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Capítulo IX

EL ATAQUE Y ASALTO A CORDOBA

 

      En la opinión de J.M Martínez Bande, historiador nacionalista, ésta era la situación de la ciudad de Córdoba:

      “Pese al mejoramiento general de la situación a favor de las fuerzas nacionalistas, la situación de Córdoba seguía siendo muy delicada dada la facilidad con que podía ser atacada por el norte, por el este y por el sur, y aún en cierto modo por el oeste, ya que Almodóvar del Río no fue ocupada definitivamente hasta el 20 de agosto y se había perdido Adamuz el 10 de ese mes después de una heroica y aislada resistencia[i]. En este cuadro de cosas, el general Miaja una vez reunida una masa de 3.000 hombres  decide  atacar Córdoba el 20 de agosto. Organizada esta masa en nueve Agrupaciones, cinco fueron destinadas al ataque propiamente dicho, tres robustecieron las guarniciones de El Carpio, Castro del Río y Espejo y una última quedó situada en Montoro, como reserva general”[ii]. En el croquis que se adjunta, de J.M Martínez Bande, éstas son las cinco agrupaciones o columnas que atacan Córdoba:

      La agrupación Armentia se componía de dos compañías de fusiles y una batería ligera (total unos 280 hombres). A ella habría que unirle una gran cantidad de milicianos procedentes de Peñarroya y de la recién liberada comarca de los Pedroches. Avanzaría por la carretera de Cerro Muriano hasta situarse entre los kilómetros 6 y 8 de aquella ciudad.

      La agrupación Balibrea contaba, al parecer, de dos compañías de fusiles, una sección de ametralladoras y una batería ligera (total 280 hombres), ocuparía Alcolea atacando el puente Mocho de norte a sur, partiendo del noroeste de Villafranca.

      La agrupación Peris o milicias de Jaén, al mando del diputado socialista Alejandro Peris de 750 hombres con fusiles ametralladores y dos ametralladoras, ocuparía también Alcolea progresando por el camino Córdoba a Bujalance.

La agrupación Viqueira se componía de un escuadrón (de 120 hombres aproximadamente). Su caballería mandada por el comandante Viqueira, actuaría en beneficio de la columna Pérez Salas protegiendo su flanco derecho.

      La agrupación Pérez Salas, procedente de Espejo, cruzaría el puente romano sobre el Guadalquivir que enlaza Córdoba con la barriada sur de la misma. Se componía de unos 900 hombres y era la más importante de todas[iii]. Según Cirre Jiménez, que desertó después de la zona leal, la columna Pérez Salas estaba formada por: una sección de ametralladoras de Castellón, dos baterías del Quinto Ligero de Valencia, un batallón de milicianos de Alcoy (FAI-CNT), las milicias de Espejo y los 200 guardias civiles de Reparaz. En total, unos sesenta camiones y cerca de 4.000 hombres. Las milicias “Ramón Casanellas” de Espejo iban en vanguardia, al mando de Antonio Ortiz, mientras que los guardias civiles de Reparaz, de los que se desconfiaba, iban a la retaguardia[iv]. Exagera Cirre, en el número de camiones y de hombres (4.000) de la columna Pérez Salas, que corresponde mas bien al total de la Columna Miaja que se formó inicialmente.

      La acción conjunta sería precedida de un fuerte bombardeo de la capital por la aviación, pero la orden pertinente no decía nada sobre el empleo de la artillería (cuatro baterías, de ellas, dos con Pérez Salas). Uno de los supuestos básicos para que la operación tuviese éxito consistía en el aplastamiento de la resistencia al este de Córdoba (puente Mocho  de Alcolea y alturas del mismo) por la acción conjunta de las agrupaciones de Balibrea y Peris. El otro supuesto al avance decidido de las fuerzas de Pérez Salas[v]. Como se verá, no se consiguió el primer supuesto y Miaja mandó retirar las fuerzas de don Joaquín cuando, con su artillería, se disponía a bombardear la ciudad; después de haber sufrido su columna un fuerte bombardeo que casi la diezmó.

