¿Nos tratamos como intelectuales o como lo que somos?

Por Mariana Hernández
mariannehz@mac.com

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Jueves 3 de enero de 2002

Recomiendo a los lectores regresar de tanto en tanto a este texto, pues está siendo renovado a medida que se van produciendo nuevos datos y nuevos razonamientos.

¿Nos tratamos como caballeros o como lo que somos? (Cantinflas)

“Borregos”, “Mujiquitas de lujo”, “paniaguados”, “sumisos”, “bozaleados”, “comisarios”, “gobierneros”, “Espinozita el cobarde”... Abominaciones así (he olvidado las más) ha suscitado el comunicado Creadores, intelectuales y profesionales de la cultura ante el país, firmado por más de 200 intelectuales durante el paro del 10 de diciembre de 2002. ¿Qué decía ese documento para infundir tanto asco? ¿En qué lugar pegó para que les doliera tanto a esos intelectuales impugnadores? ¿Será que les ardió que se rompiera la aparente unanimidad del frente que se proponía armar Fedecámaras, avanzadilla en la que ellos están en la primera línea de fuego? Pensar que hasta hace meses conocíamos el paradero de muchos de ellos en la primera línea de fuego de la izquierda. Porque estos reaccionarios (me refiero a los que reaccionaron ante la declaración...) son personas de alta catadura intelectual, comparable por cierto con la de los que firmaron el manifiesto.

Las discusiones políticas venezolanas han llegado a un nivel de indigencia conceptual alarmante, sobre todo porque muchos de los que tienen la responsabilidad ética y profesional de elevarlo se entregan sistemáticamente a envilecerlo. Debo suponer que ello se debe a que están enceguecidos por la ira, tan enemiga del talento, cuando no se madura. No sé si las personas que firmaron el documento merecen asperezas tan crudas y mal calculadas. Ana Enriqueta Terán “borrega”. Gustavo Pereira “paniaguado”. Juan Pedro Posani “Mujiquita de lujo”. Juan Carlos Núñez “sumiso”. Hay que tener imaginación para figurarse esos epítetos en estas cuatro personas, por nombrar sólo a ellas. Debe ser que no sé lo que es la sutileza. O que se trata de una broma pesada. Errores habrán cometido en sus vidas los firmantes, no muy menores ni muy mayores que quienes los han insultado, pero ¿son tan graves esas faltas como para injuriar con tan poco arte a personas de esa contextura moral y profesional? ¿Por qué no leyeron primero las agudas observaciones de Jorge Luis Borges sobre el arte de injuriar? Estoy segura de que les sería de gran utilidad si piensan consagrarse a ese oficio, como parece. ¿Será que se sienten más cómodos envileciendo el debate? Si honrar honra, también deshonrar deshonra.

¿Por qué tantos opositores (no todos, ¡enhorabuena!) perdieron esta oportunidad tan buena para intentar un elevado y ubérrimo intercambio de ideas con otros intelectuales de su misma talla sobre temas tan cruciales como los que hoy escinden a los venezolanos? Hubiera sido un tributo invalorable para la nación si sus refutadores se hubieran precisamente ocupado del comunicado mismo. Éste contiene ideas (buenas o malas —no es mi propósito juzgar eso aquí) que merecían una consideración, una refutación, un apoyo o un comentario racional; no un insulto ramplón.

Manuel Caballero califica el documento de mal escrito, y lo declara en un artículo con un título de la siguiente elevación estilística: “Espinozita el cobarde”. No sé si son cosas mías, pero le he visto prosas más aseadas a Manuel Caballero. Digo como Borges, “en serio, sin ironía”: hubiéramos ganado todos si hubieran hecho con este documento de los 200 y pico como hicieron otros intelectuales de oposición, entre ellos Caballero, que en esos mismos días publicaron otro comunicado también lleno de razonamientos —que tampoco es mi propósito juzgar aquí; sólo me limitaré a elogiar su falta de injurias. Es una lástima que ese otro documento, por cierto, no propiciase ningún comentario. Es una lástima en ambos casos: uno porque provocó insultos intelectualmente famélicos y otro porque no provocó nada. No sé qué es peor.

