Recuerda

 

Me he llegado temprano a la aldea,
a las calles que anduve de niño,
esas calles pausadas, serenas.
He acodado mis recuerdos en el puente
y el río conserva la canción del agua.
He sentido el rumor de la fuente,
El olor de la tierra mojada,
el silencio preñado de ruidos,
la caricia de la yerba en las manos
a la sombra del frondoso sauco,
ramilletes de flores y aromas,
aún viven mi dulce añoranza.

Por el aire sobrevuelan mi cabeza
elevando sus chillos al cielo,
cual si fuera devota oración,
las mismas golondrinas, los vencejos
con trajes de frac,
gorriones vestidos de traje marrón
saltan jubilosos auscultando el suelo.

Tan, tan, tan.
Es la vieja campana de mi iglesia vieja recostada en su ojo de espadaña
llamando a los fieles.
La tercera llamada. Allí esperan
el buen Dios castellano
y su madre la Virgen Patrona,
allí vuelcan sus rezos
mis buenas gentes sencillas.

La cigüeña mantiene su nido
en el olmo seco,
solitario, erguido,
vigilando los sueños eternos.

Aquí están, a la orilla del camino que duerme sinuoso cual si fuera una piel de culebra,
las casas que nos vieron crecer.
Conservan sus recias paredes de piedra,
la fachada encalada
(un poco más ajada que antaño),
con sus vidas detrás de las puertas,
los portones de madera de roble
y los muros que guardan las huertas.

 

 

 

 

 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Son testigos mudos de tantos amores,
de tantas querellas, de tantas pasiones,
de esperanzas tantas
y de tantos sueños,
¡si ellas hablaran!.
Los rojos tejados devuelven los ecos,
escondidos bajo las tejas de la nostalgia,
de las madres llamando a los críos
que saltan y juegan:
¡Jesusín, a encerrar las ovejas!,
¡Bernabé, hoy te toca que limpies la cuadra!
¡Pilarín. que prepares la cena!.

Los frutales extienden sus ramas
repletas de flores,
expanden su aroma en la oscura calleja,
por el aire vuelan
delicados pétalos de color de rosa.
La calle desierta
alberga la casa y la vieja taberna.
La casa Concejo y la antigua escuela
tienen en su suelo marcados los pasos
de generaciones. Guardan mis recuerdos.
Ahora nadie ocupa sus bancos,
solo la polilla roe sus entrañas.
La calle más amplia se rompe discreta
en la Plaza del pueblo.
El reloj, anclado en su torre,
se mira en las nubes. Despacioso suena
las horas de calma.
Los viejos se sientan a la sombra quieta
de los viejos plátanos, con los ojos llenos
de viejos recuerdos,
con las manos llenas de viejos amores.
Cuelga de sus labios la colilla seca
de su juventud.

El agua, en la fuente, me dice: ¡despierta!,
escucha mi canto, te traigo rumores
y viejas consejas.
¿te acuerdas?.
Traigo a tu memoria los días de escuela,
los viejos amigos,
los juegos, las risas (y algunas peleas).
Recuerda a los hombres,
echados en tierra picando los dalles,
las vacas bebiendo de mis aguas frescas,
los días de nieves,
aquella tormenta que el rayo partiera
aquel viejo roble, las tardes de niebla,
el olor del pan,
los dulces sabores de la leche nueva.
Recuerda los días de pastoreo,
y los blancos rebaños,
el sol fatigoso colgdo del cielo,
el duro trabjo con tus pocos años.
Los carros cargados con la rubia parva,
el trillo girando monótono, lento
desgrana la espiga de duro centeno,
moliendo la paja,
recuerda, recuerda.


Las paredes rotas se pueblan de ortigas.
Hay un par de casas ya muertas, caídas.
Muestran su esqueleto de recuerdos y vigas,
de tabiques rotos.
El tejado hundido
impúdico muestra la cruel realidad
del triste abandono.

Los zarzales conquistan las cuestas,
abundan los juncos por los humedales.
Un rebaño blanco de ovejas se arrastra,
trepa la colina, pausado,
las vacas, tranquilas, rumian el pasado.
Un perro contesta, con otro ladrido
un grito lejano.

Quieto, en la colina se yergue, orgulloso,
el serio castillo de antiguos señores.
Piedra sobre piedra. en tiempos de moros
(los tiempos de moros son todos los tiempos
que nadie recuerda)
rascaron las nubes con sus paredones,
y aún se conserva su rancia figura,
su historia y leyenda.
No sé si el castillo, tallado en la piedra
tomado ha su esencia
del fuerte carácter de mis gentes buenas
o han sido mis gentes las que se han formado
el alma más recia
mirando el espejo de sus murallones,
bebiendo su sombra.

Los campos verdean. Asombran los ojos
los miles distintos de matices verdes,
verdes,de los robles,
verdes de las hojas dulces de los chopos,
allá en lo lejano. mortecinos verdes
de breñas y abrojos.

Mi pueblo fue aldea de niños y jóvenes
de juegos, carreras, de amor por el campo
de duro trabajo y de amores nuevos.
Ahora languidece, dormita,
se acuesta a soñar su pasado
y solo despierta
en los sueños niños,
los dulces veranos,
los días de fiesta.

Jose Luis Abad Peña
(Recuerda)