      Antonio Cordón, refleja en sus memorias, las características de aquellos primitivos batallones y pequeñas columnas, en las primeras semanas de la guerra en Andalucía:

      Atraída la atención del gobierno y el alto mando, primero por Madrid, y posteriormente por el Norte y Cataluña, fue siempre el del Sur la cenicienta de los frentes. Incluso la epopeya de la lucha y la resistencia de los primeros días en Andalucía, que no cedía en heroísmo e ímpetu popular a la de ninguna otra región, era en las alturas la más desconocida. Aquellos primitivos batallones y aquellas pequeñas columnas de uno o dos centenares de combatientes, formados por escopeteros y dinamiteros liberaron numerosos pueblos. Estaban mandados por comunistas, socialistas y anarquistas - Ignacio Gallego, Cristóbal Valenzuela, Nemesio Pozuelo, Antonio Ortiz, Francisco Ortega, el profesor Aguilar, Alejandro Peris, Ballesteros... -. A muchos de ellos, porque otros prestaban servicio ya en otros lugares, los encontré a mi llegada. Las milicias habían incluso organizado un ataque a Córdoba, que a decir de casi todos los jefes milicianos y de algunos, entre ellos Pérez Salas, había sido detenido por la inexplicable actitud de Miaja, que mandaba entonces las fuerzas del frente Sur, el cual, ya a la vista de la ciudad, había ordenado que cesase el ataque.

      La naturaleza del terreno y el escaso número de fuerzas - las del enemigo, aunque superiores a las republicanas, sobre todo en armamento, no eran tampoco muy numerosas - habían hecho que en el frente prevaleciera el carácter de guerra de movimiento sobre el de guerra de posiciones. Y, por ello, muchos pueblos del sector, como Montoro, Villa del Río, Villafranca, Porcuna y otros, pasaron varias veces de unas manos a otras[vi].

      Este capítulo se limita solamente a dar a conocer la actuación de don Joaquín en el ataque a Córdoba y el resultado final del mismo. Para ello existen diversos testimonios escritos de la época, como son los de Antonio Reparaz y José Cirre Jiménez, ambos testigos de los hechos, además del estudio de J.M. Martínez Bande historiador nacionalista. Por último la obra más actual de Francisco Moreno Gómez, basada en su mayor parte en los autores anteriores.

      La columna de Joaquín Pérez Salas, la más importante de todas, llegaba a Espejo el día 19 y desde allí partió hacia Córdoba. Con anterioridad don Joaquín se preocupó de reconocer el terreno y los ánimos de resistencia de la ciudad: Un día del mes de agosto, Pérez Salas había enviado a Córdoba una patrulla de unos doce hombres al mando del teniente Soriano, estos hombres entraron en la población, dieron de beber al ganado, descansaron, charlaron con la gente y, sin dificultad de ninguna clase, regresaron a la columna[vii]. De esta forma, reconocía previamente el terreno que iba a atacar.

      La operación se inició el 20 de agosto, en medio de una confusión general y sin que se coordinara la acción de las diversa agrupaciones. La de Pérez Salas atacó a las ocho horas la importante posición nacional de Torres Cabrera, cuya escasa guarnición hubo de replegarse[viii]. Según el testimonio de Antonio Ortiz, que mandaba las milicias de Espejo y que se unieron a la columna: Pérez Salas con sus guardias intentaron tomar el castillo de Torres Cabrera, muy defendido por los fascistas, pero fracasaron. Entonces los milicianos de Espejo nos lanzamos al asalto, tomamos el castillo y dimos muerte a todos sus defensores, colocando en lo alto la bandera roja y la bandera republicana. A partir de aquella acción, la actitud de Pérez Salas cambió con relación a nosotros[ix].

      Este es el testimonio de Antonio Reparaz en las primeras horas del avance de la columna: El propósito de Pérez Salas, era llegar hasta Córdoba, partiendo de Bujalance, y siguiendo a Castro del Río y Espejo. Esta localidad sería el punto de arranque del ataque directo a Córdoba, pasaríamos - primera etapa de la ofensiva - por Torres Cabrera, que se haya a unos quince o dieciséis kilómetros de la capital.

