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Artículo

DIEZ AÑOS EN LA PEROLA
       Oskar Corredor

(Artículo publicado en el libro “La Perola 10 Años” - 1999)

Después de escribir un título como el anterior es inevitable pensar “Ya diez años... mierda, nos vamos poniendo viejos...” Pero dejemos pasar esta oscura reflexión porque La Perola es apenas una niña y estamos celebrando su cumpleaños. Así que, retrocedamos el casete...

Mi primer contacto con la narración oral se da en 1988, cuando en uno de los millones de cartelitos que adornan de modo trashumante las paredes de la Facultad de Ciencias Humanas – el edificio 212, el blanco, sí, ahí frente al Jardín de Freud, ¿se ubica? – . En un cartelito de éstos veo anunciada una función de Narración Oral Escénica: “Los Credos del Amor” del cubano Francisco Garzón Céspedes. Primer pensamiento: ”Narración Oral Escénica... ¿qué será esa joda?...” , segundo pensamiento: “el título no promete mucho... – Los Credos del Amor –... pero eso de Narración Oral me suena...” Por si acaso y para no perder el viaje invito a la niña linda del salón, que gracias a mi maldita suerte nunca pasó de ser mi mejor amiga. De todas maneras la función de cuentos resultó entretenidísima, al finalizar, Francisco Garzón Céspedes – hombre mayor, algo calvo y barrigón, de negro hasta los pies vestido, gran cuentero, bigote y barba que ponen negrilla a las historias que nos trae su acento de isla con mucho sol – nos dice que tiene un sueño sobre el resurgimiento escénico del arte milenario de contar cuentos, que va por Latinoamérica impulsando la Cuentería, que se necesitan nuevos cuenteros; que fundó la Cátedra Itinerante de Narración Oral Escénica, y no sé que más dijo porque me perdí...

Y me perdí, porque para esa época ya estaba haciendo teatro con el grupo Teatro Experimental de la UN y eso me estaba gustando más que estudiar Psicología – a lo que dedicaba el tiempo libre –. Pero la gracia de treparse a un escenario está en presentarse ante un público y nuestro cuidadosísimo proceso nos llevaba a ritmo de obra por año, además a mí me encantaban los cuentos y conocía unos muy buenos, así que no termine de oír lo que dijo Garzón porque en ese momento me estaba preguntando “¿será que... ?”

La primera parte la conozco de oídas, por tradición oral para usar el término técnico. Dicen que cuando Francisco Garzón hizo el taller en el T.P.B. a alguno de sus alumnos se le ocurrió la idea de comenzar a contar en un espacio de la Universidad donde estudiaba e invitar a sus compañeros de taller (hablo del espacio de la Javeriana y creo que el estudiante en cuestión es Carlitos Román), la cosa debió funcionar, porque al poco tiempo un estudiante de la Nacional decidió hacer el intento en su Alma Mater, en un espacio entre la Cafetería Central o “Güimpi” y el polideportivo; legendarios resultan hoy los tragos de brandy con que el anfitrión tuvo que sobornar a estos primeros cuenteros, (y no me apuesto una mano, pero a estas alturas la historia debe andar por los lados de Carlos Fernández y William Díaz), sin embargo un día no hubo brandy ni cuenteros, pero ya estaban llegando los que querían oír – poquitos eso sí – pero ya estaban llegando, y es que no se imagina el camello tan tenaz que implicaba vocear por todas partes y convencer a la gente que esto de escuchar cuentos valía la pena; bueno, el caso es que ese día había público pero no cuenteros, y a Carlos Fernández le tocó contar e instaurar en La Perola el criterio de espacio abierto para todo aquel que tuviera un cuento por compartir, característica clave de este espacio, como se verá más adelante.

