Hombre perfecto

CAPÍTULO I

 CONOCIENDO A LOS VECINOS
  (Nerima, Japón 2003)

 Akane Tendo se despertó de mal humor. Su “adorable” vecino había llegado a su casa a las tres de la madrugada haciendo un ruido insoportable. Por desgracia, su dormitorio estaba situado en el mismo lado de la casa que el camino de entrada del vecino; ni siquiera tapándose la cabeza con la almohada pudo amortiguar el ruido de aquél Pontiac. El vecino cerró la portezuela de golpe, encendió la luz del porche de la cocina (la cual, por algún malvado designio, estaba colocada de tal forma que le daba a ella directamente en los ojos si se tumbaba de frente a la ventana, tal como era el caso), dejó que la puerta de la rejilla golpeara tres veces al entrar y evidentemente se olvidó de apagar la luz del porche, porque momentos después se apagó la luz de la cocina, pero aquella maldita bombilla del porche permaneció encendida.

  Si antes de compra aquella casa hubiera sabido que iba a tener aquel vecino, jamás de los jamases habría cerrado la operación. En las dos semanas que llevaba viviendo allí, aquel tipo había conseguido estropearle toda la alegría que le había causado el hecho de comprarse su primera casa.

  Era un borracho. Un borracho hosco y desagradable, de los que hacían que tuviera miedo de dejar salir al gato (ni siquiera era suyo), pero su madre le tenía mucho cariño, de modo que Akane no quería que le sucediera nada mientras estuviera bajo su custodia. Jamás podría volver a mirar a su madre a la cara si sus padres regresaran de las vacaciones de sus sueños (un viaje de seis semanas por Europa), y se encontraran con que P-chan había muerto o desaparecido. De todos modos el vecino ya se la tenía jurada al pobre gato, porque había encontrado huellas de sus pisadas en el parabrisas y el cofre. Por suerte para ella se marchaba a trabajar a la misma hora que él; por lo menos, al principio creyó que se iba a trabajar. Ahora pensaba que probablemente iba a comprar más bebida. Si es que trabajaba, desde luego tenía un horario de lo más extraño, porque hasta el momento no había logrado establecer pauta alguna  en sus entradas y salidas.

  De cualquier forma, había intentado mostrarse simpática el día en que él descubrió las huellas del gato; incluso le sonrió, lo cual, teniendo en cuenta el modo en que él la increpó porque su fiesta de inauguración lo había despertado (¡A las dos de la tarde!), le supuso un gran esfuerzo. Pero el tipo no prestó la menor atención a aquel sonriente ofrecimiento de paz, sino que en cambio saltó furioso del automóvil.

  –¿Qué le parece si prohibiera a su gato que se suba a mi coche, señora?

  A Akane se le congeló la hermosa sonrisa en la cara. Odiaba desperdiciar una sonrisa, sobre todo con un individuo sin afeitar, malhumorado y que tenía los ojos inyectados de sangre. Le vinieron a la mente varios comentarios feroces, pero los reprimió.

–Lo siento –dijo en un tono tranquilo–. Procuraré vigilarlo.

El vecino contestó con un gruñido inteligible, volvió a entrar en el coche cerrando de un portazo y se alejó haciendo rugir el potente motor con un ruido de mil demonios.  Akane ladeó la cabeza, escuchando. Era evidente que la diplomacia no funcionaba.

  Pero allí estaba ahora, despertando a todo el vecindario a las tres de la madrugada con aquel maldito automóvil. La injusticia de ese hecho, después de que él la había sermoneado por haberlo despertado en mitad de la tarde, hizo que le entraran ganas de ir hasta su casa y pulsar el botón del timbre hasta que él estuviera tan levantado y despierto como todos los demás. Solo que había un pequeño problema. Le tenía un poquito de miedo. Y eso no le gustaba.

Akane no estaba acostumbrada a retroceder ante nada ni nadie, pero aquel individuo la ponía nerviosa. Ni siquiera sabía como se llamaba. Lo único que sabía era que es un personaje desaliñado y que por lo visto no tenía un empleo fijo. En el mejor de los casos, era un borracho, y los borrachos pueden ser peligrosos y destructivos. En el caso peor, estaría metido en algo ilegal.