      Llegamos a Torres Cabrera. La Vanguardia pasó del pueblo, y a los pocos metros encontró una avanzadilla - puesto de vigilancia - de los nacionales. La componían unos veinte hombres. Los cuales comenzaron a disparar. La vanguardia de la columna se replegó sobre el pueblo. Los resultados de la escaramuza - cuyo eco me llegó hasta la retaguardia - nos divirtieron. La única baja fue la de un chófer de la columna. Aquella era buena señal que presagiaba situaciones más divertidas.

      Pérez Salas condenó, expresivamente la cobardía de las fuerzas que marchaban a la vanguardia.

      -¡Esto es una vergüenza! - exclamó.

      Dio orden de avanzar nuevamente[x].

      De creer a Antonio Reparaz, las fuerzas de vanguardia que se replegaron eran las del batallón de milicias “Ramón Casanellas” de Espejo al mando de Antonio Ortiz, en las que inicialmente, no confiaba D. Joaquín, y que según el testimonio anterior tomaron el castillo de Torres Cabrera.

      Para Martínez Bande, la columna siguió avanzando: “Aunque las avanzadillas llegaron a siete kilómetros de Córdoba, el grueso de la columna se entretuvo en llevar a cabo represalias sobre la población civil de aquel caserío, y desorientadas durante mas de cinco horas las dos baterías - que equivocadamente habían seguido otro camino del que le correspondía -, las principales fuerzas se encontraban a las diecinueve horas en las proximidades de la estación de ferrocarril, donde fueron sorprendidos, primero por un solo avión y, luego por otros, hasta siete, los cuales los bombardearon a placer, ocasionándoles grandes pérdidas”.[xi] Curiosamente no cita Reparaz en su obra que parte de la columna Pérez Salas, se dedicase a llevar a cabo represalias sobre la población civil de Torres Cabrera. No se cree que esto sea cierto, entre otras cosa porque don Joaquín, siempre fue contrario a este tipo de actuaciones, es más, hacía todo lo contrario, defender a la población civil o militar vencida y, de haber sucedido algunos casos, sería sin su presencia ni consentimiento. Del hecho de las represalias, también se hace eco el historiador franquista Ricardo de la Cierva: “La columna que a las órdenes de Pérez Salas operaba desde el sur llegó a siete kilómetros de Córdoba, pero se entretuvo en diversas represalias políticas durante su avance y fue luego frenada por la presencia de varios aviones enemigos; al principio sólo actuaba sobre Córdoba el D-2 del capitán Carlos Haya, pero luego le reforzaron los Savoia-81 italo-españoles. Para los historiadores militares está claro que la aviación y la superioridad de los contingentes africanos salvaron Córdoba[xii].

      El bombardeo que sufrió la columna de Pérez Salas lo relata un testigo de los hechos, José Cirre Jiménez, en su obra Desde Espejo a Madrid, cuando formaba parte de la Columna Miaja. Cirre, de declaradas simpatías pronacionalistas, algún tiempo después lograría pasarse a las fuerzas sublevadas, donde en 1937 escribiría su obra:

      Cuando llegamos a la estación de Torres Cabrera, en el kilómetro 14 de la carretera de Córdoba, el comandante Pérez Salas quiso darles un descanso a las tropas; pero no había acabado aun de ordenarlo cuando vimos un avión nacional, que estuvo evolucionando a gran altura, con objeto, seguramente, de localizar bien la columna. El pánico comenzó a cundir en las filas; pero los jefes trataron de deshacerlo diciendo que el avión era nuestro, ante lo cual un miliciano sacó el pañuelo y comenzó a saludar al piloto. Entonces el avión descendió más y lanzó tres bombas potentísimas que diezmaron el Batallón Alcoy. Cada soldado y cada miliciano buscaron refugio en una piedra, en una mata, donde buenamente podía. Los ayes espantosos de los heridos se desatendían por los camilleros; una cocina de campaña salió por los aires a consecuencia de una bomba que la alcanzó con certeza matemática; cuando aquel avión terminó su cometido vinieron dos mas, que siguieron el bombardeo iniciado por el primero. Luego tres, y así fue aumentando el número hasta siete. Cada vez que venían aviones de refresco se retiraban los que ya habían soltado su carga, y unos y otros se relevaban con una rapidez asombrosa, que no nos daba tiempo a salir de nuestra sorpresa. Lo horrible eran los ayes de los heridos del Batallón Alcoy. Muertos había también en abundancia, porque la aparición del primer aparato, fue tan inesperada, que no nos dejó tiempo ni para huir. Así, bajo la acción mortífera de las bombas de aviación y el intenso trepidar, otras veces de las ametralladoras aéreas, estuvimos desde las doce del día hasta las siete de la tarde. Al finalizar aquel espantoso bombardeo estábamos como atontados. Ya nadie hablaba de tomar Córdoba sino de regresar a Espejo. Muchos heridos habían muerto. La evacuación de los menos graves y graves se realizó con toda urgencia hacia la ciudad que por la mañana habíamos abandonado llevando mis compañeros un optimismo ilimitado. El regreso no era lo mismo que la partida; prueba evidente de lo fácil que es pensar las cosas y la dificultad de realizarlas.

