Mujeres del Sahara Occidental
La mujer saharaui ha impulsado un sector que podían
cubrir los hombres combatientes.
En los
campamentos de refugiados en Tinduf no existe
oficialmente el dinero, todo lo que hay, en especial
los alimentos, se distribuyen equitativamente entre
toda la población.
Básicamente la economía es interna y se limita a
practicar una agricultura de subsistencia,
imprescindible para poder sobrevivir en unas
condiciones tan duras. Para ellas era completamente
nuevo el dedicarse a las labores agrícolas, pues
procedían de una sociedad totalmente nómada, donde las
únicas especies vegetales que empleaban crecían de
manera silvestre y las empleaban en exclusiva para
alimentar al ganado o como plantas edicinales.
Antes podían aprovechar los arbustos y hierbas que
crecían cerca de los "uadis" o lechos secos de ríos
que se daban en un suelo distinto, más rico en
minerales y no tan árido como el de la Hamada, que es
donde están ahora. Como se puede apreciar, han
empezado de la nada y con las condiciones más adversas
que se les podía presentar.
Un ejemplo de ello es que la tierra apta para el
cultivo la tienen que traer desde las zonas liberadas
por ellos en el Sahara Occidental, arrancan la capa
superficial del terreno de la Hamada y echan encima la
nueva tierra, de la que podrán sacar provecho.
En cada campamento de los cuatro que hay se ha
intentado levantar una explotación agrícola de mediana
importancia, de cuyo rendimiento se hacen cargo las
mujeres y se intenta que sus frutos aprovechen a los
sectores más desfavorecidos que ellas han constatado,
como son los niños, los ancianos y las mujeres
embarazadas.
Lo que se saca de las huertas se distribuye a centros
de uso colectivo, no a cada familia en particular, por
lo cual los inmediatos favorecidos son los hospitales,
escuelas y centros de recuperación de salud y de
rehabilitación.
Sin embargo, al ser una cantidad importante de
población, cada vez más numerosa, sobre todo de niños,
han de ser abastecidos a gran escala por organismos
humanitarios como la Cruz Roja Internacional, el
ACNUR, la ONU. y por los departamentos de cooperación
de gobiernos como el canadiense, el sueco, el
austriaco, etc.
Todos éstos distribuyen alimentos básicos como trigo,
harina, arroz, legumbres, conservas, etc. Normalmente
llegan en sacos de 50 a 100 kilos y se distribuyen en
una proporción determinada por persona y mes en cada
campamento, en centros específicos para ello que son
atendidos por completo por mujeres. Estas se han
organizado de tal manera que la distribución sea lo
más descentralizada posible, rápida, sin que existan
problemas como por ejemplo en el Cuerno de África,
donde existe una población famélica y los alimentos se
quedan en manos de guerrilleros.
Cuando los saharauis salieron a toda prisa en los días
de la ocupación marroquí, muchos no llevaban apenas
alimentos, sólo algo de agua con la que mitigar la
terrible sed que la huida precipitada y el calor les
daban. Al llegar a territorio argelino no tenían nada,
ni víveres, ni semillas, ni aperos con los que lograr
algo de sustento del suelo.
Además no estaban acostumbrados al uso de tales
herramientas ni a nutrirse de vegetales.
En los
primeros meses se consumía sobre todo la poca carne
que tenían, en especial la de camello. En 1976 la
RASD. empezó a existir sin tener siquiera un solo
especialista en agricultura, pues el colonialismo
español no había dejado ninguno preparado.
La labor del campo iba a ser asumida por las mujeres,
que jamás habían tenido contacto alguno con la
agricultura, a excepción de ciertos conocimientos
sobre plantas medicinales de uso ornamental como la
henna, con la que se tiñen ellas las manos para
adornarse y para protegerlas del duro trabajo manual
que hacen todo el día.
Como el plan de acción del F. Polisario estaba
encaminado a asegurar la subsistencia de los
refugiados con el esfuerzo que fuese, la mujer
saharaui asumió la responsabilidad de alimentar a todo
su pueblo.
Con ayuda de fuera tras cualificar a gente de su
propio entorno en el exterior, desde hace varios años
disponen de una cierta tecnología, rudimentaria pero
eficaz, que les ha facilitado la consecución de sus
primeras cosechas y la satisfacción de vencer al
desierto en su lugar más inhóspito, creando vida y
dando un color verde a donde antes nunca lo hubo.
Las huertas levantadas son muy modestas pero de un
tamaño considerable para encontrarse en plena Hamada.
Ahora se han lanzado a experimentar e investigar con
distintas especies que crezcan más deprisa, en mayor
cantidad y con más nutrientes para satisfacer la
demanda que precisan niños y mujeres. Otro gran
problema que se han encontrado ha sido el del
agua.
