y de la realidad, debemos preguntarnos, ¿qué es el ser?, es decir, hagamos metafísica antes de hacer ontología, pues contrario a la opinión popular, la metafísica no terminó en Santo Tomás.

Nos encontramos pues, dentro del ámbito de la metafísica, en una asociación necesaria entre el ser y Dios, de modo tal que, dependiendo de la respuesta que demos al qué es el ser, esa será nuestra respuesta a qué es Dios, en resumen, he aquí la separación verdadera y más fundamental entre el ateo y el creyente, pero debemos cuidar siempre de no derivar en las disquisiciones hacia una teología incluyendo los supuestos requeridos para tal empresa, es decir, si bien la metafísica que considera al ser, no como parte de la Naturaleza, no se disocia de Dios, la asociación tiene un límite marcado.

El realismo necesita, para no considerar a todo cuanto percibimos una mera apariencia, como haría Kant o el idealismo en general, que existan las sustancias individuales, esto supone un problema considerable, dado que la sustancia individual, es decir, aquello que hace que esta hoja de papel sea esta hoja de papel y no otra, es la suma de sus accidentes. Aristóteles enumera a las categorías, aquello que podemos predicar de algo, en 10, la sustancia y nueve accidentes, éstas últimas son: cualidad, cantidad, relación, lugar, posición, posesión, tiempo, acción y pasión, el modo concreto como éstas nueve categorías se realizan, definen ya qué es lo que hace que esta hoja de papel sea esta hoja de papel y no otra, de modo tal que la sustancia individual es en realidad el conjunto de sus accidentes. ¿Qué quiere decir eso? Primero, que no hay tal cosa como sustancia individual, a menos claro que deseemos redefinir tal concepto como “conjunto de sus accidentes”. Otro ejemplo, supongamos que el día de mañana se consigue, de algún modo, recuperar al Titanic, y se coloca en un museo en Paris detrás de una vitrina gigante para ser objeto del escutrinio de miles de turistas japoneses; tal empresa requeriría que, una vez que el barco ha regresado a tierra firme, se le de un mantenimiento, las secciones del barco que se separaron en la colisión deben ser reemplazados, se limpia del moho y de la humedad, la pintura también debe ser renovada, las máquinas no podrían haber resistido a la presión y al contacto con el agua por tantos decenios, en fin, que el Titanic sobrevive una laboriosa tarea de reconstrucción, ¿cuántos remaches reparados, tablas reemplazadas, vidrios repuestos, etc., se necesitan para que ese barco deje de ser el Titanic para ser otro barco, aunque aún se le llame “Titanic” y tenga ese nombre pintado en los lados de la embarcación? Alguien será capaz de responder, “sigue siendo el Titanic, aún cuando no conserve ninguna de sus partes originales, por que tal es su nombre”, sin embargo no resuelve el problema, dado que en el nombre no está la esencia, en la letras del N-I-L-O no fluye el río como escribió el poeta, es decir, que si a partir de la medianoche, por edicto universal todos los perros se llamarán “gatos”, mi gran danés no comenzará a maullar. Ese barco que está en Paris, que no mantiene ninguna de sus partes originales, ya no es el Titanic, por más que eso diga la tarjetita de presentación en frente de la vitrina, es otro barco, ¿cuáles son las consecuencias de la negación de la existencia real de la sustancia individual?

Las consecuencias deben ser examinadas con cuidado. En primer lugar recordemos la diferencia entre el cambio sustancial y el cambio accidental, que según Aristóteles solucionaba en parte el problema del cambio, el cambio accidental es aquel que se presenta cuando uno o más de sus accidentes se ven alterados, entendamos por favor que el término “accidente” va de la mano del término “contingente”, es decir, que si este papel es rayado por una pluma, aún así seguirá siendo este papel, no hay un cambio en su sustancia individual, a saber, que sigue conservando aquello que le hace ser esta hoja de papel y no otra; en cambio, el cambio sustancial es aquel que hace que una cosa deje de ser lo que es para ser otra, por ejemplo, si le prendemos fuego a esta hoja de papel, dejará de ser esta hoja de papel para ser ceniza. Si hemos dicho que no hay sustancia de los entes individuales, como el ejemplo del Titanic, todo cambio sería sustancial, es decir, si esta hoja de papel es rayada por una pluma, deja de ser la hoja que era en los momentos previos al incidente, para ser otra cosa, una hoja de papel que ha sido rayada por una pluma. Si la sustancia es la suma de sus accidentes concretos, y no algo aparte, todo cambio es sustancial, todo deviene.