      Mientras, el comandante Pérez Salas ordenó continuar la marcha hacia Córdoba, y llegamos hasta Los Rodrigueros, a siete kilómetros de la capital, no con objeto de entablar batalla, sino de hacer un recuento de las fuerzas, ya que el espantoso bombardeo había diezmado la infantería de manera tan considerable, como no pudiera hacerlo nunca un ejército terrestre mejor preparado y mas técnico del mundo. Quizás si digo que pocos bombardeos aéreos tendrán tanta eficacia como el que yo acababa de vivir, no miento.

      Hecha lo que podíamos llamar paz en la derrota, el comandante Pérez Salas, pudo convencerse de que el Batallón Alcoy estaba en cuadro. De 1.500 hombres que se componía, quedarían presentes cuatrocientos; los restantes, o habían sido heridos, o huyeron hacia las líneas de retaguardia. La guardia civil, a quienes ellos habían bautizado con el remoquete de Guardia Nacional, se había pasado íntegra - sus doscientos cinco componentes con sus jefes - a los nacionales, aprovechando el bombardeo e internándose en Montilla. La sección de ametralladoras de Castellón sufrió la pérdida de una de sus máquinas y la de doce soldados. La artillería, sólo tuvo un muerto[xiii].

      No exagera Cirre Jiménez en cuanto al desconcierto que en la columna produjo el bombardeo, pero sí y bastante en el número de bajas y desertores. No es del todo cierto que se pasaran los doscientos cinco guardias civiles - se refiere a los de Reparaz- a consecuencia de ese bombardeo; sí lo harían  mas adelante el día 23 pero a raíz de otro bombardeo “preparado” por el mismo Reparaz y no por Montilla sino por Fernán Núñez, cuando ya se había abandonado el sitio de Córdoba. El bombardeo no le hizo desistir a don  Joaquín, que siguió adelante dispuesto a bombardear la ciudad con sus baterías. Posiblemente, Cirre, fuese uno de los soldados que intentó desertar a  retaguardia.

      De la misma forma se expresa Antonio Reparaz, en su obra, con respecto al bombardeo. En su caso, el primer avión que se presentó ante la columna era conocido como la “Chivata”, denominado así por sus audaces vuelos de reconocimiento, o también el “Rocío de la muerte”. Este avión estaba pilotado por Manuel Vázquez Sagastizával, que el 23 enero de 1939 fallecería al ser derribado su aparato en las cercanías de Pozoblanco, hecho por el que se le concedió la Laureada de San Fernando a título póstumo:

      El “Rocío de la muerte”, había sido el embajador de tres aviones nacionales de bombardeo, que aparecieron en el horizonte tres cuartos de hora después. Ofrecíamos un blanco magnífico.

      Dieron una vuelta de reconocimiento. Bajaron trescientos metros. El pánico hacia presa en los rojos. Vimos caer las primeras bombas. Iban dirigidas a la estación de Torres Cabrera. Uno de los aviones se separó de los compañeros y vino hacia la columna. Una bomba, cinco, diez... Caían a la carretera a nuestro lado.

      Una acertó en un camión donde llevábamos nuestras ropas, tapando los miles de municiones que yo había podido obtener. Destrozó el camión y los bagajes, y por simpatía los cartuchos empezaron a estallar. Fue un tiroteo que se sumaba al estruendo producido por las explosiones. Por fortuna, en la confusión creo que los rojos no lo advirtieron.

