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En
esto empieza a caer sobre nosotros desde la alta techumbre del templo, causandonos
horrible mortandad, una lluvia de dardos |
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¡Oh
cenizas del Ilion! ¡Oh postreras llamas de los mios! ¡Sedme testigos
de que en vuestra caida no esquive ni los dardos de los griegos ni ninguno de
los trances de la guerra, y de que, si mi destino hubiera sido sucumbir, bien
lo mereci por mis hechos!
Alli vimos un
combate tan porfiado y terrible, cual si solo alli se pelease y no hubiese
victimas en ningun otro punto de la ciudad; formando con sus escudos trabados
una inmensa tortuga, sitiaban los griegos todas las puertas y las paredes,
trepan por ellas ante los mismos atrios, guarneciendose de los dardos con
los broqueles, sostenidos con la izquierda, mientras con la diestra se asen
a las techumbres
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Por
su parte los troyanos demuelen sus torres y los tejados de sus casas, de que
sacan proyectiles con que defenderse en aquel desesperado trance, y arrojan
sobre el enemigo dorados artesanos, magnificos ornamentos de sus mayores;
otros, espada en mano, ocupan las puertas bajas y las defienden en apretado
tropel; con esto nos alentamos a socorrer el palacio del rey, a reforzar a
sus defensores con nuestra ayuda e infundir esfuerzo a los vencidos.
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¡Ay
de ti, mísera Troya! ¡Pereciste con los desdichados
que te abandonan, vivos y muertos!
Las
Troyanas, Euripides
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