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Son testigos mudos de tantos amores,
de tantas querellas, de tantas pasiones,
de esperanzas tantas
y de tantos sueños,
¡si ellas hablaran!.
Los rojos tejados devuelven los ecos,
escondidos bajo las tejas de la nostalgia,
de las madres llamando a los críos
que saltan y juegan:
¡Jesusín, a encerrar las ovejas!,
¡Bernabé, hoy te toca que limpies la cuadra!
¡Pilarín. que prepares la cena!.
Los frutales extienden sus ramas
repletas de flores,
expanden su aroma en la oscura calleja,
por el aire vuelan
delicados pétalos de color de rosa.
La calle desierta
alberga la casa y la vieja taberna.
La casa Concejo y la antigua escuela
tienen en su suelo marcados los pasos
de generaciones. Guardan mis recuerdos.
Ahora nadie ocupa sus bancos,
solo la polilla roe sus entrañas.
La calle más amplia se rompe discreta
en la Plaza del pueblo.
El reloj, anclado en su torre,
se mira en las nubes. Despacioso suena
las horas de calma.
Los viejos se sientan a la sombra quieta
de los viejos plátanos, con los ojos llenos
de viejos recuerdos,
con las manos llenas de viejos amores.
Cuelga de sus labios la colilla seca
de su juventud.
El agua, en la fuente, me dice:
¡despierta!,
escucha mi canto, te traigo rumores
y viejas consejas.
¿te acuerdas?.
Traigo a tu memoria los días de escuela,
los viejos amigos,
los juegos, las risas (y algunas peleas).
Recuerda a los hombres,
echados en tierra picando los dalles,
las vacas bebiendo de mis aguas frescas,
los días de nieves,
aquella tormenta que el rayo partiera
aquel viejo roble, las tardes de niebla,
el olor del pan,
los dulces sabores de la leche nueva.
Recuerda los días de pastoreo,
y los blancos rebaños,
el sol fatigoso colgdo del cielo,
el duro trabjo con tus pocos años.
Los carros cargados con la rubia parva,
el trillo girando monótono, lento
desgrana la espiga de duro centeno,
moliendo la paja,
recuerda, recuerda.
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