      Terminó el bombardeo que ocasionó varias bajas a los rojos. La columna estaba deshecha moralmente. Los soldados y las demás fuerzas, habían huido por los campos. Los camiones estaban abandonados. Alguno deshecho como el que llevaba nuestras municiones y bagajes.

      Pérez salas ordenó que se rehiciera la columna. La artillería, que normativamente debe de ser protegida figuraba en vanguardia. Estábamos aún en el mismo lugar en el que ocurrió el bombardeo.

      Los aviones reaparecieron. Traían cargamento reciente. Se reanudó el bombardeo, y volvimos a tirarnos a los camiones. Yo debajo de un cardo, veo los aparatos que siempre parece que están en la vertical que corresponde a nuestro cuerpo.

      Se me ocurrió,  mirando a los aviones,  que podía ser aquella ocasión para evadirnos. En un descanso del bombardeo, ordené avanzar  con dos camiones, para separarme de la columna, y poder, acaso continuar a Córdoba.

      Pero volvió la aviación, que bombardeaba a vanguardia, en el centro y en retaguardia... Dos aviones se dedicaron a quemar unas lomas, que se hallaban a siete kilómetros de Córdoba. Lo hacían para que si los rojos la tomaban, la visibilidad fuese perfecta para la Aviación y la Artillería nacionales.

      El incendio completó el quebranto. En aire se hacía irrespirable. Padecíase sed, una sed de delirio febril. En la carretera había cadáveres destrozados, y grandes manchas de sangre. En dos camiones se veían banderas rojas, Pérez Salas, con sus oficiales, tumbado en el suelo, lejos de la carretera, contemplaba impasible aquel cuadro, afectado solamente porque la Aviación le había detenido en su ruta hacia Córdoba.

      Venía la noche. Y los aviones, naturalmente, no volvieron. Pérez Salas se empeñó en seguir avanzando... El castigo de la aviación había sido eficiente, más que por el número de bajas, por el efecto desalentador causado en los rojos[xiv].

      El testimonio de Reparaz es más realista que el de Cirre Jiménez, con respecto al bombardeo. Más que las bajas producidas y la pérdida de materiales, que fueron pequeñas, su efecto más importante fue el desconcierto y la desmoralización que se produjo en la columna. Sin embargo, la batalla y el sitio de Córdoba seguían adelante, al menos para don Joaquín, pocas horas después incomprensiblemente, se suspendería el ataque, como se verá en el próximo capitulo.  

 



[i] MARTÍNEZ BANDE J.M. La campaña de Andalucía. Pag. 60. Ed. San Martín.

[ii] IDEM. Pág. 61.

[iii] IBIDEM. Pág. 62.

[iv] MORENO GÓMEZ F. La Guerra Civil en Córdoba. Pág. 359-360. Ed. Alpuerto, S.A.

[v] MARTÍNEZ BANDE J.M. La campaña de Andalucía. Pág. 62.

[vi] CORDON A. Trayectoria. Memorias de un militar republicano. Pág. 253-254. Ed. Crítica.

[vii] SUERO ROCA Mª T. Un general de la República. Joaquín Pérez Salas. Rev. Tiempo de Historia nº 37. Pág. 108.

[viii] MARTINEZ BANDE J.M. La campaña de Andalucía. Pág. 62. Ed. San Martín.

[ix] MORENO GÓMEZ F. La Guerra Civil en Córdoba. Pág. 360. Ed. Alpuerto, S.A.

[x] REPARAZ Antonio. Desde el cuartel general de Miaja al Santuario de la Virgen de la Cabeza. Pág. 133. Ed. Artes Gráficas.

[xi] MARTÍNEZ BANDE J.M. La campaña de Andalucía. Pag. 62. Ed. San Martín.

[xii] DE LA CIERVA Ricardo. Historia esencial de la guerra civil española. Pag. 261. Ed. Fénix, S.L.

[xiii] ANONIMO. Crónica de la guerra civil española. T.1º. Vol. 2º. Pág. 138-140. Ed. Codex, S.A.

[xiv] REPARAZ Antonio. Desde el cuartel general de Miaja, al Santuario de la Virgen de la Cabeza. Pág. 134 a 138. Ed. Artes Gráficas.

      

    

 

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