Capítulo
VII:
LA
EXPEDICIÓN MILITAR A CÓRDOBA Y FIN DE LA SUBLEVACIÓN EN VALENCIA
Las fuerzas del ejército en
Valencia, seguían acuarteladas. El general Martínez Monje, en un primer
intento de calmar la tensión en la que se encuentra la población se dirige por
radio al pueblo de Valencia: Valencianos:
Tengo indicios de que entre este noble pueblo valenciano han circulado noticias
tendenciosas de que esta guarnición estaba frente a los Poderes constituidos en
la República. Nada mas lejos de la verdad. La conducta de esta guarnición
durante estos azarosos días se mantiene dentro de la mas escrupulosa legalidad
y obediencia al Gobierno y a la Junta Delegada de esta Región, que permiten
asegurar que los rumores circulados lo han sido por gentes deseosas de enfrentar
al pueblo con la guarnición e impedir las amistosas relaciones que entre ambos
existen.[i]
Desde luego nada de esto era cierto, después de pedirles que no den oídos
a esos rumores burdos y pedir el voto de confianza a la guarnición y su general
terminó saludando al pueblo valenciano dando un ¡Viva la República!.
A
consecuencia de este discurso radiado, la Junta delegada afirma que la “
Rebelión fascista ha sido dominada en las seis provincias a su cargo”. Al día
siguiente el general Martínez Monje, a sugerencia de la Junta, vuelve a hablar
por la radio para comunicar que la guarnición de Valencia cesa en su
acuartelamiento y reanuda su vida normal. Efectivamente, las tropas acuarteladas
salieron de paseo y fueron recibidas con gran entusiasmo por la población. Sin
embargo, todavía las fuerzas del ejército seguían acuarteladas, con excepción
de Paterna, que había sido ocupada. Entre tanto, el general
González
Carrasco y el comandante Barba - los líderes de la rebelión - seguían escondidos y cambiando constantemente de domicilio;
hasta que no viendo salida a la sublevación, huyeron a zona nacional a través
de Alicante.
Mientras
tanto, Martínez Barrio se va haciendo con el poder en Valencia. En su obra 50
años de vida política española (1923-1973), el periodista Eduardo Guzmán
opina: En la noche del 28 de julio, Martínez
Barrio, en un discurso difundido por la radio a la guarnición de
Valencia, hace un resumen de lo hecho por la Junta en sus seis días de
existencia, y en las seis
provincias entregadas a su dirección y mando. Da a conocer la reconquista de
distintas poblaciones, y la formación de varias columnas formadas por
milicianos y guardias de asalto, que ya no sólo se limitan a liberar el
territorio de la región, sino que, empiezan a dirigirse hacia Andalucía y
Madrid, para acabar con la rebelión. Después de dirigir duras palabras a la
actuación de los sublevados, animó
al pueblo a luchar por la República, y se despidió con estos vivas: “Repito
en la jornada de hoy los tres grandes gritos del alma liberal y proletaria. ¡Viva
España! ¡Viva la libertad! ¡Viva la República!”. No es de la misma
opinión Joaquín Arrarás cuando escribe: “Sin embargo el tono triunfalista
de este discurso, se veía empañado por la circunstancia de que las fuerzas del
ejercito en Valencia seguían acuarteladas. Para solucionar este problema, Martínez
Barrio, envía al Subsecretario de
la Presidencia Carlos Esplá, a Madrid, para que traiga a la ciudad al ministro
del Ejército, general Castelló, que llega en avión a Valencia el día 29,
para dar una solución definitiva al problema de los cuarteles”.
El ministro actúa rápidamente. Exige a
Martínez Monje que cese el acuartelamiento de las tropas de todos los
cuarteles, y no solamente en aquellos donde hay jefes republicanos. Para Castelló
lo que hay que hacer es, que las puertas de los cuarteles queden abiertas de par
en par. Que entren por ellas el pueblo y que salgan los soldados, sin
limitaciones de ningún género, esto entiende el pueblo por el fin del
acuartelamiento y esto hay que hacerlo sin pérdida de tiempo, y de un modo que
no ofrezca dudas... El jefe de la división, general Monje, al no encontrar
razones que oponer, hace lo que de forma imperativa le ordena el ministro:
Ampliar el comunicado anterior y proceder a abrir las puertas de los cuarteles,
para que los soldados salgan de ellos. Solo así finaliza el equívoco dispuesto
por un grupo de jefes y oficiales. Los soldados en algún número se incorporan
a las milicias; otros desertan. Con las fuerzas no adheridas al Alzamiento, se
organizan batallones expedicionarios para ir a combatir contra los sublevados[ii].
