Ser tratado como persona hasta el final de su vida.

Recibir una atención personalizada.

Participar en las decisiones relativas a los cuidados que se le han de aplicar.

Que se apliquen los medios adecuados para combatir el dolor.

Recibir respuesta adecuada y honesta a sus preguntas, dándole toda la información que él pueda asumir e integrar.

Mantener su jerarquía de valores y no ser discriminado por el hecho de que sus decisiones puedan ser distintas de las de quienes le atienden.

Poder mantener y expresar su fe, si así lo desea.

Ser tratado por profesionales competentes, capacitados para la comunicación y que puedan ayudarle a enfrentarse con su muerte.

Poder contar con la presencia y el afecto de la familia y de los amigos que desee que le acompañen a lo largo de su enfermedad y en el momento de su muerte.

Morir en paz y con dignidad.

Después de la muerte el cadáver ha de ser tratado con respeto. Si la familia no estaba presente en el momento de la muerte debe ser informada correctamente de las circunstancias del fallecimiento y recibir ayuda administrativa, psicológica y espiritual para poder hacer frente con serenidad a la etapa inmediata posterior a la muerte.