Sin embargo, este devenir, ¿es absoluto? Si el devenir fuese absoluto, es decir, que los fenómenos frente a nosotros estuviesen en continuo cambio sustancial, no podríamos conocer nada, todo sería un engaño, o bien la conciencia, a partir de a prioris, construiría los fenómenos, sin embargo aún ahí nos encontramos con que hay algo estable, es decir, si bien no conocemos la cosa en sí, es a partir de ella que la mente construye a la realidad, el noumeno existe en Kant, aunque sea incognoscible. Los fenómenos, parecen devenir y ser a la vez.

La Trinidad del Ser.

Hay en el mundo fenoménico, es decir, el mundo que percibe (o construye) la conciencia cosas que son y cosas que son y existen. Hay una diferencia entre ser y existir, y hablamos de cosas que no existen, pero no como sinónimo del no-ser, igualmente las cosas devienen pero pareciera haber algo detrás o debajo de ellos que permanece, so pena de contemplar el más absoluto caos. Consideremos al ser como triuno, es decir, frente a la pregunta ¿qué es el ser? La respuesta “es el fundamento último de los entes”, es superficial, más allá de ser el fundamento, ¿qué es el ser?

El mundo fenoménico es el resultado de una tensión de contrarios, no entre el ser y el no-ser, pues esos no son contrarios, sino contradictorios, ni de la tensión de infinitos contrarios, tal cosa es inconcebible pues las parejas de contrarios son agrupables unos en otros, la máxima pareja de contrarios se encuentra entre el esse y el logos, de esta tensión de contrarios, de esta tesis versus antítesis, surge la síntesis, el mundo fenoménico, es decir, aquello que deviene y permanece a la vez, aunque no en el mismo sentido.

El esse es el acto puro de ser, pero debemos tener cuidado, no es el motor inmóvil de Santo Tomás, pues es inmutable y no es actualizante, no actualiza nada, ni se actualiza a sí mismo, pues es en sí acto puro, en él no cabe movimiento, es el absoluto y el absolutamente implícito, he dicho “implícito” en el sentido que todo cuanto pensemos, es decir, todo cuanto afirmamos, pues todo pensamiento es, de cierta forma, una afirmación, nos remite al ser, todo juicio es un entimema, toda verdad enunciada es media verdad, no engloba a todo la verdad, pero sí la implica.

En contraposición al esse el logos es el actualizante, el devenir, si el esse es implícito, el logos es explícito, explica al esse, ese “explicar al esse”, aunque suena ambiguo se refiere a lo siguiente, a que hace que el ser sea siendo. Estas tres palabras merecen ser estudiadas a profundidad, “el ser sea siendo”, comencemos por “sea”, ¿cómo es que el ser es?, el ser es siendo, el esse es para si mismo, por ello he dicho que no es actualizante, no se actualiza a si mismo, es el acto puro, mientras que el logos es el actualizante, es el existir. El ser es siendo, abordemos ahora el “siendo”, el logos es en cierta medida el devenir absoluto, ¿porqué he dicho “en cierto sentido”? En efecto, cuando se hace del ser un sinónimo del devenir, se le hace sinónimo de “proceso”, “el ser es proceso”, sin embargo el logos es parte del ser, puesto que el “Ser” (como fundamento último de la realidad) es triuno.

Continuando con el logos, hemos visto que en cierto sentido es el devenir, ¿en qué sentido no lo es? Cuando algunas filosofías hacen del devenir el fundamento último, se trata de un devenir sinsentido, es decir, deviene, cambia, pero no tiene un fin a donde cambiar, todo lo que se mueve, se mueve hacia algo, y esas filosofías no responden hacia donde se mueve ese devenir, en este caso el devenir posee un fin último, que es actualizar al acto, para que el acto sea actualizante, en otras palabras, se mueve hacia algo, ese algo o fin, es que el ser sea siendo, por ello el logos es la existencia, pues lo que existe “es siendo”. Si hemos dicho que el esse es en si mismo y para si mismo, es decir, es el acto puro, no el actualizante (el que es, no es que el es siendo), el logos es en sí mismo pero no para si mismo, posee una finalidad, tiende a algo debido a que es en sí mismo devenir (movimiento), sino es para si mismo, entonces es para el esse.

