Capítulo
X:
EL FRACASO DE
LA COLUMNA MIAJA Y LA DESERCIÓN DE REPARAZ
Mientras se producía el bombardeo de
la columna de D. Joaquín, la agrupación del comandante Balibrea no atacó el
puente Mocho, incomprensiblemente lo haría el día 21. La acción fue precedida
de preparación artillería y aviación republicana. Pero la columna de Balibrea
no logró sobrepasar el celebre puente sobre el río Guadalmellato. El ataque
republicano, aunque valeroso, resultó ineficaz. Entre tanto don Joaquín no se
arredró ante el bombardeo. Ya de noche ordenó seguir avanzando a la columna.
Seguimos con el testimonio de Reparaz:
A
las nueve y media de la noche, Pérez Salas ordenaba emplazar dos baterías del
siete y medio - las que llevábamos - sobre unas lomas a cinco kilómetros
trescientos metros de Córdoba. Sobre unas matas, se colocaron alrededor de mil
rompedoras.
Me horroricé. La distancia haría que el bombardeo
sobre la ciudad, fuera trágico, cinco kilómetros es la distancia ideal para
bombardear con piezas del siete y medio. Con la carga normal de los cañones, se
obtendrían resultados que favorecerían a los rojos enormemente.
Supe por documentos que ya tenía en mi poder, que no éramos solamente
nosotros los que avanzábamos sobre Córdoba. El plan del Estado Mayor rojo era
enviar cinco columnas más que a aquellas horas estarían avanzando. La labor de
Pérez Salas era preparar el combate con las dos baterías, causando destrozos
en Córdoba, y sembrando el pánico. Si al mismo tiempo quedaban hombres de acción
dentro de la ciudad, el ataque de las cinco columnas, y de algunas fuerzas que
enviarían de la nuestra, convertiría la toma de Córdoba en empresa
relativamente fácil.
Mis
compañeros parecían adivinar, que mis pensamientos se referían a una situación
difícil. Los guardias me miraban y guardaban silencio. Veíamos todos el
montaje de las piezas, dirigido hábilmente por el mismo Pérez Salas. La
gravedad del caso, en aquel momento, la conocía yo solo[i].
La primera acción de Reparaz para
detener el bombardeo sobre la ciudad fue insinuar a tres chóferes de camiones
cargados de milicianos, para que abandonaran el lugar donde se encontraban -
cerca de las piezas de artillería – debido a su peligrosidad:
Bajé
hasta la carretera. El nerviosismo me impulsaba a ir no sé dónde. Creo que fue
providencial mi bajada a la carretera. Se acercaron a mi tres hombres. Venían
de unos camiones.
-
Señor oficial - me dijeron. Queríamos consultarle a usted un caso delicado.
¿Usted
cree que nosotros deberíamos de estar aquí?. Pueden quemarse las camionetas.
Tenemos los depósitos llenos. ¿No le parece a usted bien que nos marchemos?
Les
contesté con cierta prevención, Pérez Salas era un hombre muy capaz de
enviarme agentes provocadores.
-
Yo no tengo autoridad alguna para ordenarles que se marchen, ni tampoco para
evitarlo.
Los
tres chóferes fueron más explícitos. Pertenecían a una sociedad de socorros
mutuos, eran alicantinos, y se turnaban para ir a los frentes.
Sí, sí... Agregue. Comprendo lo que les pasa a ustedes. Realmente,
ustedes no son profesionales castrenses, puede ocurrir aquí una catástrofe, y
no volverán a ver a sus familiares. Pero no puedo hacer nada...
Los
chóferes se quedaron pensativos. Me separé de ellos, y discretamente les
observé. Vi que después de una deliberación, cada uno subía a su vehículo,
y arrancaban en dirección a Espejo. Dentro llevaban a las fuerzas que dormían.
Volví a la loma para hablar con Pérez Salas
-¿Ha
ordenado usted- me preguntó - que se retirase la fuerza?
-
No
-
Pues los camiones se han marchado, menos uno que trae a guardias civiles.
Tuvo
un gesto de sorpresa e indignación. Lo aproveché, y me ofrecí para buscar a
los desertores. Desertores muchos de ellos sin saberlo.[ii]
La segunda acción de Reparaz para
hacer fracasar el ataque a Córdoba, de querer dar crédito a su testimonio, fue
que él mismo contribuyó, a que desde Montoro se le diera la orden de que se
retirasen las fuerzas de don Joaquín:
A
mí me interesaba hablar con el comandante de Estado Mayor, Pérez Gazzolo,
quien sin haber dejado su cargo en el Cuartel General de Miaja, había sido
nombrado asesor de Pérez Salas. Gazzolo hallábase
en Espejo.