En
las palabras tendenciosas de Arrarás: “se atemorizaba a los soldados diciéndole
que los cuarteles serían asaltados por el pueblo, y, en cambio, si ingresaban
en las milicias, se les prometía un buen pasar, paga de 10 pesetas diarias y
otros gajes. Finalmente, a quienes quisieran apartarse de la lucha, en el
Gobierno civil se les facilitaría un salvoconducto para irse a sus casas.”[iii]
De esta forma el ministro desmoralizaba a
los militares y dejaba vacíos los cuarteles. Pero hizo algo más, firmaba sin
cesar oficios por los que pasaban a situación de disponibles forzosos, todos
aquellos jefes y oficiales considerados desafectos al régimen o de
republicanismo frío. Sólo en el cuartel de Caballería quedan cesantes de una
vez un teniente coronel, un comandante, un capitán y seis tenientes. El
siguiente paso del general Castelló y de Martínez Barrio, es la petición a
Martínez Monje, de que se preparen unidades expedicionarias, con los soldados,
para dirigirse a Madrid. Monje se niega, basándose en la promesa que le hiciera
el presidente de la Junta de que no saldrían soldados de la capital, y habérselo
prometido él a sus coroneles. Ante este hecho, se nombra a otro general, Gamir,
para organizarlas.[iv]
El golpe es duro para los sublevados. La guarnición de Valencia no sólo estaba
ya incapacitada para el Alzamiento, sino que además de estar del lado del
Gobierno, tiene que luchar contra sus mismos compañeros sublevados en otras
provincias.
El general Gamir, recibe el encargo de
recorrer los cuarteles, para organizar las fuerzas que habían de partir hacia
los frentes. En el cuartel nº 7 donde está Manuel Pérez Salas y el mayor número
de incondicionales al gobierno, no tiene problemas para formar un Batallón
Expedicionario. Toma el mando el mismo teniente coronel Manuel Eixea Vilar y con
él, se ofrecen dos capitanes y cinco tenientes, Sin embargo, hubo que dejar
disponibles y ordenar su alejamiento del cuartel a dos comandantes, tres
capitanes y varios tenientes. En el cuartel nº 10, no tiene tanta suerte, sólo
tres oficiales se ofrecen para ir al frente, con dos compañías. Pero los
soldados, movidos por el resto de los oficiales, se oponen si no van con sus
oficiales naturales. Gamir no se amilana, obtiene del jefe de la división una
orden por la que deja disponible a todos los jefes y oficiales que se niegan a
figurar en la expedición. Y por otra orden, se le confiere el mando del
Regimiento al teniente coronel Manuel Pérez Salas. En el relato de Arrarás, así
sucedieron los hechos:
Este (Manuel Pérez Salas), llega a poco al
cuartel, reúne a los oficiales en la sala de Banderas para darle lectura de su
nombramiento. Tan persuadidos están los amigos del Gobierno de que son los
amos, que realizan todos estos atropellos impune y fríamente, convencidos de
que no tendrán replica. Apenas Pérez Salas ha exhibido la orden en sus manos,
cuando se la arrebata el teniente coronel Ríos y la rompe en pedazos.
Pérez Salas estremecido de ira, quiere
abalanzarse sobre quien le ha despojado del documento, pero intervienen los demás
jefes y oficiales, y el intruso y el coronel Gómez de Nicolás que se interpone
para evitar la agresión, son empujados hacia la sala de Justicia, donde se les
encierra.
El teniente coronel Ríos se hace cargo del
mando del regimiento. Ordena a los oficiales que vuelvan a sus puestos y se
apresten para la defensa. Se apaga la luz y se emplazan ametralladoras en las
ventanas. El cuartel se ha transformado de pronto en un blocao de la rebeldía
nacional. Por poco tiempo según sé vera.[v].
Manuel
Pérez Salas se encuentra preso en el cuartel de Infantería nº 10, antiguo de
Guadalajara. La rebelión ya ha estallado, pero demasiado tarde. En la noche del
29 de julio, un sargento, llamado Fabra, penetra subrepticiamente en el cuartel
de Paterna, se comunica con otras clases, logra desalmar al oficial de guardia y
encierra en el cuarto de banderas al resto de la oficialidad. Tres disparos de
mosquetón son la señal. Irrumpen los así conjurados en el cuarto de banderas
y atacan sin contemplaciones a los jefes y oficiales allí reunidos; hay muertos
y heridos. El sargento Fabra, rápidamente domina el cuartel y hace prisioneros
a los jefes y oficiales de los que desconfía.[vi]
Cuando por fin, los jefes y oficiales del
regimiento de Infantería - donde se encontraba preso Manuel Pérez Salas - y
del de Caballería resuelven - ante el ataque del que son objeto por parte de
los milicianos armados - sublevarse el 1 de agosto, apenas la rebelión se
materializa, es quebrada por la capitulación. En la noche de ese día y en las
primeras horas de la mañana siguiente, las milicias y fuerzas leales al
gobierno penetraron en los cuarteles sin encontrar resistencia, y se formaliza
la detención de los oficiales insurrectos. Manuel Pérez Salas es puesto en
libertad. En las primeras horas del día 2 de agosto, se ordena el cese de la
resistencia. Los jefes y oficiales son capturados y trasladados a la motonave
“Mar Cantábrico”, a fin de salvarles la vida. La sublevación, si se le
puede llamar así, había terminado.