A modo de resumen, el logos no es sinónimo del devenir absoluto, aunque devenga absolutamente, sino que es también, además del devenir, el que hace que el acto actualice, y es en ese sentido que el logos es el existir. ¿No sería entonces el esse el fundamento del logos, o el logos el fundamento del esse?
No, ni una ni otra.

Alguien podría pensar que el esse fundamenta al logos en tanto que el devenir en efecto deviene, pero deviene hacia algo, y ese algo es el esse, sin embargo el devenir no requiere del esse para devenir, dado que es en sí mismo devenir, es decir, el esse no ha originado ese movimiento, aunque ese movimiento tienda hacia el esse, claro, ese “tender” es más una metáfora que otra cosa, debido a que no cabe predicar del ser un lugar, es decir, el esse no “está” en un lugar, sin embargo el logos hace que el esse sea siendo. Por lo tanto el esse no fundamenta al logos. Ni podría ser el contrario, es decir, que el logos fundamentara al esse, debido a que el esse es en sí mismo acto, el logos no actualiza al esse como si éste fuese en potencia de ser acto, sino que es acto puro. De este modo ninguno de los dos fundamenta al otro, podemos decir que son contrarios al más puro estilo aristotélico, quien en la física explica claramente que los contrarios no deben ser contradictorios, es decir, debe haber un medio, que uno de ellos no está hecho del otro y que todo esté hecho de esos dos.

Tenemos pues que el Ser es triuno, el ser es el esse y el logos, pero son dos solamente, ¿porqué decimos pues que es tri-uno? El esse y el logos, son contrarios, como ya hemos visto, y se encuentran en tensión, en efecto, lo estático es distinto del devenir, el ser es distinto de la existencia. Esta tensión de contrarios posee un medio, aquello que es y deviene, que absolutamente es y que absolutamente deviene, ese medio es lo que llamamos comúnmente como “mundo”, o “mundo fenoménico”. Los fenómenos pues son el medio entre el esse y el logos. El Uno se convierte en Dos y se explica por el Tres.

El logos contempla al esse, ¿qué es “contemplar”?
Por “contemplar” debemos entender reafirmar, la existencia es la continua reafirmación del ser, afirmar es el “ser siendo”, que es lo que el logos le hace al esse. Cuando el teólogo dice “Dios se piensa a si mismo, y al hacerlo, piensa en todo, de ahí su omnisapiencia” se refiere un poco a esto, ese “pensarse a si mismo” que hace el ser, es reafirmarse, el ser se reafirma a si mismo, sin embargo ahí estamos diciendo “Ser” en el sentido en que es Uno, y en efecto lo es, sin embargo debemos mantener en cuenta que es triuno, el esse no se reafirma a si mismo, el logos reafirma al esse, siendo que el logos y el esse, junto con aquello que es y deviene, son Uno en relación al Ser. La existencia es, y debemos remarcarlo, la continua afirmación del esse, si el logos afirma al esse, ¿quién afirma al mundo fenoménico?

Con esta pregunta entramos ya de lleno al mundo fenoménico y a las cuestiones que habíamos planteado en la introducción. Para hablar ahora de esta tercera cuestión, es decir, de “aquello que es y deviene”, debemos adentrarnos al Yo, ¿porqué? Por dos razones, en primer lugar porque el mundo fenoménico se le presenta al Yo, o éste le construye, esto nos lleva un poco a la gnoseología (¿el Yo capta o construye?), es decir, es indisociable ya el medio del Yo, y la segunda razón porque el Yo reafirma al medio entre el esse y el logos. Recordemos por favor que el esse es en si mismo, que el logos es en si mismo, pero el medio es en virtud del esse y del logos.

¿Y qué es entonces el Yo? El Yo no es el medio entre el logos y el esse, tengamos eso en claro, por ello hacía anteriormente la aclaración que incluso en Kant, donde la realidad es construida por el Yo, el Yo construye a partir de algo, es decir, si la realidad es relativa, existe un absoluto que la fundamenta y da sentido. Hemos indagado en el Ser, diciendo que es Uno, pero también es triuno, pero no hemos indagado en el Yo en su sentido ontológico, y sobre ellos debemos profundizar.

El Yo en el sentido ontológico.