Díjele,
con aires de gran secreto, que el emplazamiento de las baterías a tan escasa
distancia de Córdoba era un error. Los “facciosos” – recalqué la palabra
- protegidos por la Aviación podrían salir a la desesperada. Se encontrarían
sin fuerza que les opusiera resistencia porque el grueso de la columna no se
hallaba en la loma y se llevarían las baterías.
-
Figúrese usted – añadí - lo que sería para los “facciosos” conquistar
estas dos baterías y oponerlas al
avance de nuestra columna.
Pérez
Gazzolo reflexionó. Por fin, decidió comunicarse con Bernal, jefe accidental
de la columna Miaja.
Bernal autorizó, mejor dicho, ordenó, que las baterías fueran
desmontadas, y que Pérez Salas se retirara a las primitivas posiciones de
Torres Cabrera.
Me
dieron la orden por escrito y la llevé a Pérez Salas. La leyó, y con inflexión
seca, rencorosa, me preguntó
-
Usted trae una orden. ¿Quién a informado a Bernal del emplazamiento de las
baterías?.
-
No puedo decírselo
Pues
absténgase, en absoluto mientras pertenezca a esta columna
de hablar con ningún jefe de Estado Mayor.
Muy
bien
Retírese.[iii]
Esto
ocurría en las primeras horas de la madrugada del 21 de agosto. Empero las
baterías no se empezaron a desmontar hasta las cinco de la mañana, cuando ya
era de día. Parecía que Pérez Salas meditaba sobre la posibilidad de
desobedecer, o aguardaba que algún ataque le justificara, ante el alto mando,
para la entrada en función de las baterías.
En estos párrafos se demuestra la animadversión y enfrentamiento entre
los dos militares, Reparaz y don Joaquín y, la poca confianza de este hacia el
Estado Mayor. Es posible, que dudase de obedecer las órdenes, pero finalmente
aceptó como buen militar que era. En contra del testimonio de Reparaz está el
de Antonio Ortiz, jefe de las milicias de Espejo y que también formaba parte de
la columna. En sus memorias - recogidas por Francisco Moreno Gómez - no cita en
ningún momento, que fuese Reparaz quien entregase la orden de retirada a don
Joaquín:
Pero
enseguida comenzó el caos. Llegó la aviación de Sevilla bombardeando la
columna. Dos camiones que iban cargados de municiones, explosionaron. En aquella
situación Pérez Salas me llamó y me invitó a acompañarle para explorar el
terreno en dirección a Córdoba. No se me olvidará la actitud de aquel hombre
que, con absoluta serenidad, caminaba impasible en medio de un espantoso
bombardeo. De pronto nos salió al encuentro un motorista con un parte de Miaja,
para que la operación no continuase, que había fallado. Nos aproximamos casi
hasta los Visos de Córdoba y nos llegó un nuevo oficio de Miaja ordenando el
repliegue, porque así lo habían hecho las demás columnas. Yo intenté
persuadir a Pérez Salas de que aquello era un error, porque desde allí estábamos
viendo los fogonazos de los que avanzaban por Cerro Muriano y Las Ermitas. Y Pérez
Salas me respondió que, como militar, tenía que obedecer. Y así acabó todo.[iv]
Siguiendo con las memorias de Reparaz,
éste intentó, cuando se desmontaban las baterías de hacerse con ellas y
pasarse a Córdoba; cosa de la que pronto, don Joaquín, se dio cuenta y trató
de impedir:
En
aquel trance de espera, hablé con García del Castillo. Le conté lo sucedido,
y añadí.
-
Acaso nos sea posible pasarnos con las dos baterías. Cuando estén desmontadas,
matamos a sus sirvientes, y las llevamos a Córdoba, enganchadas a los camiones.
Solo teníamos 37 guardias.
Pérez
Salas pareció adivinarme la intención. Como él carecía de fuerza suficiente
adicta, hizo venir dos coches blindados de la FAI de Linares con ametralladoras.
Mi
plan no podía triunfar. Sufrí una gran desilusión, y el quebranto
subsiguiente a un gran esfuerzo estéril.[v]
El fracaso del asalto a Córdoba era
ya una realidad. Siguiendo el estudio de Francisco Moreno Gómez, éstas fueron
las causas del desastre:
“La ocasión de entrar en Córdoba
se había perdido. Una contraorden descabellada, el desconcierto de la columna
tras el bombardeo, muchos de cuyos milicianos se marcharon aquella noche a
Espejo en sus camiones sin atender órdenes y en tercer lugar, las restantes
columnas que debían llegar a Córdoba no avanzaban.