Esta
es la opinión que sobre los hechos da, Jesús Pérez Salas; y que sirve también
para conocer algunos aspectos sobre la vida de su hermano Manuel:
Cuando los facciosos entraron en Valencia
(1939), apresaron al general Aranguren, jefe de la plaza, y a su jefe de EM,
coronel Manuel Pérez Salas. Ambos se habían refugiado en la delegación de una
república americana, la de Panamá, que les ofreció asilo, y de donde fueron
sacados para ser fusilados, sin que aquella República se sintiera ofendida por
este atentado a su soberanía. La República Española, respetó a todos los
refugiados en las legaciones extranjeras.
El coronel Manuel Pérez Salas, era segundo
jefe de un regimiento de infantería en Valencia el 19 de julio de 1936. Este
regimiento no se sublevó; pero el otro de la misma guarnición sí lo hizo,
aunque sin llegar a sacar las fuerzas a la calle. El general Martínez Monje,
jefe militar de Valencia, ordenó al coronel Manuel Pérez Salas, que se hiciera
cargo del mando del regimiento sublevado. Al presentarse a cumplir su misión,
el coronel Pérez Salas, fue detenido y encerrado en una habitación, no sin
antes haber sufrido duros reproches por parte de los jefes y oficiales por no
haber secundado su actitud.
Un comandante lo tuvo dos veces encañonado
con su pistola, no llegando a consumar el asesinato a causa de la intervención
de los demás.
Al día siguiente, al ver el cuartel rodeado
por los guardias de asalto y ante la amenaza de ser bombardeados, se entregaron.
El coronel Pérez Salas, para evitar que los oficiales cayeran en manos de las
turbas enfurecidas, los sacó por una puerta trasera, dejándoles en libertad
para que pudieran esconderse. A pesar de todo, fue fusilado después por ellos.
Si el comandante que indudablemente tenía
alma de asesino, ha sobrevivido a la guerra, habrá sido probablemente el mayor
acusador que haya tenido mi hermano.[vii]
Las
opiniones de Arrarás y Jesús Pérez Salas, coinciden en lo referente a los
hechos sucedidos en julio de 1936, a excepción, claro está, de que Arrarás,
no cita el gesto humanitario de Manuel, al proteger de las turbas y poner en
libertad a los compañeros de armas que lo detuvieron. Este gesto humanitario de
un “vencido”, no podía darlo a conocer un “vencedor” como lo era Arrarás.
Como en todas las épocas, la historia la escriben los vencedores, y en nuestro
caso a medias, si no falsamente.
Con
anterioridad a la rendición de los últimos cuarteles, don Joaquín se marchó
de Valencia, al mando de una expedición de artilleros con destino a Madrid. En
palabras de su hermano Jesús, estos fueron los acontecimientos que sucedieron:
En Valencia era todavía más fácil la
reorganización de la tercera división, teniendo en cuenta que el movimiento
rebelde fue allí más débil. Ya que uno de los regimientos de infantería no
se había sublevado y que el de artillería no llegó a completar la rebelión.
El resto de la Guarnición valenciana permaneció en los cuarteles como
sublevada por unos días y se rindió sin hacer la menor oposición.
Por la distancia que separaba a Valencia del
frente y dada la escasa importancia estratégica ofensiva que ésta tenía - me
refiero al frente de Teruel - no existía peligro de que Valencia resultara
amenazada por los facciosos, lo que hacía sumamente factible la reorganización
de su guarnición. A pesar de ello solo se consiguió disponer de dos baterías
de artillería, que al mando del comandante Pérez Salas, salieron para Madrid y
desde allí fueron destinadas acto seguidas, al Frente de Córdoba.[viii]
Pese
a que la insurrección no estaba dominada, Martínez Barrio y Castelló, no sólo
no desisten, sino que acuerdan acelerar el envío de expediciones militares a
Madrid, y de esta forma en la noche del 31 de julio, salen dos trenes, en el
primero marchan los artilleros y en el segundo los soldados de infantería del
teniente coronel Eixea. El historiador-militar Joaquín Arrarás, trata de una
forma más extensa, aunque más exaltada, la despedida de estas expediciones, en
su marcha para Madrid:
La salida de estas fuerzas da motivo a una
despedida apoteósica: la Junta Delegada invita por la radio a los vecinos a que
acudan a la estación para que “lleven los soldados el aliento del fervor
republicano de este pueblo a la Sierra de Guadarrama, donde el movimiento
sedicioso da los últimos coletazos”
A las diez y media de la noche salen dos
baterías en medio de aclamaciones delirantes de la muchedumbre congregada. El
comandante Pérez Salas promete, desde una de las ventanillas del convoy, la
fidelidad de los expedicionarios a la República. Están presentes en los
andenes Martínez Barrio, Castelló y Martínez Monje (ver fotografía). Horas
después parte la expedición de infantería. Una Banda del Regimiento entona el
Himno de Valencia y el de Riego.