¿Qué es el Yo? En este punto la ontología se cruza con la ontología, si quiera en parte, debido a que estamos ya hablando de aquello donde se hace presente el mundo fenoménico, que sería una insipiente definición pero es temporal. Pues bien, hemos dicho que el esse es “afirmado” o “reafirmado”, entendiendo por tal cosa, aquello que hace el logos al esse, es decir, que el ser sea siendo, y que el medio también es reafirmado, y que es reafirmado por el Yo.

El Yo, en el sentido de la definición temporal dada en el párrafo anterior, es aquello donde se hace presente el mundo fenoménico, ese “hacerse presente” ha quedado ambiguo a propósito, para cuestionarnos si el Yo capta tal cual es la cosa en sí o si construye a partir de lo en sí algo que es para si, es decir, parecer (parece-ser). Si el medio no es en sí, sino que es en virtud del esse y del logos, ¿podemos hablar del mundo como separado de quien conoce, es decir, en sí y completamente distinto de él en el sentido del realismo? No podríamos, dado que el Yo en su sentido ontológico reafirma al mundo, es decir, el Yo hace que el mundo sea siendo, que exista pues. ¿Esto no acerca al Yo, o le hace sinónimo del logos? En efecto lo acerca pero ¿si no es sinónimo, no estaríamos multiplicando los principios fundamentales, de tres a cuatro? Sí y no, es decir, sí en efecto si el Yo reafirmase al mundo, pero si éste no fuese el logos estaríamos multiplicando la pareja de contrarios, los fundamentos últimos, sin embargo el Yo es y no es el logos al mismo tiempo pero con respecto de algo distinto. El Yo es logos en el sentido que hace que el ser del mundo sea siendo, le reafirma, lo hace existir, sin embargo el Yo no es el logos debido a que el logos reafirma al esse únicamente, y que “el mundo es en virtud de ambos” (tómese en sentido ambiguo, más tarde especificaré cómo es en virtud del esse y existe en virtud del Yo).

El Yo se dice de muchas maneras, el logos reafirma al esse, pero siendo que el mundo existe, ¿quién le reafirma? Decimos que el Yo, pero lo decimos de modo impreciso, debemos tener en cuenta que el Yo, es, como el Ser, Uno pero a la vez más de uno, es decir, que tenemos al Yo fenoménico y al Yo trascendental. El Yo fenoménico reafirma al mundo, el Yo trascendental reafirma al esse, el logos es pues el Yo trascendental, pero no le había nombrado así dado que el padre solo lo es cuando tiene al hijo, además, pudiésemos decir, es Yo trascendental en un sentido más gnoseológico que ontológico. El logos se “parte” por decirlo así en dos para poder reafirmar tanto al esse como al mundo, esa “partición” no es real, pero sí en cuestiones de funciones, si bien su función sigue siendo la de reafirmar, la de hacer que el ser sea siendo, ahora debe reafirmar tanto al esse como al mundo, en el sentido de sus funciones podemos decir que el logos se parte en dos, pero no en el sentido de la multiplicación real, es decir, tener dos logos ontológicamente distintos. El Yo fenoménico reafirmará al mundo, el Yo trascendental reafirmará al esse.

Ahora, ese “reafirmar al mundo”, ¿cómo se produce? Y entramos pues al terreno colindante a la gnoseología, habiendo respondido a si el mundo se capta o construye, pasemos ahora a esa construcción, sin meternos por completo y abandonar a la ontología, si la realidad se construye, la realidad es realidad para el Yo fenoménico, pero debe partir de algo absoluto, en efecto, reafirma al esse del mundo, y esto nos abre la cuestión, ¿si el mundo es en virtud del esse, y existe en virtud del logos, qué debe reafirmar el Yo fenoménico?