Era un individuo grande y musculoso, con cabello oscuro y corto. Cada vez que lo veía tenía el aspecto de no haberse afeitado en dos o tres días. Si a eso se le añadían los ojos inyectados de sangre y el mal genio, la palabra que le venía a la cabeza era “borracho”. El hecho de que fuera grande y musculoso no hacía sino incrementar su nerviosismo. Aquel barrio le parecía muy seguro, pero ella no se sentía muy segura teniendo a semejante tipo por vecino.

  Gruñendo para sus adentros, saltó de la cama y bajó la persiana de la ventana. Con los años se acostumbró a no cerrar las persianas, ya que era posible que no despertara con el despertador pero sí con la luz del sol. Como varias veces se había encontrado el despertador tirado por el suelo, supuso que la habría reanimado lo suficiente para atacarlo, pero no lo bastante para despertarla del todo.  Si hoy llegaba tarde a trabajar, sería  por culpa del  vecino, por obligarla a depender del despertador en vez del sol.  De vuelta a la cama se tropezó con P-chan. El gato dio un salto con un maullido de sorpresa y Akane estuvo a punto de sufrir un infarto.

  –¡Dios  santo! P-chan, me has dado un susto de muerte.

  No estaba acostumbrada a tener un animal doméstico en casa, y siempre se le olvidaba mirar dónde pisaba. No comprendía por qué  habría querido su madre que ella cuidara al gato, en vez de hacerlo Kasumi o Nabiki. Las dos tenían niños que podían jugar con P-chan y entretenerlo. Como no había colegio por ser vacaciones de verano, siempre había alguien en cualquiera de las dos casas, casi todo el día y todos los días.

Pero no, P-chan tenía que quedarse con Akane. Poco importaba que ella estuviera soltera, trabajase cinco días a la semana y no tuviera costumbre de tener animales domésticos. De todas maneras, si tuviera uno, no sería con el carácter de P-chan. Éste había puesto mala cara desde que lo castraron, y desahogaba su frustración con los muebles. En una sola semana  había destrozado el sofá hasta el punto de que Akane tendría que tapizarlo de nuevo. Además de todo esto, Kasumi no estaba nada contenta con ella porque mamá la había elegido para cuidar de su querido P-chan. Después de todo, Kasumi era la mayor y obviamente la más asentada. No tenía lógica que hubiera escogido a Akane en lugar de ella. Akane estaba de acuerdo en aquél punto, pero eso no aliviaba sus sentimientos heridos. Pero en realidad, lo peor de todo era que Nabiki, que era un año más joven que Kasumi, también estaba enfadada con ella. Lo que la ponía furiosa era que su papá hubiera guardado su preciado coche en el garaje de ella, lo cual significaba que ella no podía estacionar su propio auto en su propio garaje. Ojalá hubiera dejado papá el coche en su garaje, pero le daba miedo dejarlo solo durante seis semanas. Akane lo comprendía, pero lo que no entendía es porque la habían escogido a ella para cuidar del gato y del coche. Kasumi no entendía lo del gato; Nabiki no entendía lo del coche y Akane no entendía ninguna de las dos cosas.

De modo que sus hermanas estaban furiosas con ella, P-chan destrozaba su sofá, a ella le aterrorizaba que le ocurriera algo al automóvil de su padre mientras lo tenía a su cuidado, y aquel borracho de vecino le estaba amargando la existencia.

¿Por qué se había comprado una casa? Si se hubiera quedado en su apartamento, no estaría sucediendo nada de aquello, porque no tenía garaje y no se permitía que hubiera animales domésticos. Pero es que se había enamorado de aquél barrio, de sus casas antiguas y del bajo precio que tenían a consecuencia de ello. Había visto una mezcla de gente, desde familias jóvenes con niños hasta jubilados cuyos familiares iban a  visitarlos todos los domingos. Algunas de las personas de más edad se sentaban en el porche a tomar el fresco por la noche, saludando a los que pasaban, y los niños jugaban en los patios sin preocuparse. Debería haber examinado a todos los vecinos, pero a primera vista le había parecido una zona agradable y segura para una mujer sola, y estaba encantada de haber encontrado una buena  casa y sólida a un precio tan bajo.

  Dado que su vecino estaba garantizado que le impediría volver a dormirse, Akane cruzó las manos por detrás de la cabeza y contempló el oscuro techo mientras pensaba en todas las cosas que quería hacer con la casa. La cocina y el baño necesitaban modernizarse un poco, lo cual constituía  una reforma muy cara que económicamente no estaba preparada para afrontar. Además en cuanto a la cocina, no era su punto fuerte, así que decidió que no urgía. Pero pintar la casa y poner persianas nuevas haría mucho por mejorar el exterior.