En efecto, a la derecha de la columna Pérez Salas debía de avanzar la
agrupación al mando del comandante Cándido Viqueira Fullós, cubriendo con su
caballería el espacio entre Pérez Salas y las milicias de Peris, con orden de
llegar hasta Córdoba y desviar la concentración de la lucha en el puente
Romano. Pero Viqueira no avanzó en contra del plan previsto.
La agrupación del comandante Carlos García Vallejo, con la misión de
guarnecer la zona de El Carpio y, sobre todo, apoyar con su tiroteo la actuación
de Balibrea contra el puente Mocho, ya se ha visto que tampoco acertó en el
cumplimiento de sus objetivos. Idéntica ineficacia mostraron las milicias de Jaén,
a cuyo cargo se había dejado despejar el Sur de Alcolea y, si era necesario,
reforzar la actuación de Pérez Salas.
El asalto a Córdoba había durado un
solo día, el 20 de agosto, pues el día 21, se consideraba fracasado y dada la
orden de retirada a sus posiciones de las columnas. La capital vivió, desde
luego, varios días angustiosos, y muchos miembros de la oligarquía, sintiéndose
inseguros, se trasladaron rápidamente a Sevilla. Las tres columnas republicanas
que más preocupaban eran las de Cerro Muriano, la que avanzaba por el Puente
Mocho (Alcolea) y la de Pérez Salas. Los aviones leales actuaron contra los
objetivos de Alcolea, la línea próxima de Las Cumbres y el casco urbano de la
capital, donde causaron destrozos considerables, bastantes víctimas y,
principalmente, el pánico general”.[vi]
El ambiente en la capital en estas
fechas lo refleja, lo relata Edmundo Barbero, en su obra “El infierno azul.
(Seis meses en el feudo de Queipo)”. Este, perteneciente al grupo cinematográfico
Cifesa, se encontraba en Córdoba rodando la película “El genio alegre”:
Los
últimos días de mi estancia en Córdoba huyó más de media población por
efecto de los bombardeos y porque todo el mundo daba por inminente la caída de
la población en poder de los leales. Yo mismo no me explico todavía como no
ocurrió esto. Los dos últimos días de mi estancia en la ciudad esta había
quedado desguarnecida. Llevaron todas las fuerzas que estaban con Varela al
frente de Málaga. Como faltaba poco tiempo para marchar, fuimos una vez más a
la Mezquita. Desde los balcones que dan al Guadalquivir vimos a unos siete kilómetros,
como se desarrollaba una operación; los efectos de las bombas de aviación, de
las granadas de artillería y hasta las evoluciones de los caballos. Al otro día,
desde el mismo paseo del Gran Capitán, en cuya calle se encontraba todo Córdoba,
presenciamos (con la emoción consiguiente) la operación de Cerro Muriano, a
tres kilómetros de la ciudad. Movilizaron hasta a los guardias cívicos, con
sus barrigas y sus escopetas de dos cañones, pálidos como la cera. Cuando
estaba más comprometida la cosa, llegó Sáenz de Buruaga con fuerzas regulares
y consiguió detener la ofensiva.[vii]
Pérez Salas, mientras tanto,
estableció su puesto de mando en la aldea de Torres Cabrera y, aunque recibió
refuerzos (dos coches blindados de la FAI de Linares, con ametralladoras,
llegaron el 21, y al día siguiente, medio millar de milicianos de Alcoy, que
habían terminado la instrucción militar rudimentaria en Espejo, se instalaron
en diversos cortijos entre Santa Cruz y Fernán Núñez), sin embargo, esta
columna quedó totalmente paralizada y, fechas más tarde, volvió al punto de
partida, en Espejo.[viii]
El juicio que Julián Zugazagoitia, - periodista socialista, que llegó a
ser ministro de Gobernación y subsecretario del Ejército durante la guerra,
exiliado en Francia y posteriormente entregado a Franco por la gestapo para ser
fusilado en 1940 – es justo y sincero, cuando se refiere al papel que jugó
Miaja en el sitio de Córdoba.