Nada más llegar a Tinduf apenas tenían algo que
beber. No contaban con sistemas de abastecimiento como
en la actualidad, sin tener asegurada la bebida diaria
en un lugar tan necesario como el desierto. Su
tenacidad y voluntad fueron tan grandes como sus
deseos de dar de beber a tantos niños y mujeres que
día tras día morían deshidratados por decenas.
Las mujeres saharauis pusieron manos a la obra y se
empeñaron en encontrar agua, a pesar de que los
argelinos les advirtieron que por allí no había ni una
gota.
Aprendieron a hacer una labor exclusivamente masculina
como era la de construir pozos, excavando poco a poco
hasta que apareciese el líquido. El resultado actual
es que dos campamentos tienen bombas de agua con las
que se autoabastecen y con las que surten a los otros
dos, que son servidos diariamente por camiones
cisterna que la almacenan en depósitos para el uso de
toda la población.
Aunque se hallan sobre grandes bolsas de agua de las
que se aprovechan, uno de los principales problemas es
que este agua es salobre y con exceso de tierra y
minerales, repercutiendo en la salud de los más
delicados, como los críos y los ancianos.
Al contener algo de sal tampoco la pueden usar
directamente para la agricultura y por ello han
construido canales de drenaje y desalinización en las
huertas.
Otra dificultad añadida es que el agua enconada no
está a la misma altura, y mientras en el campamento de
Dajla se halla a escasos metros del suelo, en otros
pozos está a más de 50 metros de profundidad y a veces
ni les es posible ni rentable hacerla aflorar a
tierra.
Una de las ventajas de la sabiduría popular de la
mujer saharaui es el sabio empleo que ella ha hecho de
los excrementos de los animales, en concreto de los
de camello.
Ella sabe desde hace mucho que son un excelente
combustible para la cocina y tras la sedentarización
forzosa en los campamentos de refugiados ha sabido
sacar partida del otro importantísimo empleo que
posee, que es el de fertilizante.
Precisamente, el abono natural de residuos animales,
como el de dromedario, es muy rico en nutrientes que
absorbe rápidamente la tierra; luego se complementan
con otros, no tan ricos pero allí sí muy abundantes,
como el de cabra.
En los campamentos es recogido el estiércol por las
mujeres, ya que ellas saben perfectamente como
aprovecharlo mejor de modo inmediato.
Ellas han contribuido a crear involuntariamente una
agricultura biológica y natural, debido a que no usan
fertilizantes artificiales o químicos, que cuestan más
y tendrían que transportarlos del exterior.
Resulta paradójico que siendo los saharauis los
legítimos propietarios de una de las mayores minas de
fosfatos del mundo no puedan hacer uso de los mismos,
con los cuales podrían convertir a su país en un
inmenso vergel.
Cuentan con la desgracia de presentárseles otros
infortunios que parecen querer acabar con sus
diminutas parcelas cultivadas, como los terribles
vientos que a veces se desatan (el siroco o el
"simún") o las tormentas de arena que lo cubren todo
de polvo, pues realmente la arena es escasa en un
lugar como la Hamada, donde es todo rocas y piedras.
De nuevo han tenido que recurrir a la sabiduría
popular, muchas veces surgida de las mujeres, para
levantar empalizadas, setos e invernaderos que
permitan desarrollar sin problemas las cosechas.
Otra desgracia que les acecha con periodicidad es la
plaga de langosta que asola de vez en cuando la
región, como ocurrió en 1986 y finales de 1988, cuando
tuvieron que contar con la ayuda de su propio
ejército, el E.L.P.S., para erradicarla.
Por fortuna, otras infecciones de bacterias y hongos
son escasas, ya que la humedad relativa del aire es
baja, del 40% como máximo, lo que impide la rápida
putrefacción de los vegetales.
Tienen más de 100 hectáreas de terreno de cultivo,
especializándose en las hortalizas. Se recogen
tomates, zanahorias, cebollas, nabos, remolachas y
judías.
Cada año varía la cantidad recogida y también la
calidad, que tiende a mejorar despacio según se
adaptan los cultivos al terreno. En 1988 se
recolectaron 1.000 toneladas de productos; en 1989,
llegó a las 2.000 toneladas tras ampliar el espacio de
las huertas y en 1990 se tendía a las 2.300 toneladas.
A veces obtienen resultados sorprendentes, como
obtener varias cosechas al año o recoger zanahorias de
más de un kilogramo de peso, por ejemplo.
Las saharauis han sabido sacar provecho de las
"graras" o terrenos ligeramente hundidos donde se
cultiva gracias al encharcamiento del agua que se
produce.
