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Arrebatado
por estas palabras y por la voluntad de los dioses, me lanzo al incendio y a
la pelea, adonde me llevan las tristes Eumenides, el crujido de las armas y
los clamores que se levantan hasta el cielo.
Unense a mi Ripeo y Epito, el mas anciano de nuestros guerreros, y guiados por
la claridad de la luna, se nos agregan tambien Hipanis y Dimante y el joven
Corebo, hijo de Migdon, que por aquellos dias acababa de llegar a Troya, abrasado
en un insensato amor a Casandra, considerandose ya como yerno de Priamo, habia
acudido en auxilio suyo y de los troyanos.
¡Infeliz, que desoyo los vaticinios de su inspirada amante! |
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Al
verlos aparejados a la lid, les hable de esta manera: ¡Oh mancebos, corazones
fortisimos, pero en vano! si estais decididos a seguirme en mi desesperada empresa,
ya veis cual es la situacion de nuestras cosas; todos los dioses, por cuya favor
subsistia este imperio, han abandonado sus santuarios y sus altares; vais a
acudir en socorro de una ciudad incendiada; muramos, pues, sucumbamos en medio
de la pelea.
La unica salvacion para los vencidos es no esperar ninguna |
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Con
estas palabras inflame mas y mas el animo de los mancebos. Entonces, como
rapaces lobos en negra noche, a quienes hambra horrible arroja rabiosos de
sus guaridas, donde los aguardan, secas las fauces, sus abandonados cachorros,
por en medio de los dardos y de los enemigos volamos a una muerte segura,
dirigiendonos al centro de la ciudad, rodeados por las tinieblas de la noche.
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¿Lo
han visto? ¿Lo han oído?
¿El fragor de la ciudad al derrumbarse?...
Las
Troyanas, Euripides
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