De la metafísica hemos pasado a la ontología, y de la ontología a la gnoseología, y de la gnoseología a la religión y moral, aunque nunca de lleno, sino desde la perspectiva ontológica. He dicho a la religión y moral porque la pregunta enunciada en el párrafo anterior, en su respuesta cabal y completa nos lleva a la religión, en el sentido puro de la palabra (el religare latino), debido que el mundo, en su constitución ontológica es en virtud del esse, y existe en virtud del logos, es pues mitad ser y mitad existir, por ello decía que el medio es aquello que es inmutable y deviene, aquella parte que deviene no necesita ser reafirmada, es decir, no requiere que se le de existencia, pues ya existe, sin embargo, es necesario reafirmar aquella mitad del esse. El Yo fenoménico se encuentra pues frente al mundo, y la mitad de ese mundo es él mismo, es decir, su reflejo, la mitad que aporta el logos, y la otra mitad le es distinto, la que aporta el esse. ¿Qué tiene que ver esto con la religión? Tiene absolutamente todo que ver, se trata de la caída del alma del mundo de las Ideas, o de la caída adámica. El Yo fenoménico frente al mundo se ve reflejado y se autoafirma, se “desconecta” o “cae” del logos, en el momento en que se da la autoconciencia.

¿Qué es la autoconciencia? El logos frente al esse genera los axiomas del ser, es decir, que el ser es el ser (identidad), que el ser no es el no-ser (no-contradicción), y que o se es o no se es (tercero excluido), es en la dialéctica entre el logos y el esse que se generan los axiomas del ser, y es en la dialéctica entre el Yo fenoménico y el mundo fenoménico que se genera la autoconciencia que son esos mismos axiomas en virtud del Yo. Es decir, Yo soy Yo (identidad), Yo no soy no-Yo (identidad), o soy Yo o no soy Yo (tercer excluido). La autoconciencia separa al Yo fenoménico del Yo trascendental, si bien esa separación no es ontológica, es decir, no es un principio completamente distinto del logos como habíamos visto anteriormente, se trata de una separación en funciones.

Esta autoconciencia, es decir, el conocimiento primario, axiomático, a priori digámoslo así, de los axiomas del Yo, en contraposición a los axiomas del ser nacidos en la dialéctica entre el logos y el esse, generan a la mente fenoménica. Para comprender netamente la cuestión de la mente fenoménica en contraposición a la mente trascendental, que es el logos, preguntémonos ¿qué es la mente? La mente es un poco más que la res cognoscens, es decir, la mente tiene diversas funciones, aprehende, conoce, sabe, razona, siente y decide. Y colindamos ya con la psicología. No sería prudente adentrarnos en las emociones, y en la voluntad, pero enfoquémonos en la mente como razón del Yo fenoménico y la mente del logos. ¿Se puede hacer del logos una suerte de “mente”? Sí, si se podría, una mente que no conoce que conoce, es decir, la mente que afirma al esse, es la mente que todo lo afirma, la mente que todo lo afirma es la explicación del esse, que es el implicado, no razona, es decir, no emite juicios porque todas las afirmaciones existen en él, o por él, da igual porque no cabe hablar de “espacio” o “lugar” en la dialéctica entre los contrarios del esse y el logos. Una mente “perfecta” a duras penas y podría considerársele una “mente” en el sentido de “aquello que razona”, pero sí podría considerársele en el sentido de “aquello que afirma”, pues en efecto el logos es el afirmante, o más propiamente el “afirmando”. Tenemos pues que el Yo trascendental es la mente perfecta, es perfecta pues al no ser autoconciente, es decir, al no razonar, no se limita, la mente del Yo fenoménico (esto suponiendo que el Yo fenoménico es algo más que su mente), se limita, puede afirmar una cosa o la otra, pero no afirma todo a la vez, mas que de modo implícito y no de modo explícito o absoluto, pues toda afirmación es un entimema, el esse es el implícito, el implicado absoluto.

La autoconciencia pues, nace de la dialéctica entre el Yo fenoménico y el mundo en su sentido fenoménico (del logos), pudiésemos hacer una analogía que explicara este asunto, un hombre se ve reflejado en el agua, se ve a si mismo y se confunde entre si ese reflejo es él o si es otra cosa, y se cae al agua, de igual modo el Yo se contempla a si mismo en el mundo, y al hacerlo toma lo que le es igual a él como parte de si mismo, y al hacerlo crea la autoconciencia (cae al agua), en cierto modo se hace uno con el mundo, aunque solo fragmentariamente, dado que es, ontológicamente, distinto (en parte) a él.