El encargo dado a Miaja, como todos cuantos podía dar la República, no
era envidiable. No se le ponía al frente de un ejército, sino de unas milicias
que carecían de cuadros de mando y sobre no notar su falta, se sentían más
dispuestos a rechazarlos que a admitirlos. El nombre de milicias no le
correspondía; eran guerrillas y como tales operaban, aun cuando en ocasiones
resultasen demasiado numerosas. Sacaban gusto a descubrir, con su instinto de
cazadores furtivos, las formas más elementales de la guerra. Para poder manejar
aquella masa humana, en la que intervenían mucho los campesinos de Jaén,
resultaba necesario transformarla, hacer de ella, hasta donde eso fuese posible,
un ejercito. En este esfuerzo es en el que la República iba a fracasar, no por
indocilidad de sus combatientes, sí por carencia de mandos subalternos,
conocedores de su responsabilidad y de su significado. Es forzoso referirse a la
facilidad con que incontable número de hombres civiles acudían a mí en
demanda de mandos superiores, causando ellos mi admiración y yo su asombro, al
notificarles que ello no estaba en mi poder. Aquellos ciudadanos se habían
planteado el problema personal en los términos más ambiciosos: Cesar o nada.
Son, reconozco, las dos reacciones absolutas del español: ¡Todo! ¡nada! Miaja
tropezó, como todos los militares profesionales, en esos inconvenientes que le
llevaban a trances de desesperación. Las unidades a sus órdenes avanzaban o
retrocedían siguiendo las reacciones más primarias, con independencia de
planes y objetivos. Para estas contrariedades, Miaja disponía de una filosofía
asturiana, cazurra, sólida, cuyas mejores sentencias le estaban reservadas a
Madrid.
De la misma forma, posiblemente
hubiese pensado don Joaquín. El que fuese ministro, Julián Zugazagoitia,
continúa su juicio en su obra “Guerra y vicisitudes de los españoles” lo
que sucedió tras el fracaso de Miaja:
Cuando cesó en el mando de las tropas que iban sobre Córdoba, sus
detractores celebraron el suceso. Creían, probablemente de buena fe, que con
eso era suficiente para derrotar a Cascajo, en lo que se equivocaron. Este
militar recibió refuerzos de Sevilla; dispuso de tropas escogidas, siendo las
mejores africanas, y de varios aviones que habían de producirnos daños
considerables. Córdoba, que quizá en algún momento pudo llegar a ser nuestra,
y en cuyo interior los trabajadores se atrevieron a organizar una resistencia a
la desesperada, se nos había ido de la mano. En lo sucesivo, Cascajo se atrevería
a hacer salidas, adueñándose de cortijos y de pueblos que habían estado en
nuestro poder y en los que el comunismo libertario, con sus manifestaciones más
originales, que no hay cosa ni idea en la que el campesino andaluz no influya
con su personalidad, había hecho su entrada.
Queda por relatar el paso a los
rebeldes del capitán Reparaz - con sus 210 guardias civiles, entre oficiales y
números - que se produjo pocos días
después el 23 de agosto. En primer lugar, pidió permiso a don Joaquín para
concentrar a sus guardias en el cortijo denominado de La Reina. El pueblo que
tenía en frente era Fernán Núñez, por donde pensaba pasarse. Pero, Pérez
Salas no se fiaba de él, y como medida preventiva ante una posible fuga, instaló
en dos cortijos más cercanos al pueblo, ochocientos milicianos que habían
venido de Alcoy. Para superar este inconveniente, solicitó la ayuda de los
rebeldes y, fue entonces cuando envió tres de sus guardias civiles con una nota
para el gobernador militar de Córdoba: Le
informaba de mi propósito de pasarme a las líneas nacionales, llegando hasta
Fernán Núñez, y le pedía que enviara la Aviación para que bombardeara los
dos cortijos ocupados por los milicianos rojos, y camiones a Fernán Núñez.[ix]
Los guardias consiguieron llegar a Córdoba y los rebeldes aceptaron ayudarlos
en su fuga. Y, es entonces cuando Reparaz prepara, con detalle su paso a los
rebeldes. Siguiendo con el relato de su obra:
Les
señalé el camino. Desde nuestro cortijo, tenían que retroceder, para evitar
el encuentro con la columna de Pérez Salas, y después avanzar, formando un ángulo
agudo con su itinerario, para entrar en Córdoba. La empresa era difícil pero
no imposible. Y lo consiguieron. Al día
siguiente: eran las seis y media de la tarde... se oyó un zumbido. Los guardias
se ocultaron. Me quedé en medio de la explanada, y vi tres aviones nacionales
que venían sobre nosotros. Los aviones se dirigían a los cortijos ocupados por
los rojos... Empezó el bombardeo.