Estas reacciones son un síntoma de que algo anda mal en la cultura venezolana de estos días, pues al menos una parte de sus máximos representantes no saben sino emitir insultos literariamente menesterosos o argumentos falaces y débiles, como éste, increíblemente debido a un hombre tan inteligente como Zapata, a saber: quien apoya un gobierno deja eo ipso de ser intelectual. Entonces empleados del gobierno como Aristóteles, Arquímedes y Bello ¿no eran intelectuales? ¿Y qué pasa con los que, como Zapata mismo, dejaron de apoyar causas populares para hacer como la Volkswagen: crear productos sólo para quien pueda pagarlos bien? No apoyan el gobierno pero sí se rinden sin condiciones ante el “poderoso Caballero Don Dinero” (ver el final del artículo “El matrimonio de Fedecámaras y la CTV”, de Luis Britto-García). Deprimente, ¿no? ¿Y por qué entonces Zapata apoyó explícitamente el gobierno de Jaime Lusinchi en una cuña que vimos repetir ad nauseam por la VTV gobiernera de entonces, la de Marta Colomina? ¿Dejó Zapata de ser artista por apoyar a Lusinchi? ¿No tenía acaso pleno derecho constitucional a apoyar al gobierno que se le diera la gana? ¿Alguien lo acusó de no ser intelectual por ejercer entonces como ahora su libertad de conciencia? Le gustaba Lusinchi y no le gusta Chávez; toda constitución razonable le da ese derecho. ¿Y dejó Marta Colomina de ser profesora y periodista por trabajar bajo Lusinchi y Blanca Ibáñez en la dirección del Canal 8? Debo suponer que la Colomina hizo una administración nada sectaria del canal oficial. Y honesta, a pesar de las denuncias que hizo Joaquín Marta Sosa, su sucesor. Que por cierto no recuerdo que ninguno de estos valientes intelectuales, tan prestos al denuesto cómodo, opinase sobre la Ibáñez cuando era poderosa. Ni siquiera cuando ya no era influyente. Confieso que padezco de una morbosa curiosidad de Pandora por conocer la opinión que tiene la profesora Colomina sobre la Sra. Ibáñez.

No puedo concebir que personas tan cultas e inteligentes no encuentren razones para refutar el documento. Pero si las tienen, ¿por qué no las usan? Serían más eficaces, me parece, aunque no sé qué piensen ellos. Tal vez consideran que con eso cumplieron mínimamente algún contrato. Aunque tampoco creo eso, porque siendo personas de moral tan estricta, se hubieran esforzado un poquito para no estafar a su empleador. Además, mi espíritu se rebela ante la idea de que pudieran ser conciencias tarifadas. Digo estas hipótesis descabelladas porque alguna explicación tiene que tener esta súbita mengua de talento de Milagros Socorro e Ibsen Martínez

Apostilla del Día de los Inocentes de 2002

El 11 de diciembre de 2002 salió un documento de intelectuales golpistas, de una pobreza conceptual deprimente y hasta mal escrito. Así que... Ceci explique cela.

, entre otros. De nuevo lo digo en serio, sin ironía. Aunque de Sergio Dahbar por supuesto que sí lo diría con ironía y por eso procedo a callar sobre él a partir de este punto y seguido. ¿Qué será lo que les está pasando que andan tan nerviosos? ¿Qué bebedizo les dieron?

Vamos, señores intelectuales opositores: Un poquito de respeto con sus propias personas y con su oficio. Ejérzanlo. Contradigan el documento si lo encuentran malo, sin el indolente expediente del argumentum ad hominem. O fírmenlo si lo hallan bueno. O razonen su abstención si es el caso. O escriban un manifiesto mejor. Vamos, seguro que pueden. Un esfuercito y les sale. Prueben para que vean. O cállense (es sólo una sugerencia, claro) si se les olvidó cómo razonar. Si se callaran nos harían un gran favor a todos, empezando por ellos mismos y sobre todo a aquellos con quienes están aliados, Fedecámaras a la cabeza. Y no ensuciarían los medios que los emplean, o admiten sus palabras, con improperios destemplados (y lo que es gravísimo: sin talento) que no hacen sino ensuciarse ellos mismos. Sigan siendo intelectuales, que el país los necesita. Pero no en ese estado tan lastimoso.


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