El Universo es pues, mental. El Yo construye, a partir de los aprioris y del medio entre el logos y el esse, la realidad, sin embargo, ¿cuáles son estos apriorismos? A esta pregunta cabría una más fundamental ¿cabe en el discurso ontológico cuáles son estos a priori? Sí, en efecto es adecuado hablar de ellos en este discurso, si bien los a priori con los que el Yo fenoménico construye la realidad, como los enumera Kant, son materia para la gnoseología, debemos, al igual que con los contrarios, hacer una distinción, que los a priori de Kant, las categorías que enumera, poseen un a priori anterior a ellos, que les permite fundamenta en el Yo fenoménico, esos a priori son las intuiciones puras, es decir, los axiomas mencionados anteriormente, es decir, los axiomas del Yo, que son analógicos a los axiomas del ser nacidos de la dialéctica entre el logos y el esse. Estos axiomas son a priori del entendimiento, son los más fundamentales y sobre ellos se fundan las categorías a partir de las cuales la mente construye la realidad.

Hemos denominado al logos en cuanto a reafirmante del esse como Yo trascendental en analogía con el Yo fenoménico que actúa como el logos frente al mundo, sin embargo cabría la pregunta, ¿a profundidad, cuál es la relación entre el Yo trascendental y el Yo fenoménico? Si bien ya hemos visto que el logos es el afirmante, el que hace que el ser sea siendo, el existir, y que el Yo fenoménico cumple con la misma función con el medio entre el logos y el esse, y que el Yo fenoménico es una extensión del Yo trascendental y no es ontológicamente distinto a él, la relación entre el Yo fenoménico y el Yo trascendental es la materia de la religión en su sentido puro. En efecto, el religare latino, es decir, el religar lo humano a lo divino por medio de la voluntad, es decir, seguir X pasos para religarse a lo divino, versa precisamente sobre ello, y sostiene que entre el Yo fenoménico y el Yo trascendental existe un vínculo que le permite religarse a él para que trascienda más allá de los fenómenos y contemple el acto de ser absoluto, el esse. Sin embargo sería ya entrar en la morfología ontológica de la religión, y es tema para otro momento. Tracemos pues la línea y digamos que la relación entre el Yo trascendental y el Yo fenoménico se debe a que no hay diferencia ontológica entre ellos, aún cuando el Yo fenoménico sea mente imperfecta y el Yo trascendental sea mente perfecta.

El mundo, inmutabilidad y devenir, ¿qué es inmutable y qué deviene?

En la introducción se planteaba el problema de la sustancia individual, y se llega a la conclusión que la sustancia individual, es decir, aquello que hace que esta hoja de papel sea esta hoja de papel y no otra no es más que la suma de sus accidentes concretos, de modo que si se alteran esos accidentes, esta hoja deja de ser esta hoja para ser otra distinta a la anterior, todo cambio es sustancial, y llegábamos a la conclusión de que aparentemente todo deviene. Pudiésemos decir, ya habiendo explicado la trinidad del Ser y las cuestiones referentes al Yo, que el problema no tiene porqué solucionarse, que el Yo construye la realidad, sin embargo hemos dicho que la construye a partir de algo, y que el mundo no es el devenir absoluto, ni deviene absolutamente, sino que es el medio entre lo que es inmutable y aquello que deviene, entre el esse y el logos, si los fenómenos devienen continuamente, si con cada momento esta hoja de papel deja de ser la hoja de papel que era para ser otra, ¿qué es lo inmutable en el mundo?

No podría ser el Yo fenoménico, y aquí debemos tener mucho cuidado, en efecto el Yo fenoménico es extensión del Yo trascendental, que no es sino el logos, no podría ser el esse propiamente, dado que el esse no es natural, como hemos dicho desde el principio, hemos partido del supuesto que el Ser no es parte de lo natural, sino que es “sobrenatural”. ¿Cuál sería pues aquello que es inmutable en el mundo? Lo que es inmutable, en el medio entre el implícito y el explícito, son las Formas, los Arquetipos o Ideas, los cuales el Yo fenoménico toma como principio para construir, a partir de las categorías a priori de la mente los fenómenos. Hemos visto que la sustancia no puede ser individual, es en todo caso universal, son pues los universales; en los fenómenos que construye el Yo fenoménico, las categorías serían las puras formas mentales carentes de contenido, mientras que las Ideas son el contenido, son la sustancia.

