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Entoces
vi a todo Ilion ardiendo en vivas llamas, y revuelta hasta sus cimientos
la ciudad de Neptuno...
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Semejante
al añoso roble de las altas cumbres, cuando, serrado ya por el pie, pugnan
los labradores por derribarle a fuerza de hachazos; alzase todavia amenazante,
y tremula en la sacudida copa se cimbrea su pomposa cabellera; vencida poco
a poco, al fin, con repetidos golpes, lanza un postrer gemido y se precipita,
arrastrando sus ruinas por las laderas.
Bajo entonces a la ciudad, y guiado por un numen, me abro paso por entre las
llamas y los enemigos; delante de mi se apartan los dardos y retroceden las
llamas. |
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Llegado
que hube a los umbrales de la morada paterna, antiguo solar de mis mayores,
mi padre, que era el primero a quien yo me proponia llevarme a los altos montes
vecinos, y el primero a quien buscaba, se resiste a prolongar su vida despues
de la destruccion de Troya y a sufrir el destierro.
"Huid vosotros,
que aun teneis todo el vigor de la sangre juvenil, y cuyas fuerzas se conservan
enteras; huid vosotros... Por lo que a mi toca, si los dioses quisieran que
prolongase mi vida, me hubieran conservado estas moradas; basta y sobra para
mi haber presenciado tantos estragos y sobrevivido a la toma de mi ciudad
nativa.
Dejadme, dejadme morir aqui y decidme el ultimo adios; yo mismo sabre darme
la muerte con mi propia mano.
El enemigo se compadecera de mi y buscara mis despojos; poco me importa quedar
insepulto.
Harto tiempo hace ya que, odioso a las deidades, arrastro una inutil ancianidad,
desde que el Padre de los dioses y Rey de los hombres soplo en mi con los
vientos de su rayo y me toco con su fuego".
Abstraido en estos recuerdos, permanecia inmoble y fijo en su resolucion,
mientras nosotros, todos bañados en lagrimas, mi esposa Creusa, Ascanio
y la servidumbre entera, le suplicamos que no nos haga perderlo todo por su
causa, ni quiera agravar el peso de nuestro acerbo destino; pero el se niega,
y persevera aferrado en su proposito de no moverse de aquellos sitios.
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Las riberas del mar resuenan, y como el ave que reclama
por sus hijuelos, así lloran unas a sus esposos,
otras a sus hijos, otras a sus madres ancianas. Ya no
existe nada. La lanza griega ha devastado nuestra
tierra...
Las
Troyanas, Euripides
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