Se despertó con el molesto ruido del despertador. Por lo menos aquel maldito aparato la había despertado esta vez, pensó mientras rodaba hacia un costado para silenciar la alarma. Los números rojos que brillaban ante sus ojos en la penumbra de la habitación la hicieron parpadear y mirar una vez más.

  –Maldición –gimió disgustada al tiempo que saltaba de la cama. Las 6:58; la alarma llevaba casi una hora sonando, lo cual quería decir que era tarde. Muy tarde.

 –Maldita sea, maldita sea –musitó mientras se metía en la ducha y, un minuto después, volvía a salir. Mientras se lavaba los dientes, corrió a la cocina y abrió una lata de comida para P-chan, que ya estaba sentado junto a su cuenco mirándola con el gesto torcido. Escupió en el fregadero y abrió el grifo para que el agua arrastrara la pasta de dientes.

 –Precisamente hoy, ¿no podías haber saltado encima de la cama cuando te entró el hambre? Pero no, hoy decides esperar, y ahora soy yo la que no tiene tiempo  de comer nada. 

 Entró de nuevo como una flecha en el cuarto de baño, se maquilló a toda prisa, se colocó un par de pendientes en las orejas y un reloj en la muñeca y a continuación cogió un pantalón negro con una elegante chaqueta roja y blusa blanca. Se calzó el par de botas negras, agarró el bolso y salió por la puerta. Lo primero que vi fue la mujercita de cabellos grises que vivía al otro lado de la calle sacando la basura. Era el día de recoger la basura.

  –Diablos, mierda, maldita sea y todo lo demás –dijo Akane por lo bajo al tiempo que giraba en redondo y volvía a entrar en la casa–. Estoy intentando  rebajar un poco el número de groserías* que digo –le comentó a P-chan en tanto que sacaba la bolsa de basura del cubo y ataba las cintas-, pero tú y El señor “simpático” me lo están poniendo difícil.

 Akane salió de nuevo de la casa, entonces se acordó de que no había cerrado la puerta con llave y volvió sobre sus pasos. Arrastró su enorme cubo metálico de la basura hasta el bordillo y depositó en él la ofrenda de la mañana, encima de las otras dos bolsas que ya había dentro. Por una vez no intentó no hacer ruido; esperaba de verdad despertar a aquel desconsiderado tipejo que vivía al lado.

 Regresó corriendo hasta el coche, un Dodge Viper de color rojo cereza que le fascinaba, y al encender el motor, lo revolucionó unas cuantas veces antes de meter la marcha atrás. El automóvil se lanzó hacia atrás y con un poderoso entrechocar metálico, colisionó con el cubo de la basura. Se produjo otro estruendo más cuando el recipiente se inclinó contra el cubo del vecino y lo volcó. La tapa del mismo rodó calle abajo.

  Akane cerró los ojos y golpeó la cabeza con el volante. Pero no lanzó ninguna maldición; las únicas palabras que le vinieron a la mente eran las que en realidad no quería pronunciar. Puso la palanca en la posición de estacionamiento y salió del coche. Lo que necesitaba en ese momento era control y no una rabieta temperamental. Volvió a colocar en su sitio su maltrecho cubo y a introducir de nuevo las bolsas de basura, y después encajó de un golpe la tapa deformada. Acto seguido, devolvió el cubo de su vecino a la posición vertical, recogió la basura y luego fue calle abajo a buscar la tapa. Ésta yacía ladeada contra el bordillo frente de la casa siguiente. Cuando se agachó para recogerlo, oyó que alguien a su espalda cerraba de golpe una puerta de rejilla. Bueno, su deseo se había hecho realidad: el tipejo desconsiderado estaba despierto.

 –¿Qué diablos está haciendo? –ladró el sujeto. Lucía un aspecto que daba miedo, con aquellos pantalones de algodón negros y aquella camiseta sucia de sudor; además de la siniestra expresión que ofrecía su rostro sin afeitar.

 Akane se volvió y se dirigió hacia el deteriorado par de cubos para poner la tapa al cubo del vecino.

 –Recoger su basura –replicó.

 Sus ojos despedían fuego. De hecho, estaban inyectados en sangre, como de costumbre, pero el efecto era el mismo.

 –¿Se puede saber por qué se empeña  en no dejarme dormir? Es usted la mujer más ruidosa que he visto...

