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En
cuanto Hecuba vio a Priamo cubierto con aquellos atavios juveniles: «¿Que
insensato frenesi, misero esposo, le dijo, te impele a ceñir esas armas?
¿A donde te precipitas? No es esta la ocasion para tal auxilio ni para
tales defensores; ni aun la presencia de mi propio Hector bastaria para salvarnos.
Ven, ven aqui con nosotras; este altar nos protegera a todos, a lo menos moriremos
juntos», dicho esto, atrajo a si al anciano y le coloco en el sagrado
recinto. |
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He
aqui en esto que Polites, uno de los hijos de Priamo, salvado de los estragos
de Pirro, va huyendo, herido, por los largos porticos, en medio de los dardos
y de los enemigos, y cruza los ya desiertos atrios, perseguido de cerca por
el fogoso Pirro, que ya casi se le hecha encima y le acosa con su lanza.
Logra, en fin, el mancebo llegar adonde estan sus padres, y alli ante sus ojos,
a su vista cae y exhala la vida en raudales de sangre.
Entonces, Priamo, aunque presa casi ya de la muerte, no pudo contenerse, y prorrumpio
en iracundas voces: «¡Ah, castiguen los dioses cual mereces tamaño
crimen y tales atentados, si hay en el cielo algun numen vengador de las maldades!
¡Ellos te den el digno premio de haberme hecho preenciar la muerte del
hijo mio, de haber manchado con su sangre la frente de un padre!
No, no se condujo asi con su enemigo aquel Aquiles de quien te mientes hijo,
antes bien respeto los pactos y la fe de un suplicante, me devolvio, para que
lo sepultara, el cadaver de Hector y me dejo restituirme a mi palacio» |
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Dicho
esto, disparole el viejo un impotente dardo, incapaz de herirle, que, repelido
al punto por el sonor metal, quedo inutilemente suspendido en el centro del
combado broquel.
Entonces Pirro: «Pues ve tu mismo a contar esto que ves a mi padre Aquiles;
refierele mis tristes proezas, dile que Neoptolemo ha degenerado; pero ahora
¡muere!»
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¡Levanta
tu cabeza, desventurada! Levanta tu cuello,
ya no existe Troya, y nosotros no reinamos en ella....
Las
Troyanas, Euripides
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