Distribuí
las fuerzas en tres grupos. El primer grupo lo mandaba Rodríguez de Cueto. El
segundo García del Castillo, y el tercero, que sería la retaguardia, yo.
Para
comenzar el camino, teníamos que vadear el río. Con pretexto del lavado de la
ropa, yo había hecho jalonar la orilla con piedras. Vadeado el río, teníamos
que avanzar entre los dos cortijos de los rojos, y seguir a campo traviesa hasta
Fernán Núñez.
Los
tres grupos salimos rápidamente. Rodríguez de Cueto pasó, sin novedad el río.
Lo pasamos todos, con el agua hasta el pecho. Las armas las llevábamos en las
manos.
El primer grupo rebasó los cortijos. La aviación seguía
bombardeándolos. Pero vi que el grupo de García del Castillo daba un fuerte
coletazo hacia el flanco izquierdo. Creí que llegaba el momento de entrar en
combate.
Desplegué
mi gente y avancé rápido. No se disparó contra nosotros ni un tiro. Los rojos
no tenían ánimos para arrostrar la Aviación y pretender detenernos.
Estaban
pertrechados de ametralladoras y de fusiles. Les resultaron inútiles. El pánico,
la rapidez con que nosotros avanzábamos... No sé, en verdad, el motivo.
Cuando
pensaron en reaccionar, nos hallábamos a cuatro kilómetros. Habíamos
invertido cuarenta minutos en recorrerlos. La Aviación seguía evolucionando.
Yo
tenía mucha prisa. Nos interesaba ponernos fuera del alcance del escuadrón
mandado por el comandante Viqueira, que tenía encuadrados más de 150 hombres,
con sargentos y cabos, de regulares que estaban en España con permiso. Eran
gente adiestrada y peligrosa.[x]
En tres etapas que se había jalonado
antes de partir, se presentaron sin inconveniente alguno en el pueblo de Fernán
Núñez.
Se
veía claramente lo que yo suponía que era Fernán Núñez... Por un camino de
servidumbre, entre campos, llegamos a las afueras del pueblo... No se veía a
nadie. Las casas estaban cerradas... Llamamos a una.
-
¿Este pueblo es Fernán Núñez?
Nos
contestaron afirmativamente... Estábamos en España. Lo que dejamos atrás, era
la negación de la Patria.[xi]
Pero rápidamente, cuando llegó a la
plaza del pueblo que también estaba desierta, un grupo de guardias civiles
desalmó a Reparaz tras darle el alto:
Me
conminaron nuevamente, y me ordenaron
que arrojara la pistola al suelo.
Obedecí.
Seguí
obedeciendo hasta que logré llamar por teléfono a Córdoba. El gobernador
militar y el teniente coronel de mi Cuerpo, don Bruno Ibáñez, me felicitaron
calurosamente. Me anunciaron que iban a enviarme camiones para trasladar la
fuerza a Córdoba.
Habíamos
entrado en territorio nacional 202 guardias, cuatro tenientes, tres capitanes,
el teniente de ingenieros Olivares, un soldado de Artillería, falangista
antiguo, hijo del sargento Sánchez, y nuestros chóferes, que se habían traído
piezas capitales de sus vehículos. Traíamos también nuestro armamento.[xii]
A las dos de la madrugada, llegaba a
Córdoba donde se dirigió al Gobierno militar e informó de su aventura a los
coroneles Sáenz de Buruaga y Cascajo. Al día siguiente, en agradecimiento a la
Aviación que protegió su huida - y que de no ser por ella no hubiesen podido
pasarse - de mutuo acuerdo todos ellos vaciaron sus bolsillos y entre todos
reunieron 2.000 ptas. Dinero que el mismo Reparaz, entregó a Queipo de Llano días
después con estas palabras. “Para la Aviación”. Como el mismo dice en sus
memorias: “Era la señal de gratitud a las alas nacionales, que nos habían
protegido y ayudado en nuestra evasión”. Pocos días después, el 5 de
septiembre, se une a la columna de Sáenz de Buruaga, con sus 200 guardias
civiles y, participa en la toma de Cerro Muriano. Posición que despejó el
peligro que se cernía frente a Córdoba.
Con la avioneta de Carlos Haya, animaría a la resistencia a los sitiados
del Santuario de la Virgen de la Cabeza. Posteriormente, pasaría a la Sierra de
Gredos en la provincia de Ávila en “labores de policía” - suponemos que
para hacer méritos - junto con otros guardias que se pasaron como él. Después,
continuó en distintos frentes, hasta el final de la contienda.