Efectivamente, tanto estudiantes de la Nacho, como personas que no estudiaban aquí pero que mantenían con la universidad ese tipo de lazos que sólo la nacho ofrece fueron llegando e integrándose al naciente combo de PEROLEROS. Además de los ya nombrados Carlos y William: José Flórez – recién retirado de ingeniería –, Gustavo González – impenitente quijote –, Fernando Rodríguez – “Jénesis”, estudiante de Psicología de la Católica y de Sociología en la Nacional, que a la postre no terminaría ni la una ni la otra –; Constanza Londoño estudiante de Psicología que sí se graduó ; Omar Díaz – “Juan sin Miedo”, primer cuentero con seudónimo, estudiante de Derecho de la Autónoma, otro sin graduar –; Jairo González – Albatros, recién salido del colegio con ganas de contar por vía oral y escrita –; Mauricio Duque – juiciosísimo estudiante de Química –; Fabián y Tata – no recuerdo que estudiaban pero eran compañeros de Carlos Fernández en el grupo de teatro que dirigía Enrique Vargas –; luego llegué yo – mamándole gallo a la Psicología, integrante del grupo Teatro Experimental UN –, y finalmente Jorge Navarro bajado de algún bus corroncho o de alguna fiesta gay y que es el gran ausente en esta “Decacelebración”.

Tal vez haya otros ausentes – por razones menos concluyentes eso sí – William terminó Ingeniería... ¿Eléctrica?, el caso es que hizo un postgrado en Filosofía, se retiró de la narración y se dedicó a enseñar y... ¿?, a quien nos pueda dar informes sobre su paradero se le asegura absoluta reserva, ubicación en el exterior, usted pone las garantías y nosotros le estaremos eternamente agradecidos.

En fin esos éramos los trece: Los Narradores del Espacio Vacío, cuenteros en formación, de pronto sin mucha técnica, pero con unas ganas de hacer cosas, de inventar, de contar. Yo me acuerdo... Aquí comenzamos pasando mochila y pidiendo monedas, claro, nosotros también queríamos brandy... Intentamos crear espacios paralelos en La Perola para otras artes, así como los Viernes de Cuentería, se hicieron algunos Miércoles de Poesía, Jueves de canto...

De La Perola salieron comisiones para crear espacios en otras universidades, ya estaba el de la Javeriana, y el de la Pedagógica que dirigía Luis Keshava Liévano: Fernando Rodríguez comenzó a insistir en la Católica, y los Tres Pecados Capitales le vendimos la idea a la directora de bienestar de la Tadeo, y por un tiempo intenté programar en la Piloto, ¡ahh! y a la INCCA también fuimos.

Comenzaron a llegar los cuenteros y el público de esas y otras universidades y poco a poco nos fuimos haciendo amigos. Andrés López terminó una función del Vengador Académico como Lucho Herrera en Alpe d´ Huez. Con la cara bañada en sangre, pues resbaló en las gradas de ladrillo de La Perola. Pero la función debía continuar y continuó. Con él comenzarían los espacios de Los Andes y la Santo Tomás.

De la Javeriana ya conocíamos a Carolina Rueda y a Jaime Riascos y por supuesto a “Cúcuta” Román, pero luego salió un loquito bien bonito llamado Heco, y este loquito fue quien se inventó el espacio del Externado.

Hasta Leonel Castellanos pasó por aquí; junto a este Roberto Soto Prieto de la Cuentería, Albatros y Oskar realizamos la primera función en la Universidad América, aunque la directora de bienestar de allá sólo se vino a enterar que existía la Narración Oral años después.

En La Perola decidimos dejar de recoger monedas en pro de la dignificación del oficio. Isaías Peña Gutiérrez – a la postre Director de Divulgación Cultural de la UN – acogió nuestras inquietudes y la Universidad comenzó a suministrar una subvención – modesta eso sí, hasta la fecha – pero dejó un precedente...

En vez de monedas se nos ocurrió recoger deseos, o poemas, o lo que quisiera escribir la gente que miraba; entonces los enrollaban en un papelito y entre cuentos se iban leyendo, esto se llamó la Mochila de los deseos.

Con William Díaz completamos la idea de los aquelarres, y durante tres años con la delicada acción de José Flórez y respaldados por todos los cuenteros, se relataron cuentos desde las 6 de la tarde del viernes hasta las 6 de la mañana del sábado más próximo al 31 de octubre.

Gustavo González impulsó un vídeo que contenía cuentos de todos nosotros y que iba quedando lo más de bonito, llegó hasta la edición y ahí quedó.