 La injusticia de aquello la hizo olvidar que le tenía un poquito de miedo. Akane se acercó a él lentamente, contenta de llevar unas botas con tacones de cinco centímetros que la elevaban hasta ponerla a la altura de su barbilla... casi. ¿Y qué importaba que fuera un individuo grande y musculoso? Ella estaba furiosa y nada le impediría ponerlo en su lugar.

  –¿Qué yo soy ruidosa? –dijo con los dientes apretados. Costaba mucho subir el volumen con la mandíbula fuertemente apretada, pero lo intentó–. ¿Qué yo soy ruidosa? –Lo señaló con el dedo. En realidad no quería tocarlo, porque llevaba la camiseta sucia–. No fui yo la que anoche despertó a todo el vecindario a las tres de la madrugada con ese montón de chatarra que usted llama coche. ¡Cómprese un silenciados por amor a Dios! No fui yo la que cerró de golpe la portezuela, y tres veces la rejilla... ¿Qué pasó? ¿Se le olvidó la botella y tuvo que volver a buscarla? Ni tampoco fui yo la que dejó encendida la luz del porche que se ve desde mi dormitorio y no me dejó dormir.

  Él abrió la boca para contestar a su vez, pero Akane no había terminado.

  –Además, resulta muchísimo más razonable suponer que la gente esté durmiendo a las tres de la madrugada que a las dos de la tarde o –consultó su reloj­ a las 7:23 de la mañana. –Dios, qué tarde era–- ¡De modo que váyase a la porra, amigo! Vuelva a su botellita. Si bebe lo suficiente, se dormirá y no se enterará de nada.

  Él abrió la boca de nuevo. Akane se olvidó de sí misma y llegó a tocarlo. Oh, qué asco. Ahora tendría que meter el dedo en agua hirviendo.

  –Mañana le compraré un cubo de basura nuevo, así que cierre el pico. Y si le hace algo al gato de mi madre, lo haré trocitos célula por célula. Le mutilaré el ADN para que no pueda reproducirse jamás, lo cual seguramente supondría hacerle un favor al mundo. –Lo recorrió con una mirada fulminante–. ¿Me ha entendido?

 Él afirmó con la cabeza.

 Akane respiró hondo buscando un modo de controlar su arrebato de mal genio.

  –Muy bien. De acuerdo, entonces. Maldita sea, me ha hecho decir groserías, y eso que intentaba no hacerlo.

 Él le dirigió una mirada extraña.

 –Sí, desde luego que tiene que vigilar esa mierda de lenguaje.

  Ella se apartó el pelo de la cara y trató de recordar si lo había cepillado o no.

 –Llego tarde –dijo–. No he dormido nada, no he desayunado, ni siquiera he tomado  una taza de café. Más vale que me vaya antes de que le haga algo.

 Él asintió.

 –Ésa es una buena idea. No me gustaría nada tener que arrestarla.

 Akane se le quedo mirando, perpleja.

 –¿Cómo?

–Soy policía –repuso él, y acto seguido dio media vuelta y regresó al interior de la casa.

 Akane observó como se iba, estupefacta. ¿Policía?

 –Joder –dijo.

 

Continuará...

17/Mayo/03   

ADVERTENCIA: Si  leen aquellos  capítulos que contengan escenas “fuertes” será bajo su propia responsabilidad.

* Grosería es el equivalente en México de lo que serían tacos en España.

 Apuesto lo que quieran a que saben de quién se estuvo hablando en el capítulo . Y si no es así, en próximos capítulos se revelará su identidad. También se preguntaran porqué tendrá el cabello corto, y bueno, pues porque así lo quise jeje. No sé por qué presiento que el próximo capítulo no gustará mucho a los hombres. Pero a nosotras las mujeres os aseguro que nos encantará ˆ_ ˆ.  No quiero que vayan a pensar que es una especie de racismo o  discriminación, es simplemente una historia, no quiero que el siguiente capítulo se vaya a prestar a malas interpretaciones en cuando al género masculino de refiere. Una vez aclarado esto... pueden pasar a leer lo que sigue jaja.

Para cualquier tipo de comentario envíenme un mail a: CandyApril_17@yahoo.com

   Dulce Abril

 Todos los personajes pertenecen a Rumiko Takahashi y a las Clamp; a excepción de los inventados por mí. No pretendo ganar nada con escribir esto, más que el agrado del lector. Así que no me demanden por favor.

 

 

Basada en The Perfect Man, de Linda Howard.


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