El andén está atestado de público
que se apretuja resollante. Hace un calor de horno. Sobre la muchedumbre
abigarrada que ruge, se alza un bosque de banderas en las que campea la hoz y el
martillo. Más se vitorea a Rusia que a la República (Nota:
Creemos excesivo y no cierto lo que sigue). De
pronto un coro de fanáticos rodea a los generales Castelló y Martínez Monje,
los levantan en vilo y posándolos sobre los hombros como a los espadas en sus
tardes de gloria, los pasea por el andén entre gritos, risas y ovaciones. De
esta manera salen de la estación sobre el mar embravecido de la muchedumbre.
Los generales son guiñapo a merced de las olas revolucionarias.
Desde la estación, el populacho se dirige
hacia la Alameda, donde están los cuarteles de los regimientos que se han
negado más o menos abiertamente a suministrar contingentes para Madrid: El de
Infantería nº 10, cuya rebeldía no ofrece dudas, porque sus oficiales han
agredido y preso al teniente coronel Pérez Salas (Manuel), y el de Caballería
de Luisiana, que aunque sometido formulariamente, no cumplimenta ninguna de las
ordenes de Martínez Monje.[ix].
Este texto de Arrarás, refleja de una forma
exaltada, con algunas falsedades, pero en otros aspectos bastante real, el
ambiente revolucionario que se vivía en Valencia, en aquellos días. Don Joaquín,
siguió al mando de la expedición a Madrid, y cuando llegó al día siguiente,
el Gobierno cambió de parecer, pues ya no eran necesarias las fuerzas en la
Sierra de Guadarrama. El peligro estaba ahora en Andalucía, había que detener
las tropas que estaban llegando de África. Para ello era necesario recuperar Córdoba
ocupada por los rebeldes. Y hacia allá fue enviado don Joaquín, a Montoro,
para formar parte de la “Columna de Andalucía”, que al mando del general
Miaja va a intentar tomar dicha capital. A partir de ahora, la vida de Pérez
Salas se desarrollaría en tierras cordobesas durante la mayor parte de la
guerra, pero eso, será ya tema de los siguientes capítulos.
Mientras
tanto, los militares rebeldes de Valencia, se encontraban presos - esperando
juicio - en varios barcos anclados en el puerto. La ironía del destino hace que
otro grupo de rebeldes, esta vez procedente de la comarca de Los Pedroches,
vayan a parar a los mismos barcos prisión. Ambos grupos rebeldes, serían
juzgados por el mismo Tribunal Popular, condenados casi todos a muerte, también
serían ejecutados en el cementerio de Paterna y enterrados en fosas comunes
contiguas. Don Joaquín, posiblemente sin saberlo inicialmente, ayudaría a
partir de entonces de una forma inequívoca, a los familiares de aquellos
comarcanos ejecutados en Valencia junto a aquellos militares sublevados, contra
los que él había actuado, por defender la República.
[i]
CABANELLAS Guillermo. La guerra de los mil días. Pag. 496. Ed. Grijalbo,
S.A.
[ii] CABANELLAS Guillermo. La
guerra de los mil días. Pag. 496. Ed. Grijalbo, S.A.
[iii] ARRARAS Joaquín.
Historia de la cruzada española. T. nº 23. Pág. 513. Ediciones españolas,
S.A.
[v] ARRARAS Joaquín. Historia
de la cruzada española. T. Nº 23. Pág. 514. Ediciones españolas, S.A.
[vi] CABANELLAS Guillermo. La
guerra de los mil días. Pag. 497. Ed. Grijalbo, S.A.
[vii] PÉREZ SALAS Jesús.
Guerra en España (1936-1939). Pág. 250-251. Imp. Grafos. México DF.
[ix] ARRARAS Joaquín. Historia
de la cruzada española. T. nº 23. Pág. 514-515. Ediciones españolas,
S.A.
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