Y hacíamos taller permanente entre nosotros... Y contábamos los fines de semana en el Parque Nacional... Y fueron llegando otros amigos. Los Poetas del Milenio se intentaron robar a Albatros y terminaron dejándonos a Héctor Hernán Hurtado y a Primo Rojas, incluso Oscar Sarmiento narró poemas memorables. Salieri se murió pero dejó a Palankiputa.

Y cuenteros “los que tu quieras”, como diría Carlos Pachón. Además del antedicho “Gilimón”, por ahí pasaron Roberto Nield, Ricardo Cadavid, Mauricio Linares, Mauricio Montes, Claudia Bautista, Alejo Campos, Gonzalo Valderrama, Ricardo Gómez, Iván Torres, César Cárdenas, Wolfrang Durán, Alberto Rodríguez, Vladimir Olaya –y su diente–, Germán Cubillos, Alekos, Diego Camargo, Henry Morales, haga la prueba, pregúntele a alguno de ellos si ya se le olvidó su primer “perolazo”.

Si, ya sé no he nombrado a Jaime López, Juan Carlos Grisales, Harry Marín o Martín Trujillo. Pero es que ¡hermano, ellos nacieron aquí !

Valga el espacio para rendir debido tributo a Carlos, José, Juan Carlos, Jorge, Harry y Martín por las horas de su vida dedicadas a programar Perolas. Bien que las programaron. Porque además de los ya nombrados, y algunos otros –hasta Nelly Pardo– también han contado en La Perola: los paisas y los caleños – éstos, en Cali en la Universidad del Valle abrieron el espacio de narración El Perol en honor a su mamita La Perola – ; los manizalitas, los costeños, bumangueses, tolimenses, amazónicos, llaneros, guajiros y otros colombianos. Amén de argentinos, españoles, cubanos, mejicanos, uruguayos, costarricenses, venezolanos y casi todo el que haya tenido que ver con cuentos y haya pasado por este país. Algunos de los mejores cuenteros del mundo... y todos los peores. No me quiero extender mucho en este punto porque me pueden mandar un sufragio, pero con Flanagan, Javier Torres, Cabeto y sin repetir un nombre que solté por ahí, La Perola ha tenido personajes de exposición.

Otros muchos, nunca pretendieron ser cuenteros, simplemente se les ocurrió que querían decir o contar algo y lo dijeron o lo contaron, y la gente de la nacho los oyó y todos tan contentos. Bueno, algunas veces unos más contentos que otros...

Los compañeros comprometidos y combatientes, por ejemplo, a veces nos han querido más, otras nos han querido menos. Nos han dejado grafittis – por demás calumniosos – que expresan duda sobre nuestra heterosexualidad y sobre la capacidad de raciocinio de los oyentes. Otras veces con capucha nos han tirado petos que no estallan y la mayor parte de las ocasiones han ido a sin capucha a sentarse como cualquier parroquiano a gozar los cuentos, demostrando de esta forma que ni la risa, ni los sueños son contrarrevolucionarios.

La característica de espacio abierto ha permitido a los diversos discursos llegar a La Perola: políticos de izquierda, centro, derecha y ultras. Religiosos de cuanta secta existe en la viña del Señor (¿de cuál Señor?), narcodependientes pasados por alcohol, posmodernos alternativos de la nueva era y de otras eras, y érase que se era que todos han dicho... y el público siempre con una sonrisa cómplice o compasiva.

A veces la institución nos mama gallo, nos intenta ignorar, pero es que somos hartos y jodemos mucho.

Aquí vimos los primeros cuentos al alimón, los cuentos entre varios, los contracuenteos, los duelos improvisativos... Aquí se han hecho talleres, y si en un tiempo se podía hablar de cuentos clásicos de La Perola, hoy ya no hay espacio ni memoria que aguante el intento de citarlos a todos...

O a lo mejor si hay memoria, ¡cuántas historias recuerdan los ladrillos, las columnas, las paredes! ¿Cuántos relatos recuerdan las generaciones de “ex-nachos” que alguna vez se sentaron a escuchar?

No sé, ya diez años. ¡mierda, cómo estamos de viejos! ¡Feliz cumpleaños Perolita!, y como dijeron las 1280 Almas – otro producto orgullosamente nacho – “Aquí vamos de nuevo, otra vez a vacilar...”.

 

 

 

 

 

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