¿El fin del amor para toda la vida?

El ideal de lo eterno, de lo que dura toda la vida, parece haber caído en desuso. Ni siquiera los electrodomésticos duran tanto como la heladera de la abuelita, que era, como el abuelo, "para toda la vida". La publicidad nos advierte que sin cambio no hay aventura, que lo bueno, si nuevo, dos veces bueno, y si joven, dos veces nuevo. En la publicidad no hay amor sino enamoramiento, idealización, un flechazo iniciativo en donde está ausente el conflicto. Todos sonríen, tostados y al aire libre.

La pareja duradera, en cambio, como toda relación humana que se prolonga en el tiempo, reconoce en el conflicto un componente fundamental de las relaciones humanas, advierte que necesariamente habrá conflictos, períodos de antagonismo, aburrimiento y frustración. Ya no obedecemos a la Iglesia sino a la Ciencia (y a San Freud), que no solo nos dice que copular es bueno sino también -la muy exagerada- que si no lo hacemos "sublimamos" o hasta podemos enfermar.

Las parejas cada vez duran menos, y si bien algunos han pasado buena parte de su vida en pareja, lo han hecho con seis o siete "amores de la vida" diferentes. Los que a veces pagan el pato son los hijos, que cuando la pareja se separa suelen quedarse con "papá de fin de semana" desde muy pequeños. Algunos piensan que "el amor de la vida" está en uno, en la propia capacidad de amar. Separarse no es haber perdido el amor sino una relación en particular. Si no nos hemos "separado" de nuestra capacidad de amar (y si no perdemos toda nuestra belleza, nuestro candor, nuestro talento o nuestro dinero) lo más probable es que, aunque cambie el objeto de nuestro afecto, el Amor, así, con mayúscula, siga siendo el mismo. Una cosa que siempre encontrarás (si de verdad la buscas) es la esperanza, y si estás buscando a tu alma gemela, y la encuentras, nunca la dejes partir.

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