Al terminar la guerra, le sucedió
algo que no esperaba. Los vencedores, al comprobar la muerte de los rebeldes de
Pozoblanco y Adamuz en Valencia y Madrid respectivamente en 1936, buscaron a los
culpables. Condenaron a muerte y llevaron a prisión a muchos republicanos, la
gran mayoría inocente; pero la sed de venganza de la derecha de Pozoblanco, no
terminó ahí, necesitaba más culpables. Y fue entonces – no se sabe, si con
razón o sin ella - cuando acusó a Antonio Reparaz de ser, más o menos
culpable, al avalar los pactos de rendición que llevaron a los sublevados de
Pozoblanco y Adamuz a la muerte. Aunque superó el juicio, poco después en 1946
se auto-exilió de España. Este es el juicio que sobre Reparaz hace, el
historiador franquista Ricardo de la Cierva:
En
efecto el 20 de agosto, Reparaz se incorpora a la columna Miaja, y el 25
consigue pasar a zona nacional por Fernán Núñez, previo acuerdo con la aviación
que los cubrió; con él se incorporaron dos capitanes más, uno de ellos Rodríguez
de Cueto, 4 tenientes y 202 suboficiales y clase de tropa. Reparaz tras
confortar desde el aire a sus compañeros del Santuario, hizo la guerra civil en
varios frentes, ocupó cargos políticos en la posguerra entre ellos la jefatura
de policía de Barcelona y de Madrid, fue acusado calumniosamente de colaborar
con el enemigo hasta su deserción, superó en 1941 un consejo de guerra pero,
hastiado de tanto rencor y mezquindad pidió en 1946 la baja en la guardia civil
y se marchó de España.[xiii]
El historiador franquista termina su
párrafo con palabras de admiración hacia Antonio Reparaz y con la petición de
su reivindicación ante la historia: el militar que fue traidor a los
republicanos y que también fue acusado como tal por los nacionalistas:
Fue
el salvador de buena parte de la guardia civil en Jaén y en la zona republicana
de Córdoba; fue el hombre que hizo posible la defensa del Santuario. La guardia
civil lo ha reivindicado oficialmente; la historia debe de hacerlo también. De
los 650 guardias civiles de la comandancia de Jaén - recuerda R. Salas - 325 se
pasaron y 245 se encerraron en Sierra Morena.[xiv]
Este fue el final de aquel orgulloso capitán de la guardia civil.
Mientras, el capitán Cortes y sus
hombres se ganaron la gloria - justamente merecida - por su gesta en el
Santuario de la Virgen de la Cabeza, Antonio Reparaz el hombre que organizó y
agrupó a los guardias en el Santuario, solo consiguió el desprecio de sus coetáneos
- de uno y de otro bando - para
terminar exiliándose voluntariamente a algún país, suponemos, sudamericano.
La guardia civil española está en
su derecho de reivindicarlo, a fin de cuentas, Reparaz, forma parte de su
“patrimonio histórico”. Pero la historia, si algún día lo hace, que lo
haga con todas las consecuencias, que a mi juicio son más malas que buenas.
[i] REPARAZ Antonio. Desde el
cuartel general de Miaja, al Santuario de la virgen de la Cabeza. Pág.
138-139. Ed. Artes Gráficas.
[iv] MORENO GÓMEZ F. La Guerra
Civil en Córdoba. Pág. 360. Ed. Alpuerto, S.A.
[v] REPARAZ Antonio. Desde el
Cuartel General de Miaja, al Santuario de la Virgen de la Cabeza. Pág. 360.
Ed. Artes Gráficas.
[vi] MORENO GÓMEZ F. La Guerra
Civil en Córdoba. Pág. 363. Ed. Alpuerto, S.A.
[vii] MORENO GÓMEZ F. La República
y la Guerra Civil en Córdoba. Pág. 740. Imp. San Pablo.
[viii] MORENO GÓMEZ F. La
Guerra Civil en Córdoba. Pág. 364. Ed. Alpuerto, S.A.
[ix] REPARAZ Antonio. Desde el
Cuartel General de Miaja, al Santuario de la Virgen de la Cabeza. Pág. 145.
Ed. Artes Gráficas.
[xii] IBIBIDEM. Pág. 152-153.
[xiii] DE LA CIERVA Ricardo.
Historia esencial de la guerra civil española. Pág.568. Ed. Fénix, S.A.
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