Tras una serie de primeras experiencias, las mujeres
saharauis se dieron cuenta de que el mejor sistema que
podían aprovechar conforme a sus necesidades era el de
una agricultura intensiva con rotación de cultivos,
pero a diferencia de otras sociedades africanas, ellas
supieron desde un principio que no había que quemar
los rastrojos ni agotar la tierra, con un claro
respeto hacia lo que tan duramente han conseguido
levantar y que luego les ha sido muy útil a ellas y a
su pueblo.
Ellas dejan descansar a la tierra pero no por
intervalos tan largos como los del barbecho en Europa.
De manera certera han sabido canalizar el agua de
riego en tubos o con el moderno sistema de riego por
goteo, nunca por aspersión, pues ellas saben de
sobra que se desperdicia un agua que se puede
aprovechar mejor para otras necesidades prioritarias.
Los invernaderos los usan tanto para producir más como
para proteger a las cosechas.
Como desde un principio se viene señalando todo lo
anterior ha sido desarrollado por la mano de la
mujer.
Es comparable por tanto a la situación en la que se
encuentra la mujer africana en general.
Si establecemos una similitud, ambas saharaui y
africana, despliegan una labor de obrera agrícola o
campesina y a la vez de preocupada madre que se
encarga del sustento diario y del cuidado de sus
hijos, aunque la saharaui no vive con la angustia
cotidiana que padecen muchas africanas, a pesar de sus
condiciones.
Pero poco a poco la mano de obra se ha ido desplazando
al sector masculino, pues ya han venido formados de
fuera jóvenes que han hecho carrera en ingeniería
agrícola.
Ello ha favorecido que la mujer se haya podido ocupar
de otras tareas en campos como la educación, la
administración y la sanidad, pero sin discriminarla ni
relegarla a papeles inferiores.
En las labores agrícolas colaboran también algunos
ancianos que así quieren ser útiles a su patria, sin
que nadie les obligue a trabajar.
Es cierto que la gestión de un complejo se lleva en
conjunto entre hombres y mujeres.
En un principio los aperos de labranza eran los más
comunes, como azadas, piquetas, rastrillos, etc. ,
muchas veces confeccionados por las mujeres con
materiales metálicos improvisados.
La posterior ayuda exterior les ha dotado con mejor y
más moderno instrumental.
La ganadería que se ha implantado en el Sahara es la
autóctona de allí y que muy bien se ha desarrollado,
en concreto camellos y cabras.
Partiendo del
principio tradicional de que el camello era cuidado
casi en exclusiva por el hombre y de que las cabras
las guardaban mujeres y niños, ahora no ha cambiado
sustancialmente la situación.
Desde el éxodo
saharaui se emplearon muchos camellos, primero para
huir y luego para alimentarse.
Los saharauis
comentan que este animal tiene decenas de aplicaciones
y de él se aprovecha todo, desde su piel para hacer
cueros y su pelo para hacer jaimas, hasta su sabrosa
carne y la excelente leche de camella.
Se cuida en
lugares apartados de los campamentos, agrupados
colectivamente en rebaños aunque sean de distintos
propietarios.
Las cabras, sin embargo, siempre han
sido tarea de las mujeres saharauis, que las han
conocido desde que nacen hasta que mueren.
Ellas
saben aprovechar su carne y su leche, con la que hacen
varios tipos de quesos.
Las mujeres se encargan de
alimentarlas y las tienen recogidas a una distancia
cercana a las tiendas de lona donde vive la gente, en
corrales paralelos e independientes, cada uno
propiedad de una familia.
La proximidad se debe a
que cada día las ordeñan pero tampoco las han querido
situar muy cerca al haberse dado cuenta las mujeres
que si así lo hacían iban a atraer a moscas y
parásitos perjudiciales para la salud de los
niños.
En 1988 se edificó una granja de gallinas
con ayuda del ACNUR, en un lugar apartado de los
campamentos y en medio de todo un complejo
agropecuario con invernaderos, regadíos pequeños y
depósitos de agua. Tiene unas 100.000 aves, de las
cuales tres cuartas partes se dedican a la puesta de
huevos, que más tarde se distribuyen en los centros de
avituallamiento a la población y el resto se destina a
la producción de carne.
Este complejo es
administrado casi todo por hombres, técnicos e
ingenieros saharauis que han estudiado en el
extranjero.
Como hemos visto, la lucha por la
alimentación ha salido toda del esfuerzo de la mujer,
que desde un principio se ha comprometido a sacar
adelante a su pueblo a cualquier precio y donde más
que nunca ha sabido actuar como una madre que no ha
escatimado esfuerzos ni recursos a la hora de
trabajar, aunque sea tan duro y pesado como el que
ella ha llegado a desarrollar en la
agricultura.
Informacion desde asps