Cuando en la finca de mi abuelita alguno de los nietos tumbaba del árbol un aguacate biche, lo envolvían (al aguacate, no al nieto) en periódicos, y maduraba; allí nunca se sirvió un sancocho sin un aguacate amarillo verdoso, sanito, todo crema y manteca. Y no se crea que la excelencia de esos aguacates era mérito exclusivo de la región del Rosario, más apta para el cultivo del café y, en la actualidad, para la práctica del golf; esa delicia se obtenía gracias a la mano cariñosa de mi tía Aleyda (que, para más detalles, era la hija mayor del Q.•. H.•. Pedro Luis Mejía, mi abuelo, quien fuera Guarda templo Exterior de la Resp.•. Log.•. Nieves del Ruiz Nº 2 por allá en el año 1923).
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Sí. Cuando en la hojarasca del patio se oía el golpe seco que anunciaba la caída de un aguacate verde, mi tía lo envolvía en una hoja de papel periódico y lo escondía en un rincón de la alacena. Lo escondía, pero a cada rato iba, lo tocaba, lo olía y, para utilizar las palabras propias de la vieja, lo “acariñaba”. El resultado, ¡esa delicia! De haber existido en esa época la Orden de los catadores de aguacate, yo hubiera sido el Gran Maestro gracias a la instrucción de mi tía.
En las últimas semanas se ha despertado cierta polaridad respecto del proyecto de la Gran Logia Unida de Colombia. Unos dicen que el proyecto está inmaduro; otros, desde hace bastante tiempo vienen diciendo que la unión es urgente; y yo, entre los unos y los otros, aquí sentado añorando la mórbida sensualidad que se genera en mis manos cuando toco un aguacate.
Desde chiquito me acostumbré a que mi mamá y las demás tías me regañaran cuando, tratando de subirme a una casita que mi primo mayor construyó en el árbol, por accidente tumbaba un aguacate: “mijo, no sea pendejo; mire que tumbó ese aguacate que estaba para pasado mañana! ¿No ve que todavía está biche? Vea pues, otro aguacate que se “vanió”, ¡y por culpa suya!”. Pero ya más grandecito contestaba encogiendo los hombros y llevándole la oblonga y verde víctima a la maga del aguacate. No me importaba el regaño, pues la tía Aleyda sabría como ablandarlo para poder sacarle al otro día la carne deliciosa.
Lo mismo sentí cuando oí decir que el proyecto de Gran Logia Unida estaba inmaduro. ¿Y qué? Para eso está la tía Aleyda, que además es viuda (desgraciadamente los Hijos de la Viuda no le hacemos caso a la mama). Hoy, desde mi sillón de demiurgo lamedor de cáscaras de aguacate, veo cómo algunos se preocupan porque hace un año algún niño torpe e imprudente descogolló por accidente el aguacate de la Gran Logia Unida. Están convencidos de que, si se deja entre las hojas del suelo, se va a vanear; tal vez algunos piensen que lo más prudente es dejarlo allí abandonado, donde alguien pueda pisarlo para que nadie lo recuerde; pero yo ya se lo entregué a mi tía Aleyda, la Viuda. Ella se encargará de que mañana podamos deleitarnos con la textura sublime de una única Gran Logia que nos convierta en verdaderos hermanos; en su honor, deberíamos incorporar en nuestras liturgias, al lado de las granadas y muy cerca de los Aprendices, un aguacate. Eso tal vez nos ayude a entender que los proyectos, cuando no se acariñan, se vanean.
Luis Alfonso Mejía Echeverri
M.•. M.•.
Resp.•. Log.•. Nieves del Ruiz Nº 14
Vall.•. de Manizales
6 de Mayo, 2006
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