El Miedo y la Amígdala

Las personas que tienen lesionada una región cerebral llamada amígdala son incapaces de distinguir una expresión amenazante de una expresión amistosa.
Ni "Jack el Destripador" las asustaría. Tampoco saltarían si un autobús viniera a arrollarlas ni se quedarían paralizadas si se encontraroan cara a cara con un tigre. El motivo es que, al tener lesionada la amígdala , no conocen el miedo.

Dos neurólogos, Joseph LeDoux, de la Universidad de Nueva York y Ralph Adolphs, de la Universidad de Iowa señalan que las investigaciones sobre el miedo deberían abrir la vía a nuevas terapias contra los transtornos de ansiedad. A escala teórica, ayudan a entender la importancia que tienen las emociones en la inteligencia humana. "Las personas que tienen lesiones en áreas cerebrales relacionadas con las emociones a menudo son incapaces de tomar una decisiones".
"Aunque sepan que deben tomar una decisión, no saben qué decisión deben tomar"

La amígdala -en realidad hay dos, una a cada lado del cerebro- es un órgano del tamaño de una almendra, situada justo detrás de la oreja. Recibe información de todos los sistemas sensoriales y puede controlar numerosas actividades fisiológicas como el pulso cardíaco, la presión sanguínea, las hormonas del estrés o las señales que paralizan el cuerpo ante un estímulo terrorífico.

Las investigaciones de LeDoux han demostrado que estas acciones de la amígdala se hacen de manera inconsciente -es decir, sin que participe en ellas el córtex cerebral- . "Es lógico -explicó-. El miedo ha evolucionado como mecanismo de supervivencia. Ante un objeto que se aproxima rápidamente como un autobús, es mejor apartarse sin pensar que pararte a pensar si tienes que apartarte."

Mientras trabaja la amígdala, otra oleada de estímulos sensoriales llega al córtex, que decide, esta vez conscientemente, cómo actuar.

LeDoux ha demostrado que las situaciones de miedo alteran las neuronas de manera a menudo irreversible: una sola experiencia puede crear un recuerdo que dure toda la vida. Estos recuerdos a largo plazo eran un seguro de vida cuando los ancestros de la humanidad vivían amenazados por depredadores, pero se han vuelto contraproducentes en las sociedades actuales. "No es muy útil tener fobia a los ascensores, aunque un día tengas una experiencia traumática, si trabajas en el piso 35 de un rascacielos", explicó LeDoux.

Para curar transtornos como este, algunas compañías farmacéuticas han empezado a buscar medicamentos que actúen específicamente sobre la amígdala y que, por lo tanto, no tengan los efectos secundarios de los ansiolíticos clásicos.
 


Fuente: "La Vanguardia" Josep Corbella. 2 de octubre de 1999