Pero avocándonos más a esta cuestión de las Ideas, que son lo inmutable del medio entre lo implícito y lo explícito, retomemos a Schopenhauer cuando adopta la doctrina kantiana de las ideas y la combina con la doctrina platónica, haciendo de las ideas grados de objetivación de la Voluntad. Ahora, para el discurso que nos compete, no diríamos que son objetivaciones de la Voluntad, cosa que supone ya un problema grave, sino que son objetivaciones de la tensión entre el esse y el logos, si a esa tensión se le desea llamar “Voluntad” entraríamos en el problema de tener que definir tal concepto y en todo caso no sería de gran ayuda para el presente discurso. Las Ideas, o Arquetipos, que “contempla” el Yo fenoménico (recordemos que aquí manejamos contemplar como reafirmar y éste último como “hacer existir”, es decir “hacer que el ser sea siendo”) son usadas como principio y contenido para que las categorías a priori, quienes se fundamentan en la intuición pura de los axiomas análogos a los del ser, es decir a los axiomas del Yo, la autoconciencia, construyan los fenómenos. De ese modo si bien los fenómenos, esta hoja de papel, o el Titanic, devienen continuamente, se apoyan en los Arquetipos inmutables.

Resumen y conclusión.

Antes de dar por concluido el discurso, demos un resumen final que logre enumerar las cuestiones vistas hasta este momento, para luego dar unas palabras finales a modo de conclusión:

Como había señalado desde el principio, la metafísica no puede quedar excluida de la ontología, pues nos dice qué es el Ser, fundamento último, y en ese sentido versa sobre Dios, dado que Dios es, por definición el fundamento último, sin embargo sí hay una diferencia marcada entre la teología y la metafísica, y la ontología que nace de esa metafísica colinda con la gnoseología, la religión a la psicología pero no entra de lleno, es decir, no invade esos ámbitos, pero la relación se debe a que ésta es una disciplina que atañe a todo, no es parcial o sectaria, a diferencia de las demás ciencias o disciplinas que se enfocan a un sector de la realidad.

Sería menester, para lograr una mayor claridad el hacer analogías, que si bien se mantienen en un sentido ambiguo, más ambiguo aunque sea que el resto del presente ensayo, el cual ha intentado ser lo menos ambiguo posible, sí podría clarificar algunas cuestiones, en especial con el asunto de la Trinidad. En teología se define la Trinidad como “tres personas en una misma sustancia (o esencia, o naturaleza)”, en este caso no hablamos en ningún momento de “personas” que necesitaría integrar las cuestiones de razón y voluntad que lejos de ayudar, suponen grandes problemas conceptuales, ¿cómo es pues la Trinidad ontológica? Me parece que la pregunta merece ser contestada debido al temor de que se consideren al esse, el logos y el medio como tres fundamentos a parte, o al menos tan distintos entre sí que no se les pueda considerar triuno. No son personas, en efecto, pero los tres son el Ser, en cierto sentido la afirmación de algo supone la afirmación, si quiera velada, de su contrario, en este caso la afirmación del esse supone al logos, la inmutabilidad supone al devenir, lo implícito a lo explícito, y en ese sentido, el logos es cosustancial con el esse y el mundo procede del esse y del logos, pero es “cosustancial” en el sentido que el uno presupone a su contrario. De un modo u otro, así consideremos que la afirmación de algo supone a su contrario, o que enfoquemos el asunto desde la óptica de que estos tres son un Ser, se forma una Trinidad.

Y es de este modo, considerando al Ser como Trinidad, que se soluciona la cuestión del devenir versus inmutabilidad del mundo fenoménico, es decir, si considerábamos al Ser como devenir absoluto, como hace Hegel, no explicamos certeramente cómo es que el ser es, ni menos aún, si el devenir es movimiento, ¿adónde va?, lo cual es en parte el problema con la ontología marxista, es decir, considerar que la materia posee inherente una capacidad dialéctica que le empuja al devenir, si bien funcionará en su sociología, teoría política, etc., no lleva a nada a la ontología, dado que este movimiento no tiende a algo. Considerar al Ser como Trinidad soluciona igualmente el problema de tener que considerar al ente como “lo que es siendo” y separar del ente la existencia, como si ésta se remitiese únicamente al Yo, es decir, como lo maneja Louis Lavelle “el ser manifestado al Hombre”, cuando la manifestación, es decir, el ser manifestado es “siendo”, es decir existencia, al Hombre o no al Hombre desde el realismo de este autor, soluciona igualmente la cuestión del mundo como absoluto devenir sin nada absolutamente inmutable que le de sentido.

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